VIERNES SANTO. TRES DE LA TARDE.

Viniendo de una familia católica, apostólica y romana, no sé de donde ni cómo diantres he salido yo.

Toda la Semana Santa se vivía con recogimiento –hablamos de mediados de los años sesenta y yo contaba, como mucho con diez gloriosos añitos- en la familia Souvirón.

Empezábamos el viernes de Dolores con el adecuado menú preparado con la pertinente intención de no comer carne: Lentejas con frituritas de bacalao. Después, ese mismo día, acudíamos a la celebración de llamados “Oficios” qué aún hoy en día no sé qué caramba conmemoraba. Eso sí, recuerdo entre brumas el look morado de muchos de los celebrantes.

El Martes Santo, este que os escribe salía de penitente en la Cofradía del Rocío luciendo paquete bocadillero en la entrepierna. El Miércoles Santo, mi padre, como correspondía a su cargo de Comandante Jefe del Real Cuerpo de Bomberos de Málaga salía al frente de la Banda de Cornetas y Tambores de dicho cuerpo y posteriormente en la presidencia de la comitiva de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia.

El Jueves Santo era compartida la devoción ( y desfile de los hermanos Souvirón) entre Viñeros y Esperanza; y el Viernes Santo y aquí llega el meollo de este artículo, volvíamos a deglutir el acostumbrado menú lentejil-bacaladero, esperando el gran momento de las tres de la tarde que era esa la hora en que Nuestro Señor Jesucristo, expirando el último suspiro, le reprochaba a su Padre – en un perfecto catalán- el marronazo que le había hecho pasar. Ya saben, eso de … Pare meu, Pare meu, Per què m’heu abandonat?

Llegan las tres de la tarde, sigo contando. En el salón de mi casa de Barcenillas, con el monte y su Castillo de Gibralfaro a través del ventanal sobre nuestras cabezas, mi abuela Matilde y mi Tío –que eran entrañables y queridísimos okupas en nuestra casa- mis padres, los cuatro hermanos, el ínclito yerno Joseluís y la tata Manola nos arrodillábamos en el salón para que a la (terrible y temida) hora justa del fallecimiento de Nuestro Señor, entonar un pío y devoto Padrenuestro (Versión antigua) como señal de respeto y consideración por tan doloroso aniversario.

Nos arrodillamos mirándonos disimuladamente de reojo los unos a los otros (ya se sabe el irreverente e inoportuno sentido del humor de la familia en actos prudentes y severos) temiéndonos lo peor que no era sino lo que en un minuto habría de suceder. Como cada año, aclaremos. Como cada año.

Padre Nuestro que estás en los cielos… entona mi padre serio y circunspecto…

Primer gruñido solapado. No se sabe de quién procede pero el gruñido suena de incógnito entre los que ocupamos el salón, diez almas benditas y nuestro perro Cuchi que siempre nos acompañaba tendido en el sofá y alucinado con la escena que se le presentaba delante de sus atónitos ojos.

Segundo gruñido no tan solapado esta vez, con acompañamiento de carraspera de contención inútil. Santificado sea tu nombre… continúa mi padre cariacontecido en viéndolas llegar.

El grupo familiar arrodillado, ya os digo, comienza a dar bandazos inquietamente. Llegan los temblores. Los cuerpos tiritan a causa de la risa contenida que está a punto de llegar de forma arrolladora e irresistible.

Venga a nosotros tu reino… dice mi padre con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos llenos de lágrimas no sabemos si por aflicción o por puro cachondeo.

Y llega la explosión! Mientras se oye desde la televisión la lúgubre y pesarosa voz de Don Matías Prats Cañete – que era una mezcla infame de NO-DO y partido del Bernabéu- La familia Souvirón, de manera incontrolable y totalmente espontánea (o no) se revolvían en el suelo de su casa ante el horror de mi abuela, mi tío y mis padres pidiendo moderación ante tamaña blasfemia pero eso sí, con un enorme dolor producido por calambres en el costado de tanto aguantar la risa.

¡Qué días más felices, aquellos de antaño, cuando aún estábamos todos!

Así que hoy, aún en día, me sigo preguntando.. Viniendo de una familia católica, apostólica y romana, no sé de donde ni cómo diantres he salido yo. O sí!

NECESITO

Llevo unos cuantos días con el estribillo de una canción de Triana llamada “Necesito” metida en la cabeza y no se me va. Todo el día.

Casualmente, hoy, hace justo tres años, me quitaron un riñón debido a un tumor maligno que me estaba devorando por dentro con una velocidad sorprendente y una eficacia atroz.

Nueve meses después, me comunicaron que la metástasis había aparecido y que era inoperable. Me trataron –y siguen tratando– en el IBIMA del Hospital Clínico para realizar un ensayo clínico conmigo. El tratamiento, dos años después, está resultando enormemente exitoso. Mi calidad de vida ha cambiado radicalmente –para muchísimo mejor– gracias a dicho tratamiento y gracias también al trato afectuoso y empático de todo el personal de dicho departamento.

