ISABELITA.

ISABELITA

mecanógrafa

Hace un millón de años, trabajaba con mi padre –en un organismo oficial– una chica pizpireta y recortadita llamada Isabelita.

Isabelita era, ya os digo, una mocita alegre y jacarandosa; bajita de cuerpo y entradita en carnes que estaba siempre risueña y predispuesta a alegrar a sus compañeros de trabajo con su chispa y su gracejo. Un verdadero portento de conversación fecunda e inagotable.

Aconteció que por aquellos tiempos –hablo ya de hace muchos años– la jovial e hiperactiva (antes se llamaba a eso “culillo de mal asiento”) Isabelita, realizó un curso de mecanografía rápida y a “mano completa” para prosperar en su trabajo subiendo de cargo y categoría. Así fue; Isabelita, con su titulito debajo del brazo, pasó a desempeñar en la oficina de aquel estamento oficial, el cargo de Administrativa Mecanógrafa.

Después de un par de años de darle a la tecla, en la acreditada Academia Almi, Isabelita estaba loca por demostrar a cada uno de sus compañeros su habilidad y rapidez; su perfecta e impecable ejecución en aquella negra Remington Standard Nº 12 de carro, papel de calco y campanita. Cada compañero que se le acercaba, caía en sus redes y se tenía que someter –más por complacencia y educación, que ganas– a la demostración “in situ” que manifestaría la perfección de Isabelita manejando la máquina escribidora.

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A todos y a cada uno. Menos al Jefe. Cada vez que mi padre pasaba por su lado –y advertido por los otros empleados– trataba de librarse de la tan temida exhibición.
Hasta que el destino –inevitable y cruel cómo es– le preparó una encerrona a mi pobre padre e Isabelita lo cogió de improviso de una manera ineludible e inexcusable.

  • Don Fernando! Don Fernando! Sabe Ud. que he hecho un curso de Administrativa Mecanógrafaaa?
  • Anda, que bien guapa! Estupendo, vaya!!. Buenoooo… Te dejo Isabelita que me tengo que ir a una reunión.
  • Don Fernando! Don Fernando! –insistió la novata mecanógrafa– espere Ud. que le voy a hacer una demostración!!! Dícteme Ud. algo muy rápido y largo! –le dijo–.
  • Isabelita, mujerrr que me tengo que irrrrr…
  • Don Fernandooo, por favoorrr…

Así que mi padre, un poco conmovido por la carita de pena que le ponía la muchachita, le dijo:

  • Vale. A ver, escríbeme tu nombre

Isabelita puso un folio en el carro de la Remington Standard Nº 12; rrrááss… rrrááss… rrrááss… bajó el papel. Desperezó el cuello. Cruzó los dedos de las manos y los estiró. También los brazos. Y en un santiamén, y con un rapidísimo tecleteo, ejecutó: tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac. Para, sin dejar de mirar a los ojos a mi padre, y con una pizca –todo hay que decirlo– de indisimulado orgullo, arrancó de un tirón el papel donde ponía, escrito en mayúsculas, su nombre: ISABELOTA.

Las carcajadas inevitables e incontenibles de mi padre se oyeron en todo el edificio; y, por supuesto, desde aquel día, la ínclita Administrativa Mecanógrafa, llevó el nombre de ISABELOTA hasta la tumba.

Aconteció en Málaga. Circa 1945

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MERODEADORES DE REDES SOCIALES

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MERODEADORES DE REDES SOCIALES

Se esconden tras los parapetos de la impunidad y del secretismo mas ineficaz. Ignorando, que eso del anonimato en las redes sociales, tiene las patas tan cortas cómo su propia generosidad en la respuesta. Hablo de los merodeadores de las redes sociales.

Suelen pasearse por ellas vestidos con un traje de silencio; de un indisimulado secretismo que les permite no involucrarse en nada. No existen para ellos ni el compromiso ni la obligación; ni la responsabilidad ni la necesaria implicación. Tampoco son generosos con su opinión personal. Muchas veces, las más, hacen caso omiso a las mínimas reglas de cortesía y sólo se limitan a escudriñar impertinentemente –desde el ángulo oscuro (como el arpa de Bécquer) en su aburrido salón– tomando buena nota de las conversaciones de los demás para así sacar, como mínimo, el beneficio de la información y el rédito del complaciente fisgoneo. Desde la pesquisa, el acecho y el bicheo.

