AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS
EN LOS QUE SERVÍ A MI PATRIA
(HISTORIAS DE LA PUTA MILI)
“Ardor guerrero vibra en nuestras voces
y de amor patrio henchido el corazón
entonemos el Himno Sacrosanto
del deber, de la Patria y del Honor
¡Honor!”
(Himno de Infantería)
Un hombre no es hombre completo hasta que no ha contado mil veces y hasta la saciedad la verdadera e incontestable historia de su Mili. Como quiera que ya me pilla muy lejos para contársela, otra vez, a los amigos -suelen preguntarme si serví en el Escuadrón de Catapultas Y Escorpiones del asedio a Numancia, los muy íodelagranputas- aprovecho estos nuevos medios para contar una anécdota que, por poco -y para el que no la sepa- casi me costó el paredón de fusilamiento.
Serví a mi Patria en el glorioso año de 1974. Un mozalbete bisoño e inexperto de apenas 18 años que se fue -absolutamente obligado por su progenitor- como voluntario al ejercito de Tierra, también llamado Infantería. Una putada, fíjese Ud., como otra cualquiera.
No sé si el lector se habrá dado cuenta de la fecha que he citado 1974. Repito…1974.
1974; me pillaron pues….las reminiscencias del atentado al Almirante Carrero blanco -algunos meses antes de mi reclutamiento-. También la Marcha Verde -desde Noviembre del 75 hasta Febrero del 76-, y por fin, entre medias de la excursión magrebí, la Muerte de Franco!!! Que tiene cojones la cosa. Servir en tiempos revueltos que se llama.
Así que puedo decir y digo, que la época que eligió mi padre para obligarme a ir “de voluntario” no fue precisamente la más propicia para las tranquilidades tanto de él cómo la mía propia. Coincidí, mire Ud. por donde en aquellos tiempos, con mi admirado escritor Antonio Muñoz Molina (leeros su libro Ardor Guerrero y os pondréis al día) y con mi otro admirado: el insigne guitarrista de blues Lito Fernández con el que aún conservo gran amistad. Al escritor, ni le conocí, como se comprenderá fácilmente.
Mi paso por la Mili fue cuando menos extraño. Veréis: al margen de la inoportunidad del momento -ya he indicado antes las circunstancias- accedí al ejercito con una ristra de enchufes y tandas de buena suerte que aún ahora me alucina. A pesar de los pesares.
Además lo dije ayer mismo, y la repito, refiriéndome a que solo se recuerda lo bueno de las malos tiempos, con una frase de John J. Healey:
“A medida que uno se hace viejo —salvo en el caso de que se hayan vivido unas circunstancias verdaderamente horribles—, tiende a idealizar el pasado”.
Grosso Modo. Pero de lo que verdaderamente se trata aquí, es de narrar una anécdota que me aconteció durante mi Servicio Militar merecedora, sin ninguna duda, de ser invitado al paredón de fusilamiento. Aunque, afortunadamente, sólo se quedó en una inolvidable, insufrible y larguísima resaca.
Cuento los enchufes: Recién muerto Carrero -yo ya había sido aceptado en el Glorioso Ejercito Español con el sucinto grado de recluta asqueroso y mindundi; fui destinado al Centro de Instrucción de Reclutas Campamento Álvarez de Sotomayor. Viator en Almería para entendernos. Primer caso de suerte: Justo unos meses antes había sido destinado como General Gobernador de la Plaza de Almería el General González Alba. Gran amigo de la familia y su hijo -Polo- íntimo de mis hermanos mayores. Hoy, gran amigo mío.
Nada que añadir a que en cuanto Polo, vino a visitarme unas cuantas veces al campamento (aparcando su coche chillando ruedas frente a la onceava Compañía) y que alguna vez fui a comer a su casa en el Gobierno Militar, mi Mili en Almería transcurrió como se suele decir en el argot militar: cómo una puta seda. O algo así.