Pues bien, hoy en día, desde la satisfacción, la alegría y el contento de cómo me encuentro física y mentalmente, ya os digo, no paro de tararear la canción de Triana cambiándole, eso sí, algún orden en las estrofas.

Dice así:

Necesito, agarrarme a la cola del viento para poder volar. Porque la vida se me va y del pasado no voy a vivir. Y con mi tiempo, yo quiero sentir.”

La mente, amigos míos, es muy poderosa. Y la coincidencia de la fecha con el recuerdo de esa letra a todas horas de estos días, no puede ser baladí.

Separadores de Texto. Contribución para Steemit. — Steemit

ESTA FLOR DE DICIEMBRE

No hay época más rememorativa para este que os escribe, que la Navidad.

En estas fechas, la mente –que a veces es cruel y carente de sentimientos– nos trae a colación los recuerdos que parecían que estaban olvidados y no estaban sino acomodados en uno de los muchos pliegues de nuestro cerebro. El pliegue del afecto, del cariño, del apego. El pliegue de la ternura y del amor. El pliegue más fraternal que tiene nuestra memoria.

De pronto –sin venir a cuento más que la fecha y los anuncios publicitarios que nos acucian, porque ya ni el clima acompaña– me llegan señales tan íntimas y apreciadas que vuelvo a oler los rosquitos que mi madre hacía por estas fechas. Reaparece el aroma de los pinos del monte que bajaba hacia nuestra casa sin la falaz oposición de las barreras arquitectónicas que también nos impidieron en su día, las vistas del Castillo de Gibralfaro. Llega también el calor del cisco y el picón que mi tata Manola encendía en el brasero fuera en la calle que aún estaba sin asfaltar. Y la alhucema, aquella dulce alhucema prendida en las ascuas que paseábamos por toda la casa para perfumarla y librarla de malos augurios. Aún ahora, incluso sin el humo, me vuelve a provocar lágrimas y picazón en los ojos por eso de la añoranza por los tiempos que se fueron.

El sabor del Anisette Marie Brizard parece volver por el día de la lotería como antaño, aunque yo ya no lo tenga invitado; y también, suena la sempiterna cantinela (aún en pesetas) que parecía otorgar mucho más dinero que ahora con la impersonal moneda europea.  El pequeño tamborilero canta otra vez por Raphael en el picú del Reader’s Digest y le echa un pulso a los Christmas Carols de Sinatra, Bing Crosby, Nat King Cole o a cualquiera de esos crooners que aún hoy en día me siguen acompañando por estas fechas navideñas.

Los cánticos de siempre musicados con la guitarra de mi hermana, vuelven a sonar y la mesa… la mesa, sigue llena con esos familiares tan queridos y añorados que ya no están. Todos esos recuerdos, todos, afloran en mi mente en estos días cuando llega la Navidad.

Mi queridísimo y respetado amigo y Poeta (ya saben, y no me canso de repetirlo, con mayúscula primera) Juan Miguel González del Pino, empeñado en hacerse fuerte en el rincón más entrañable de mi memoria me regala –como cada Nochebuena– este poema que hoy, como no podía ser de otra manera, publico en este blog que es tanto mío como suyo.

MARILUZ. EL DIA DE LA MALA FORTUNA

alegoria-sobre-la-perdida-de-memoria_9fb96337_1280x766En los años que cursé bachillerato en el Colegio de los Maristas, este que os escribe, era tan malo en Matemáticas o Física y Química como bueno en Historia, Lengua y Literatura o Francés.

Pues bien, en Lengua, estudié las locuciones adverbiales. Es decir: “Una expresión fija formada por varias palabras que equivale a un adverbio”. Como comprenderéis, esto lo he corta-copiado de Internet; la memoria no me da para tanto. (Aunque pensándolo bien, creo, que esto de “mala fortuna” pueda ser un oxímoron. Viene esto, a que ayer fue un día de “mala fortuna”. De muy “mala fortuna”. Y me cuesta muchísimo escribirlo.

Se ha marchado oficialmente de esta vida mi querida cuñada Mariluz. Lula. Una mujer –más hermana que cuñada– que me ha acompañado ininterrumpidamente durante los  sesenta y ocho años que hoy contemplo; y que siempre, compartió conmigo los momentos más entrañables de mí existencia. Y digo oficialmente, porque los últimos siete años para ella, han resultado ser de “mala vida”, de “mala fortuna” de “mal agüero” (¡vaya una detestable panda de locuciones verbales!).

Ha estado siete años, explico, atravesando un mal sueño; posicionada en esa ausencia que proporciona la maldita enfermedad del olvido y que te aleja de la realidad; procurándole el infortunio a base de recortarle la memoria; aliñando su mente con la falta de comprensión hasta que por fin, saliéndose con la suya (la enfermedad) y con una crueldad infinita, va y te condena a malvivir en un paraje indeseado de oscuridad  y de confusión a cadena perpetua.