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Actúan con total descargo de culpabilidad, deslizándose –con los ojos brillantes– por los muros de Facebook donde tienen, más o menos asegurado, el sigilo y la reserva; por los grupos de Whatsapp, ignorando –en muchos casos– que su presencia, ahora sí, siempre es detectada y advertida por el autor, dueño y señor del comentario.

El ego –cuando se alía con el compromiso– ciega la razón que aconseja borrar a esos desconocidos que jamás intervienen en tus chácharas; el salirte de aquellos grupos en los que tus comentarios son sistemáticamente no contestados por ese personal, que tu sabes desde la triquiñuela, han sido leídos por el mudo (o la muda) de turno.

Merodeadores de redes sociales que saben tanto o más que tú de tu propia vida; sin tan siquiera tener la necesidad de comunicarse ni de cruzar una sola palabra contigo.

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EL MONTE DE LAS TRES LETRAS

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EL MONTE DE LAS TRES LETRAS

«Ganas dan de correr y abrazarte, de llenar de castañas y almencinas tus enormes zapatones de tela peatonal, de auparme hasta tu frente y ungirla de sonetos bien mojados en vino de los Montes.»

Juan Miguel González

Cuando a la temprana edad de ocho años me mudé de la céntrica Plaza de los Mártires, para vivir en una descampada Barcenillas despojada de bloques, lo único que me consoló fue que estaba destinado a vivir en una zona de «entremontes». Una zona despoblada, en aquellos tiempos, situada entre el Monte de Gibralfaro al sureste y el Monte Victoria al noroeste. No se me tenga muy en cuenta mi capacidad orientativa que no es muy mucho de fiar.

Debido a esa apacible y bucólica situación cuasi rústica, el terreno me obligó gratamente a vivir en un ambiente saludable y enormemente divertido. Un terreno proclive a gozar de aventuras y juegos, que de ninguna manera, podría haber vivido de haber seguido residiendo en el centro de la ciudad. Otro tanto me pasaba cuando, en mis largas temporadas en La Cañada de los Ingleses, podía zascandilear libremente por el monte entre algarrobos y Llagas de Cristo. Esta circunstancia, hizo de mi un experto en subir y bajar entornos sombríos por pinares inacabables o por zonas absolutamente soleadas, y que me procuraban vistas únicas de la ciudad, cuando –cómo solíamos hacer de chavales– subíamos a las cimas de los citados Montes de Gibralfaro y Victoria. Este último también conocido como Monte de la Tres Letras.

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Viviendo en Los Pinos (Barcenillas) no eran pocas las veces que atravesando el Reino de Conde Ureña, llegábamos hasta el Mirador que se encontraba en todo lo alto y en el comienzo del camino de tierra que llevaba al Seminario. Una vez allí, la pandilla, las más veces, hacíamos largas marchas de montañismo para alcanzar la cima del Monte de las Tres Letras. Una vez allí, en unas inclinadas y enormes lajas de piedra (La Barca grande y la Barca chica) nos tendíamos a todo lo largo y pasábamos horas contemplando cómo la ciudad – aparentemente quieta– respiraba a nuestros pies y jugábamos a situar edificios y monumentos.

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El Poeta Juan Miguel González, me llamó hace unos días para agradecerme (no hay de qué) el tratamiento que le había dado en este blog a su inspirada felicitación navideña.

Como suele pasar, la conversación con mi amigo se prolongó más de lo que permiten los horarios laborales, debido a su amenísimo e interesante palique. Salió a colación mi absoluta admiración y pasión hacia su producción costumbrista y localista. Ya se lo he dicho muchas veces, que cualquier referencia versificada sobre la Málaga que ocupó nuestra niñez, y sus bellísimos alegatos sobre negocios, paisajes o personas desaparecidas, conforman uno de las temas preferidos por este que ahora os escribe.

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Juan Miguel González tuvo a bien (Qué honor!) el proponerme ser el personaje, el actor principal, de un romance que escribiría sobre algún lugar preferido de mi niñez. Para hacerme un regalo imborrable para mi ego (no puedo negar mi parcela de vanidad) y para afinzar mi devoción inquebrantable hacia su obra. Hacia su persona. Me preguntó qué lugar estaba grabado de manera indeleble en mi memoria para situar el romance. Entre otros muchos sitios, le indiqué el Monte de las Tres Letras, y eso es lo que ahora viene. Un texto poético de una espléndida hermosura que desde ahora, formará parte del lugar más entrañable y principal de mi Muro de los Afectos.

