TRES COSTUMBRES QUE SE ADQUIEREN
AL HACERSE UNO MAYOR.
Una persona, se da cuenta de que está llegando a la etapa postrera de su vida –pongamos que intuye que le quedan alrededor de 20 años– cuando no sólo admite y acata algunas circunstancias adversas en cuanto a su estado físico, sino que además, lo reconoce públicamente y sin pudor alguno. Entregando (y aceptando) el indeseado ramo de lo irreparable y lo inevitable.
Este que suscribe –al que le quedan dos leves embarazos para entrar gloriosamente en la sesentena– dase cuenta clara y meridianamente de tres de esas desdichadas circunstancias tremendamente definitorias –porque las sufre en sus carnes– y que ahora comunica como advertencia a propios y extraños; con la esperanza, de que las eviten en la medida de lo posible. Es consejo gratuito y gentileza del Grupo de Empresas Father Gorgonzola Inc.
Sigo…
Regalo este consejo y exhortación, más que nada para evitar –en ese futuro cercano que me acecha– la burla y el escarnio; la ofensa y el menosprecio de esa horda de cabrones sin corazón que me rodea y que componen esa ignominiosa caterva denominada: amigos. De la canallesca de toda la vida
Vamos a ello:
La primera circunstancia es la vuelta inmediata e irreflexiva a la fe de nuestros ancestros. La vuelta a la devoción y a las creencias religiosas que, imbuidas en la niñez, en el colegio de curas y en el seno familiar, florecen de nuevo con renovado ímpetu y vigor. Me explico: De pronto, un día –sin saber cómo– y después de subir una pequeña y ridícula cuestecita, se exclama impulsivamente, a punto de la extenuación y mirando al cielo, Ay, Jesús María y José!!! Y se alcanza el clímax místico –al recuperar el aliento– tal si se fuese la Patrona de los Refrescos de Naranja: Fanta Mirindita de Jesús.
Mal hecho. Muy mal hecho. Reprobable, diría yo.
La segunda circunstancia –muy semejante a la primera– se produce cuando debes de subir un escalón medianamente alto. Pongamos que sea de cuarenta centímetros de altura (de saltar una mediana o una valla, ni hablamos); pues bien, cuando debemos de subir ese maldito escalón (que separa tu habitación de la mía) nos apoyamos –porque no tenemos otro remedio– en la rodilla doblada que está encima del mal hallado murete, para apontocarnos, y haciendo esfuerzo ímprobo, emitimos un leve gruñido –entre gorrino común y ñú blanco del Serengueti– y casi siempre y debido al esfuerzo, expelemos involuntariamente un pedete felón y alevoso que acompañamos con el siempre generoso comentario de “Paatí!!” dirigido al incauto que nos acompaña.
Mal hecho. Muy mal hecho. Muy, muy, muy, mal hecho. Nunca apoyarse en la rodilla y menos aún, soltar pedorreta irrespetuosa. No sólo es reprobable sino absolutamente ignominioso para el acompañando.
Y tercera y última circunstancia –y por cierto la que más me molesta, porque es la que más habitúo– es la costumbre de pasear a estas edades, ya te digo, con la parsimonia que te da el verlas venir y lo ya pasado con las manos cruzadas atrás a tu espalda a la altura de la mesma rabadilla.
Realmente patético! No comment!
Esa postura acomodaticia durante las caminatas –y teniendo en cuenta que en mi caso, dispongo de una corpulencia notable y perilla con bigotón– esa postura decía, de manos y brazos atrás en la espalda, me da un aspecto inequívocamente galo. Es decir, que si en las manos cruzadas atrás, me pusieran un menhir, no te diría yo a quien me parezco. Si a eso le unimos que en esas caminatas, por el Paseo del Colesterol malagueño que es el Paseo Marítimo, voy acompañado de mi querido amigo Kuky – tan grande como amigo, cómo bajito de cuerpo– sólo nos faltaría la compañía de un perrito blanco y saltarín para parecernos a Asterix y Obelix. Aunque la ladina de mi hija, con un indisimulado cachondeo, nos llama Pumba y Timón. La muy…
Así que eso es lo que hay. No invoquéis al Altísimo cuando subáis cuestas. No os apoyéis en la rodilla al subir un escalón, y sobretodo, sobretodo, no caminéis con las manos atrás por Tutatis y Belenos! Que eso, como se comprenderá, queda regulín regulán y aporta aspecto cansino. Cómo el de Montecarlo.
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Yo tengo más que tú y subo llas escaleras de mi casa, no corriendo, pero casi. No sé nada de rodillas dobladas ni de pedetes, no menos de hacer mis ocho kms. diarios con las manos a la espalda. Entonces, en vez de media hora tardaría medio día.
Ah, soy delgado, por si eso influye.
¡¡¡ Que me dure !!!
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Los relatos de humor no deben de tomarse al pie de la letra.
Un saludo cordial.
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Dicen que con la edad se pierde el sentido del humor,aunque algunos nunca lo han tenido,pero si eso es cierto,.Alvarito….éres muy joven….¡¡¡¡
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¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Ay Alvaro, me haces darme cuenta de que estoy hecho un puto pendejo viejo y machacao……….te lo agradezco mucho y otearé en la avenida del colesterol, con la esperanza de ver a Pumba y Timón, para decirte……… y tú también.
un fuerte abrazo
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jajajajjaja y yo recogeré el guante resignadamente, Javier.
Otropatí!
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