EL PIDIÓN, EL NODOYNÁ Y EL MAHARÓN.

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El Pidión, el Nodoyná y el Maharón

Hay tres tipos especiales de personas que a veces nos acompañan en la vida, y que ahora mismo –y en base a mi propia experiencia– voy a mostrar aquí al personal. Estos son: El Pidión, el Nodoyná y el Maharón. Tres patas para un banco malo.

Suele darse también ¡oh paradoja del destino! la especial y terrible circunstancia de que esta congregación de personajes puede habituar un mismo grupo de amistades para horror y desesperación del resto de los integrantes medio normales. Tienen Uds. ahora pues el privilegio de apreciar el modo “gorronensis” de los dos primeros y la indolencia, la negligencia, la indiferencia, y más coyunturas terminadas en “encia” del alelado y tontolculo que completa el trío.

Pasen y vean; entren y caigan en las redes del asombro, del pasmo y de la fascinación, pues seguro que les van a resultar muy familiares algunos conocidos suyos. Amigos que son, ya lo verán, muy semejantes a estos sujetos.

 

4Vamos a ellos:

El primero: El Pidión.

El Pidión –como su propio nombre indica– es un sujeto que, de manera sutil, leve y vaporosa –y poniendo cara de desolado gatito de Shrek– te demanda y solicita bienes y servicios cómo si nunca te los hubiese pedido antes y ésta última vez, fuese una situación única, especial y circunstancial.

Noooo…Veráaas… Si no te importaaaa…. Perdónaaaa… esas, son sus armas letales.

Carecen, a ojos vista, de los medios apropiados para subsistir en la comunidad (no digo ya en la de propietarios, que también) sino en la comunidad de las amistades. Pero Oh! milagro! nada les falta a los pidiones. Nasty de plasty. Ni un peregil. El Pidión saca, además de traslados gratuitos, tabaco y libros; además de copas y manduca, fiestas y saraos. Toooodo gratis.

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En todos los sitios aparece milagrosamente, como salido de la nada, sin haberlo avisado nadie en concreto; y disfruta de la fiesta como las personas de baja estatura (lo que antiguamente, antes de la mariconería del buen rollito, se llamaban enanos). El Pidión de todo se entera –a través de su muy estudiada y organizada red de cándidos e ingenuos informadores– y cuando llegas a una reunión, el primero que está allí –tragando disimuladamente y ocupando el sillón del anfitrión– es él.

El medio de transporte no es importante para ellos; incluso les parece una ordinariez y un signo de distinción innecesario. Los transportes públicos son magníficos, cómodos y puntuales, dicen. Y además (como son muy ecologistas) no contaminamos como el resto de los mortales que sois unos guarros, apuntan. Apuntan el comentario, y se apuntan, naturalmente, a tu coche cuando lo necesitan.

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El segundo: El Nodoyná.

Íntimamente unido en estrategias, usos y costumbres al Pidión, está el Nodoyná. El Nodoyná se distingue principalmente del resto de los mortales en tener (cosas de la evolución) los dedos índice y corazón de la mano derecha visiblemente desproporcionados y aplanados por las puntas. Esto es: Tienen una enorme habilidad y destreza en extraer sus propios cigarrillos de los bolsillos, o de las mariconeras, sin sacar al exterior el paquete de tabaco. Solo meten los dos dedos indicados y, en un baile ensayado durante décadas –y en un tiempo denominado “periquete”– abren el paquete, sacan el cigarro, vuelven a cerrarlo, y en un plisplás, lo tienen en la boca encendido con un mechero arañado que tienen en propiedad desde los tiempos del Naranjito.

Las copas: el Nodoyná, es capaz de conservar –no sé el método empleado, pues es un secreto muy bien guardado– es capaz de conservar, digo, una copa gélida en sus manos durante al menos tres horas. Aún en pleno Agosto. Hablo de lugares públicos; es decir, de “Paganini” porque en recepciones privadas no para de libar ininterrumpida e inagotablemente. En lugares públicos, permanecen a la caza y captura del Maharón de turno (que ahora definiremos) para acercarse a él subrepticia y solapadamente cuando el incauto se acerca a la barra. Pone cara de Oliver Twist (igual que el Pidión) y suplíca sin abrir la boca, ración de chupitos para echársela al coleto, en el más genuino estilo Dickensiano. “Pofavó Señor…Quiero un poco más! que decía el Oliverio.

