LOONEY, EL BATON ROUGE Y ALLAN POE.

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LOONEY, EL BATON ROUGE Y ALLAN POE

«Navegué con Jasón y los Argonautas…
temblé de miedo con el Manuscrito encontrado dentro de una botella.
Conocí a la ballena blanca de Ahab y a Dorian Grey;
y por llegar, fíjense Uds. llegué hasta la Isla del Tesoro .»

(Tardes de lluvia con el Nibelungo. Father Gorgonzola.)

Hace algunos días, terminé de leer una novela policíaca de César Pérez Gellida cuya acción se desarrolla en la ciudad de Valladolid. En esta historia, un inteligentísimo asesino en serie llamado Arturo Ledesma, frecuenta un «bar de cabecera» donde, desde el anonimato, pasa sus ratos libres entre suspiros de cocaína y libaciones varias de Ginebra Hendrick’s maridada con Tónica Fever Tree.

Vamos al bar, que es lo primero y lo que quiero.

Describe ese bar -y a su propietario- como un templo -entre tanto local de modernidad estandarizada- donde la música era especial y singular. Seña de identidad. Un lugar donde el ambiente era proporcionado por un camarero-propietario culto e instruido, con una habilidad muy particular para poner siempre la música idónea; y que se salía, ya te digo, de la comercialidad y la simpleza imperante en el resto de negocios del ramo.

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Describe el bar y sigo, oscuro, con un aspecto decadente y con una larga barra donde, al final de ella, se hallaba el cubículo del diablo de Tasmania; con una clientela casi fija. Y con un «atendedor», ya te digo, que brillaba, por su capacidad cultural y por saber las cosas principales que un profesional del lado estrecho de una barra debe de saber: que beben sus habituales y que música les gusta.

En Málaga, había ya hace algunos años, un bar que me recordaba muchísimo a este otro literario de Valladolid. El de Málaga era el Batón Rouge. Y era igual que este que acabo de describir. De hecho, lo que acabo de describir no ha sido sino el Batón Rouge. Porqué decir otra cosa.

 

El Batón Rouge era el último escalón de la consciencia. El sitio donde se perdía cada noche el poco equilibrio que nos restaba. Era el reducto de la última dosis de realidad donde a golpe de chupitos de Jacks Daniel’s, destripábamos la vida a golpe de interesantísimas conversaciones acompañados por una música de calidad suprema siempre proporcionada por Jose. Jose el del Batón. Uno de los pájaros más ilustrados y eruditos de entre los que anidaban en las madrugadas brumosas de aquella Málaga que fue, desde los años más gloriosos de los 80, a los más menguados y decaídos de finales del Siglo XX.

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Jose ahora renace en las redes cómo el tasmano Taz Looney.(no sé si a él le gustará que yo lo descubra) y haciendo honor a esa conocimiento cultivado que tiene, me lleva a una niñez- adolescencia (porque yo también me acuerdo de ese día de fiebres y estirón) de la mano de sus lecturas de terror; de los Cuentos de Edgar Allan Poe (porque yo también, en esa época, me los leí). De sus comentarios inteligentes.

Ahora no voy escribir más, voy a copiar literalmente lo que mi amigo Taz, escribe sobre Poe. sobre esos relatos extraordinarios (es precioso) y sobre esa juventud que cada vez nos encontramos, cada mañana, más aprisionada entre los pliegues de nuestra memoria.

De regalo, os añado los cuentos completos del autor, traducidos por Julio Cortázar.

Proporciónenselos a sus jóvenes hijos o nietos para que los lean. Dejen que se asusten oyendo latir un corazón delator a través de las paredes; no les importe que se imaginen al Diablo subido en un campanario. Permítanles que lleguen a oler un extraño y sorpresivo tonel de amontillado. No dormirán -lo sé por propia experiencia- pero no veas como ejercitarán la imaginación. Años después, el susto habrá desaparecido. La imaginación, perdurará.

«Me volví loco, con largos intervalos de horrible cordura.»
Edgar Allan Poe.

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Dice Taz Looney:

«Allá por mis trece, catorce años, pillé unas fiebres cojonudas que me postraron en cama más de una semana. Allí me llevé un volumen con las Narraciones Extraordinarias que había estado evitando irónicamente hasta esa fecha. Los relatos se sucedían como una espiral la calle Morgue, la Mansión Usher, Berenice, Morella, Valdemar, entraban por la habitación y se quedaban hasta que los personajes del siguiente relato ocupaban el cuarto. Cada una de esas historias tenían ruidos y olores como a hierbas y flores marchitas, o a polvo rancio en cortinas y muebles, olor a foso de humedad y putrefacción en los sótanos y mazmorras.

Durante la noche unas formas muy quietas estaban apoyadas junto al armario o tras la silla pero yo simulaba no verlas. Alguien debía haberme hecho una herida en la cabeza y la almohada estaba empapada en sangre. Hasta que un día las fiebres acabaron. Noté que yo y mis huesos habíamos pegado un considerable estirón. Las terroríficas pesadillas duraron algo más. Pero estos relatos se me grabaron en el alma para siempre. Y algunas (bueno, muchas) veces me gusta recordarlos, lástima que la inocencia se fuese para siempre!»

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Y aquí tenéis los Cuentos de Edgar Allan Poe. Traducidos, yo os lo he dicho, por Julio Cortázar.

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Disfrutadlos!!

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