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Para adornar esta entrada de una manera perfecta, qué mejor que hacerlo con los dibujos de otra persona –que al igual que yo– subió y disfrutó ese monte en su niñez: mi querido amigo el arquitecto Luis Ruiz Padrón. Luis, con esa generosidad inacabable que dispone hacia mí, ha tenido la deferencia de remitirme una serie de dibujos que –junto a la palabra de Juan Miguel– conforman una de las entradas más placenteras que yo haya escrito últimamente.

Este es el texto de Juan Miguel González. Estos son los dibujos de Luis Ruiz Padrón; disfrutadlos. Son una verdadera muestra de delicadeza y de elegancia. Una demostración de cariño, aprecio y amistad tan agradecido cómo inmerecido.

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EL MONTE DE LAS TRES LETRAS

Para Álvaro Souvirón

En lo alto se subía
del Monte de las Tres Letras,
Alvarito Souvirón,
con unos cuantos chaveas.

Deshojaban margaritas,
masticaban vinagretas,
cogerían almencinas
y partirían las almendras.

Caballitos del diablo
volando sobre la alberca,
y cigarrones saltando
y algún lagarto en las peñas,
iban mirando asombrados,
en su escaladora gesta,
por el agreste condado
matinal de Conde Ureña.

A contemplar se sentaban,
felices en una piedra:
la Catedral, el Castillo,
el Seminario, las huertas,
las hileras de eucaliptos,
el Camino de las Pencas,
el Puerto y el Melillero
y el mar de la Malagueta.

En su pecho de gigante,
emocionado conserva
el niño aquel que subía
al Monte de las Tres Letras,
para abrazar con los ojos
y en el alma retenerlas
la luz, la mar y los cielos
de aquella Málaga nuestra.

Juan Miguel González
Málaga. Enero 2015

balcón

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ANEXO DE ÚLTIMA HORA

Mi estimado amigo Manolo Alonso Aragón –hermano de mi íntimo amigo (Q.E.P.D.) José María Alonso– tiene a bien el proporcionarme una información que él, cómo testigo directo (era vecino en aquellos días de Conde Ureña) vivió y presenció el bautizo del Monte Victoria cómo Monte de las Tres Letras.

Esta es la información que me proporciona:

Testigo del bautizo del monte.

Hasta finales de los 50 desconocíamos el nombre original del monte. La chiquillería de la zona le llamábamos el monte de las almencinas, el de las chorraeras o simplemente el monte. Pero una buena mañana de aquellas fechas, vimos asombrados las siglas PCE (Partido Comunista de España) pintadas con cal en las grandes rocas que culminan su cima en su cara más occidental y visible desde buena parte de Málaga.

La reacción de las autoridades del régimen no se hace esperar. Apenas 48 horas después, veo desfilar por la puerta de mi casa, decenas de presos políticos; en fila de a uno a ambos lados de la calle y flanqueados por numerosos guardias civiles fuertemente armados. Todos llevaban la misma indumentaria, un mono gris plomizo y transportaban cubos, cañas, brochas, cal, cuerdas, escaleras de mano etc.
En pocas horas aquellas tres letras del monte fueron sustituidas por las de JAC (Juventud de Acción Católica) Cada dos años aproximadamente, las letras eran repintadas con la misma mano de obra.

Con el paso de los años, contemplé varias veces, cada vez con más indignación, la silenciosa y humillante procesión. Esas siglas permanecieron durante el franquismo, la transición y los primeros años de la democracia. Yo era apenas un crío, pero aquel recuerdo quedó grabado en mi mente a hierro; me acuerdo, como si fuese ayer, con todo lujo de detalles.

ALONSO05campo(Jose María Alonso en lo alto del Monte de las Tres Letras)

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TATO ZAMBRANO ¡SE ACABÓ LA FIESTA!

TATO ZAMBRANO

Mi querido y viejo amigo –lo conozco desde hace ya más de 35 años– Tato Zambrano, me pidió hace unos días que escribiera unas letras para reseñar su nueva exposición “Se acabó la Fiesta” (del 30 de Enero al 20 de Febrero) que exhibirá –con una muestra de su última producción de figuras modeladas– en el Soho de Málaga. Concretamente en la Galería de Arte El Estudio de Ignacio de Río” sita en calle San Lorenzo, 29 de esta ciudad. De lunes a viernes de 10:00 a 13:30 y de 17:00 a 20:00 h. Los sábados con cita previa.

