EL CEMENTERIO DE LOS NÚMEROS OLVIDADOS

 

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(Para Margarita Sanz. Que desde hoy, ya no atiende llamadas.)

No se van a creer ustedes lo que a continuación les voy a decir; pero uno de los objetos, que desde siempre conservo en mi casa, y que más melancolía me causa, es mi antigua agenda telefónica. Porque, irremisiblemente y sin ella pretenderlo, por su propio contenido, me lleva a la zona más dolorosa de los recuerdos.

Ahora lo explico:

Desde hace algo así como catorce mil seiscientos días –que es lo que «grosso modo»  vienen a pesar cuarenta años– conservo una antigua guía telefónica de papel en mi poder. Una guía que reposa invariablemente en el brazo izquierdo del sofá de mi salón junto a mi sillón de cabecera. (El sofá, ha cambiado varias veces. El salón, un par de ellas. El sillón de cabecera, no! porque un sillón de cabecera –cómo el diamante de la canción– es para siempre.) así que, cada vez que hemos cambiado algo en el domicilio familiar, juro por lo más sagrado, que la agenda telefónica ha permanecido siempre en su lugar acostumbrado. De hecho, si alguna vez no estuviese en su sitio, estoy seguro de que por la noche, se oirían lamentos inconsolables y afligidos reclamando su lugar.

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En esta época plasticosa de nuevas tecnologías y materiales apáticos; de costumbres que –a diferencia de las de antaño– duran lo que esos peces de hielo del Sabina en un Gin–Tonic de amariconadas maneras. En estos tiempos infieles  y desagradecidos con los objetos que tanto nos ayudaron cuando nos prestaban servicio, ahora, una agenda de teléfonos de papel, forrada de buen cuero ya desteñido y cuarteado por el manejo –con su hilera de pestañitas alfabética en la vertical derecha– duerme el sueño del desuso abatida y desconsolada por la ingratitud del abandono y el olvido.

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Cada vez que, por la «H» o por la «B», abro mi agenda buscando el número telefónico del último técnico de lavadoras y frigoríficos que queda en activo, el número de Samoa para encargar unos Andresitos o algún otro que no esté almacenado en ese listado sin alma que es la memoria de un teléfono móvil, me entran las siete cosas. Porque la digital, sabiendo ella que cada par de años le pones los cuernos con otro terminal, se venga de ti, te deja sin los números más importantes y se ríe desde el fondo oscuro del último cajón de la cómoda donde está confinada. La de papel es fiel y leal. Tan sincera, que no se corta ni una cifra en recordarte según qué cosas.

Abrir la agenda manuscrita, y ojearla, entristece. Es darte un paseo por ese Cementerio de los números olvidados (que es el cómo el del Zafón pero cambiando de muertos) y volver a visualizar a los propietarios de estos que ya se fueron de tu vida y de la suya propia.

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Leo el 218500, e inmediatamente empiezo a oír a Harry Belafonte cantando, por navidad, Mary’s Boy Child en la Casita Rosa de Tía Pilar en Monte de Sancha. Leer 216669 es volver a estar sentado junto a Tío Matías y a Tía Lourdes leyendo viejos ejemplares del Reader’s Digest en aquellas entrañables noches de invierno de la Cañada de los Ingleses.

251344 era el de tía Celia y Tío Manlio Antonio, que es nombre muy del agrado de Santiago Posteguillo; el 763011 me devuelve el olor a leña mojada y humeante de la primera casa que alquilamos en las Alpujarras allá por los primeros años ochenta.

El 219399 me huele a café al mediodía en casa de Antonio Abril y Doña Matilde y el 287297 me recuerda a aquellos albañiles bastardos y maleducados que me hicieron imposible dos meses de reformas y que me hicieron profundamente  infeliz. De esos sí que me alegro el no haberlos tenido que llamar nunca más jamás.

El 216704 me lleva directamente a (mi) casa Centeno en la Plaza del Obispo; y el 306542 me trae el olor a harina de ese Camino de los Ingleses que conforma la zona de Eugenio Gross.

Uno que empieza por 29 y termina de la misma manera, ya es huésped fijo y de honor del Valle de la Desmemoria por los siglos de los siglos amén.

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El apartado de la «B» está lleno de referencias de bares y tugurios que ya han desaparecido y la «C» pasa de corrido por el Club de Botes, la Carnicería Villafuerte, el «Colema» justo al lado y por la Comisaría del Palo.  La «D» ampara al menos a seis dentistas y a los padres de Diego Guzmán. Y la «T» está invadida por Caballeros de la Orden del Negro Anaranjado.