Pasaron los tres meses de reclutamiento preceptivo; y, posteriormente, fui destinado al Regimiento de Infantería Aragón 17 (tambien llamado Campamento Benítez) -junto a mi amigo Lito- aquí en Málaga. Segundo caso de suerte: Resultó que el Coronel del Regimiento: Don José Antonio Caffarena Aceña -gran amigo de mi padre- tuvo a bien el destinarme al Cuartel de Intendencia (en calle Peinado) que fue donde sucedió la anécdota que ahora , más adelante, voy a contar.
A los pocos meses de estar en Intendencia, más a gusto que un guarro en una charca, se les ocurre a los moros -aprovechando que Franco la espichaba en el hospital y estaba cuasi mortadela- iniciar la denominada Marcha Verde con la aviesa intención de invadir Ceuta y Melilla y quedársela con ellos para siempre por la puta cara. Cierto es que la Legión española esperaba loca por jincarles el diente a la chusma marroquí y darle zurrapa con manteca colorá por la parte del pescuezo. Pero no los dejaron y se libraron de la tunda.
Debido a esa inesperada circunstancia, quitan todos los destinos y me vuelven a mandar otra vez al Campamento Benítez, donde sin permiso alguno, una noche me hacen subir a un camión militar con la graduación de Cabo de lanzagranadas -juro por mi honor castrense que jamás en mi vida había visto un artefacto llamado así- y me dispongo a salir para Ceuta con la orden de suplir a los Lejías que se van de barbacoa a freír al Moro y lo que haga falta. Viva la Muerte!!!. Yo mientras me preguntaba cual era la boca y cual el culo del maldito lanzagranadas. Tú verás la que voy a liar! Pensaba absolutamente desolado.
Ya en el puerto de Málaga dan la contraorden -Dios existe- y nos vuelven a enviar al Campamento Benítez. Ya allí, y por diversos conductos acabé, tercer caso de buena suerte, de cartero de tropa y acabé la puta mili con algo más que la mayoría para contar a los nietos. Bastante más diría yo.
Ahora la anécdota:
Primeros meses del año 1975. Franco aún no estaba mortadela del todo. Aún permanecía en estado de shockpped. Acababa yo de llegar (enchufado, claro) a las dependencias del Cuartel de Intendencia en la Calle Peinado (Segalerva) de la Capital. El Comandante en Jefe, cuarto caso de buena suerte, compañero de mi padre (mi padre también era comandante de Infantería) se llamaba, y juro por mi honor que no miento ni una «mititilla» así: Don Felipe Rafael de Robles Echecopar y Pineda Consiglieri. Con dos cojones. Felipe le llamaba mi padre, como es natural.
Por el mero hecho de que mi progenitor fuese amigo -y compañero de academia y carrera militar- de Don Felipe Rafael de Robles Echecopar y Pineda Consiglieri, por ese mero hecho sin importancia, digo, el Cabo Primero Rafa, me tenía una ojeriza, animadversión y manía de muerte. Todo el mundo (que éramos 12) le llamaban Rafa. A mí, sin embargo, no me permitía otro tratamiento que el oficial; debía de llamarlo: Mi Primero.
En la intimidad y sin que el innombrable mamón se enterase, entraba yo todos los días en las dependencias del cuartel al grito de “Salvo Intendencia por Mí Primero y pormís compañeros” Y eso, porque le llegó a sus oídos, como le tocaba muy mucho los cohoness a mi Primero Rafa. Muy mucho. Pero que quieres que te diga, yo era -poco mas o menos- que intocable. Que le den!
Tenía el Cabo Primero Rafa, querencia desmesurada hacia la ingesta de alcoholes de baja y alta graduación, lo que se dice un “esponja”; de hecho, cada tarde cuando se liberaba del servicio, solía salir con algún incauto subalterno de provincias y destinado en nuestro cuartel, para dedicarse al noble arte del lingotazo sin fin. Hasta alcanzar –en la mayoría de los casos- el éxtasis de la melopea. Altamente especializado en vomitar de inmediato sin tan siquiera meterse los preceptivos dos dedos en la garganta. Un puto borracho que se llama.
