EL OCASO DE LAS FIGURAS LITERARIAS
Aquello, más que una casa de retiro y de descanso, era una casa de locos. Lo que debiera de ser un remanso de paz, un oasis de tranquilidad y de buenos recuerdos, era algo parecido a un centro de obligada reclusión donde la insania y la demencia campaban por sus respetos. Ya nadie allí se sentía útil porque casi nadie les requería sus servicios. Todas, apenadas y afligidas, melancólicas y abatidas, soportaban el descanso obligado e indeseado que les procuraba la oscuridad de la dejadez, el descuido y el abandono.
Cada vez más arrinconadas y desahuciadas del lenguaje y de la escritura, las figuras literarias esperaban resignadas la muerte anunciada y definitiva provocada por un nuevo y cainíta idioma implementado, por trágala, por los nuevos tiempos. Unos nuevos tiempos, cada vez más reacios a tomarse la molestia que supone el tener que escribir las palabras completas, de forma correcta y entendibles. Acomodados como están en la ignorancia y en el desuso del uso de los signos y de los modos ortográficos y literarios.
La casa de retiro de las figuras literarias, ya hacía mucho tiempo que había dejado de ser un lugar apacible desde donde cada una de sus moradoras, relajadamente, contribuían a la supervivencia y al enriquecimiento del idioma; prestándose –con su innata y connatural cualidad– a limpiar, fijar y dar esplendor – antes del apocalipsis de la mensajería instantánea– a nuestra más útil y extendida manera de comunicación: el habla y la escritura.
Por allí deambulaba la Reiteración regañándole siempre al Epítome: ¡Que me dejes!, ¡Que me dejes!, ¡Que me dejes!, decía esta. Mientras el otro le contestaba: Tú sigue así… que verás! No me molestes más… que verás! Déjame tranquilo… que verás!
La Alegoría se quejaba acre y amargamente –usando Símbolos y Sinécdoques– de lo enriquecedor, de lo lírico, que había sido su trabajo antes del gran cataclismo lingüístico: “Allí van los señoríos… Allí los ríos caudales… Allí los otros medianos… Mientras la Ironía y el Sarcasmo se reían cruelmente a carcajadas de la desdicha y el sentimiento de fracaso que mostraba su compañera. La Aféresis era provisional antes de pasar a Teniente. Y la Diéresis se las veía y deseaba para evitar la Sinalefa que estaba a punto de liarla parda con la Métrica por un quíteme allá esta sílaba.
La Prosopopeya seguía intentando comprender la mutilación del lenguaje; y la Hipérbole se moría de absoluto e irremediable aburrimiento. La Metáfora era casi la más feliz de la casa; siempre sacaba el lado bueno de las cosas; mientras que la Onomatopeya, no paraba de quejarse a gritos desentonados propinándole un buen soplamocos a la Metonimia: Plás! Plás! Plás!. Vamos! salgamos! luchemos! acosemos y derribemos! pronunciaba vehementemente el Asíndeton acompañado del Énfasis mientras afeaban al Oxímoron su cobarde valentía. El Epíteto pedía reflexión y juicio a la Paradoja; y la Alusión le decía a todos, sin nombrar a nadie en particular, que algo habría que hacer. El Eufemismo, le señaló la puerta, y el Sarcasmo le preguntó amargamente si él sabía dónde estaba. Igual! Siempre igual! comentaba la Epanadiplosis. Lo mismo! Siempre lo mismo! reiteraba el Retruécano apoyándola. Por fin, acabó con todo aquel sufrimiento el Pleonasmo; asombrado y desesperado, acabo con todo, pues todo, incrédulamente, lo estaba viendo con sus propios ojos.
Observando atribulado, y sin apenas creérselo, que aquella casa –antaño ordenada, estructurada y metódica– más que una casa de retiro y descanso, era ya una casa de locos, donde la insania y la demencia, campaban por sus respetos, ya sabéis; perdida la batalla, y la guerra, contra un enemigo sin piedad, sin reglas y sin honor llamado SMS.
* Todas las esculturas realizadas con libros, que adornan esta entrada, son obras del artista Jodi Harvey Brown
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¡Menudo elemento el Retruécano! Un día se puso en huelga sin avisar y con la Hipérbole se fue a calle Esperanto a meterle fuego a los contenedores de basuras, aprovechando que el 10 pasa por allí.
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