NO ME TOQUES EL CUENTO
Tengo la inmensa suerte que, desde mi más temprana juventud, me he rodeado de buenos amigos artistas que me han hecho, con sus diversas disciplinas, la vida mucho más enriquecedora y divertida. Además, en un acto de suprema generosidad, ellos, me han dado la oportunidad de subirme alguna que otra vez a los escenarios, compartir interesantísimas conversaciones o participar en eventos que de ninguna de las maneras podría haber llegado yo a protagonizar por méritos propios. Si algún mérito se me puede atribuir, es la capacidad que he desarrollado –no es difícil estando rodeado de tanta creatividad y tanto cacumen– si algún mérito se me puede atribuir, pienso, es el de haber sabido conservar estas amistades durante la mayor parte de mi vida. Y disfrutarlas.
Por esa entrañable circunstancia – y de teatro voy a hablar– asisto regularmente a representaciones escénicas, más que nada, aclaro, porque los que se suben a las tablas son ya os digo, buenos amigos míos. Y esa entrañable circunstancia se rodea también, de suerte. Pues casi siempre (y aquí el adverbio de cantidad sobraría) siempre salgo contento y feliz por haber participado cómo espectador de dicha obra de teatro
Lo de ayer fue distinto. Porque no sólo salí feliz y contento, sino que también, con un buen chute de entusiasmo e hilaridad desatada; porque les aseguro, que en pocas obras de teatro me he reído tanto.
La frescura del tema tratado, el cómo se resuelve la vida de cuatro princesas de cuento, que se percatan de que desde el «Érase una vez», hasta el «Y comieron perdices», su existencia posterior se llena de realidades y de frustraciones. Que los príncipes no son ni encantadores ni azules y que los ogros y las madrastras, en la mayoría de los casos, son los verdaderos protagonistas de la vida después de la almibarada historia.
Ayer, asistí en el Teatro Echegaray a una producción de mi querido y antiguo amigo Juanma Lara a una desternillante obra escrita y dirigida por su hija Olivia –que ayer también se subió al escenario– y no paré de reír durante la cortísima hora que duró el espectáculo. Una obra también llena de agudas reflexiones. Una obra que me hizo inmensamente feliz porque se corrobora mi idea de que, desde el humor, se pueden hacer serias reivindicaciones de género y de lógica justicia.
En fin, que hoy se puede ver otra vez en el Teatro Echegaray. NO SE LA PIERDAN. Merece la pena ver a estas cuatro mujeres cantando, bailando, y sobre todo, actuando. Nunca una obra de teatro se me había hecho tan corta, de verdad os lo digo. Se van a reír. Te lo juro, Arturo.
Aquí tenéis información suficiente para que veáis los que se avecina. Lo repito: NO SE LA PIERDAN.
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Juro por Dios que intentaré ir esta tarde si voy en tiempo. No sabía que Teatroz estaba en el Echegaray. Recuerdo con cariño los primeros tiempos en los que era asíduo a sus estrenos. Un fuerte abrazo para ti y para Teatroz, con los que disfruté lo indecible.
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Paseando por tu blog, ganas me dan, primero, al tiñoso de la crítica a tu ayuda gramatical inglesa, impecable, que se lo haga mirar, de sarnosillos estamos plagados, He recomendado tu línea de trabajo en inglés a varios amigos míos, incluso a mi nieto con el beneplácito de mis hijas angloparlantes, gracias, un buen trabajo
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