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Uno que es esclavo de los deseos de las buenas amistades, no pudo negarse y esto que ahora viene es el texto que le escribí y que figurará, en dicha exposición, como información y testimonio. Las fotos que aparecen en esta entrada –y que sirven de aperitivo– de algunas de las obras de Tato, han sido realizadas por los eminentes fotógrafos Ignacio del Río (las “claras”) y por Carlos Canal (las “oscuras”)

No os la perdáis. Os puedo asegurar que no os dejará indiferentes.

 

¡SE ACABÓ LA FIESTA!

_MG_6007web(Foto de Ignacio del Río)

El artista José Luis «Tato» Zambrano (San Sebastián, 1958), me propone describir la idea de una parte de su última producción escultórica que expone en “El Estudio de Ignacio del Río” del 30 de Enero al 20 de Febrero de este año que corre.

Inmediatamente, acepto sin tener en cuenta lo que de responsabilidad, carga y compromiso supone; no sólo por lo que implica de examen y exposición pública de tus palabras, sino porque el mostrar la impresión subjetiva y el propio parecer a la opinión pública sobre lo que se presenta en esta muestra taumatúrgica –con la debida significación y transcendencia – es verdaderamente difícil de asumir.

_MG_5935(Foto de Ignacio del Río)
José Luis “Tato” Zambrano –aparte de amigo de los buenos– es un artista multidisciplinar, polifacético y heterogéneo, un artista que deja en una primera intención los pinceles para centrarse en otra de esas materias que domina magistralmente: El modelado; para después – agradecidos estamos– retomar los pinceles y el horno proporcionando un color excitante y vivificador a los personajes que dan forma a su obra, con su carga implícita de teatralidad –a la idea más o menos dramática–con la que los implica.

24(Foto de Carlos Canal)

Tato Zambrano, recrea –con una mirada grotesca y extravagante, muchas veces desilusionante y ácida y a lomos del desengaño y del más indisimulado cabreo– una sociedad egocéntrica y codiciosa que está abocada a contemplar la desaparición de sus valores; sus virtudes y sus réditos vitales, que como colectividad justa y equitativa, nos correspondería vivir y disfrutar a estas alturas de lo hemos dado en llamar vida. Una vida que ahora está despojando de nuestros anaqueles, las prebendas y las canonjías que, engañosa e ilusoriamente, nos habíamos colocado como acompañantes fijas. Putas finas intangibles de Escort Service que ahora con las penurias y las carencias actuales, no tienen el menor reparo en dejarnos solos y abandonados, en la estacada, con la sola compañía de la desatención y el desánimo.

_MG_5950(Foto de Ignacio del Río)

Porque lo que ha pasado en “Se acabó la Fiesta” es que la existencia, y sus adláteres las consecuencias, –que van de la mano con esa cruel e irreductible intolerancia que proporciona lo inevitable– nos apean de la ficción de un mundo que creíamos gozoso y satisfecho dejándonos completamente en pelotas delante de la realidad y de lo imponderable.

¡¡¡Se acabó la Fiesta!!! Tan de pronto; se acabó la Fiesta tan de repente; tan de sorpresa se acabó, que a muchos pilla desprevenidos y deja sentados en el sofá tocándose la entrepierna como único consuelo. Desnudos de amigos de barras y de jaranas, con la sola compañía de sus propios fantasmas en forma de ratas o mascotas que los contemplan, evitando decirles con la mirada esa infame y cruel sentencia del «Ya te lo dije».

Málaga, Enero de 2015
Álvaro Souvirón.

25(Foto de Carlos Canal)

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LO ÚLTIMO PARA TABLETOM

Juan leyendo

LO ÚLTIMO PARA TABLETOM

Otra vez mi querido amigo, el Poeta Juan Miguel Gónzalez –con su enorme derroche de dadivosidad y esplendidez hacia mí– me escribe para regalarme una nueva obra poética.

Una nueva obra poética que él , sabiendo lo que a mi me gustan las primicias; sabiendo él, lo que a mi me gustan las letras que él confecciona –desde la ilustrada parcela de su maestría – para el grupo Tabletom, tiene la gentileza y la atención de remitirme. Un último poema que tendrá cómo destino –junto a los otros– la inevitable reclusión a cadena perpetua en el próximo trabajo discográfico del grupo Tabletom. Un trabajo éste (el poema) también digo, que me toca muy cercano y familiar; pues reconozco en las letras al amigo guitarrista en su casa haciendo bailar en los trastes, la danza armoniosa y melódica de los dedos, el equilibrio y el orden medido de la escala y  lo imposible del arpegio.

