DE LUIS CENTENO Y EL MICROTEATRO.
Iba a empezar este post hablando de lo gratificante y estimulante que es bajar al centro de Málaga y pasear despacio, deleitándose, por él. Del disfrutar de los preciosos recorridos cómo ese que va desde esa calle Alcazabilla -que se ocupa de albergar, entre otros monumentos, el Teatro romano y la Alcazaba musulmana- hasta la Plaza de la Merced que es el lugar donde tuvo la ocurrencia de nacer y vivir Pablo Ruiz antes de ser Picasso. Ya sabéis, ese pintor.
También iba a deciros lo bien que sienta, en esa misma plaza, tomarse -en un vaso de sidra- un par de pares de Ron Barceló (con dos hielos solamente) en La Fábrica de los Sentidos; y si se me apura, como se puede, al final de la velada, disfrutar de un reconstituyente (por eso del azúquiqui) cucurucho de helado de turrón de Casa Mira sentado en un banco en plena calle Larios. Todo eso, lo hice anoche. Aunque, y ya para terminar la relación de excelencias, lo mejor y más gratificante fueron, sin dudarlo ni un momento, el deleitarme con la compañía y la conversación impagablemente amena de mis más queridos amigos de siempre. Del trabajo artístico de mi querido hermano Luis Centeno.
Todo eso está muy bien. Muy, muy, muy bien.
Pero debo de aclarar que, todas esas gratas experiencias, quedaron anoche diluidas -cómo lágrimas en la lluvia- por la contemplación de una obra de Microteatro a la que asistí en un local del mismo nombre en la calle San Juan de Letrán,12. Esa bocacalle (me encanta esta palabra) que va desde el Teatro Cervantes a la antes mencionada Plaza de la Merced. Ya sabéis, esa; la del pintor.
Un paréntesis:
Hablando de teatro y haciendo acto de contrición pública; hablando de teatro, indico, que debo de reconocer que me horripila sobremanera el ser objetivo de miradas ajenas y/o burlonas. Sin buscarlo ni merecerlo; no las soporto. Lo digo porque me da un cierto «yuyu» eso de asistir a determinados actos y ser invitado -sin quererlo- a convertirme en indeseado protagonista.
Por ejemplo, y para entendernos, cada vez que he ido a un espectáculo del Circo del Sol (seis o siete veces; en Sevilla, en Málaga, Barcelona o Nueva York) siempre he temido que me tocara en «suerte» el ser sacado a la pista para risa y divertimento del respetable. Para ser humillado públicamente por el maldito, inoportuno y extemporáneo artista. Verbigratia: A uno que yo me sé, una vez le empezó a dar vueltas con las piernas un funambulista y no acabó hasta dejarlo en el suelo, colorado cómo un tomate y con los pantalones rajados por el culo (desde la rabadilla hasta la bragueta) delante de todos. Una monería.
Tampoco me molan esas piezas teatrales en las que los actores se bajan al patio de butacas para arrastrar al escenario al incauto -y dejándole en evidencia- sacarle a todo el teatro (menos a él) las risa y el aplauso. A otra que yo me sé, segunda Verbigratia, la enfocaron con una potente luz y empezaron a interrogarla por megafonía en plan cachondeo. Ésta, que había perdido a su marido unos días antes y estaba destrozada, la familia la había llevado al teatro para animarla. Muy oportuno y acertado.
Quiero decir con esto, que -aunque disfruto y me rio muchísimo (con una mezcla de alivio e intolerable crueldad) cuando el elegido para la gloria es otro- no me gusta que los actores descansen su responsabilidad en la representación sobre los espectadores. Son ellos los actores; y son ellos y nadie más, los que deben de carecer de los atributos de la vergüenza ajena y del inevitable pudor que nos interviene a la mayoría de los probos mortales asistentes.
Fin del paréntesis.
Anoche, sin embargo fue muy distinto. Acudí a ver una nueva forma de teatro que se está imponiendo en Málaga y en otras ciudades de España; el llamado Microteatro. Unas representaciones de alrededor de quince minutos – y que con un aforo máximo de otras tantas quince personas- se realizan en un habitáculo que no excede (así por encimilla) de los seis metros cuadrados. Esa proporción de tiempo, espacio y asistencia, te procura una íntima comunión entre actores y espectadores que hace, esa conexión, que te sientas cómodo, arropado y protegido de la chanza y la burla (nunca de los actores) del público asistente cuando te nombran. Cómo fue el caso anoche un par de veces. Más que nada porque los quince, la mayoría de las veces, suelen ser colegas.
Mi querido e inevitable Luis Centeno – ese amigo que supera ampliamente la definición de hermandad- me comunicó la obra en la que intervenía: «Terapia de Sueño». Yo, tuve la fortuna de aceptar y me quedé sorprendido; primero por el peculiar local y su amabilísimo servicio; después por ese fantástico sistema -cómodo, práctico y efectivo- de llevar el teatro a un público que -en muchos casos- abominan y huyen de largas funciones, o de sesudos e interminables textos. Pero, sobretodo, me quedé gratísimamente sorprendido por una actuación -la de Luis (y Noelia Galdeano) que supieron llevarnos de la mano, de las risas a la reflexión; de -a través de Faulkner y de un esperpéntico caso de infidelidad- a un inestimable rato de diversión. Luis Centeno ( y Noelia Galdeano) bordan su papel; tanto tanto, tanto, que nos hacen – a su público- sentirnos tremendamente cómodos y atentos. Tanto, tanto, tanto (otra vez) que ni siquiera me importó que me nombrara repetidas veces y me hiciera partícipe de su obra. «Terapia de Sueño» de Paco Baena. Una gozada.
Si queréis disfrutar de este sistema de Teatro y si, además, queréis regocijaros con un enorme, con un pedazo de actor, como es mi amigo, el 5 de Julio en el Hotel AC Málaga Palacio, repiten el exitoso trabajo del pasado mes de Mayo en dos sesiones de 20:30 y 21:45. «Descubriendo a Mateo» se llama. Lo bueno si breve dos veces bueno. Ya lo sabéis; allí nos veremos. Sin falta ni duda.
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