LA FANTÁSTICA HISTORIA DEL FAMOSO
VENTORRILLO DE LA PERRA
«Un calañés por penacho
por cesión de una medusa
y por lambrequines usa
dos remos y dos cenachos.
Estas son, por real bigote,
las armas de El Jabegote.»
No me cabe la menor duda de que los gustos y las apetencias culinarias –con el paso de los años– no solo van cambiando sino que además ¡Loor y gloria al buen sabor y al refinamiento del paladar! se van ajustando a lo razonable y a lo sensato; pues vamos adquiriendo, en cuanto a las recetas ancestrales de nuestras madres, la justa y necesaria cordura. Lo platos que antes nos producían aborrecimiento y repulsión, ahora, con una edad moderada y un carácter más o menos lógico y racional, nos parecen la mar de apetitosos. ¿No les suena?
Pongamos ejemplos personales tan ilustrativos cómo absurdos y disparatados.
A mí, en mis años mocitos, mozo y poyetón, me resultaba un quinario insufrible el ingerir determinados platos maternos tales cómo el gazpachuelo, las lentejas, la cazuela de fideos, las sopas de ajos y las de naranjas agrias cachorreñas; no hablemos del horrendo y martirizante puchero… una serie de platos de cuchara que hoy, con el pasar de los años resultan , ya lo he indicado, que son los que más me apetecen. Pero no se crean Uds. que la cosa quedaba ahí; también desaprobaba y reprobaba las comidas de ventas y paradas de los caminos; de restaurantes más o menos refinados. Un perfecto maharón estaba hecho, tiene que admitirlo, el que suscribe.
Recuerdo muy bien cuando, con mis padres, íbamos a comer a un pequeño restaurante en Los Boliches, llamado “Le Fiacre”, y allí, yo me negaba rotundamente a comer los deliciosos platos que servían y tomaba la actitud obstinada y tozuda del hijo del caudillo hispánico Sopalajo de Arriérez y Torrezno (René Goscinny dixit); es decir, cerraba la boca y amenazaba con morir asfixiado antes que doblegarme ante el terrible suplicio de comerme una (ahora me parece absolutamente apetitosa) sopa de cebolla con su huevo cuajado, su tostada de pan semiahogada en el caldo y un buen puñado de queso Gruyére sometido al martirio de San Lorenzo. Toda ella, servida –como es pertinente, necesario y oportuno– en cazuelita de barro ad hoc, que quemaba como los mismísimos demonios.
Y no! No transigía. El imbécil gastronómico que me poseía, no transigía y prefería comerse una hamburguesa y un crêpe en “El Goloso” (también delicioso)) sito en el pasaje del mismo nombre junto a la Plaza de La Gamba Alegre de Torremolinos. Justo donde mis tíos Jorge Huelin García de Toledo y Tía Yiyí –gracias a mi prima Margarita por refrescarme la memoria– tenían un pequeño y coqueto anticuario. Cómo anécdota diré que aún conservo en el salón de mi casa un sofá de caoba de estilo isabelino adquirido por mis padres en aquella preciosa tienda.
Bueno, sigo que se me va la olla. Ahora, a lo que vamos:
A principios de los años 70, mi tío Sebastián Souvirón, también conocido en el ámbito periodístico con el alias de «El Jabegote», toma las riendas de un histórico restaurante (antigua venta) llamado “El Ventorrillo de la Perra” situado en el Arroyo de la Miel de Benalmádena. Allí se citaba lo mas granado de la familia Souvirón Huelin y adláteres; y distraídos por el verbo interesantísimo e inacabable de Tío Sebastián, degustábamos (yo poco, ya os digo) las afamadas sopas del Tío Cachorreñas; los ajoblancos, zoques y gazpachos. La Sopa Quitafollones o una carne al estragón y al hinojo según receta del propio Alfonso de Hohenlohe. Amén de otros platos y postres que ahora mismo vais a conocer. Después, la enriquecedora tertulia de la sobremesa que llegaba, en casos, hasta el oscurecer.
Esto que ahora podéis leer es la Verdadera Historia del Ventorrillo escrita por mi tío el periodista y abogado Sebastián Souvirón Utrera, y que gracias a la oportuna cesión temporal de mi querido amigo El Cónsul de Portugal Rafael Pérez Peña, vais a tener la oportunidad de poder leer.
Que la disfrutéis!!!
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(Ex-Libris creado para sí mismo, por Father Gorgonzola, para prevenir posibles casos de saqueos, ratería y pillaje por parte de amigos poco dados al dispendio dinerario y a la obligatoria costumbre de devolver los libros prestados)
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Alvaro, yo como tú fuí chofer de los Sábados o Domingos de Tía Lourdes y Tía Pilar en el Morris de Tioma.. Cuando decidían ellas ir al ventorrillo era en ocasiones especiales. Recuerdo una super especial que además venían Tío Antonio y Tía Rosario, Me gusta mucho cada vez que te leo recordar aquéllos días . Besos
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Querido Javier; uno de los cometidos más enriquecedores y agradables que he tenido en mi vida, ha sido el pasear a Tía Lourdes y a Tía Pilar. En aquellos paseos me licencié en «familiología» y aprendí mucho de mi pasado y de mis ancestros. También aprendí reglas de comportamiento futuro impagables. Como a todos nos pasa -supongo- cuando nos interviene la morriña que viene de serie con eso del cumplir años, recuerdo con verdadero cariño aquellos momentos que pasé junto a tí, con Alberto, con Carlos (los mas cercanos en edad a mí) y con el resto de tus hermanos en aquella inolvidable e irrepetible Cañada de los Ingleses. De aquellos recuerdos cariñosos que siento hacia mis primos Giménez Huelin, tuvieron la culpa los tíos a los que mas quise en mi vida que fueron Tioma y Tía Lourdes. No dudes de que pronto escribiré un post rememorando esos paseos.
Un beso.
P.D. Edito este comentario, porque no quiero dejar sin citar a nuestro querido primo (en realidad sobrino) Pascualón Bejarano, otro inolvidable compañero de juegos.
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Curiosa historia
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