EL FUTURO

EL FUTURO

El tiempo presente, que será pasado en cuanto haya usted leído esto, ha sido futuro durante el momento efímero en que ha sido pergeñado. Hasta que, cuando llega al futuro supuesto en lo que fue pretérito, vuelve a ser presente en ese momento adecuado. En fin, un lio tremendo que no me atrevo a seguir desarrollando porque estoy empezando a sentirme mareado y que agradezco que ya pertenezca al pasado en el que se me ocurrió la mala idea de escribir este artículo sobre el futuro que nos ha llegado sin percatarnos y que conforma nuestro presente. Así que me callo por la salud que me trae este silencio y por la Gloria de mi madre.

Aunque…. ¿A qué venía esto? ¡Ah! sí!  Pues venía esto a que yo, desde el observatorio de mis sesenta y cuatro –qué edad más Beatle, rediez– me he dado cuenta de que ya vivo en el futuro soñado de mi niñez. Un futuro aquel, el soñado, ahora presente, que supera mis expectativas más calenturientas y visionarias. ¡Vale…Ya lo dejo!

Era yo un mico (aunque siempre tiré a gorila) cuando imaginaba un mundo fantástico y probablemente utópico en el que los robots estuvieran a mi servicio facilitándome la vida. ¡Pero que tontería! pensaba ya en mi adolescencia… ¿Cómo va a ser posible que se haga realidad todo eso que se viene a la cabeza?  ¿Y lo que ni siquiera imaginé? ¿Poder localizar a mis amigos, en plena vorágine de Semana Santa en el centro de mi ciudad, con un cacharrito pegado a mi oreja sin tener que usar ese obsoleto sentido arácnido de bares habituales para unirme al grupo? ¿Oír cualquier música deseada que previamente he escogido a golpe de voz? ¿Leer libros en unos artilugios llamados tabletas que siempre estuvieron implementados en mi cerebro como un trozo de chocolate envuelto en un papel rojo y otro de aluminio elaborado por una conocidísima marca llamada Nestlé? Imposible del todo, creía.

Muchos más casos son los que podría indicar, pero ya lo he hecho antes en estas páginas.

En fin, lo que quiero decir es que, lo de ahora, me pilla un poco asustado aunque ya viva en el futuro de antaño. Entro en mi casa y grito a las paredes –tal si fuese Moisés montándole el pollo a los judíos– para que se enciendan las luces. Pido a Alexa –que es un aparato de forma similar a una pastilla de jabón “Flota” repipi y petulante– que me diga la temperatura actual de mi barrio, del Baix Empordà o de Tombuctú. Que le ordene (a través de Alexa, recuerden) a un impenitente reptil fiscalizador que se llama “Conga” (y no es de Jalisco) a que se dé un tour guiado completo por mi hogar y que mientras se da el rule, ya de camino, lo husmee todo, transmita esos datos a no sé dónde ni con qué fines y ya, si acaso, y le viene bien, limpie, pula y dé esplendor a los suelos de nuestro domicilio patrio. Tengo, y ya termino, a mi disposición, más canales de televisión y cine de los que jamás hubiese soñado y me hacen falta; y me beneficio, finalmente, de acceso a la más inabarcable información universal a través de un milagro llamado Internet que me procura todo lo anteriormente citado. ¿Es fuerte o no es fuerte? Ya os digo: Todo esto me pilla un poco asustado.

Así que, ahora, por pedir, que este caso sí que cuesta dinero, le he pedido a la impertinente Alexa, que me diga la hora de Wuhan y que me haga un cronómetro regresivo para controlar el tiempo que queda para que los chinos construyan un par de hospitales –para atender a miles de personas afectadas por un constipado mortal llamado Coronavirus– en sólo quince días.

Yo no sé lo que pensarán ustedes, pero si esto no es el futuro nunca imaginado de nuestra niñez, que baje Dios de la Nube en su coche volador y lo vea.

 

MAMALUISA

MAMALUISA

Casa Centeno fue para mí –todo el que me conoce lo sabe– mi segunda casa. Mi hogar de adopción y acogida. Un lugar del que apenas salía pues allí me sentía verdaderamente cómodo y cariñosamente aceptado. Un sitio donde pasé infinidad de horas de mi vida disfrutando de un ambiente tremendamente familiar que sólo lo igualaba el mío propio.

Casa Centeno fue refugio, asilo y cobijo. Abrigo, albergue, guarida… Centro de mi vida en el centro de la ciudad durante aquellos años en los que se forjó una amistad imperecedera e inagotable con todos los miembros de ese maravilloso clan. Mi familia añadida. Mi otra familia querida.