Hoy ha sido una jornada muy muy dolorosa. El  día de la “mala fortuna”. Mala porque ha sido un golpe durísimo para sus seres queridos por tener que despedirla sin haberle podido decirle hasta luego de una forma escalonada y meridianamente entendible para todos. Fortuna, porque por fin – y de una manera ya definitiva– ha podido descansar y alejarse de una vez por todas, de la más tenebrosa de las oscuridades: esa que te procura la implacable confusión y la injusta ausencia de sentimientos. Mucha condena para tan buena persona como lo fue ella.

Descansa en paz, querida mía, querida Mariluz. Descansa ya –de una puñetera vez– en paz.

¡Te quiero Lula!

VIAJE A CUBA. SEGUNDA PARTE

CAYO COCO. TRINIDAD. CIENFUEGOS

VIAJE A CUBA. SEGUNDA PARTE

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Seguimos con nuestro viaje…

La tarde noche del cuarto día en La Habana, se dedicó a recoger el coche apalabrado desde España, que como todo en Cuba, resultó un despropósito de trámites y burocracia en su mayor parte innecesaria e inútil.  El tiempo allí no existe. La eficacia, tampoco.

Un utilitario Hyundai; pues todos los vehículos grandes estaban pillados para la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del G-77 más China. El utilitario, resultó ser mucho más amplio de lo esperado y quedamos tranquilos. El día siguiente, saldríamos ya para la aventura. Tomaríamos la “Autopista Nacional de Cuba “ en dirección a nuestro primer destino: Cayo Coco. “Autopista Nacional de Cuba”; un eufemismo atroz e innecesario.

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No puede ser una carretera más peligrosa y mortífera: Baches que son socavones muy profundos y que pillan todo el ancho de la carretera. Nada de señalización en el asfalto y, las luces, “brillan” por su ausencia. Así que siguiendo los consejos que nos habían dado los anteriores días, sólo condujimos de día y eso nos salvó de un accidente seguro.

Eso sí, con una continua exposición de coches averiados remolcados por carros tirados por un solo caballos y algún que otro almendrón estropeado en la cuneta.

La “Autopista Nacional de Cuba “ te lleva a Cayo Coco por un precioso y lisérgico corredor verde  de algo más de 500 kilómetros. Ponle siete horas de conducción debido al estado demoníaco de la carretera y también al problemático suministro de combustible.

El suministro de combustibles, esto, merecería un capítulo entero y aparte para narrar la odisea que conlleva el simple hecho de echar gasolina:

1)Sólo puedes repostar 10 litros en cada parada de la gasolinera. 2) no todas las gasolineras tienen el tipo de combustible que necesita tu coche. 3) las que disponen de ello, pueden o no pueden tener existencias… Así que durante esos 519 kilómetros de trayecto, tuvimos que parar en cada una de las gasolineras que nos encontrábamos que tampoco eran tantas. Pero ahí no acaba la odisea:

4)Cuando por fin encontrábamos una gasolinera idónea, nuestro guía, Maxi, como intendente general (Pepa era la extraordinaria conductora) debía de bajarse del coche. Acudir a una ventanilla con su cola correspondiente. El trabajador, a mano, apuntaba en una libreta la matrícula del coche y el número de permiso de la compañía de alquiler. Una vez efectuado este requisito, tenía Maxi que desplazarse a otro local –a lo mejor dos calles más abajo-  visar esos datos y volver a la ventanilla primera para que  – después de otra cola- le dieran permiso para repostar los consabidos 10 litros de gasolina: 8 litros en el surtidor 9 y los 2 restantes en el surtidor 11. Eso sí, los 10 litros nos costaba al cambio 1,30 euros. Lo diez litros!!!! Todo los conductores locales viajan con garrafas enormes llenas de combustible. Imaginad el desastre de un choque en cadena!!!

Todas esas circunstancias adversas, no paliaban la admiración que sentíamos por las tremendas vistas que nos regalaba el paisaje; muros frondosos de vegetación coronados por unos insolentes cocoteros que te trasladaban a aquellas películas americanas de los años 50 de Hawáii y similares. Tucanes y mil aves irreconocibles sobrevolándonos, cangrejos enormes cruzando la carretera y una naturaleza exuberante que nos llevaba al borde del síndrome de Stendhal. Todas las molestias que se presentan en Cuba, sucumben ante la belleza y la extraordinaria gente del país.

Tengo que aclarar que nuestra intención era visitar Cuba por nuestros propios medios; pasando de excursiones programadas por agencias y otros servicios concertados. El tema era ir por libre y en contacto permanente con la población que, pensamos, es la mejor forma de conocer dicho país.

 Al principio decidimos ir un día a Varadero  porque ¡ya que estamos allí! Pero lo desechamos inmediatamente por turístico y  falto de interés (para nosotros). Pero… Quien se puede resistir a pasar tres días con una pulserita de todo incluido en los cayos cubanos? Playas cuasi privadas, piscinas y barras libres por doquier durante tres días? Así que decidimos irnos a  Cayo Coco a un resort del Meliá y tirarnos esos tres días dando rienda suelta a esa ociosidad que los italianos llaman “dolce far niente”. Y aquí se le llama holganza, gula y lujuria.

