LA CASA DE LAS BUGANVILLAS

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LA CASA DE LAS BUGANVILLAS

“Esto es algo que escribí hace ya algún tiempo,

 y que no me resigno a no publicar;

porque soy de los que creen que nunca es demasiado tarde

 para ajustar cuentas con los amigos”.

La memoria a veces te regala malas pasadas. La memoria que es también bastarda y espuria cuando le sale de los entresijos, se torna -con su más implacable maldad- en infame y abyecta. Perversa. Porque, pasándose por su imaginario forro de los cojones su responsabilidad, descuida irresponsablemente su trabajo; un trabajo que para ella es tan simple y llano cómo recordar; y va, la ingrata, y te falla. A pesar tuyo, te falla. Y fallarle  a mi muy querido y más admirado amigo el Poeta Juan Miguel González (nótese que siempre me refiero a él como Poeta en mayúscula) es un fallo bochornosamente imperdonable e intolerable.

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Me llamó hace unos día (hace ya algún tiempo) comunicándome la presentación de su libro » La Casa de las buganvillas» en el Instituto Municipal del Libro.

La memoria que es ramera con la intención, no tuvo en cuenta que yo, no sólo debía de estar allí, sino que lo deseaba tremendamente. No sólo para abrazarlo otra vez, sino por oír en vivo y en directo -con su modulada voz, con su dominio de los tiempos y de la pausa, con la entonación debida- los versos que están alojados en el libro que iba a presentar.

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Pido perdón por no tener domeñada la memoria, y que ésta, me dejase en la cuneta del  desagradecimiento y la ingratitud. Porque él no se merece el olvido. Pido perdón por no tener domeñada la memoria y que no haya reaccionado hasta que esta misma mañana (la de ayer, la de hace algún tiempo) leí la crónica de dicho acto en el periódico Málaga Hoy.

Por eso, a modo de pobre compensación y resarcimiento, inserto la crónica citada escrita por Pablo Bujalance, demandándole encarecidamente al amigo -desde el aprecio que nos tenemos- su absolución e indulgencia.

 

Este es el artículo.

La esperanza era otra cosa

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El poeta Juan Miguel González presentó ayer en el Instituto Municipal del Libro ‘La casa de las buganvillas’ (Libros del Aire), un nuevo volumen que recoge algunos de sus primeros versos

Pablo Bujalance.  Málaga |

 

Acude Juan Miguel González a la conversación con su último libro, La casa de las buganvillas, que acaba de publicar el sello Libros del Aire y que ayer presentó en el Instituto Municipal del Libro con la introducción siempre eficaz y reveladora de Francisco Ruiz Noguera, bajo el brazo. Y tomadas ya las posiciones, templado el ánimo y fluido el verbo, González habla, como siempre, de lo que le da la gana: «Muchas veces, cuando me hacen una entrevista, pronuncio el nombre de Dios y sale todo el mundo espantado». Juan Miguel González, autor de libros de poesía como Cantata para órgano y saxo (Premio Giner de los Ríos), La palabra y la sombra, Las sombras celebradas y Arthur Ferisment sale a coger muchísimas y abundantes alúas (publicados todos ellos en 1997, salvo el último, que vio la luz en 2003), adoptó el cristianismo, esencialmente, desde una posición de rebeldía: ante una época, la suya, marcada a fuego por «el pensamiento débil, el epicureísmo barato, la traición de lo que llamaron poesía de la experiencia y la más simple reivindicación de los más inmediatos placeres», González encontró en los Evangelios, y especialmente en las Epístolas de San Juan y San Pablo, los argumentos más eficaces para hacer lo que había hecho siempre: decir un no rotundo a los órdenes establecidos. Esta orientación cristalizó de manera singular en su anterior libro, Visión de la piedad, que también publicó Libros del Aire el año pasado. Pero La casa de las buganvillas remite a una etapa anterior dentro de la fértil evolución de González, y a la vez da cuenta de la misma en más de tres décadas.

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La casa de las buganvillas, es, en palabras de su autor, su «primer libro». Sus poemas fueron escritos, reescritos y vueltos a reescribir en tres periodos fundamentales: 1979, 1986 y 2000; y buena parte de los mismos pertenecen a la balbuciente pluma de los orígenes de su ejercicio poético. Preguntado si hoy se identifica en ellos, Juan Miguel González responde tajante: «No. El editor de Libros del Aire sabía de la existencia de estos poemas, yo se los envié y él decidió publicarlos. Pero todos ellos corresponden, en mayor o menor medida, a mi época nietzscheana. Y reside en ellos la juvenil alegría de mi infelicidad». El poeta se compara a sí mismo con el Saulo de Tarso que cae del caballo ante la revelación del Cristo vivo: «Estos poemas fueron escritos antes de mi caída del caballo». Y cita entre las luces que alumbraron su escritura a Nerval, Shakespeare y Camus, pero sobre todo a Nietzsche. «Por aquel entonces yo asumí la muerte de Dios y el amor fati que había predicado Nietzsche. Y me encontré sumido en un profundo desconsuelo. Si Dios había muerto, yo lo echaba de menos y no me cabía mucho más que esperar. Por eso, el primer título de este libro fue Los nombres de la desesperanza«.

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González señala como primer síntoma de su madurez poética la Balada para después de la siesta, que dedicó a su hija Clara, quien a su vez tenía cuatro años cuando el poeta parió estos versos: «La niña custodiada por los fresnos, / la vulnerada en el jardín de Schubert, / rayo de luna entre las frescas malvas, / Nuestra Señora de los madrigales». También es protagonista en el libro la mujer, «pero la mujer a la manera de La diosa blanca de Robert Graves, no la que se tumba en el diván del opiómano»: «Amaneces desnuda en los manteles / donde se derramaron las azumbres / y mancharon de amor hijas de Lesbos» (de La escanciadora). Predomina, sin embargo, una idea común en el libro: el desconsuelo de quien se sabe huérfano tras la muerte de Dios: «Resuella de una vez, / sácale los ojos a esa mala loba, / gallo de la veleta», de El ángel canalla. Y quien quiera volver a acusar a González de tradicionalista podrá despacharse a gusto: hay endecasílabos para hincharse. Pero en cada uno, una sombra.

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Al final, Dios no había muerto. Hasta Albert Camus se dio cuenta. La esperanza era otra cosa. Pero Juan Miguel González absuelve a Nietzsche, a su manera: «Su único error fue vincular a Cristo con el pensamiento débil». Sus letras para el próximo disco de Tabletom ya están listas: hablan de las tabernas de Málaga, esos santos lugares.

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