Debo de reconocerme, en aquella época, una cierta connotación ingenua y candorosa; así que maquiné una inútil intriga para camelarme al mentecato majadero sin tener en cuenta que -y eso que estaba en el ejercito y haber recibido clases tácticas- nunca ha de llevarse uno al enemigo a su campo con la aviesa intención de derrotarlo. Porque siempre peleará con ventaja. Como fue el caso.
Y esto fue lo que le propuse: Salir una tarde para -tomando unas copas y así ganarmelo- hacernos recorrido por las tabernas de Málaga (un Vía Crucis que se llamaba) y el que menos aguantase, pagaría las consumiciones. Así lo acordamos. Todo fuera por conseguir el tuteo de aquel hijo de la grandísima puta. Él, perro viejo en el arte del libar; yo, un mahara con ínfulas de tuteo. Todo fuera por ganarme las bajas esferas, porque a las altas, ya las tenía en el bote.
Y llegó el día de autos. Coincidimos en que el día más propicio sería el que yo tenía Guardia de Cuartel. Si! Ese día sería el idóneo. Perfecto!
Antes de continuar – y para poner en situación al lector- voy a relatar muy someramente en lo que consistía la Guardia de Cuartel en Intendencia: Básicamente teníamos que permanecer jugando al plato o a las Siete y Media y tomando calibritos de Ginebra Larios hasta que llegase nuestro Comandante. Nuestro ínclito Comandante Don Felipe Rafael de Robles Echecopar y Pineda Consiglieri, ya sabéis. Solía llegar a altas horas de la noche -cuando no de madrugada- y para confirmar que estábamos en nuestro sitio de guardia, el muy ladino, solo echaba, callada y quedamente, algunas ráfagas de luz larga de su Morris Authi 1100 sobre el portón del Cuartel, para que nosotros, atentos y ojo avizor como gavilanes, viésemos los destellos a través de las rendijas inferiores del portón y acudiéramos raudos y veloces a darle paso, para que así nuestro jefe militar, no tuviese ni que bajarse del coche.
Entraba, una vez franqueado el paso, con su coche e íbamos hasta los enormes silos de Intendencia con un mosquetón inservible al hombro, y realizando marcial taconazo, saludábamos militarmente a nuestro comandante Don Felipe Rafael de Robles Echecopar y Pineda Consiglieri. Por si no lo he dicho. Comandante Jefe de la guarnición del Cuartel de Intendencia.Vulgo: Segalerva. Justo a lado donde jugaba el mítico equipo de futbol Mortadelo C.F.
Debo también aclarar que solía, nuestro Comandante en Jefe, llegar alegre de copichuelas que se llama y ciertamente zascandil y movedizo.
Volvamos al día de autos:
Ese día era el perfecto –pensábamos atolondradamente- pues al estar de guardia, estaba convencido yo -de una forma irritantemente ingenua- que estaríamos acabados en media horilla. El tiempo justo de llevarme al Huerto de Baco al insufrible Cabo Primero Rafa. Borracho profesional donde los hubiese. Aunque no supiese yo hasta cuanto de profesional era el maldito libador.
Así que salimos del Cuartel (yo provisto de cierta cantidad de dinero, pues pensaba pagar de todas formas, dado que el tuteo y la confianza salen caras) y enfilamos hacia el centro de la ciudad. Abandonamos la guardia!!!
Mi intención era la de llevarle al Circulo de la Perdición situado el pleno Pasaje de Chinitas; y, una vez allí -y haciendo uso de mi estrategia táctica y de mi innata habilidad- emborrachar al Cabo Primero Rafa llevándolo de la mano por los Catetos de La Campana. Los Húngaros Locos de Casa Romero, Florestéles de Casa Flores, Cócteles de champán de Quitapenas, y si aún me aguantaba el tipo el incauto, rematarlo con un Pajarete en Casa Guardia.
Salimos decía. Nada mas iniciar el camino en calle Ollerias, ya entramos en dos o tres tabernas que nos encontramos y que yo no tenía previstas ni por asomo. Tengo que recordar que Málaga era la de la tres Librerías y tres mil Tabernas? Pues pasamos de largo las tres librerías.