El tener coche propio, nos proporcionaba un plus de libertad que nos permitía salir del resort y visitar otras playas como Playa del Pilar situada en otro cayo “Cayo Guillermo” y descrita como la mejor playa de Cuba.  De esa playa, tomamos un barquito que nos pasó –haciendo snorkel por medio- para comernos la langosta más seca que nunca haya probado un ser humano que se precie. Error de principiante. También aprovechamos para pasar el Hemingway Bridge y hacernos unas fotos. El resto de los tres días fue una continua pitanza en un buffet libre que, si bien, no era el summum de la exquisitez y lo refinado, sí que era suficiente y variado.

El hotel, un poco descuidado; pero el servicio amabilísimo compensaba todas las pequeñas molestias que se pudiesen presentar. Jardines maravillosos. Vistas fantásticas desde las habitaciones y una ocupación media-baja (rusos y cubanos de Miami sobretodo) nos proporcionaron una comodidad innegable y benefactora, unos días de holganza muy necesarios y algún que otro kilo de más.

Mención aparte merecen los bares del complejo turístico donde te servían toda clase de cócteles y unos tragos de ron infinitos en cantidad y calidad con unos horarios, que en casos eran de 24 horas.  No pocas horas pasamos en la piscina con un Ron Collins en la mano compartiéndola con algunos componentes de la facción más dura del Grupo Wagnero de un nota al que llamábamos “Miami” sobre el cual teníamos la duda de que perteneciese a un grupo anticastrista o trabajase a jornada completa  en un Kentucky Fried Chicken de la 3515 NW con la 7th Ave.

Tenemos chico nuevo en el camino,que se llama Coquito y es divino. (pongan uds. la música)

Llega el octavo día y nos montamos los cinco en el coche para dirigirnos hacia Trinidad. (Digo cinco porque a Pepa se le antojó un coco florecido para traérselo para Málaga y ¡Pongo a Dios por testigo! Que dicho coquito hoy descansa y crece feliz recuperándose en un tiesto adecuado en su nueva residencia malagueña). Ni que decir tiene que el coquito disponía del mejor sitio del coche, la mejor disposición del aire acondicionado aunque eso le produjera algunas decimitas de fiebre y que ya era considerado uno más del grupo con voz y voto. Otra cosa fue el trato dispensado por las funcionarias de aduanas del aeropuerto que, entre risas indisimuladas, lo doblaron en tres ante la horrorizada mirada de su madre adoptiva.

Trinidad es una pequeña ciudad. Preciosa. Con un centro histórico bellísimo que se recorre por calles empedradas y que está llena de casas señoriales y monumentos dignos de ver. Una vez allí, en un bar de música llamado “ Casa de la Música” situado en una calle escalonada, oímos un fantástico grupo de música cubana y nos tomamos unas piñas coladas que, a la postre, se habían transformado en el combinado preferido de la expedición.

 Lluvia. Llovía mucho. Subíamos a pie hacia la “Casa de la Música” entre torrentes de agua que bajaban por las calles y relámpagos que, graciablemente, iluminaban la calle sin luz por el habitual apagón que cada día nos regalaba la jornada. La calle, como digo, empedrada y por ello, subíamos un poco a trompicones, Pero, ya se sabe! Estamos en Cuba. Y en Cuba, si algo tiene es que todo lo que se va, vuelve y viceversa. Volvió la luz y se fue la lluvia, con lo que la calle cobró un fantástico aspecto  brillante y lustroso; la gente empezó a acudir y la salsa y los combinados nos hicieron volver a comprobar que este país es mágico y que cualquier situación medianamente desagradable se transforma en un segundo en un momento inolvidable.

El Puto Timo.

A la mañana siguiente después de un buen desayuno proporcionado por nuestra anfitriona y tras haber repartido un alijo de medicamentos regalitos y bolígrafos, recogemos de nuestro aparcamiento-corralón, el coche dispuestos a probar suerte con el repostaje e irnos, más contentos que unas pascuas, a nuestro próximo destino: Cienfuegos.

Un solícito anciano de amable aspecto, montado en una bicicleta, se nos acerca y nos indica que una de las ruedas trasera está pinchada. Hacemos caso omiso y, no obstante le damos las gracias y nos dirigimos hacia el bingo que no es otro que la gasolinera con la esperanza de cantar la línea premiada con diez litros de combustible.

Sale Maxi armado de paciencia para ejercer sus deberes con la burocracia y mientras esperamos, se nos acerca un ciudadano con un aspecto entre sospechoso y chuloputis que nos indica que nuestra rueda trasera está pinchada. Al momento, y como salido de la nada, aparece el provecto anciano de amable aspecto de la bicicleta y se une al consejo de seguridad vial. Así que cuando nos damos cuenta de que, efectivamente, la rueda está desinflada y viendo nuestra cara de consternación, nos indican , al unísono que no nos preocupemos que justo enfrente tenemos un Centro de Reparación de Neumáticos y que en cinco minutos (cubanos) tendríamos el problema resuelto. Allá que nos dirigimos en procesión:  nuestro coche, y a modo de albaceas de culto y de protocolo el chuloputis y el provecto fantasma.