Creo que mi amigo Perico Ramírez, alma mater del grupo Tabletom, también se verá retratado en este trabajo. Si no, juzguen Uds. Mismos.

Cómo siempre…Un placer.

 trio_ramirez_04(Variación sobre una foto original de José M. Cortés)

LEYENDA O FAMA

Mejor un poco de olvido
que mucha y tediosa fama;
leyenda mejor que gloria
rumores antes que palmas.

***
Se sienta a tocar de noche
junto a la abierta ventana,
por si vuelve, con la lluvia,
el niño aquel de su infancia.

***
Velar es su viejo oficio,
esperar que en su guitarra
palpite el dolor del mundo,
susurre el dolor del alma.

***
Mejor que pocos lo sepan;
mejor que no lo distraigan
las falsas voces del día,
la triste luz de la fama.

***

Juan Miguel González
Diciembre 2014

***

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LA PROMESA.

LA PROMESA.

A1

Me la cruzo casi todas las mañanas cuando los dos nos encaminamos a nuestros respectivos trabajos. Y de esas “casi todas”, todas, me fijo en ella. A veces casualmente; a veces de sopetón en el último momento del cruce. También, a veces, después de haberla buscado con la vista. Es casi como un juego matinal de a dos pero donde sólo uno sabe que se juega, porque yo soy el único que se sabe las reglas y tira los dados.

No es difícil encontrarla; la vista, en este caso, está sometida por la memoria. Y la memoria, está a su vez domeñada por el uso; por la costumbre; por el hábito. El hábito. No saben Uds. que a propósito viene esta palabra.

Viste siempre igual. Invariablemente. Unos pantalones muy pegados –casi leggins– un jersey de manga corta y unas zapatillas deportivas, también negras, que le deben de procurar la única comodidad en su camino. En la espalda una mochila para sus efectos personales. Todo negro. La vestimenta, la mirada, y el reguero de melancolía y desconsuelo que va dejando, todo es negro.

A2

Siempre va andando. Siempre; los cuatro kilómetros que al menos le calculo yo cada día más otros tantos de vuelta. Siempre con el mismo ritmo de marcha, obligada supongo, por la costumbre. Balanceando acompasadamente los brazos cómo para ayudarla a avanzar más cadenciosamente. Desoyendo insensatamente la advertencia sin palabras que le lanza –como a todos– la temperatura cambiante de cada estación del año. Da igual si es una mañana primaveral agradable; da igual que sea otra calurosa de terral en verano. En otoño camina, imperturbable, arrastrando sin querer hojas a su paso; pero en los días de invierno –es en la temporada en que más me fijo en ella– en esas mañanas en que el mercurio casi no se levanta debido al frío, esas mañana, sin cambiar de vestimenta, (las más frías se permite la indulgencia de unos guantes) sigue andando y desandando su camino cómo si la cosa del tiritar no fuese con ella.

Yo –con esta mente tan calenturienta, cómo imaginativa que tengo– observándola cada día, ya le he puesto causa y razón a su forma de vestir y proceder; y si se me apura, hasta la he situado como funcionaria en un edificio oficial que nos pilla de camino. Ella andando aterida de frío; yo –acomodado en mi coche al amparo de una calefacción tan gratuita como injusta– le he buscado trabajo y motivo de actuación.

A3

Viste así, pienso yo, porque es esclava de una promesa. De una de esas promesas que se realizan en un momento de angustia a un Dios tan intangible cómo falsamente misericordioso. Un Dios que –tras el compromiso del pago de lo prometido– accede a la petición desesperada; más que nada, para para distraerse viendo como te las arreglas. Dios mío!!! Si se cura mi hija… Si mi marido sale de ésta… –cosas asi– iré de por vida al trabajo siempre andando, siempre con manga corta, siempre desafiando al tiempo. Siempre agradecida.

Y si por mor de la ciencia o del destino –Dios suele estar muy ocupado para ocuparse de nimiedades– su hija se cura o su marido sale de donde estaba metido, esta mujer, será esclava de por vida de su propia superstición. De su propia maldición. Así que sigue andando con una certidumbre y una fe inquebrantable en una providencia roñosa y cicatera que le exige el pago diario por la gracia concedida. Con una paciencia infinita, camina; con una perseverancia sólo comparable a la resignación más obligada.
Me da frío cuando la veo –cómo hoy– andando rítmica, decididamente. Con la mirada al frente fija en un punto imaginario; refugiada en sus pensamientos. Alimentada por una gratitud equivocada que la mantiene viva, y también, muertecita de frío.

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