EL CEMENTERIO DE LOS NÚMEROS OLVIDADOS

 

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(Para Margarita Sanz. Que desde hoy, ya no atiende llamadas.)

No se van a creer ustedes lo que a continuación les voy a decir; pero uno de los objetos, que desde siempre conservo en mi casa, y que más melancolía me causa, es mi antigua agenda telefónica. Porque, irremisiblemente y sin ella pretenderlo, por su propio contenido, me lleva a la zona más dolorosa de los recuerdos.

Ahora lo explico:

Desde hace algo así como catorce mil seiscientos días –que es lo que «grosso modo»  vienen a pesar cuarenta años– conservo una antigua guía telefónica de papel en mi poder. Una guía que reposa invariablemente en el brazo izquierdo del sofá de mi salón junto a mi sillón de cabecera. (El sofá, ha cambiado varias veces. El salón, un par de ellas. El sillón de cabecera, no! porque un sillón de cabecera –cómo el diamante de la canción– es para siempre.) así que, cada vez que hemos cambiado algo en el domicilio familiar, juro por lo más sagrado, que la agenda telefónica ha permanecido siempre en su lugar acostumbrado. De hecho, si alguna vez no estuviese en su sitio, estoy seguro de que por la noche, se oirían lamentos inconsolables y afligidos reclamando su lugar.

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En esta época plasticosa de nuevas tecnologías y materiales apáticos; de costumbres que –a diferencia de las de antaño– duran lo que esos peces de hielo del Sabina en un Gin–Tonic de amariconadas maneras. En estos tiempos infieles  y desagradecidos con los objetos que tanto nos ayudaron cuando nos prestaban servicio, ahora, una agenda de teléfonos de papel, forrada de buen cuero ya desteñido y cuarteado por el manejo –con su hilera de pestañitas alfabética en la vertical derecha– duerme el sueño del desuso abatida y desconsolada por la ingratitud del abandono y el olvido.

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Cada vez que, por la «H» o por la «B», abro mi agenda buscando el número telefónico del último técnico de lavadoras y frigoríficos que queda en activo, el número de Samoa para encargar unos Andresitos o algún otro que no esté almacenado en ese listado sin alma que es la memoria de un teléfono móvil, me entran las siete cosas. Porque la digital, sabiendo ella que cada par de años le pones los cuernos con otro terminal, se venga de ti, te deja sin los números más importantes y se ríe desde el fondo oscuro del último cajón de la cómoda donde está confinada. La de papel es fiel y leal. Tan sincera, que no se corta ni una cifra en recordarte según qué cosas.

Abrir la agenda manuscrita, y ojearla, entristece. Es darte un paseo por ese Cementerio de los números olvidados (que es el cómo el del Zafón pero cambiando de muertos) y volver a visualizar a los propietarios de estos que ya se fueron de tu vida y de la suya propia.

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Leo el 218500, e inmediatamente empiezo a oír a Harry Belafonte cantando, por navidad, Mary’s Boy Child en la Casita Rosa de Tía Pilar en Monte de Sancha. Leer 216669 es volver a estar sentado junto a Tío Matías y a Tía Lourdes leyendo viejos ejemplares del Reader’s Digest en aquellas entrañables noches de invierno de la Cañada de los Ingleses.

251344 era el de tía Celia y Tío Manlio Antonio, que es nombre muy del agrado de Santiago Posteguillo; el 763011 me devuelve el olor a leña mojada y humeante de la primera casa que alquilamos en las Alpujarras allá por los primeros años ochenta.

El 219399 me huele a café al mediodía en casa de Antonio Abril y Doña Matilde y el 287297 me recuerda a aquellos albañiles bastardos y maleducados que me hicieron imposible dos meses de reformas y que me hicieron profundamente  infeliz. De esos sí que me alegro el no haberlos tenido que llamar nunca más jamás.

El 216704 me lleva directamente a (mi) casa Centeno en la Plaza del Obispo; y el 306542 me trae el olor a harina de ese Camino de los Ingleses que conforma la zona de Eugenio Gross.

Uno que empieza por 29 y termina de la misma manera, ya es huésped fijo y de honor del Valle de la Desmemoria por los siglos de los siglos amén.

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El apartado de la «B» está lleno de referencias de bares y tugurios que ya han desaparecido y la «C» pasa de corrido por el Club de Botes, la Carnicería Villafuerte, el «Colema» justo al lado y por la Comisaría del Palo.  La «D» ampara al menos a seis dentistas y a los padres de Diego Guzmán. Y la «T» está invadida por Caballeros de la Orden del Negro Anaranjado.

En mi agenda conviven en una perfecta armonía mecánicos y fontaneros doctorados con médicos y profesores especializados. Los músicos se amontonan junto a perseguidos por la ley y contrabandistas;  y el Hospital Civil, se da la mano –como si tuviesen en común algo más que la inicial que los ordena– con la Heladería Lauri y la oficina de mi amigo «El Pelúo» en la Delegación de Hacienda.

En la «K» viven Keka, Keko, Koke y Kike. Más o menos lo que pasa en la «N» donde mantienen animadas conversaciones, Nena, Nene, Nina, Nini, Noni y Nano sin apenas liarse con los nombres. Tengo guardado el teléfono de Lito de cuando lo de Presenta junto al de Leo Abril cuando vivía en el Crowndale Court  de  Camden Town y nada (ni nadie) preveía que se iba a ir despidiéndose a la francesa.

Colorful, newspaper, magazine alphabet with letters, numbers and symbols. Isolated on white background

La «LL» llora porque así empieza su nombre y porque nadie habita su letra. Ni la «Q» ni la «W» ni casi la «Y» que se libra por los pelos gracias a una tal Yolanda que no tengo ni la más remota idea de quién pudiera ser.

Lo que quiero decir, es que repasar –aunque sea por encima– mi antigua agenda de papel, me convence de que ésta, posee un alma que el frío móvil no tiene. Un alma compuesta por los espíritus de los amigos que fueron o de esos familiares que ya no están conmigo porque tomaron las de Villadiego que es un pueblo que colinda con Villanueva de la Defunción. Porque eso, es ley vida, amigos míos. Porque eso, también, es ley de muerte.

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3 respuestas

  1. ¡Estupendo Álvaro! Feliz 2017 y un abrazo.

    Rafael.

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  2. Amigo Álvaro: ese 306542 de tu agenda, que luego, por mor de la modernización se convirtió en 952.306542 fue sede de una empresa, llamada Vda. de Matías Bravo. Siguió con su olor a harina de todas clases durante muchos años y envejeció junto al oído de esa viuda, hasta que anti ayer, poco antes del anuncio de las doce campanadas, la linea se cortó y no dejó el suficiente margen para estrenar año. La viuda fue a reunirse con su esposo D. Matías. Hoy están juntos en el mismo sitio y son felices.
    Gracias por esa preciosa referencia a una linea que ha quedado huérfana de dueña. Ayer mientras los albañiles colocaban el ultimo ladrillo cerrando el nicho, le dije «Adiós mamá, buen viaje» Seguro que me oyó.

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  3. Me ha venido a la memoria la dificultad que tenemos ahora para memorizar números de teléfono cuando antaño ideábamos trucos para retenerlos. ( Mantenemos algunos para las puñeteras claves) ¿qué escribirá fathergorgonzola cuando dentro de unos años se baje de la nube la lista de contactos😹😹?

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