LA SIESTA

Acabo de comer y me lavo los dientes. Después, cierro la cortina del salón y doblo la tele, que está colgada en la pared, hacia el sofá donde me voy a pegar la siesta. Acomodo dos cojines en el brazo del sofá y me acuesto en él.

Cuando termina la Ruleta de la Suerte en A3, cambio a Tele5 para ver las noticias. La modorra se va apoderando de mi cuerpo. Ya casi que no puedo mantener los ojos abiertos pero aguanto estoicamente. No sin un esfuerzo ímprobo y sobrehumano.

Va pasando el tiempo con una lentitud inexorable.

Soporto como puedo la sección de Deportes y El Tiempo. No puedo más. Los ojos se me cierran. Es insufrible el tormento. Los parpados gimen por el esfuerzo implacable al que les estoy sometiendo.

Llega una retahíla de anuncios interminables. Sobrellevo -al borde del colapso- el sacrificio al que estoy sometido. No se acostumbra uno a la sensación de desconsuelo y desamparo a pesar que este es un ritual diario.

Suena la sintonía del infame, Sale Terelu y dice: Buenas tard… ¡Clic! Le doy al botón de la Cuatro.

¡A tomar por culo vuestro índice de audiencia!

Es entonces cuando respiro relajado. Con la sensación del deber cumplido. Estoy convencido de que estoy haciendo una labor impagable. Caigo en el más profundo sopor con la euforia y la espléndida impresión del haber hecho algo importante para el bien común.

Mañana, Otra vez.