En mi agenda conviven en una perfecta armonía mecánicos y fontaneros doctorados con médicos y profesores especializados. Los músicos se amontonan junto a perseguidos por la ley y contrabandistas;  y el Hospital Civil, se da la mano –como si tuviesen en común algo más que la inicial que los ordena– con la Heladería Lauri y la oficina de mi amigo «El Pelúo» en la Delegación de Hacienda.

En la «K» viven Keka, Keko, Koke y Kike. Más o menos lo que pasa en la «N» donde mantienen animadas conversaciones, Nena, Nene, Nina, Nini, Noni y Nano sin apenas liarse con los nombres. Tengo guardado el teléfono de Lito de cuando lo de Presenta junto al de Leo Abril cuando vivía en el Crowndale Court  de  Camden Town y nada (ni nadie) preveía que se iba a ir despidiéndose a la francesa.

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La «LL» llora porque así empieza su nombre y porque nadie habita su letra. Ni la «Q» ni la «W» ni casi la «Y» que se libra por los pelos gracias a una tal Yolanda que no tengo ni la más remota idea de quién pudiera ser.

Lo que quiero decir, es que repasar –aunque sea por encima– mi antigua agenda de papel, me convence de que ésta, posee un alma que el frío móvil no tiene. Un alma compuesta por los espíritus de los amigos que fueron o de esos familiares que ya no están conmigo porque tomaron las de Villadiego que es un pueblo que colinda con Villanueva de la Defunción. Porque eso, es ley vida, amigos míos. Porque eso, también, es ley de muerte.

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DIARIO DETALLADO DE UNA MAÑANA ACCIDENTADA.

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«Con lo que Dios da y el Rey ofrece,

no hay más remedio que joderse»

(Popular)

(Para Martica)

Diciembre día 23 del año, 2016

Se presentía una mañana ideal; Todo estaba previsto. Caminábamos Santa y yo por calle Luis Taboada hacia abajo. La idea era coger yo el autobús que me llevaría al centro de la ciudad (tenía el coche en el taller reparándole un golpe que me dieron) donde había quedado (en la Bodega Casa Guardia) con mi querido amigo Fernando Damas: La pretensión era el recoger unos libros en la librería Mapas y Compañía –La Guerra Civil Española de José Pablo García y Corégraphie Portuarie de Luis Ruiz Padrón debidamente firmados y dedicados con dibujos por sus respectivos autores– para después continuar con mi amigo paseando y tomándonos un refrigerio; que mi amigo Damas es mucho de invitarse a unas delicatesen y para nada permanece impasible al «ademán». Santa, por su parte, iba a la peluquería que ya se sabe cómo son estos días de trajín, ajetreo y atiborre desmedido.

Así que el plan se me antojaba casi perfecto, tan casi perfecto que casi mosqueaba por la falta de incidencias. El destino, que es avieso y muy de joder la marrana, me regaló un apercibimiento en forma de retortijón que me hizo pensar en la vuelta a casa para soslayar la posible contingencia.

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Comienza la odisea.

11:20 A.M. Calle Luis Taboada, inmediatamente después del inesperado retortijón, recibo una llamada de la chica de la oficina del taller indicándome la perentoria necesidad de retirar el coche antes de las 13:30 si no quiero quedarme sin él hasta el día 27. Desisto del plan de evacuación vertical y me dirijo a la parada del bus encomendándome a lo más alto del escalafón del santoral: El amado apóstol San Pedo.

 

11:55 A.M. La resaca que arrastraba de la noche anterior empieza a pasarme factura esperando frente a Casa Guardia. El olor a vino dulce Moscatel me trastoca el estómago y el retortijón se va transformando en conato de apretón. Considero libar una gaseosa, pero desisto por el efecto indeseado que el gas carbónico puede liarme en la tripa. Comienzo a preocuparme.

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12:07 A.M. llega Fernando, le explico el tema de lo del coche, no lo de la posibilidad de irme de vareta (que aunque lo parezca, no es la capital de Malta) y nos vamos hacia la librería para poco después darnos un fraternal abrazo de despedida, no sin antes yo reconvenirle esa falta de seriedad al cambiar su regalo de Navidad –tradicionalmente Ron de edad provecta– por unas latas muy monas de un aceite de Oliva EXCEPCIONAL (sic) para Santa. Cría córvidos y te sacará los ójidos.

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12:55 A.M. Llego a la parada de autobús al que le quedan, todavía, 12 minutos por llegar. El atributo de conato, le desaparece al apretón y este queda en apretón puro y duro ( me temo que lo de duro es más esperanza por mi parte que realidad)

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13:07 P.M. Subo al vehículo con la nalgada prieta. Las gotas de sudor me caen por el rostro y siento cómo el avisador del esfínter –inclemente y sin alma que es– no para de convulsionar anunciando la mala nueva; se me permita el símil escatológico-navideño. Me quito el foulard y me desabrocho la camisa. No sé si el calor lo produce el bus o los dolores de dilatación que me intervienen. Mil paradas quedan, mil. Los letreros de las tiendas, hacen referencia a lo que me atormenta: Telas al «peso». «Sanitarios» Los Tilos. «Cisternas» Pepe Núñez Atascos y «Desatoros». Un horror.

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13: 20 P.M. Veo al final de la calle del Polígono Industrial que el taller está aún abierto pero con los trabajadores esperando para que yo me lleve el puto coche y poder irse de vacaciones  y me pregunto descorazonadamente. ¿Cómo pedirles usar el cuarto de Baño, dejarles el «regalo» y contaminada la nave? ¿Cómo pedir a unas personas el que me esperen a que yo deposite un mojón kilométrico (es un disfemismo) digno de una carretera comarcal de los sesenta?

13:27 P.M. Llego al taller con el culo más apretado que Rudolf Nuyerev en Cascanueces. Me explican amablemente y con cierta parsimonia –los técnicos y la chica de recepción– la reparación efectuada mientras yo muevo mi cuerpo como si fuese un muñequito Elvis entrado en kilos.

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13:35 P.M. Me meto en el coche muy apurado. Sudo! Blasfemo! Arranco! Me siento en mi coche cómo en mi casa; pero no me confío, ¿Cuántas batallas han sido derrotadas en los momentos finales? Así que procuro salir del puto Polígono Industrial para coger la autovía que me llevará lo más rápidamente a sentarme en el trono anhelado. Wáter is Coming.

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13:39 P.M. Me equivoco!  Oh, Señor, Me equivoco de desvío! Voy en dirección centro otra vez. Me cago en tó lo que se menea. Inmediatamente, me arrepiento de lo dicho, por lo inconveniente de la expresión y cambio la temática del insulto.  Supútamadre! Como puedo, tomo la dirección correcta y enfilo la autovía.

13:49 P.M. la velocidad máxima a la que llego es a 120 Km/h. Una multa de 100 Euros que me había llegado hacía un par de días me tiene asustado. Nótese que la palabra cagao, no sale de mi boca. Todos los coches me sobrepasan y eso que van relajaditos.

14:02 P.M. Llego a casa chorreando sudor y convencido, de que los dos últimos minutos son los peores y cuando debo de conservar la calma. Dejo el coche mal aparcado. Doble fila. Saludo a un vecino con un Holaaasstardessssadiossss…. y subo a casa andando atropelladamente. Santa me pregunta….¿Como ha ido la cosaaa? y yo le contesto, mientras tiro el chaquetón en el sofá, me voy bajando los pantalones por el salón y le contesto desde el pasillo….¡¡¡ Que meee caaaagooooo!!!

14:02:35 P.M. (Censurado)

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14: 28 P.M. Ya, mucho más tranquilo –los dos Lorazepam, parece que me han sentado fenomenal– respiro aliviado y recuperada la razón, pienso que, al fin y al cabo… Con lo que Dios da y el Rey ofrece, no hay más remedio que joderse!

FELIZ NAVIDAD… Y… ¡¡¡¡ COMPRAD LOTERÍA QUE HABLAR DE MIERDA, DA SUERTE!!!!

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Todas las imágenes que ilustran esta entrada, son obras de Mark Oliver.

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SE ME PERMITA (A MÍ TAMBIÉN) LA RAJADA.

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Muchos son los que rajan hasta la extenuación, de la masiva afluencia de público en determinadas fechas por el centro de la ciudad que habito; todos esos de los muchos, protestan airadamente por establecidas y tradicionales manifestaciones artísticas, religiosas o populares; abominan también del buen número de cruceristas que pasean –formando  aglomeraciones en las calles– pero produciendo pingües beneficios a comercios, monumentos y museos. Dándole vida a unas calles que antes, se comían el maleficio de la mierda y el abandono.

Absolutamente todos los que, airados, alzan su voz protestando sin descanso, por los acontecimientos ciudadanos que conllevan una evidente prosperidad y éxito, pero también, sus inherentes e inevitables molestias, me parecen tan snobs e irreflexivos cómo sectarios e intransigentes.

Unos reaccionarios que están convencidos de que su comportamiento, forma de pensar y actuar, sólo encaja en una minoritaria élite cultural al alcance unos pocos elegidos. Todos los demás, chusma. Muchos de estos regalados por la erudición y la inteligencia, por decisión propia, conforman una selección antinatural de doctos ilustrados que habitan un mundo de «vernisagges y happenings y otros actos de alto rango cultural» que el ciudadano de a pie (pobrecito él lo que se pierde) no es capaz de llegar a  comprender ni a discernir. No alcanza el probo  ignorante, a ver por dónde llegan los tiros de la excelencia y la sublimidad artística. Aunque, y eso es otra cosa, imploren su asistencia a los actos que ellos organizan.

¿Será porque la mayoría de esos actos son petulantes, complicados e incomprensibles?

¿Será porque esos actos son autoafirmaciones –en su propia languidez– de sus exclusivos mundos de Yupi?

Tengo que estar volviéndome muy viejo y mucho más cascarrabias; pero cada vez aguanto menos, y se me permita (a mí también) la rajada, a los modernos jactanciosos que se quejan de todo lo popular y multitudinario para acaparar los aplausos de sus manejados acólitos de turno.

Ecce dicit.

 

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LA MÁLAGA A TRAZOS DE LUIS RUIZ PADRÓN

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No hay la menor duda de que este probo administrador de «El Blog de Father Gorgonzola» tiene sus debilidades y sus preferencias particulares. Predilecciones inevitables e ineludibles hacia determinados invitados –a pesar de la irrenunciable excelencia general–  que como digo siempre, cuando llegan aquí, es para quedarse a perpetuidad.

A causa de esa excelencia general, sería muy difícil e injusto particularizar en unos cuantos por lo que supone de desconsideración hacia todos los que con su talento, han aparecido por  aquí dándole clase y elegancia –y una pátina de distinción– a los más de mil artículos que ya preñan este espacio virtual.

Pero… ¿Cómo particularizar entre todos los pintores al que ostenta el grado de Almirante o al que viñetea diariamente junto a su hermano dándole réplica a la realidad en la prensa? ¿Cómo indicar que mi poeta favorito es aquel que jugaba de chavea por el Pasillo de Nateras sin mencionar al que todos los lunes me prepara el ánimo para el resto de la semana? ¿Y el que prosea desde el ingenio más inimitable y selecto? ¿Puedo decir que, de entre tantos actores amigos, mi preferido es el que desde hace cuarenta años hace mejor mi vida? O…  ¿Qué el nombre del músico más excelso que habita este rincón empieza por José y termina por Lito?

No. No puedo personalizar sin crear un poco desencanto y un mucho de desconcierto. No puedo hacerlo ecuánimemente, porque todos son grandes en sus distintas disciplinas artísticas. Modelos a imitar por sus muchos seguidores y partidarios.

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Pero sí que puedo indicar  –porque siempre hay una excepción– que sí hay alguien que en su especialidad destaca especialmente. Alguien que me fue presentado por un amigo del alma. Ese alguien, es mi admirado afecto Luis Ruiz Padrón. Luís, Doctor arquitecto, columnista de prensa, y representante máximo del movimiento Urban Sketcher en Málaga, es un Maestro en lo suyo; además de ser una persona generosa donde las haya y que, manifiestamente, dispensa un trato tan cordial cómo educado a todo el mundo. Tan atento cómo tremendamente ilustrado. Único en ese estilo tan fresco, preciso y detallista que resulta de pintar en el exterior sin la complicidad de la soledad, la tranquilidad y el silencio.

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Luis, acaba de presentar en nuestra librería de cabecera «Mapas y Compañía» su último trabajo «Málaga Choréographie Portuaire» –una selección de dibujos del puerto de Málaga– al que sin duda le auguro un papel principal como regalo en esta navidades. Pues bien, también está realizando cada domingo en el Diario Sur y para nuestro regocijo, su particular visión (con dibujos y textos) de una Málaga arquitectónica que, las muchas veces, se escapan de la mirada profana del viandante, más ocupado en las prisas y la impaciencia que en el paseo observador y sosegado.

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Yo, que soy seguidor y fan absoluto de su trabajo, me levanto cada domingo con la ilusión de leer y escudriñar atentamente su colaboración semanal; y –como es natural– las guardo con la debida y pertinente devoción;  con ese ansia coleccionista que me domina de forma incontrolable con las cosas que me gustan.

Esto que ahora vais a ver, son las diez primeras entregas de su «Málaga a Trazos». Espero que haya muchas más y espero también, tener la oportunidad de que mi blog se  vuelva a vestir de satisfacción cómo siempre lo hace cuando el amigo, armado de cuaderno y rotulador, llega para visitarlo.

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01- UN ÁRBOL EN LA CORNISA

La tenacidad con que la naturaleza reclama su antiguo solar resulta admirable. La ciudad supone un desafío para la fauna y la flora silvestres, pero siempre hay un pájaro dispuesto a depositar una semilla en suelo yermo de la que luego surgirá la planta pionera. La avanzadilla suelen formarla higueras y otras especies de ficus, que padecen una querencia irrefrenable por las cornisas de las edificaciones antiguas. Como es el caso de esta casita, en cuyo canalón prospera un ejemplar que pronto alcanzará porte arbóreo. Quien transite por la calle Salamanca (número 32) reparará en ella debido al oscilante ramaje que brota del alero. Al pasar puede que oiga el inconfundible sonido que producen al cerrarse los portones de madera de antaño: la buena noticia es que la casa sigue habitada.

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02- EL ARCA DEL TESORO

Dicen los persas que la granada es un cofre que guarda un tesoro en el interior de su austero envoltorio. De la misma forma, el Palacio de la Aduana esconde un formidable contenido que al fin va a ser desvelado. Nos hemos acostumbrado a entender ese edificio como un simple volumen situado en el mejor lugar de la ciudad, y del cual solamente su piel es relevante; casi un simple decorado para realzar el grupo de palmeras washingtonias de su fachada sur. Pero pronto estaremos como niños con zapatos nuevos, cuando abramos la cáscara y contemplemos los fondos del flamante Museo de Málaga.

 

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03- LOS OTROS

En todo grupo hay siempre un individuo que destaca sobre el resto y se erige en protagonista, aunque son los otros los que le arropan y refuerzan en su papel. Los conjuntos urbanos no son una excepción a esta norma, y convendremos que en la plaza de Félix Sáenz es el edificio del mismo nombre el que capta la atención de los todos los viandantes: su emplazamiento y prestancia así lo dictan. De esta manera pasan desapercibidas otras construcciones cercanas que, sin ser ejemplos sobresalientes de la arquitectura local, imprimen un carácter distintivo al lugar.

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04- ANTES DEL NEÓN

Hubo un tiempo en que los reclamos publicitarios de los negocios estaban asociados al arte de la rotulación manual sobre paramento en vez de al neón. Los vestigios de esta tendencia han desaparecido entre los escombros de los edificios que los mostraron o, en el mejor de los casos, bajo capas de pintura. Por eso es muy infrecuente hallar fósiles como este de la calle Miguel de Molina, en Capuchinos. Como aún puede leerse, en su día albergó el taller de mármoles Heredero de la viuda de R. Baeza; de su antigüedad da fe el número de dígitos del teléfono escrito en el anuncio. Sólo cuatro.

 

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05- EL ÚLTIMO GRITO

Se ha escrito tanto acerca del fin de Discos Candilejas que es una grata sorpresa encontrar la tienda todavía abierta. Por desgracia es sólo un espejismo, ya que el negocio cerrará el día 15 de este mes. El local luce su estética setentera con orgullo, rompedora en el momento de su apertura y que hoy destila un cierto aire vintage. Entonces mereció el apelativo de «último grito del diseño», que en la actualidad está tan pasado de moda como –tristemente- la costumbre de comprar discos. Más que un grito, a lo que asistimos ahora es al canto del cisne del pequeño comercio en el centro, ahogado por las nuevas formas de consumo, el monocultivo hostelero y los alquileres inasumibles.

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06- RETOQUES FINALES

Dice la leyenda que la fuente de Génova cayó en poder de los piratas berberiscos cuando era transportada por mar a nuestra ciudad, hace ya cinco siglos. Sea o no auténtica la historia, lo cierto es que su mármol está bastante baqueteado después de experimentar diversas mudanzas y otros avatares. El último de ellos vino en forma de una pedrada asestada con nocturnidad durante el pasado verano, tras la cual ha sido restaurada con mimo por la empresa Quibla Restaura.

Esta semana se retiraban los andamios que la han ocultado durante los trabajos y ahora se muestra resplandeciente a todos los que pasean por la plaza de la Constitución, mientras los operarios dan los retoques finales pincel en mano.

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07- PALACIO DE SOLESIO

Las guías de arquitectura de Málaga informan sobre la presencia de un palacio barroco en el nº 61 de la calle Granada: el palacio de Solesio, incorrectamente conocido como del marqués de la Sonora. Pero tal edificio no existe. Lo único que hay allí es un cascarón hueco, que tan sólo se sostiene en pie gracias a un aparatoso corsé metálico. La ficha, sin embargo, sigue testarudamente: «la monumental escalera emplazada en el zaguán confirma el carácter noble de esta obra» y «las mansardas en cubierta denotan influencia francesa». Todo en vano, el palacio se ha vaporizado. Gozaba de protección integral.

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08-LOS DIAS CONTADOS

La Alameda Principal es un diamante en bruto entre los espacios públicos de nuestra ciudad, aunque tal afirmación resulte chocante dada su imagen actual fragmentada, ruidosa y caótica. Pero esta situación tiene los días contados, ya que las etapas en la ruta hacia su peatonalización parcial van sucediéndose; puede que lo que hoy es una terminal de autobuses urbanos sea pronto una superficie para el disfrute ciudadano en la que ya no predomine el asfalto. Lo cual significará por cierto un respiro para los grandes árboles que flanquean su paseo central y que entrelazan sus ramas sobre él, cerrando una bóveda insólita por sus dimensiones colosales.

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09- ARMA DE INSTRUCCIÓN MASIVA

El hábitat natural del bibliobús lo constituyen aquellas barriadas que no disponen de una biblioteca pública, por eso resulta muy infrecuente encontrarlo desempeñando su misión en pleno centro de la ciudad. El pasado miércoles fue una de esas raras ocasiones, con motivo de la celebración del Día Internacional de la Ciudad Educadora, cuyo propósito es «crear conciencia de la importancia de la educación en la urbe». No podía por tanto faltar el equipo de nuestro bibliobús municipal, que se encargó de difundir la ilusión de la lectura entre los escolares. Mientras tanto, una actriz amenizaba su espera ilustrándoles sobre personajes de la literatura clásica. Marcos Reina, el entusiasta bibliotecario, nos proporcionaba la más certera definición de las bibliotecas móviles: armas de instrucción masiva.

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10- GUIÑOS DESDE EL ALFÉIZAR0

Detenerse y mirar hacia arriba tiene recompensas. La ciudad agradece la gentileza y nos corresponde proponiéndonos un juego. En este caso no uno, sino dos. La elección puede inclinarse del lado de la papiroflexia, como muestran las pajaritas enfrentadas del azulejo de la segunda planta, o del tangram mediante el cual parecen estar compuestas las figuras. En cualquier caso es un privilegio reservado a aquellos capaces de sustraerse de las prisas por un instante y con receptividad suficiente como para captar los guiños que nos dirigen las fachadas. Se desconoce el nombre del arquitecto que hace un siglo diseñó el edificio mostrado en el dibujo, pero no cabe duda de su sentido del humor.

***

 

UNA FALTA DE APRECIACIÓN

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UNA FALTA DE APRECIACIÓN.

Era Edelmiro Rodríguez, un cretino amargado de la vida. Un tipo victima de su propia mala baba y también, de una indiscutible mala leche.  No era de extrañar. Trabajaba en un oficio mal retribuido que no le reportaba ninguna satisfacción personal; permanecía soltero, pues no había mujer que soportara su carácter siempre agrio y avinagrado; además, olía mal. Apenas tenía amigos, y los que tenía, procuraban darle el esquinazo cada vez que el estúpido y cargante Edelmiro, trataba de apuntarse a cualquiera de sus reuniones. Por no tener, no tenía ni tan siquiera grupo de Whatsapp, porque nadie lo aceptaba. Era, lo que se dice, un fracasado social.

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Todas estas circunstancias a la corta edad de treinta y cinco –no era aparentemente tonto y se daba cuenta–le hacían ser un sujeto infortunado y un desgraciado;  una persona absolutamente infeliz perennemente ofendida con todo aquel que tuviese la desdicha de pasar cerca de su vida.

Pero aconteció que la suerte (que es osada y a veces irresponsable) se fijó en él. Y le regaló –sin pensar a quien le hacía el obsequio– la oportunidad de que se le apareciera (fíjense en el adecuado juego de palabra) el famoso y ladino Genio de la Lámpara Maravillosa.

Se le apareció Genio, como es pertinente, envuelto en humo y, tras el protocolo habitual y que me ahorro, le concedió, por eso de la crisis, un solo deseo.

–Uno sólo, Edelmiro; que está la cosa muy mala.

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Edelmiro se lo pensó y repensó. No quería bienes materiales. ¿Para qué? si no tenía con quien disfrutarlos. ¿Dinero? pues más o menos; su triste y apocada vida le salía barata.  ¿Amor? ¡¡¡Anda y que se jodan!!! Así que pensó en que lo que más le satisfaría sería gastar una broma pesada para hacérselo pasar mal a aquellos que lo despreciaban que eran –él lo sabía– muchísimos. De esa manera, podría reírse de ellos a mandíbula batiente durante un rato. Puro placer en su desdicha.

Así que le dijo a Genio…

– ¡Vale! ¡Ya lo tengo!

– Dime amo, le contestó este.

– Quiero que mañana durante un par de horas (tampoco quería ser demasiado cruel) a eso de las ocho y media de la tarde, a todo el mundo le desaparezcan de su cuerpo cualquier  tipo de prótesis que lleven. Todo lo que no viniera de serie en el ser humano al nacer.

