VIERNES SANTO. TRES DE LA TARDE.

Viniendo de una familia católica, apostólica y romana, no sé de donde ni cómo diantres he salido yo.

Toda la Semana Santa se vivía con recogimiento –hablamos de mediados de los años sesenta y yo contaba, como mucho con diez gloriosos añitos- en la familia Souvirón.

Empezábamos el viernes de Dolores con el adecuado menú preparado con la pertinente intención de no comer carne: Lentejas con frituritas de bacalao. Después, ese mismo día, acudíamos a la celebración de llamados “Oficios” qué aún hoy en día no sé qué caramba conmemoraba. Eso sí, recuerdo entre brumas el look morado de muchos de los celebrantes.

El Martes Santo, este que os escribe salía de penitente en la Cofradía del Rocío luciendo paquete bocadillero en la entrepierna. El Miércoles Santo, mi padre, como correspondía a su cargo de Comandante Jefe del Real Cuerpo de Bomberos de Málaga salía al frente de la Banda de Cornetas y Tambores de dicho cuerpo y posteriormente en la presidencia de la comitiva de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia.

El Jueves Santo era compartida la devoción ( y desfile de los hermanos Souvirón) entre Viñeros y Esperanza; y el Viernes Santo y aquí llega el meollo de este artículo, volvíamos a deglutir el acostumbrado menú lentejil-bacaladero, esperando el gran momento de las tres de la tarde que era esa la hora en que Nuestro Señor Jesucristo, expirando el último suspiro, le reprochaba a su Padre – en un perfecto catalán- el marronazo que le había hecho pasar. Ya saben, eso de … Pare meu, Pare meu, Per què m’heu abandonat?

Llegan las tres de la tarde, sigo contando. En el salón de mi casa de Barcenillas, con el monte y su Castillo de Gibralfaro a través del ventanal sobre nuestras cabezas, mi abuela Matilde y mi Tío –que eran entrañables y queridísimos okupas en nuestra casa- mis padres, los cuatro hermanos, el ínclito yerno Joseluís y la tata Manola nos arrodillábamos en el salón para que a la (terrible y temida) hora justa del fallecimiento de Nuestro Señor, entonar un pío y devoto Padrenuestro (Versión antigua) como señal de respeto y consideración por tan doloroso aniversario.

Nos arrodillamos mirándonos disimuladamente de reojo los unos a los otros (ya se sabe el irreverente e inoportuno sentido del humor de la familia en actos prudentes y severos) temiéndonos lo peor que no era sino lo que en un minuto habría de suceder. Como cada año, aclaremos. Como cada año.

Padre Nuestro que estás en los cielos… entona mi padre serio y circunspecto…

Primer gruñido solapado. No se sabe de quién procede pero el gruñido suena de incógnito entre los que ocupamos el salón, diez almas benditas y nuestro perro Cuchi que siempre nos acompañaba tendido en el sofá y alucinado con la escena que se le presentaba delante de sus atónitos ojos.

Segundo gruñido no tan solapado esta vez, con acompañamiento de carraspera de contención inútil. Santificado sea tu nombre… continúa mi padre cariacontecido en viéndolas llegar.

El grupo familiar arrodillado, ya os digo, comienza a dar bandazos inquietamente. Llegan los temblores. Los cuerpos tiritan a causa de la risa contenida que está a punto de llegar de forma arrolladora e irresistible.

Venga a nosotros tu reino… dice mi padre con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos llenos de lágrimas no sabemos si por aflicción o por puro cachondeo.

Y llega la explosión! Mientras se oye desde la televisión la lúgubre y pesarosa voz de Don Matías Prats Cañete – que era una mezcla infame de NO-DO y partido del Bernabéu- La familia Souvirón, de manera incontrolable y totalmente espontánea (o no) se revolvían en el suelo de su casa ante el horror de mi abuela, mi tío y mis padres pidiendo moderación ante tamaña blasfemia pero eso sí, con un enorme dolor producido por calambres en el costado de tanto aguantar la risa.

¡Qué días más felices, aquellos de antaño, cuando aún estábamos todos!

Así que hoy, aún en día, me sigo preguntando.. Viniendo de una familia católica, apostólica y romana, no sé de donde ni cómo diantres he salido yo. O sí!

NECESITO

Llevo unos cuantos días con el estribillo de una canción de Triana llamada “Necesito” metida en la cabeza y no se me va. Todo el día.

Casualmente, hoy, hace justo tres años, me quitaron un riñón debido a un tumor maligno que me estaba devorando por dentro con una velocidad sorprendente y una eficacia atroz.

Nueve meses después, me comunicaron que la metástasis había aparecido y que era inoperable. Me trataron –y siguen tratando– en el IBIMA del Hospital Clínico para realizar un ensayo clínico conmigo. El tratamiento, dos años después, está resultando enormemente exitoso. Mi calidad de vida ha cambiado radicalmente –para muchísimo mejor– gracias a dicho tratamiento y gracias también al trato afectuoso y empático de todo el personal de dicho departamento.

Pues bien, hoy en día, desde la satisfacción, la alegría y el contento de cómo me encuentro física y mentalmente, ya os digo, no paro de tararear la canción de Triana cambiándole, eso sí, algún orden en las estrofas.

Dice así:

Necesito, agarrarme a la cola del viento para poder volar. Porque la vida se me va y del pasado no voy a vivir. Y con mi tiempo, yo quiero sentir.”

La mente, amigos míos, es muy poderosa. Y la coincidencia de la fecha con el recuerdo de esa letra a todas horas de estos días, no puede ser baladí.

Separadores de Texto. Contribución para Steemit. — Steemit