El Taller de Reparación de Neumáticos, es lo que se dice, a botepronto, un taller de bicicletas tal y como los había en el barrio de Lagunillas en los años sesenta aquí en Málaga. Muchísimo peor, ya te lo digo yo. El inefable técnico, echa un vistazo profesional a la rueda. La mira de arriba abajo y, después de sopesar el estado decaído del neumático, nos lanza el peor de los diagnósticos: “Efectivamente Señol.Etta rueda tiene un ponche!! Nos quedamos a cuadros.

Saca un gato que nada tenía de hidráulico, y ayudado por el chuloputis elevan el coche a mano para poder meter el enclenque gato; saca la rueda, se la lleva para adentro, la vuelve a sacar y dictamina: “Por diez euros le quito el ponche, Señol!”  Aceptamos. Se vuelve a llevar la rueda para adentro. La vuelve a sacar y le inyecta aire. Ahora son ocho las pérdidas de aire que tiene la martirizada rueda. El milagro de los panes y los ponches. Suponemos.

80 euros en total. 40 en cash y otros cuarenta por transferencia prometida pues no disponíamos de dinero en efectivo en ese momento (otro día hablaremos de la inutilidad de llevar tarjeta de crédito a Cuba) Pagamos. Repartimos bolígrafos al provecto, medicamentos al estafador,  y nos despedimos con alivio del chuloputis.  Después de tapar las salidas de aire (8) con clavos a martillazos y rematar la faena con parches de bicicleta, salimos para nuestro destino: Cienfuegos. Ya te digo más contentos que unas pascuas pero con ese resquemor interior que te proporciona el suponer que has hecho el canelo.

Pero eso, será en la próxima entrega. Dicha entrega incluirá el camino hacia Ciefuegos, el resultado de la reparación de la ponchera. La estampida de las vacas, la descripción de Cienfuegos así como  una apreciación personal mía sobre Cuba y, por fin, el planning  detallado que realizamos Maxi y yo  para todo el viaje en PDF para que se lo pueda descargar quien así lo quiera y aprovecharlo para próximos viajes.

Continuará…

 

VIAJE A CUBA 2023. PRIMERA PARTE : LA HABANA.

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Pues heme aquí, ya de vuelta, en la zona de confort que componen mi casa, mi ciudad, mi país.

De regreso de un viaje a Cuba que -con ciertas reticencias por mi parte-he realizado durante once  días (finales de Septiembre – principios de Octubre) que , a la postre, ha resultado ser un viaje ensoñador, lleno de aventuras y liberador de todas esas ideas equivocadas que yo tenía sobre La Habana; una ciudad que tantas veces me había sido recomendada por viejos amigos que ya la habían visitado anteriormente y que ,con sus dimes y diretes, insistían en que yo –impenitente viajero que he sido y que ahora, casi más que nunca, sigo siendo- dudaba si Cuba me iba a gustar siendo yo un trotamundos muy tirando a lo “urbanita”.

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Cierto es. Siempre me ha gustado visitar ciudades con un amplio repertorio de edificios artísticos e históricos. Prepararme itinerarios arquitectónicos donde se incluían iglesias, mercados, edificios representativos de dichos lugares, restaurantes ( a ser posible tirando a económicos que suele ser los habituados por los ciudadanos no turistas y sí, incluso cementerios, que haberlos los hay y bellísimos.

Nos enrolamos mi Santa y yo en un viaje programado por nuestros hermanos Maxi y Pepa y, aunque yo tenía mis dudas sobre el destino –ellos ya habían estado hacía más de treinta años-  nos embarcamos, decía, en un viaje que incluía un viaje en tren de alta velocidad hacia Madrid, un vuelo de nueve horas en avión –que yo debido a mi notable tamaño le temía más que  a una vara verde- y, sobretodo, a sentirme defraudado a que se cumplieran mis reservas y recelos por lo que me pudiera encontrar. Craso error.

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Así que cada  uno de nosotros se puso a una tarea organizativa y ¡voto a bríos! Que conseguimos estructurar un viaje perfecto.

El periplo comenzó en tren, rápido y cómodo hasta Atocha en Madrid. El vuelo  desde allí, en un magnífico avión Airbus 350 de la compañía World2fly nuevo, amplio y con unas pantallas individuales en cada espalda de los asientos que te proporcionaban un menú que iba desde películas, series, cámara exteriores desde las que podías observar el despegue, vuelo y aterrizaje, y una serie de complementos que ayudaron muchísimo para distraernos durante esas temidas 9 horas de trayecto. (la comida, horrorosa; pero ¿qué más se puede pedir por un importe que no llegaba a los 500 euros por persona ida y vuelta?)