La responsable de todo ese cúmulo de circunstancias afectivas –no lo duden ni un momento– fue la Mater Familias: Mamaluisa. Todo junto, como a mí me gusta.

Fue ella, el germen de esa naturaleza afable, cordial y sencilla que caracteriza a toda la familia Centeno. Una persona afectuosa y acogedora que tuvo suficientes alas para proteger –y encauzar con su ejemplo– no sólo a sus hijos biológicos sino también a los numerosos amigos de cada uno de ellos. Amigos todos, que nos sentíamos –orgullosos y satisfechos– parte activa y participativa de ese grupo familiar.

Ahora, Mamaluisa –sin tener el detalle de preguntarnos a todos los que la queríamos acerca de lo conveniente de su partida– se ha ido de esta parte tangible de la vida que es el mundo terrenal. Pero nosotros, los adoptados incondicionales, que somos inconformistas y cabezones por naturaleza, hemos decidido rebelarnos contra el sentimiento de despedida y separación y vamos a conservar – en la parte más personal e íntima de nuestra memoria– el recuerdo sencillo, bondadoso y condescendiente de esa maravillosa y dulce mujer. De esa persona atenta y obsequiosa que supo querer desaforada y desinteresadamente a todos los que la rodeamos y tuvimos el honor y la inmensa suerte de conocerla. Descansa en paz querida Mamaluisa. Dejas mucho amor en este mundo y un imborrable recuerdo en mi corazón.

 

Supiste hacer crecer la hierba fresca,

Los árboles, las flores y los trigos

Y ahora se ha secado todo el campo;

El viento te lo has llevado contigo.

Has dejado tu mundo seco y frío

Sombría tu habitación y tu ventana

Y ha parado de crecer aquella rama

Que supo hacer contigo, todo mío.

Ya las rosas solo saben dar espinas

Y un olor amargo, frío y severo,

Será que tú paraste de regarlas

Al llevarte la lluvia con Enero

(Poema de Luis Centeno)

POLLO, POLLO. EL CHICKEN ART DE SARAH HUDOCK.

Antes de nada, indicar que me da auténtica grima comer pollo. Muchísimo asco. No soporto a ese rastrero volátil que se come, con sumo deleite escatológico, las mierdas de sus propios congéneres y que esta costumbre, configuró el inicio de mi más atávica aversión hacia aquellas comidas realizadas con ese alimento. El pollo pollo.

Odio a este animal en todas sus vertientes alimenticias; desde la apetecible (a la vista) alita churruscada o el pollo asado trinchado hasta el súmmun de lo desagradable que es cuando flota inerte y cocido en cualquier puchero o sopa con un indecente y repugnante color cadáver.

Y odio al pollo, y ya termino mi tremendo discurso negativo, porque manías aparte, todo el que me rodea y sabe de mi profundo desagrado hacia las aves de corral, procura meterme doblada disimuladamente entre pecho y espalda (no sé qué gracia le verán al desatino) cualquier receta que contenga al repulsivo y abominable omnívoro.

Admitámoslo: Sólo admito a esta subespecie de corral en forma de foie o paté (de oca y/o pato) porque de pequeño, mi tía Lourdes confeccionaba uno delicioso (tengo que reconocerlo) el cual, al cabo de los años, me enteré que era elaborado con higaditos de pollo. Pero para entonces, ya era tarde para reconocer el asco que (no) me producía.

Viene esto porque, eso sí, me encanta verlos dibujados o pintados. Su estética es notable y cuando el pollo es gallo o gallina clueca, inspira orgullo o ternura. Galantería o delicadeza. Afecto y terneza. Así que ahora, os voy a poner una preciosa galería de imágenes de trabajos con pollos de protagonistas y realizados por una exquisita pintora llamada Sarah Hudock… Chicken Art.

Sarah, vive en Vermont, su lugar favorito en todo el mundo. Es un lugar lleno de pastos y montañas verdes, antiguas granjas y bosques. Está lleno de caminos de tierra, ciervos, coyotes, zorros, mapaches, gatos pescadores, marmotas, ardillas y halcones. (sic)

Y añade: “¿Por qué pinté pollos durante cinco años seguidos? Porque el pollo del patio trasero es una de las criaturas menos apreciadas en este hermoso mundo nuestro. Son dulces, curiosos, inteligentes y divertidos. Sus colores, patrones y plumas son realmente hermosos, y también ofrecen una maravillosa combinación de dignidad y diversión hilarante. Son completamente vulnerables y, sin embargo, una gallina protegerá ferozmente a sus polluelos y un gallo dará su vida por el rebaño. Hice mi mejor esfuerzo para representarlos y honrarlos con amor.”

Por cierto… El escudo heráldico de mi familia es un pollo.

Esta es la galería: