LAS MANIFESTACIONES NECIAS.

Siempre me pasa lo mismo en cada puente de la Constitución y la Inmaculada. En esas fechas, los cuatro componentes de la familia más directa, nos reunimos en mi casa y procedemos a vestirla de Navidad. Viene mi hija y después de un trajín intenso, hacemos siempre para comer, una fondue de queso precedida por unos mejillones al vapor y algún que otro entrante.

“Tradition is Tradition”

Siempre me pasa lo mismo, decía, porque invariablemente acompañamos la velada con canciones navideñas americanas, incidiendo mucho en Bing Crosby y Frank Sinatra. Reminiscencias son estas canciones de las veladas por esas fechas en casa de mi tía Pilar y que estos días –desde hace cuatro años– se acrecienta, esta nostalgia, con la lectura de los diarios de otro de mis tíos: El escritor José María Souvirón.

Tengo la costumbre– ya voy por la cuarta entrega– de empezar dichos diarios por el índice onomástico. En éste, busco primero las páginas correspondientes a los familiares más cercanos: mi padre, mis tíos carnales, primos hermanos ,sobrinos y por fin, las amistades de todos ellos y que, asiduamente, salen reflejados en dichos diarios.

Como quiera que mi tío José María solía venir a Málaga, sobretodo por Navidad –alguna cena de Nochebuena recuerdo en casa de mis padres– los recuerdos navideños de otrora se juntan con los actuales y me producen esa inevitable morriña que producen las ausencias y una cierta desazón por los cambios de vida y costumbres. Porque observo cómo en estos tiempos de pseudo recogimiento la Navidad (y la Semana Santa) se han transformado en esta ciudad, en una especie de parque temático de luces y jolgorio en el que la «parrilla humana» olvida la principal finalidad que en su día tuvo: las reuniones y los cánticos en torno a una mesa bien dispuesta.

Yo, señoras y señores (no me crean en absoluto pacato y meapilas) paso olímpicamente de cualquier connotación religiosa que debiera de estar vinculada, en este comentario, a estas dos fiestas; pero sí que tengo que reconocerme una especial “devoción” en cuanto a las tradiciones de las que soy un absoluto defensor. Y cómo desde luego, no volvería de ninguna de las maneras a acudir a alguna Misa del Gallo ni a procesionar en alguna cofradía (de portar un trono ni os hablo) indico que sí me asombro y asusto –en comparación con tiempos no demasiado lejanos–  ante esas manifestaciones bárbaras en las calles del centro que son invadidas por una inmensa caterva de ciudadanos descontrolados que, sin ningún miramiento ni precaución, llenan mi ciudad de mierda, de inmundicias y últimamente, de virus mortales que tantas víctimas y tantas privaciones de libertad nos están acarreando y que, por ahora, no tiene visos de terminar.

Los decibelios – y me refiero a las fiestas de Pascuas, que no Floridas– resultan atronadores, las broncas, impredecibles y los atascos de personas y vehículos insoportables cuando no peligrosos. El día que ocurra una avalancha, nos vamos a acordar durante mucho tiempo.

Juan Miguel González, muy querido amigo y Poeta que es, resulta para mí, un adalid de la cordura, la racionalidad y el discernimiento; y coincide conmigo en el improcedente cambio de rumbo de estas dos festividades. También huye horrorizado, de tanta manifestación necia, bruta e ignorante, asombrándose, cuando contempla la peligrosa manera en cómo se desarrollan estos actos, y entristeciéndose, cuando recapacita y piensa que lo que pasa hoy en día, debiera de ser todo lo contrario.

Juan Miguel González del Pino, con su habitual generosidad para con este humilde bloguero, me hizo llegar el otro día un precioso poema que habla sobre todo esto que acabo de reflejar.

DESCRISTIANIZACIÓN DE LA NAVIDAD

ESPECTÁCULO, JOLGORIO Y FIESTA

Diversión permanente

para las masas,

Navidad, ya eres sólo

fiesta pagana.

Falsa luz tenebrosa

para el halago

de las crecientes turbas

y nuevos bárbaros.

El fanal de Occidente

y su humanismo,

en jolgorio y barullo

se ha convertido.

Donde una cruz se alce

llamando al rezo,

perdón hallará el hombre

y amor eterno.

Por eso en el misterio

que es Dios e infancia,

tenemos puesta toda

nuestra esperanza.

En la calle, nihilismo,

tumulto y fiesta;

dentro, el silencio santo

de Nochebuena.

Juan Miguel González

Málaga, Navidad 2021

LAS SANTAS ÁNIMAS BENDITAS Y EL APÓSTATA.