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La ciudad de La Habana nos recibió con un bofetón térmico que échese usted a sudar. Yo, ya iba preparado, y tampoco me asusté. La aduana resultó rápida y amable a pesar del cargamento que llevábamos de medicamentos, ropa y regalitos para la población. Nada más salir al exterior del aeropuerto para que nos recogiera un taxi ,nos cayó una tromba de agua que tal como vino se fue en apenas 20 minutos. Téngase en cuenta que estábamos en plena época de huracanes. El taxi, ya estaba concertado con nuestra anfitriona de Airbnb, Mirely ; un ángel protector con una resolutividad innegable, que no sólo nos consiguió dicho taxi, sino un cómodo apartamento en plena Habana Vieja que era una maravilla en cuanto a instalaciones y situación, y también nos ayudó con las comunicaciones e Internet, con el cambio de moneda, con recomendaciones en cuanto a restaurantes, lugares donde encontrar guayaberas a buen precio (16 euros al cambio) y nos informó de la especial idiosincrasia del pueblo cubano y cómo asimilar las costumbres.

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Cuatro Noches nos tiramos en dicha casa. Cuatro noches con sus días disfrutando de una ciudad acogedora. Con sus dimes, ya os digo, y sus diretes. Una ciudad inolvidable.

Veréis, La Habana  -sobre todo la parte vieja que es donde vivíamos nosotros,  porque es donde debíamos vivir- tiene una dualidad indiscutible: Cómo vive  la población y cómo la disfrutan los visitantes. Dos mundos distintos pero complementarios.

Resulta muy chocante para el turista, que una buena parte de sus edificaciones estén al borde del derrumbe pero habitadas. Por poner un ejemplo, dos casas adyacentes donde vivía Mirely se cayeron durante nuestra estancia y causó algunos fallecidos. Los turistas, y sigo, no se explican la alegría sempiterna de los  habitantes de esas casas, de la ciudad entera; la amabilidad hacia el forastero es indiscutible aunque la pretensión de buscarse la vida con ellos sea evidente y casi todo tenga una finalidad económica, pero… ¿cómo no se puede ser generoso cuando hay tanta escasez de todo? Cómo no proporcionar unas botellas de leche o pañales a mujeres que te los piden por la calle si los precios para un europeo resultan ridículos?  Cómo no ejercitar la empatía con una población que viven en unas calles donde la música es sempiterna, donde a las muchachas guapas que te atienden durante los desayunos, cuando se les comenta su belleza, te dan las gracias con una sonrisa franca y generosa. Cómo no regalar medicamentos y bolígrafos (yo llevé 50 BIC Azul Cristal y la cara de felicidad de todo el mundo al recibirlos era conmovedora)

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Téngase muy en cuenta que el Estado (los bancos y las casas de cambio CADECA) te dan 120 pesos cubanos (CUP) y en la calle te los pagan a 230 CUP). Comer espléndidamente en los sitios más caros –imposibles para los habaneros- nos costaba 80 dólares. Unos 18 euros por cabeza. En otros mucho, también muy dignos y típicos, la cantidad a pagar se tornaba irrisoria.

Tomar unas piñas coladas en el Hotel Telégrafo –un precioso hotel en una de las zonas más exclusivas de La Habana, una caipiriña en la terraza del Iberostar Parque Central, con unas vistas impresionantes y ensoñadoras del Capitolio y sus alrededores. Los clásicos Daikiris del Floridita o los impresionantes mojitos de La Bodeguita de el Medio… Cada uno de estos combinados que tomamos, eran cobrados a unos precios tan asequibles que resultaba imposible tomarse sólo uno y de ahí, nuestra alegría y contento.

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Para terminar con La Habana, el tercer día (después nos quedaba un cuarto)  alquilamos por 12 horas un Almendrón. Un coche clásico americano –en nuestro caso un Buick del 54- que, siguiendo nuestras indicaciones y las propias sugerencias del chófer Alex, nos proporcionó un día inolvidable. Nos llevó a la Playa del Este y durante dos horas, disfrutamos de una playa idílica, tumbonas, una nevera llena de Cerveza Cristal cubana helada y de algún que otro coco con su pajita mientras tomábamos el sol y nos bañábamos en un mar de color esmeralda rodeados de palmerales y vegetación. Una sensación fantástica.

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12 horas, dieron mucho de sí y Alex nos llevó a comer –por sugerencia  nuestra, al precioso Hotel Nacional que a la postre, no mereció la pena su restaurante (las carencias en la isla son evidentes y permanentes) y también nos proporcionó unos recorrido por antiguas fortalezas y fuertes españoles. Miradores de la ciudad, preciosos parques y avenidas y , cómo no! A ver  atardecer en el Malecón y terminar en  la imponente Plaza de la Libertad ante la atenta mirada del Ché Guevara y de don  Camilo Cienfuegos que tenía un cierto parecido con San José de Arimatea.

