SER AMIGOS

Hanna Pauli. Amigos. 1900-1917. Museo Nacional. Estocolmo.

No es tan difícil. Tienen que concurrir varias circunstancias: La asiduidad y la frecuencia de encuentros reales y tangibles. La comunicación frecuente y la perseverancia en el trato. Aunque la comunicación sin el cara a cara llega a perderse como las gotas de lluvia del replicante y acaba minorando el valor de la hermandad y el compañerismo.

Sin estos requisitos citados, es inevitable que el grado de amistad se vaya menoscabando. La asiduidad se transforma en ausencias. La comunicación desaparece y, por ende, la confianza, la franqueza y la cordialidad se van al garete para nunca volver.

Siempre pongo como ejemplo de amistad imperecedera a mis hermanos de la Logia del Negro Anaranjado; ejemplo de unidad, de nobleza, de honestidad. Familia –más que amigos– que siempre están ahí y que, fieles al espíritu de Fuenteovejuna o al lema de los Mosqueteros, resultan ser el bálsamo que enriquece el alma, anima el espíritu y aporta la dosis de necesario entendimiento y de bienestar que hace que estemos un poco más cerca de la felicidad. De la satisfacción. Del contento.

Por otra parte, los amigos que se quedan en el camino, no son sino los excedentes y los residuos de algo que pareció ser verdadero y que, al final, resultaron ser un fiasco. Y a estos, es irremediable relegarlos al rincón oscuro de la indiferencia y del olvido.

Como decía Martin Luther King: «Al final no recordaremos las palabras de nuestros enemigos sino el silencio de nuestros amigos»