JOSE MARÍA SOUVIRÓN. DIARIO I

JOSE MARÍA SOUVIRÓN. DIARIO I

«La vida es naturalmente incompleta y todo empeño en hacerla completa es vano. Siempre nos falta algo, lo que deseamos. Si lo tuviésemos, nos sería quitado lo que ya tenemos, y lo incompleto sería de otra manera, contrariamente incompleto»

DIA: Martes 23 de abril de 1957

Luis Rosales, José Coronel Urtecho, José María Souvirón, Eduardo Carranza, Leopoldo Panero, Dámaso Alonso y Luis Felipe Vivanco, años 50. 
Archivo Histórico Nacional. Madrid.

Hace unos días que mi querido hermano desde el corazón Luis Centeno, me hizo entrega de un regalo que me tenía guardado desde hace un par de meses. Se trataba del diario íntimo e inédito de mi tío José María Souvirón Huelin que se ha publicado y presentado dentro de las jornadas dedicadas a éste por el Centro Cultural Generación del 27 de la Diputación de Málaga. Un libro, DIARIO I, que así se llama, felizmente editado  por  Javier La Beira y Daniel Ramos hacia los cuales no tengo sino mi más sincero agradecimiento por los entrañables recuerdos que me han proporcionado con dicha publicación.

José María Souvirón, Diario I. / Bibl. ASR

Sabedor, mi hermano in pectore, de que yo estaba mucho más que interesado en el citado Diario, y conocedor también de las íntimas circunstancias que me impedían asistir a ese acto a cuya mesa fui invitado a intervenir (pasaron los tiempos propicios para ello) tuvo, desde el primer momento, la intención de que ese libro fuese a parar –sin dudarlo de ninguna de las maneras– a mis manos, a mis ojos y a mis más afectuosos y entrañables recuerdos familiares.

Diario I, me llamaba poderosamente la atención. La prensa y los artículos que comentaban la edición de estas memorias, insistían y coincidían en la absoluta sinceridad y franqueza de lo escrito por mi tío José María que nunca fue corto en expresar su opinión personal ni pacato en reprender la mala educación, la audacia del bobo y la falta de cortesía.

Máquina de escribir Hispano Olivetti de José María Souvirón

Pobres de aquellos mentecatos que –sin prever las consecuencias– le tocaban la paciencia y se exponían, por tener un inadecuado comportamiento, al alcance de su palabra estricta y severa pero también razonada e inapelable.  O peor aún, a su hartazgo nada fingido. Terror provocaba entre aquellos inevitables necios y botarates (productores incansables de simplezas y necedades) tan profusos en los círculos de la cultura y la pedantería de aquellos tiempos; y no pocos recelos levantó entre estos, por tener la costumbre de emitir siempre su opinión sincera, veraz y honesta despejada de cualquier tipo de lisonja gratuita.

Cogí el libro con verdadera expectación. Más que nada –seamos sinceros– para ver, en primera instancia,  qué era lo que exponía de mi familia; aunque también, cierto es, para conocer de primera mano cómo fue su vida allende los mares y más arriba de Despeñaperros rodeado de eminentes figuras de la ilustración de aquellos años.

Cuando tío Josemaría empezó a escribir su diario, yo tenía apenas un mes de vida; pero después, lo escolté cada vez que venía a Málaga (su compañía intermitente me duró dieciocho años) con toda devoción y cariño. Con toda mi admiración. Con todo el respeto que se pueda tratar nunca a ningún familiar. Deslumbrado por sus interesantísimas historias y por el afecto paciente que me dispensaba.

Me ha encantado volver con él, gracias a este diario, a La Cañada de los Ingleses a aquellas tertulias y a aquellos recitales de verdiales en el llano de tío Matías. A volver a oír los mismos villancicos que cantábamos en varios idiomas (así lo narra en el libro) junto a la chimenea con mis tíos, mis padres y mis hermanos oliendo (y oyendo) los trompitos de eucaliptos al quemarse y saboreando desde lejos el aroma de los exquisitos bizcochos que tía Lourdes preparaba y que aún no habían llegado a la mesa. He vuelto a ver –otra vez– las flores de las pitas florecidas justo encima del pozo negro. Y me he vuelto a maravillar observando ese mar de color espléndido desde el mirador único que era la casa de Tioma  y que a él –a tío Josemaría– tanta vida y serenidad le  proporcionaba.

