Acerca del «HidingArt» del
Pintor Andrés Mérida
Ahora, que tengo la fortuna impagable de disponer de un tiempo libre –anhelado y deseado– después de algo así cómo treinta y seis años de condena en galeras, uno, que siempre ha pensado que cuando llegara ese momento dedicaría un poco de ese tiempo a menear las piernas paseando y a relajar la mente, cumple su palabra y lo hace.
Así que ahora, voy a pie a todos lados. A todos. Que hace falta el preceptivo jamón de York para la frugal cena, allá que me voy yo al súper más lejano que haya, para estirar el «patámen» y adquirirlo. Que hay que bajar la cuesta de Miraflores del Palo para cualquier cosa; allá que vuelvo a ir yo, que para eso estoy libre cómo un taxi libre. Entiéndase bien eso que acabo de decir, de estirar el patámen que, creo, no ha quedado demasiado bien expresado. Mi barrio pues, por esta circunstancia, ya no tiene secretos para mí, pues mi Santa – que tiene una enorme vocación pedagógica para conmigo – se está ocupando de enseñarme, por las mañanas, todos los chiringuitos de venta de frutas, de verduras, pescados y demás artículos perecederos que existen –y que tienen los productos más frescos de la zona que vivo que no es otra que la del distrito Este de la ciudad.
Aparte, también me estoy familiarizando con otras zonas de la capital; zonas apenas antes visitadas que ahora, y a golpe de paso ligero, estoy conociendo. Zonas que antes sólo conocía a través del filtro insensible del parabrisas del coche que me llevaba, cada mañana, al cautiverio indeseado que era mi lugar de trabajo. Un lugar –estos últimos años– donde sólo habitaban la animadversión y la más injusta e inmerecida animosidad. Así que ahora, que estoy liberado de esa carga impuesta por la propia responsabilidad y por la obligación, deambulo feliz y contento por los caminos con la esperanza de olvidar los malos tragos pasado. Fuera caballo!!! Que diría el Pedraza.
Pues bien, esta mañana, durante mi paseo diario, y ensimismado en mis pensamientos, llegué –como quien no quiere la cosa– a los aledaños del Balneario de Carmen. Pasado los Astilleros Nereo, observaba yo cómo estos, –el Balneario y su playa– se iban acercado a un ritmo de dos metros por doble zancada. Una vez allí y viendo el paisaje, parado junto a la puerta de entrada (en ese momento, para mí de salida) –y acordándome del «HidingArt» del pintor Mérida– decidí bajar hasta la misma playa; allí, donde bailan al compás de las olas, los chinos del rebalaje y la espuma del mar, para probar suerte.
Y se preguntarán Uds. ¿Para probar suerte? Ítem más … ¿»HidingArt»?
Bien, lo explico: El «HidingArt» (Escondiendo Arte) es un proyecto artístico ideado por mi querido y admirado amigo el insigne pintor Andrés Mérida; Almirante de la Armada que es, en sus horas de asueto. Pues bien, esta técnica, consiste en pintar piedras –que busca y recopila (tiene un cubo lleno en su casa) en la playa del Balneario para más tarde, pintar sobre ellas, firmarlas y devolverlas a su lugar de origen –ya sabéis: la pista de baile del rebalaje– para ponerlas a disposición de aquellos afortunados, que tocados por la vara del albur, la chamba y la chiripa, tengan a bien el encontrárselas durante su jornada del tumbarse en la arena. O del –cómo era mi caso– del día de pasear al Sol que más calienta que ya son todos.
Pues, otra vez, bien: Estaba yo pensando en esto cuando empecé a pergeñar esta entrada y cuando, ya lo he dicho, decidí acercarme al agua y probar suerte.
Soy de natural tímido. No se confundan Uds. por eso del que me expongo públicamente a través de este blog. Si no estoy amparado por una pantalla y por lo no presencial, soy bastante tímido tirando a lo retraído y timorato. Así que cuando me sorprendí paseando; yo sólo por la playa con la cabeza gacha, levantando esas piedras que me parecían apropiadas para haber servido de lienzo al artista; rebuscando entre montoncitos que a mí, me daban la impresión de que estaban colocados de una forma un poco forzada; metiéndome en la cabeza del artista poniéndome –en su malévola y retorcida mente– para descubrir por qué criterios se guiaba para esconder el botín. Me, sentía, ya te digo, un poco ridículo tirando a bobo. Más aún cuando se me venía a la cabeza…» Joder… Si me viese el Almirante!!»
Cuando ya desesperaba de encontrar algo, desestimando lugares obvios, pasando de cajas de gusanas vacías, escudriñando entre montones de algas en su punto perfecto de putrefacción, o fisgando en los rincones excavados por el agua en las rocas, cuando ya me afligía por no encontrar el colofón perfecto para esta entrada, voy, levanto la cabeza, y me veo –¡Oh afrenta! Odiosa abyección y deshonra!!!– al Maestro Mérida, «meao» de risa arriba en el poyete del Paseo Marítimo, observando al éste –ahora avergonzado– Father Gorgonzola en plena faena de enajenación buscadora.
Espera!!! Ahora bajo!! me gritó. Y bajó.
Bajó y nos saludamos cómo mandan las ordenanzas, a la marcial manera; téngase en cuenta que él es Almirante de la Armada y yo, tan sólo, un probo Coronel del Arma de Intendencia. Nos abrazamos fuera ya de todo protocolo, y empecé a darle toda clase de justificaciones acerca de mi presencia en la playa (cómo si lo que yo estuviese haciendo, fuera ilegal y no fuese lo previsto y provocado por él).
Me dijo que ya no debían de quedar piezas por encontrar pues ya se había acabado la época de caza y captura. Me contó la técnica de camuflaje de sus obras y me contó, también, las características que debían de reunir las piedras para ser elegidas y ser pintadas.
Por contarme, me contó, como le vino al magín esta idea –que a mí me parece magnífica y generosa– y cómo quería desarrollarla: Hablando con amigos artistas de otras latitudes (de Francia, de Portugal…) para instaurar un día de «HidingArt»; para que ellos – al igual que él– realizasen estas pequeñas ofrendas a sus admiradores; en cualquier formato en el que trabajen, en el material que les dé la gana y que las escondan en playas, en parques, en plazas, en donde sea. Para que podamos –el resto de los mortales– jugar un día a descubrir tesoros y tener la enorme ilusión de llevarnos un trozo de arte escondido (y libre de impuestos) a nuestras casas. «HidingArt» ya lo saben Uds.
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