ESTA FLOR DE DICIEMBRE

No hay época más rememorativa para este que os escribe, que la Navidad.

En estas fechas, la mente –que a veces es cruel y carente de sentimientos– nos trae a colación los recuerdos que parecían que estaban olvidados y no estaban sino acomodados en uno de los muchos pliegues de nuestro cerebro. El pliegue del afecto, del cariño, del apego. El pliegue de la ternura y del amor. El pliegue más fraternal que tiene nuestra memoria.

De pronto –sin venir a cuento más que la fecha y los anuncios publicitarios que nos acucian, porque ya ni el clima acompaña– me llegan señales tan íntimas y apreciadas que vuelvo a oler los rosquitos que mi madre hacía por estas fechas. Reaparece el aroma de los pinos del monte que bajaba hacia nuestra casa sin la falaz oposición de las barreras arquitectónicas que también nos impidieron en su día, las vistas del Castillo de Gibralfaro. Llega también el calor del cisco y el picón que mi tata Manola encendía en el brasero fuera en la calle que aún estaba sin asfaltar. Y la alhucema, aquella dulce alhucema prendida en las ascuas que paseábamos por toda la casa para perfumarla y librarla de malos augurios. Aún ahora, incluso sin el humo, me vuelve a provocar lágrimas y picazón en los ojos por eso de la añoranza por los tiempos que se fueron.

El sabor del Anisette Marie Brizard parece volver por el día de la lotería como antaño, aunque yo ya no lo tenga invitado; y también, suena la sempiterna cantinela (aún en pesetas) que parecía otorgar mucho más dinero que ahora con la impersonal moneda europea.  El pequeño tamborilero canta otra vez por Raphael en el picú del Reader’s Digest y le echa un pulso a los Christmas Carols de Sinatra, Bing Crosby, Nat King Cole o a cualquiera de esos crooners que aún hoy en día me siguen acompañando por estas fechas navideñas.

Los cánticos de siempre musicados con la guitarra de mi hermana, vuelven a sonar y la mesa… la mesa, sigue llena con esos familiares tan queridos y añorados que ya no están. Todos esos recuerdos, todos, afloran en mi mente en estos días cuando llega la Navidad.

Mi queridísimo y respetado amigo y Poeta (ya saben, y no me canso de repetirlo, con mayúscula primera) Juan Miguel González del Pino, empeñado en hacerse fuerte en el rincón más entrañable de mi memoria me regala –como cada Nochebuena– este poema que hoy, como no podía ser de otra manera, publico en este blog que es tanto mío como suyo.

MARILUZ. EL DIA DE LA MALA FORTUNA

alegoria-sobre-la-perdida-de-memoria_9fb96337_1280x766En los años que cursé bachillerato en el Colegio de los Maristas, este que os escribe, era tan malo en Matemáticas o Física y Química como bueno en Historia, Lengua y Literatura o Francés.

Pues bien, en Lengua, estudié las locuciones adverbiales. Es decir: “Una expresión fija formada por varias palabras que equivale a un adverbio”. Como comprenderéis, esto lo he corta-copiado de Internet; la memoria no me da para tanto. (Aunque pensándolo bien, creo, que esto de “mala fortuna” pueda ser un oxímoron. Viene esto, a que ayer fue un día de “mala fortuna”. De muy “mala fortuna”. Y me cuesta muchísimo escribirlo.

Se ha marchado oficialmente de esta vida mi querida cuñada Mariluz. Lula. Una mujer –más hermana que cuñada– que me ha acompañado ininterrumpidamente durante los  sesenta y ocho años que hoy contemplo; y que siempre, compartió conmigo los momentos más entrañables de mí existencia. Y digo oficialmente, porque los últimos siete años para ella, han resultado ser de “mala vida”, de “mala fortuna” de “mal agüero” (¡vaya una detestable panda de locuciones verbales!).

Ha estado siete años, explico, atravesando un mal sueño; posicionada en esa ausencia que proporciona la maldita enfermedad del olvido y que te aleja de la realidad; procurándole el infortunio a base de recortarle la memoria; aliñando su mente con la falta de comprensión hasta que por fin, saliéndose con la suya (la enfermedad) y con una crueldad infinita, va y te condena a malvivir en un paraje indeseado de oscuridad  y de confusión a cadena perpetua.

Hoy ha sido una jornada muy muy dolorosa. El  día de la “mala fortuna”. Mala porque ha sido un golpe durísimo para sus seres queridos por tener que despedirla sin haberle podido decirle hasta luego de una forma escalonada y meridianamente entendible para todos. Fortuna, porque por fin – y de una manera ya definitiva– ha podido descansar y alejarse de una vez por todas, de la más tenebrosa de las oscuridades: esa que te procura la implacable confusión y la injusta ausencia de sentimientos. Mucha condena para tan buena persona como lo fue ella.

Descansa en paz, querida mía, querida Mariluz. Descansa ya –de una puñetera vez– en paz.

¡Te quiero Lula!