Luis Rosales con Azorín, Leopoldo Panero, Eduardo Carranza, J.M. Souvirón y José Coronel (poeta nicaragënse) en febrero 1958.

La admiración que yo sentía –que sentíamos todos– hacia tío Josemaría, se ha acrecentado sobremanera después de leer este libro: Su inteligencia natural para el estudio. Su carácter y voluntad de anteponer la verdadera vocación por la escritura y la enseñanza a lo más provechoso (económicamente) del ejercicio de la abogacía (fue, profesor de futuros insignes abogados malagueños) que le proporcionaron una vida plena y completa. Antepuso, decía, su verdadera vocación de escritor y profesor pudiendo haber elegido ser notario o registrador de la propiedad tal y como se esperaba de tan precoz y prometedor abogado.

Tío Josemaría fue –ahora lo sé definitivamente– un hombre leal a sus principios. Un verdadero intelectual que hizo lo que debía de hacer sin plegarse a los aduladores y cobistas del régimen. Una persona con una fortaleza extraordinaria en su fe en Dios, que no le impidió criticar con dureza al clero y no lisonjear, inmerecidamente, a los poderes fácticos y reaccionarios de su época. A los pelotas, a los lameculos.

Desde muy joven, fue un hombre de salud frágil. Una mala salud propiciada por un corazón quebrado pero colmado por el amor fiel que sintió hacia Dios, por sus hijos, a su familia más cercana, a su mujer (se puede querer desde el olvido, decía) a sus amigos y, sobre muchas de estas cosas, a la poesía. Ponga el lector de estas letras el orden de prioridad que prefiera.

Quiero leer ya la segunda entrega de este diario para seguir emocionándome con sus lágrimas provocadas por la belleza.  Para seguir preguntándome, sin entenderlo demasiado, por ese amor desmedido a Cristo. Para seguir sintiendo el inmenso orgullo que me interviene al saber las amistades que cultivó. Para poder acompañarlo, sin que se dé cuenta, en la soledad elegida de su cuarto del patio de La Cañada. Aquel que, en sus ausencias, fue tantas veces mío y en el que, sin yo saberlo, respiré el aroma de la erudición más exuberante, fértil y próspera que yo –antes de leer este diario– no hubiese podido imaginar en toda su magnitud y transcendencia.

Bienvenido de nuevo a mi vida, tío Josemaría. Me sigues emocionando.

INOCENCIA Y GRACIA

MALAGACUARELA

MALAGACUARELA

Tengo una especial predilección por la técnica artística pictórica denominada «Urban Sketcher». Muchos la conocerán. Me introdujeron en este ámbito dos queridos amigos  –ambos máximos exponentes en el grupo de Málaga– como son Javier Rico y Luis Ruiz Padrón.

La frescura de dichos dibujos, la inmediatez en la realización y el colorido del resultado, me cautivaron desde el primer de los primeros momentos. Ya saben que dichos trabajos se realizan a pie de calle y sobre unos cuadernos (las muchas veces sin sentarse) y empleando trazos que retratan el paisaje elegido y que se visten de colores a base de aplicar acuarela al dibujo resultante. Todas esas circunstancias: La frescura, la inmediatez, el colorido, y, sobre todo, la franca camaradería que se respira en estos grupos de amigos artistas, hacen –ya lo he dicho repetidamente– que sea un impenitente y fervoroso admirador de esta interesantísima técnica y de sus preciosos y apreciados resultados.

Pues bien; casualmente, llega a mis ojos una serie de dibujos, que con temática malagueña, mi querido y viejo amigo Eduardo Guille ha elaborado recientemente. Él no lo sabe todavía, pero como dispongo de su permiso eterno, abusando, le he mangado su trabajo y lo cuelgo en este blog –que es tanto suyo como mío– para el disfrute de aquellos que tengan el privilegio de dedicar unos minutos a contemplar preciosos rincones de Málaga dibujados por este –y no me canso de repetirlo– querido y viejo amigo.

Disfrutadlos.