Oración a las Ánimas Benditas para pedir un favor ⋆ 【Actualizado 2021】

El provecto y descreído Aitor Tilla du Pómdeteg cargaba sobre sus anchos hombros, la muy notable cantidad de setenta y dos calendarios. Aficionado a la afanosa dialéctica política y religiosa con sus amigos de la tertulia de los miércoles, llevaba una vida ordenada, metódica y plácida basada en el cumplimiento inapelable de sus costumbres y rutinas. Lo que se dice un maniático pertinaz y obstinado. Un auténtico caballero español.

Aquella tarde, Aitor Tilla du Pómdeteg, habíase pasado de tiempo, rediez, en cuanto a la duración habitual del coloquio discutiendo con sus compañeros de tertulia toda la tarde y un poco más allá; pontificando acerca de las contradicciones de los dogmas de la iglesia, de sus incoherencias y sus disparates; prevaleciendo en sus argumentos el escepticismo y el convencimiento de la inutilidad de tal institución y tachando de ignorantes y botarates a los que defendían tales creencias y afirmaciones. Se definía como un apóstata que había renegado de la fe de Cristo. ¡Soy un apóstata convencido! Decía con frecuencia.

Tomóse tres cafés descafeinados el pedante durante todo el transcurrir de la velada aquel día y, finalizada esta, despidiéndose de sus amigos -todavía airado- retornó a casa pues ya llegaba tarde para tomar el leve refrigerio que le servía habitualmente de cena para después leer un ratín y descansar plácidamente del varapalo dialéctico que les había infligido a sus pacientes y resignados amigos. Se sentía satisfecho el pomposo y cargante du Pómdeteg.

Terminó el refrigerio, se acostó; y después de leer un buen rato, apagó la luz, se recostó sobre el lado derecho, y se dispuso a dormir apaciblemente hasta las nueve de la mañana, hora fija en la que se solía levantar para desayunar e iniciar metódicamente la jornada siguiente.

No obstante, el sueño (debido a la poca calidad del descafeinado café) se negaba a llegar para procurarle el descanso merecido tras la vehemente exposición anticlerical que había tenido con sus amigos. Unos meapilas y unos chupacirios -todo hay que decirlo- sin remisión y bobos de nacimiento, pensaba él de ellos.

Comenzó a dar vueltas en la cama.  Y otra vuelta, y otra vuelta y otra vuelta más. Y le dieron las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres, y desvelado como un búho orejado, lo encontró la luna.

Em cago en déu, se dijo en un perfecto catalán. L’hòstia puta, siguió blasfemando en el idioma de Carles Puigdemont i Casamajó -presidente que fue de una región autonómica española- pero siguió dando vueltas en la cama.

Ante la imposibilidad de conciliar el sueño -y careciendo de los preceptivos somníferos que le hubiesen ayudado en su deseo de dormir- se acordó de un tema que se había suscitado en la conversación de la tertulia de esa tarde: Las Santas Ánimas Benditas y su peculiar don de servir de despertador a sus fieles creyentes tras haberles realizado el preceptivo y obligado Padrenuestro que era el pago exigido por los intangibles espíritus para cumplir con su cometido.

 Ante la desesperación, hizo abstracción de sus creencias y rezó la oración a la antigua usanza pues la nueva versión no la conocía. Y pidió a las Santas Ánimas Benditas, que le ayudaran a dormir plácidamente y de continuo hasta las preceptivas y acostumbradas nueve de la mañana. Agotado, nada más deseaba en el mundo. Se quedó dormido de inmediato.

A las nueve de la mañana en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos, abrió los ojos. Sorprendido, miró la hora y no podía dar crédito. ¡¡Las nueve de la mañana!! se dijo. Y se quedó un buen rato tendido en la cama mirando hacia el techo y cavilando acerca de esa extraña circunstancia.

 En un momento dado, notó un calor extraño en la entrepierna. Un calor húmedo y empapante que chapoteaba al menor movimiento de su cuerpo. Horrorizado, levantó las sábanas y cobertores de un enérgico tirón y se vio meado hasta las trancas.

No había tenido en cuenta que todas las noches, al menos tres veces, se tenía que levantar para acudir al inodoro y evacuar. Problemas propios de su edad.

Desde aquel día, sus amigos le llamarían “El Apróstata”. Y cada noche, antes de echarse a dormir, le parecía oír un sinfín de carcajadas y un fragor de cachondeo provenientes desde las profundidades del purgatorio donde habitan las Santas Ánimas Benditas.