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Alquilamos al día siguiente un coche que habíamos apalabrado desde España y ahí empezó la verdadera aventura del viaje. La imprevisible. La sorprendente, la inesperada aventura que nos proporcionó el conducir por carreteras demoníacas por sus malas condiciones sin señalización alguna ni tampoco iluminación; pero de una belleza deslumbrante por la vegetación sempiterna que nos flanqueaba durante todos los trayectos. La estafa que sufrimos –nunca falta una en Cuba-  las playas maravillosas, el todo incluido, la belleza de pueblos patrimonios de la humanidad. La cordialidad, el afecto, la sociabilidad del pueblo cubano. Nuestros próximos destinos eran: Cayo Coco, Trinidad y Cienfuegos. Cogemos el coche y nos lanzamos!!!!

Continuará…

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SER AMIGOS

Hanna Pauli. Amigos. 1900-1917. Museo Nacional. Estocolmo.

No es tan difícil. Tienen que concurrir varias circunstancias: La asiduidad y la frecuencia de encuentros reales y tangibles. La comunicación frecuente y la perseverancia en el trato. Aunque la comunicación sin el cara a cara llega a perderse como las gotas de lluvia del replicante y acaba minorando el valor de la hermandad y el compañerismo.

Sin estos requisitos citados, es inevitable que el grado de amistad se vaya menoscabando. La asiduidad se transforma en ausencias. La comunicación desaparece y, por ende, la confianza, la franqueza y la cordialidad se van al garete para nunca volver.

Siempre pongo como ejemplo de amistad imperecedera a mis hermanos de la Logia del Negro Anaranjado; ejemplo de unidad, de nobleza, de honestidad. Familia –más que amigos– que siempre están ahí y que, fieles al espíritu de Fuenteovejuna o al lema de los Mosqueteros, resultan ser el bálsamo que enriquece el alma, anima el espíritu y aporta la dosis de necesario entendimiento y de bienestar que hace que estemos un poco más cerca de la felicidad. De la satisfacción. Del contento.

Por otra parte, los amigos que se quedan en el camino, no son sino los excedentes y los residuos de algo que pareció ser verdadero y que, al final, resultaron ser un fiasco. Y a estos, es irremediable relegarlos al rincón oscuro de la indiferencia y del olvido.

Como decía Martin Luther King: «Al final no recordaremos las palabras de nuestros enemigos sino el silencio de nuestros amigos»

LA MIRADA ESPECIAL DE EDUARDO GUILLE.

(Cincuenta años no son nada)

“La timidez es una condición ajena al corazón, una categoría,

una dimensión que desemboca en la soledad”

 (Pablo Neruda)

 

Hace un par de días, tuve el placer de asistir a la presentación del libro de mi Brother in Arms Eduardo Guille. “Málaga, dibujo a dibujo” se llama dicha obra. El placer primigenio se transformó en privilegio cuando los intervinientes en dicha presentación, además del autor, fueron los dibujantes Luis Ruiz Padrón y Ángel Idígoras, también queridos y admirados amigos. Ambos “padrinos” coincidieron en una apreciación sobre las capacidades creativas que todo artista plástico debe acomodar a su obra para hacerla singular y representativa de su estilo personal.

En este caso –como pintor y dibujante que es Eduardo–  hablaron sobre la mirada especial que aplica este a los edificios de Málaga que él dibuja; en cómo se fija en los rincones especiales, en las perspectivas adecuadas, en la óptica oportuna que su experiencia como fotógrafo profesional  le dicta para sacar el mejor rédito a cada uno de sus dibujos. Un libro este, añado yo, que está llamado a formar parte de la sección más exclusiva y personal de la biblioteca de todo amante de la arquitectura, del dibujo y de la información rigurosa y detallista de cada edificación de nuestra ciudad. Un catálogo que es de ilustraciones bellísimas llamado a ser cuando se complemente (espero yo entusiásticamente) con futuras entregas, un inventario de la nómina de edificios peculiares que pueblan nuestras calles.

CINCUENTA AÑOS NO SON NADA.

Ahora, vamos a lo nuestro.

Manejo una amistad veraz y sincera desde hace ya medio siglo con Eduardo Guille y desde el principio, compartimos aficiones y características comunes. Es por eso, que la camaradería y el aprecio –a pesar de los años transcurridos– permanece firme e inapelable. Al principio nos unió la pertenencia a la Pandilla del Escalón de Conde Ureña, la admiración sin límite hacia Bob Dylan; después llegó más música y formamos un grupo de música folk y tradicional americana llamado “Half Dólar” y por fin, la amistad que yo mantenía –cuando nuestros destinos se separaron– con su mujer mi querida Bea Taillefer que volvió a reunirnos.

Pero hay otra cosa que nos une. En la presentación de su libro, indicó al público que llenábamos la tercera planta de la Librería Proteo, que su comienzo artístico con el dibujo fue debido a la necesidad de expresarse. Decía, que las cartas de los Reyes Magos más que letras contenían dibujos que representaban los deseos del niño que era entonces.