Pensaba hincharse de reír, sentado cómodamente en el Café Central –y mientras se tomaba un café con los preceptivos tres churritos– reírse de lo lindo viendo cómo la gente no daba crédito a lo que le estaba sucediendo.

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Genio puso cara rara. No podía negarse; su palabra era ley y le era imposible negar cualquier petición por extraña que fuera.

– Sea! Contestó; y contrariado, desapareció tremendamente preocupado.

Al día siguiente, Edelmiro se fue tranquilamente paseando por calle Larios con tiempo suficiente para coger una buena mesa y esperar a ver si Genio cumplía la palabra dada. Pidió –desabridamente, pues no podía evitar ser desagradable– un café mitad descafeinado con leche descremada y sacarina (no podía ser de otra manera) y los tres churritos de rigor. Un botellín de agua fría le serviría para justificar las dos horas que pensaba tirarse sentado y riendo en el Café Central.

Justo a las ocho de la tarde, estaba el impresentable ya sentado con unos paquetes de  pañuelos de papel para secarse las lágrimas de risa que, con toda seguridad, les serían necesarios.

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Café Central. Plaza de la Constitución. Málaga. 20:30 horas. En punto.

Las señoras mayores que estaban sentadas a su lado, empezaron a gritar alocadamente viendo cómo el chocolate ardiente que estaban tomando caía a chorreones desde sus bocas desdentadas. Las chicas treintañeras de dos mesas más allá, observaron con estupor cómo las tetas se descolgaban una cuarta –libres de las prótesis de silicona–sobre sus otra vez voluminosas barrigas que volvían a tener el tamaño de antes de la liposucción.

Edelmiro reía a carcajadas sin poder contener las lágrimas. Menos mal que había previsto  su abastecimiento de pañuelos. No podía contenerse… Los caballeros caían sin el apoyo de sus bastones y sillas de ruedas. Abuelas que también caían, al desaparecer las prótesis de caderas. Señores calvos despojados de sus peluquines, niñatos sin rastro de depilación y las orejas vencidas sin esos piercings dilatadores; las mujeres, desamparadas por el láser, lucían horrendos bigotones y piernas y axilas con abundante bello. El abandono de los tintes en el pelo, propiciaban un incontable número de canosos… Edelmiro no paraba de reír. Desaforadamente se tronchaba viendo el ridículo general .

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Poco antes de las 22:30, decidió retirarse y dirigirse a su casa antes de alguien cayese en la cuenta de sus risas y de su actitud despectiva. Ya estaba bien.

No se sabe si por la abundancia de lágrimas o por distracción, no se fijó en que algunas de las personas caídas ni se levantaban ni se movían.

Llegó a casa, se puso cómodo (hoy no tocaba ducha semanal) se preparó un bocadillo y un botellín de Mahou y se sentó en el sofá para ver la tele. Se lo había pasado muy bien. Se había divertido un huevo. Sintonizó un canal cualquiera y vio que había un avance de noticias. Sin prestarle atención cambió de cadena. Emitían otro informativo. Pulsó de nuevo el botón y más noticias. Ya esto le extraño. Pulsó la 1 y estaban informando de millones de extrañas muertes acontecidas esa misma tarde en todo el planeta; entre las 20:30 y las 22:30.

Millones de personas a las que se les habían parado sus marcapasos. Conductores de trenes, pilotos de aviones que dejaban sin control esos medios de transportes y provocaban  terribles accidentes… Peatones atropellados a causa de su sordera o caídos en medio de las calles al fallarles las piernas ortopédicas. Los  trasplantados  y los ancianos alojados en residencias  fallecidos se contabilizaban en cientos de miles. El caos era total. Nadie sabía que podría haber pasado.

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Aturdido y asustado, llamó a casa de sus padres temiéndose lo peor. Al teléfono, le comunicaron –iban a llamarlo en ese momento– que su madre había fallecido debido a un fallo cardíaco.

Loco de dolor, gritó a Genio desgañitándose reclamando su presencia para recriminarle su excesivo celo.

Al aparecérsele, le pregunto el porqué de la nefasta magnitud del deseo concedido.

– Me pediste que «A TODO EL MUNDO» le desaparecieran las prótesis e implantes de sus cuerpos. Todo lo que no viniese de serie en el ser humano al nacer, añadiste. Y yo, amo, yo nunca discuto un deseo. Si no… ¿Qué clase de genio sería?

– Lo siento mucho, Edelmiro, pero me temo, que has tenido una falta de apreciación.

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Todas las imágenes que ilustran esta entrada, son obras de Eric Lacombe.