 

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El tercero: El Maharón.

El Maharón es la pobre victima de estas dos alimañas. Acostumbrado y educado en otras maneras y formas, es sacudido económicamente por el Pidión y por el Nodoyná inclementemente durante toda una vida y media; por eso de que este no sabe decir que no y porque no soporta las esperas interminables entre consumiciones para pagar. No como los otros dos que manejan paciencia infinita y dominan los silencios.

¿Cómo poder distinguir a un Maharón entre esta fauna perversa?

Muy fácil. Por un simple y nimio detalle: A ver… Si un sujeto o sujeta llega a una terraza, saluda cordialmente, se sienta, pide una cerveza (con intención de pagarla) y Atención!!! Se saca del bolsillo el paquete de tabaco, y el mechero, y Atención!!! Lo pone encima de la mesa al alcance de todo el mundo… Atención!!!! Habéis dado con un Maharón. Un auténtico y genuino Maharón.

El paquete de tabaco de un Maharón –al contrario que los de sus otros dos colegas– suele tener una vida media de “hasta la tarde” en el mejor de los casos. Los de los compinches, llegan a los tres días cuando menos y sin una arruga digna de mención.

Pero hay aún más detalles definitorios y determinantes: El Maharón, suele llevar el dinero suelto en el bolsillo; esa manera de llevarlo –despreocupadamente– le procura la rapidez y la disposición necesaria para pagar sin tener que recurrir el cutre, mísero y pobretón argumento del “ademán” (ese que consiste en no encontrar, incomprensiblemente, la cartera que lleva siempre en el bolsillo trasero del pantalón.) para invitar una ronda que le suele tocar –por turno– al Pidión o al Nodoyná.

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Y ya que hablamos de esto: La forma de llevar el dinero encima también da pistas para distinguir el carácter pecuniario y crematístico de cada uno de estos sujetos de una manera clara y transparente; vamos allá…

El Pidión. El Pidión suele llevar un único billete de cinco euros a la “vista” dentro de la cartera. En la zona de billetes. Después – y para emergencias, por si no tuviese éxito en la consecución del transporte gratis– otro billete, doblado en dos, justo detrás del carnet de identidad caducado hace años. Dicho billete es azul. De 20 euros. Para el Taxi.

El Nodoyná, lleva un montón de dinero pero oculto en los sitios más recónditos de su billetera; y esta, la billetera, a su vez escondida en algunas de las zonas muertas de la mariconera; que haberlas haylas. Las zonas muertas digo.

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La cartera–billetera del Nodoyná, está llena de guaridas y escondrijos que solo conoce su propietario (y a veces alguno se le escapa). Allí, en estas madrigueras, anidan decenas de billetes repartidos por los “locales” doblados hasta lo imposible. Siendo el número de dobleces que le realiza al billete, proporcional al valor económico de este: Un doblez para el de cinco. Dos para el de diez. Tres para el de veinte. Cuatro para el de cincuenta. Los de mayor valor duermen el sueño de los justos en la, cada vez más abultada, cartilla de su muy estimada cuenta de la Caja de Ahorros del Menda.

El Maharón sin embargo, espléndido cómo es hasta la estulticia y la bobería, lleva el dinero suelto en el bolsillo, ya lo he dicho. Lleva los billetes arrugados junto con las monedas siempre dispuestas a su liberación y sacrificio. El Maharón siempre es el primero que paga. Y si –por un imponderable del momento– es el último en hacerlo, paga lo que falta y se hace cargo de las propinas, pues ninguno de los otros dos sujetos, ¡Que casualidad! Nunca llevan nada suelto. Y, menos mal para el camarero, pues cuando aportan algo, lo suelen hacer (obligados por las miradas ajenas,) en el sistema métrico centesimal. De céntimos, digo, como es de suponer.

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En fin, es parte de la fauna. Fauna gorrona y desvergonzada, aprovechada y chupóptera, sablista y caradura que disfrutan la vida a su manera: una manera cicatera, tacaña y roñosa que a ellos les procura el placer del “¿Que me he habré ahorrado hoy?”.

Yo –así me educaron– que quieren Uds. que les diga; que a pesar de que mi mujer, de Maharón, no me baje, prefiero ser como soy. Aunque a veces, no quede como un Maharón, ya lo sé, sino como un verdadero Gilipollas.

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