 Era, y sigue siendo, nos dijo un gran tímido. Al igual que yo, que soy otro gran tímido. Ese retraimiento y cortedad nos generaba un esfuerzo extra para comunicarnos fluidamente para, como decía Neruda, “no desembocar en la soledad” pero ese afán –al esfuerzo extra me refiero– nos hizo más fuertes y decididos y nos obligó, me meto yo también, a suplir esa carencia de decisión y determinación usando otras armas: las técnicas artísticas, el ingenio, el sentido del humor y la perspicacia. Nos propusimos, y lo así lo hicimos, el subirnos a los escenarios con lo que eso conlleva de exposición pública. El refugiarnos en esas prácticas artísticas, nos llevó a relacionarnos  con el ambientillo  musical y del teatro de aquella época y aún, en otro sentido quizás, seguimos en ello.

Qué queréis que os diga, al final mereció la pena apechugar con esa circunstancia, aunque yo –como le pasaba al Dr. Rajesh Ramayan «Raj» Koothrappali, de la serie The Big Bang Theory– siempre haya tenido que tomarme algún que otro chupito para atreverme a dirigirme a las mujeres sin sonrojo ni sofoco.

Todo esto,  y mucho más, es lo que me une a Eduardo  Guille desde hace más de cincuenta años. Pero ya se sabe: dicen que cincuenta años no son nada… O muchísimo, si lo consideramos medio siglo. Vaya usted a saber.

NOCHEBUENA LLUVIOSA

NOCHEBUENA LLUVIOSA.

(Evocación)

(Felicitación Navideña 2022)

“La tradición es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas”  Gustav Mahler

Aunque erróneamente atribuida esta frase a Chesterton –en realidad es del compositor Gustav Mahler–  y viene esta a confirmar mi particular inclinación que consiste en que –dentro de mis posibilidades– trato de conservar las prácticas y costumbres que me acomodaron  en mi vida anterior y que aún me acompañan en la actualidad.

No se trata de nostalgia ni de melancolía; se trata de una reivindicación justa de los tiempos pasados, aquellos cuando la familia estaba al completo y fui tan feliz. No quiero ni puedo renunciar a seguir siéndolo y esto de las tradiciones, me ayudan a mantener la memoria lozana, equitativa (supongo) y, más o menos, la mente en su sitio.

Hablando de tradiciones. Mi queridísimo amigo el Poeta (siempre en Mayúsculas) sabedor de que las tradiciones que nos acontecieron en nuestros años pasados están o bastardeadas o directamente desaparecidas; incluso, mucho peor aún, sustituidas por otras nueva que llegan desde otras tierras y que aquí, infortunadamente, se adoptan con una largueza tan injusta como innoble.

La tradición manda. Y cumpliendo esta premisa, Juan Miguel Gónzalez, me envía la habitual felicitación navideña, en forma de soneto, que este año, tiene como aguinaldo la enorme delicadeza de dedicarla a mi propia familia.

Esta es. Disfrutadla y que tengáis todos unas felicísimas fiestas que verdaderamente es lo que os deseamos. Si nos dejan, claro!

Para Álvaro Souvirón y su familia

NOCHEBUENA LLUVIOSA

(Evocación)

No hace más que llover este diciembre.

–¡Qué fría está la mar! ¡Qué sola y triste!–

Llueve desde las dalias de noviembre

y a los pies del pesebre en que naciste.

Llueva, Señor, si así lo decidiste.

Llueva y que se desmimbre y se desmembre

el establo de luz que nos abriste,

y que nos cale hondo, y que nos siembre.

Lava estos huesos, cúranos la boca,

empápanos de ti, Dios del desierto,

hoy que has nacido, pero llueve y llueve.

Sin ti la eternidad es corta y poca,

poca la tumba y demasiado el muerto

que te busca, Jesús, bajo la nieve.

Juan Miguel González

Málaga, Navidad 2022

LA SIESTA

Acabo de comer y me lavo los dientes. Después, cierro la cortina del salón y doblo la tele, que está colgada en la pared, hacia el sofá donde me voy a pegar la siesta. Acomodo dos cojines en el brazo del sofá y me acuesto en él.

Cuando termina la Ruleta de la Suerte en A3, cambio a Tele5 para ver las noticias. La modorra se va apoderando de mi cuerpo. Ya casi que no puedo mantener los ojos abiertos pero aguanto estoicamente. No sin un esfuerzo ímprobo y sobrehumano.

Va pasando el tiempo con una lentitud inexorable.

Soporto como puedo la sección de Deportes y El Tiempo. No puedo más. Los ojos se me cierran. Es insufrible el tormento. Los parpados gimen por el esfuerzo implacable al que les estoy sometiendo.

Llega una retahíla de anuncios interminables. Sobrellevo -al borde del colapso- el sacrificio al que estoy sometido. No se acostumbra uno a la sensación de desconsuelo y desamparo a pesar que este es un ritual diario.

Suena la sintonía del infame, Sale Terelu y dice: Buenas tard… ¡Clic! Le doy al botón de la Cuatro.

¡A tomar por culo vuestro índice de audiencia!

Es entonces cuando respiro relajado. Con la sensación del deber cumplido. Estoy convencido de que estoy haciendo una labor impagable. Caigo en el más profundo sopor con la euforia y la espléndida impresión del haber hecho algo importante para el bien común.

Mañana, Otra vez.