APOLO Y LA BALADA DE GREGORIO Y PEPITA.

 

Era el ínclito Apolo, hijo de Júpiter y Latona, el encargado en el Párnaso de repartir los dones entre los probos hombres mortales. Hermano de Diana, habitaba con las musas y trabajaba –a tiempo completo–  como Dios de las Bellas Artes y de los oráculos.

Podríamos decir que si el Olimpo fuese comparable a un ayuntamiento, Apolo era «Er niño del Alcarde».

 

Eso del habitar con las musas, mire usted por dónde, le procuraba no pocos ratos buenos, amenos y agradables. Había que sacarle partido a su posición en la eternidad, pensaba él; así que lo mismo se marcaba unos cantes con Calíope y con Polimnia que se escribía unos chascarrillos con Clío y con Erato. Igual se marcaba un bailecito pegao con Terpsícore (que tenía nombre de refresco) que se iba a libar con el siempre atolondrado Dionisos y su colega mellizo Baco que era un colega romano nada recomendable.

 

Pues bien: Debiera de ser Apolo –como todo dios perita  que se precie– suficientemente  ecuánime y justo en el desempeño de su trabajo; es decir: en el reparto eficaz y ordenado de capacidades y competencias. Pero que quieren ustedes que les diga, aquel año de 1962, después de haber pasado la velada anterior de sarao con Dionisos (y el inefable Baco, no lo olviden) estaba como muy echaíllo a perder y, por consiguiente, decaído  y desanimado para eso del cumplimiento competente en el currele.

 

Así que, de esa manera, tras tomar un chupito de éxtasis para los dolores de San Juan,  decidió realizar su trabajo en modo «rapideo» y largarse a su casa a descansar porque no tenía, lo que se dice, el alma etérea para farolillos. Cogió los dones que debía de repartir ese día entre varios humanos, y lanzándolos a puñados –sin mirar a quién– los endiñó desordenadamente y se fue a su casa para tratar de apaciguar la indigna mona que le estaba dando más lata de la deseada y que no paraba de atormentarle la «chorla».

 

Los dones bajaron todos unidos (y confundidos) y aterrizaron en tropel sobre un proyecto de humano llamado Ángel Idígoras. Lo que yo os diga. Así fue cómo se gestó el sujeto.

Viene toda esta perífrasis, todo este rodeo jocoso y festivo, para decir que el querido amigo Idígoras, dispone – por mor del fiestero dios y su colega la Fortuna– de una inmensa variedad de capacidades intelectuales y artísticas que raras veces se da, tan profusamente , en una sola persona.

 

Ángel, lleva de serie en su existencia, la música, la pintura y el don del cante; domina  la composición escrita y plástica. Maneja con acierto el humor y el don de gentes.

La amabilidad y la benevolencia siempre le acompañan junto a la  generosidad, la sensibilidad y la tolerancia. Todos esos atributos juntos y apropiadamente mezclados en la debida proporción, conforman la persona que es Ángel Idígoras. Artista en todos los aspectos. Único como persona comprometida e involucrada en causas nobles.

No se vayan ustedes a creer que hablo de memoria. No. No se lo vayan ustedes a creer; porque todas esas características, las ha observado (y disfrutado) este que ahora escribe, personalmente.

Le he visto pintar y tocar la guitarra en directo. Dar amenas clases magistrales a un público entregado. Realizar la viñeta que el día siguiente ofrecería en la prensa escrita. Fíjense, para ya rizar el rizo, que hasta el ukelele le he visto tocar junto a otro maestro dotado de otras tantas habilidades: Jesús Durán.

Ahora, para darme la razón, Ángel reúne y presenta un compendio de esos dones en un solo trabajo: la composición, el dibujo, la música, la interpretación, la escritura… todo en un vídeo en el que homenajea a uno de los matrimonios más queridos de nuestra ciudad: Chiquito de la Calzada (aquí en Málaga «de la Calzá») y a su inseparable mujer Pepita. El gran amor de su vida.

Este trabajo que ahora podéis ver junto a mi admirado Jesús Durán, fue publicado ayer públicamente. Yo, que gracias a su generosidad, lo conocía de antemano, no pude acudir por los imponderables y las inesperadas contingencias de la vida. Nada me hubiese gustado más que abrazar a mis dos queridos amigos: el polifacético Idígoras y a mi respetado Ned Land de los teclados. Pero ahora –sacándome la espina– ya os digo, lo inserto para vuestra diversión y esparcimiento. Para gozo y regocijo. Para que veáis que no miento.

