
TIENE MARIPAZ…
Tiene Maripaz los ojos que, según el poeta amigo, son Armenia pura. Yo añado -por que los veo con mucha frecuencia- que tienen también ese color dorado especial que sólo tiene el mar -cuando cae la tarde- en el Candado Beach. Y ese brillo tan divertido que solo puede pintar el torrente inacabable de la cerveza fresca en las tumbonas del mismo sitio.
Tiene Maripaz, y sigo, la cruel e implacable suavidad de mil armiños en sus labios. Esos tan generosamente sedosos que te acarician cuando se posan en los tuyos y te besan. Gajos de melocotón dulces y frescos.
Tiene Maripaz, y sigo diciendo, una sonrisa arrebatadora siempre en la boca. Una sonrisa -asesina de corazones- escoltada por esos dos labios carnosos que están vigilados muy de cerca por un estratégico lunar que sirve de señuelo a las miradas incautas. Imposible es evitar que la vista entre al trapo y pique y que no se dispare hacia ellos obligada por la majestuosa sensualidad que despliegan.
Maripaz es amor soñado e iluso entre los comunes. No conozco a nadie del grupo (también yo me reconozco entre las víctimas) que no esté razonable y someramente enamorado de ella. Y eso, fíjate tú lo que son las cosas, ni a las propias les molesta ni extraña.

Nunca se te ocurra entablar una batalla con ella de pies desnudos; avisado quedas. Llevarás siempre las de perder.
Generosa y protectora hasta el extremo, se erige (obligada por el cariño que nos profesa) en guardia y custodia de los que, abusando de la velada, no están en los debidos cauces que exige la razón y la ley. Y entonces, a riesgo de su propio riesgo, va dejando restos desmadejados de la noche a domicilio. Sin tan siquiera, exigirles certificados de buena conducta y renunciando a los preceptivos albaranes de entrega de carne humana.
Risa blanca con piel de caramelo (a veces adalmatada, todo hay que decirlo). Últimamente le da por volar muy alto. Y eso, a los pobres pasajeros que nos quedamos en tierra, nos parece de una injusticia rayana en la truculencia y en la iniquidad; porque nos relega a la desilusionante sala de espera en el Duty Free Shop de los lamentos y la resignación.
Tiene Maripaz, la cruel e implacable suavidad de mil armiños en sus labios. Esos que tan generosamente sedosos te acarician cuando se posan en los tuyos y te besan… Yo mismo -puedo jurarlo- lo digo con un delicioso y placentero conocimiento de causa.
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