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PASTOR QUE BAJAS CANTANDO

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No llega verdaderamente la Navidad a mi blog, cuando éste se viste adecuadamente con brillos e imágenes apropiadas para estos tiempos. Cuando, al entrar en esta página, empiezan a caer falsos copos de nieve sobre el escritorio. Tampoco, cuando las luces de mi ciudad adornan sus calles con un derroche paradójico e incoherente tratando de atraer al ciudadano hacia un espíritu que ya, hace mucho, abandonó sus tradiciones en aras de otras nuevas prácticas importadas, que nada tienen que ver con nuestro carácter y nuestra particularidad.

No. La Navidad, empieza a notarse en este blog de, manera inequívoca y palpable, cuando mi querido amigo el poeta me llama por teléfono y me proporciona —con su acostumbrada generosidad— el ya tradicional villancico que sirve para felicitar estas fechas a todos los que sois habituales de este sitio.

Un honor al que me tiene mal acostumbrado.

Pero ya no digo más. Ya me callo. Pues no quiero desviar vuestra atención de las bellísimas palabras de mi apreciado Juan Miguel González del Pino. Un admirable escritor y poeta. Mucho mejor persona. Muchísimo mejor amigo.

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INCONFESIONES

 

INCONFESIONES

«…se hallaba tendido en una chaisse–longue, y tenía en
su blanca mano una rosa sin perfume.»
O. Mirebau

 

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(© de la fotografía y posado: Maripili ¡Qué barbaridad!)

Conozco a Maripili ¡Qué barbaridad! desde los tiempos postreros del señor Don Eulalio Caballero de Verdaguer. Jefe de Protocolo que fue en, tiempos, de la Muy Noble Casa Castilolamancha. Líder y jerarca de aquel templo de la música y de la imagen que también lo fue La Cueva del Cerrado de Calderón donde tantas buenas producciones se fraguaron y tanto, tanto, sus amigos disfrutamos.

Siempre me gustó ese aspecto desenfadado y libérrimo que destilaba la moza en las fotos que yo veía de aquel domicilio que frecuentábamos a tiempo desfasado – cuando la salud del amigo común corría por los cauces debidos– pues los ambos dos, que somos ella y yo, nunca coincidimos en dicho templo en el mismo punto temporal. Lástima fuese.

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(© de la fotografía y posado: Maripili ¡Qué barbaridad!)

Sin embargo, y a las fotos me remito, me encantaba su estilo fresco y lozano. Me atraía mucho, ese su pelo que caía –como desmadejado– cubriéndole media cara; aportando a su semblante, ese aura de misterio y ocultación de actriz de los cincuenta que tanto gustaba a Caballero de Verdaguer.

Dispone Maripili ¡Qué barbaridad! de una risa contagiosa y descarada; produciendo en el que la mira, una mezcla de arrebato y de deseo difícil de evitar. Imposible de soslayar.

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(© de la fotografía y posado: Maripili ¡Qué barbaridad!)

Viste Maripili ¡Qué barbaridad!  un cuerpo concupiscente y lascivo. Una figura tan atrayente y libidinosa como erótica e impúdica… Así qué, sabiendo esto, tímidamente, sacando fuerzas de flaqueza –y venciendo mis temores al rechazo y a su arrebato–  le pedí con voz bajita y cómo no quiere la cosa, el que si se prestaría a ilustrar una nueva entrega de esta serie de poesía erótica que inserto en este blog y que ahora estáis leyendo.

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(© de la fotografía y posado: Maripili ¡Qué barbaridad!)

De manera inesperada (o no tanto, no se vayan a creer ustedes) Maripili ¡Qué barbaridad! se entusiasmó con la idea; y sorpresivamente, se prestó a ser la protagonista de esta performance virtual y dejar que pudierais imaginar –saliendo de su boca preñada de lujuria–  este poema  de Ana Rosetti.

Una perfecta combinación de la palabra y de la más deseable –y casi tangible– carnalidad que ahora, vais a poder disfrutar.

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Este es el poema de la Rosetti. A Maripili, ¡Qué barbaridad! … Ya lleváis un rato gozándola.

 

INCONFESIONES

Es tan adorable introducirme
en su lecho, y que mi mano viajera
descanse, entre sus piernas, descuidada,
y al desenvainar la columna tersa
–su cimera encarnada y jugosa
tendrá el sabor de las fresas, picante–
presenciar la inesperada expresión
de su anatomía que no sabe usar,
mostrarle el sonrosado engarce
al indeciso dedo, mientras en pérfidas
y precisas dosis se le administra audacia.
Es adorable pervertir
a un muchacho, extraerle del vientre
virginal esa rugiente ternura
tan parecida al estertor final
de un agonizante, que es imposible
no irlo matando mientras eyacula.

Autora del poema: Ana Rossetti

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(© de la fotografía y posado: Maripili ¡Qué barbaridad!)

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