Seguimos hacia calle Granada donde nos metimos en la Bodega el Pimpi y seguimos con los Biberones en Casa Luna. Bajamos hasta la Campana de calle Granada. López Hermanos después y nos encaminamos hacia el ágora de los vinos dulces de Málaga situada –tal y como ya he comentado- en el Pasaje de Chinitas… … …
… … … Desperté de pronto sin saber donde estaba. Todo me daba vueltas.
El Cabo Primero Rafa se había abierto por patas creyéndome muerto. Al abrir los ojos contemplé asustado a tres o cuatro personas que me miraban desde arriba. Yo estaba tendido en un césped justo enfrente del moro Judi; el de los pinchitos del Kiosco de la Marina. Me levanté como pude. Dando traspiés, pues un insufrible mareo me dominaba la cabeza. Andando, como pude, me encaminé hacia el Postigo de los Abades, cogí –también como pude- el autobús de Capuchinos y por fin, a durísimas penas, llegué al jodido Cuartel de Intendencia. Como pude, ya te digo. Ya era de noche. Muy de noche.
Y allí estaba -fresco como una lechuga, comparado conmigo- el íolagranputa Cabo Primero Rafa. Suspiró de alivio al ver que no tendría que justificar ni mi ausencia ni mi deserción o fallecimiento (téngase en cuenta en cuenta que yo era, al fin y al cabo, hijo de Comandante y éste, mi padre, íntimo del jefe de la guarnición) y dirigiéndoseme en plan fraternal, me dijo. El hijo de la grandísima!
-Bienesho Shavá!!!
-Incorpárata a la guardia y demuejtra que erejún hombra! (era de la Córdoba profunda))
-Notorvíe er masquetón!!! Shavá!
El hombra de dieciocho años se cuadró, y pegando un taconazo -que casi le cuesta el equilibrio- le contestó: Sussórrdeness mi Rafa! Y ahí es donde empecé -y él me lo permitió en adelante- el tuteo al Cabo Primero Rafa. Rafa de mis entretelas que había abandonado miserable y cobardemente al compañero caído en acto de combate.
Pero no acaba ahí la cosa. No señor. Aun quedaba por llegar Don Felipe Rafael de Robles Echecopar y Pineda Consiglieri al Cuartel. Nuestro Comandante en Jefe.
Yo atendía la guardia tal y como se esperaba. Tirado en un banco de piedra forrado de mosaicos árabes y al relente -pegando ronquidos como un búfalo- y con el mosquetón tirado en el suelo al alcance del enemigo y de los meados de los gatos del Capitán Cañas.
Unas ráfagas luminosas se cuelan por las rendijas inferiores del portón. Otra vez. Otra vez. Otra vez! Tres bocinazos del Morris Authi 1100 de mi Comandante ni me estremecieron. Bajóse este, y tras dar tres enormes aldabonazos sobre la madera, me desperté asustadísimo por el retumbe.
Abrí a duras penas el portón. Mientras el coche pasaba, corrí a coger el mosquetón, que previamente había sido atropellado por el coche del Comandante y, cogiéndolo por la punta, comencé a correr detrás del vehículo para saludar marcialmente, tal y como correspondía al protocolo militar, a mi Comandante
Pegué taconazo y exclamé voz en grito.
-Zinnovedarennnlaguardia mi Cooomdanterr!!! Plasss!!! (taconazo y mosquetón al hombro.)
El Comandante se bajo del coche, y dando tres traspiés, me dijo, Ejcansa muchacho. Hip! Ejcansa Cabo. Shuuuviirooón…!
Y allá que se fue bailando bajito hacia sus aposentos y yo detrás dando tumbos intentado abrir los ojos hasta el infinito para tratar de distinguir la figura que, delante de mi, no paraba de moverse y canturrear himnos patrios.
Esto sucedió realmente en Málaga. Circa 1975.
…///…
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Estupendo relató Álvaro, todos tenemos anécdotas de la puta mili para contar a nuestros nietos, y ellos ….. Aguantar.
Rafael O’Donnell
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Que divertido, como me río con tus relatos!! Besos
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