Aquí lo tenéis . Antes la letra; después el video.

 

Disfrutadlo. Es un gran trabajo.

 

LA LETRA:

 

Era un pecador de la pradera, un muchacho que cantaba,

natural de La Calzada, en el barrio La Trinidad.

 

Ella era una aspirante a estrella, bailarina itinerante,

 por la gloria de mi madre, que iba de ciudad en ciudad.

 

Un día el azar los unió, Cupido estaba de buen humor.

En un caballo llegó Desde Bonanza cargado de amor.

 

El cantante y la bailarina se inventaron la nueva vida

de la Condesa y el Conde Mor.

 

Gregorio fue creando un mundo propio, plagado de disparates

donde habitaba Grijander que era un fistro diodenal.

 

A Pepita le salía la sonrisita con sus pasos tan bailones,

 una mano en los riñones y la pierna levantá.

 

Tras muchas risas, el tiempo pasó y Cupido se unió a la emoción.

En un caballo llegó Desde Bonanza cargado de amor.

 

Tiempos complicados, años duros. Esposos siameses, siempre juntos.

Venciendo a la tristeza, dando jaque con su grito de guerra: Al ataquer!

 

No puedor el pueblo exclamó, Cupido se unió a la emoción.

 En un caballo llegó desde Bonanza cargado de amor.

 

El cantante y la bailarina se inventaron la nueva vida

de la Condesa y el Conde Mor.

 Se fue ella y él la siguió y cuando dijeron adiós

(hasta luego, Lucas) más chiquito el mundo quedó.

 

Y EL VÍDEO:

 

***

 

 

 

 

INCOMPRENSIÓN LECTORA.

“Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza

habla mientras el género humano no escucha.”

Víctor Hugo.

 

A finales del siglo pasado (que lejano suena eso ya) durante mis estudios de Lengua Inglesa en la Escuela Oficial de Idiomas de Málaga, teníamos que realizar una serie de ejercicios que consistían en un número determinado de textos –en inglés, por supuesto–  y que debíamos definir con una sola palabra previamente estudiada en clase. Para demostrar primero, que nos habíamos quedado con la copla del significado del palabro y ya, de camino, obligarnos a traducir la descripción mentalmente. Tenía pues, dos fines pedagógicos concretos el ejercicio: La traducción (translation) y la comprensión lectora (comprehension check).

Vamos a lo segundo: La comprensión lectora. O la falta de ella.

Hoy en día, infortunadamente, la comprensión lectora  –y ahora me refiero al castellano– pasa por malos momentos.  Coyuntura fastidiosa e incómoda ésta por mor de esas sociedades ficticias llenas de falsas realidades e identidades anónimas como son las redes sociales.

Ya he comentado mucho por aquí, que la no presencia física y, por ende, la ausencia de gestos, de miradas, de entonación, roces etc.… produce en la conversación escrita malos entendidos. Lo que a finales del siglo pasado, ya te digo, mis compañeros de Escuela y yo teníamos que llamar «misunderstoods».

Por esa causa y por una inexplicable carencia de entendimiento (y buena fe) hoy en día cualquier broma, por inocente que sea; cualquier comentario ingenuo e inofensivo; cualquier parrafada carente de malicia, es mal o bien entendida por el lector de una manera según le pille el día de humor o por su predisposición a la benevolencia y a la cordialidad. Y muchas veces, su reacción inesperada y su respuesta desangelada le produce al autor sorpresa, pasmo y tristeza. Más que nada, porque lo considero terriblemente injusto.

Pero no es lo más malo de esto la mala interpretación;  tampoco el inexistente análisis del texto en su contexto. Ni siquiera la falta de la más mínima (se me perdone el oximoron) generosidad ; lo más malo de todo es cuando, el que malentiende un comentario, saca a relucir su peor concepto del que escribe y se deja llevar, irreflexivamente, por su propia monomanía.

Así me ha pasado recientemente. Que por dos malentendidos (ya sabéis: dos misunderstoods) he comprobado, dolorosamente, el verdadero concepto que tienen de mí dos buenos amigos; que no todo «el oro es montégano» que decía aquel, y que todos – y me incluyo yo, naturalmente– nos revestimos de una capa de falsedad y de fraude para dar la apariencia de que somos lo que no somos.

Voy a tener que borrar de mi perfil el Máster en Claridad Descriptiva y Espontaneidad  Epistolar que en su día me saqué en la Universidad Rey Juan Carlos I. Cum laude por otro lado.

Vale dictum.