Anoche, tuve el privilegio de estar rodeado de buenos amigos de todos las épocas en el Restaurante Elementus de mi amigo Salvi.
Aparcamos – como tantas veces- bajo los eucaliptos frente al Balneario del Carmen.
Y entonces , me asaltó un recuerdo familiar. Debió de suceder sobre el año 1966, cuando yo contaba 9 añitosde edad.
Este es el relato de aquel recuerdo. De lo que al final resultó …
UN INFAUSTO DIA DE PLAYA.
Sábado por la mañana. Los hermanos –por aquel entonces al completo- disfrutábamos del día libre. Mi madre se afanaba en la cocina para preparar el condumio del medio día sabatino. Chanquetes con pimientos y huevo; todo ello debidamente frito. De primero – como era casi habitual en esa época veraniega- Gazpacho andaluz fresquito.
Porque he dicho que era verano, verdad? Pues lo digo.
Diez de la mañana. El día se presenta caluroso. Un magnifico dia. Los hermanos mayores habían decidido, con el valor añadido de Jose Luis -novio de mi hermana Lourdes- el pasar la mañana en los Baños del Carmen. El Balneario del Carmen.
No contaban con la presencia del chiquitillo de la camada, el que suscribe: Father Gorgonzola. No entraba en sus planes cargar con un tierno infante porculero.
Pero, mi madre, siempre atenta conmigo y ,para de camino, descansar de mi, les obligó a cargar con el indeseado equipaje y de esa manera, me uní gozoso al grupo para pasar la mañana dándome chapuzones en la playita. Ay! Que rico madre!
Así que iniciamos el rito playero de la época.
Desplegábamos la toalla encima de la cama. La doblábamos longitudinalmente por la mitad. A lo largo; situábamos el bañador encima de ella y la enrollábamos hasta formar un cilindro. Una suerte de albondigones trufados de Meybas.
Salimos andando pues con la intención de coger el autobús de línea Alameda Principal – El Palo. Era una época en la que no había sino un solo coche en la casa: el del Pater Familias. En los días en que sucedieron los hechos un Morris Authi 1100. Importado de Inglaterra.
Salimos, decía, los tres hermanos, la hermana y el novio de la inefable al que cariñosamente apodábamos en la familia “El Pella”
Nos trasladó al fin el autobús hasta la misma puerta del Balneario del Carmen. La parada estaba situada en una gran arboleda de eucaliptos que daban sombra a los escasos coches que esperaban a la fresquita el regreso de los bañistas.
La entrada a los Baños del Carmen, pasaba por el ritual del pago pertinente en las taquillas. Pagabas lo estipulado y tenias derecho – entre otras cosas- a una especie de garita unipersonal que te servia de vestuario y de cabina para guardar la ropa y tus pertenencias.
Dos había que pagar; una en la zona de los hombres para la muchachada varonil. Y otra para la hermana. En aquella época todo estaba dividido por sexos. Incluso en la playa -y dentro del agua- como unos cincuenta metros había una cuerda que separaba una zona para hombre y otra para mujeres; aunque ya no eran las normas tan rígidas y cohabitaban los dos sexos en toda la playa.
Nos cambiamos y llegamos en tropel a la playa ansiosos y deseosos de meternos inmediatamente en el agua. Pero Oh Desdicha! Una mancha enorme de alquitrán flotaba en toda la orilla y se extendía hasta casi el final de la cuerda. Unos cincuenta metros. Imposible bañarse en ese mar de betún.
La desilusión de Father fue absoluta. Todos los planes de chapoteo se habían transformado en chapapoteo. Aunque esa expresión aún no se conocía.
Nos tumbamos en la playa haciendo huecos en la arena para extender las toallas sin que estas se manchasen con el negro y peguntosísimo alquitrán que ardía al sol implacable del mes de Agosto malagueño
Nos sentamos. Nos tendimos y al sol. Que remedio.
Al cabo de una hora, al que suscribe, se lo llevaban –literalmente- los demonios (Siempre he sido un culillo de mal asiento) confinado en mi particular campo de concentración de apenas dos metros cuadrados. Los nervios me podían. Mecagontóloquesemenea.
No soportaba esa ausencia de agua fresquita y esos baños liberadores de adrenalina y de rebosante vitalidad como tierno infante que era.
De pronto la solución se puso a mi alcance en forma de barca varada en la playa.
En aquella época solían haber barcas dispuestas para el alquiler en la playa a disposición de los bañistas.
Amosalquilarunabarca!!! Dije con alborozo sabiéndome poseedor de la solución perfecta del día de baño.
– Anda niño! Tú sabes lo que vale eso? Respondío mi hermana.
– Amosalquilarunabarca! Repetí.
– Que no!! Volvió a decir.
– Amosalquilarunabarca, Amosalquilarunabarca!
– Qhedishoquenó!! Y dehadápoolsaco!
– Amosalquilarunabarca, Amosalquilarunabarca! Amosalquilarunabarca, Amosalquilarunabarca! Amosalquilarunabarca… Arf! Amosalquilarunabarca!
Lourdes!!! Dijo el Pella: Vamos a alquilar una barca para que se calle el oíoporculo niño!!!! A ver si se calla de una puta vez!!!
Nos levantamos los tres hermanos jubilosos y junto al Pella nos dirigimos al sitio, donde estaban las barcas, mirando con displicencia al resto de los bañistas -que sudaban la gota gorda- frente a un mar de ébano coronado con dos dedos de alquitrán a lo largo de toooda la costa que podíamos divisar.
Pagó Jose Luis al marinero que nos miraba de forma ciertamente rara. Botamos la barca. Apartamos el alquitrán como pudimos para adentrarnos en el mar y subimos afanosamente en la puta barca.
El hueco azul entre la negrura se volvió a tapar rápidamente y todo- de nuevo- se tornó negro brillante como el azabache.
Bogábamos pletóricos hacia el lejano mar azul. Father Gorgonzola iba delante, en proa, de pie, tal si fuese un enorme mascarón de proa. Ufano se le veía sabiéndose el autor de tan magna idea. Nosepúesermastontos!!!! Pensaba acerca de los acalorados bañistas, que sentados en la playa, observaban lo que sucedía en el mar.
Avanzaba la barca en ese apagado y tenebroso mar dejando una estela que –como sucedió en la botadura, se cerraba inmediatamente esfumando el rastro efímero de limpieza.
Miraba yo, otra vez, con un cierto deje de desprecio al resto de los bañistas – sin comprender-como eran incapaces de haber pergeñado plan de baño tan genial.
Llegamos por fin a la zona libre de betún y brea.
Lourdes nos hacía señales desde la orilla. Mirad!! Dije!! La niña!!!
Lourdes nos saludaba desde la playa. (Movía esta los brazos agitadamente como queriendo avisarnos de algo)
Correspondieron mis hermanos y el novio de la prójima con saludos efusivos sin enterarse, por supuesto, de lo que esta les decía.
El pequeño Father le propinaba sonoros cortes de manga sabiendo que había sido su principal adversaria en la consecución del fantástico y límpido baño que les esperaba. Nostonta!!!
Ahí te quéas tó zudoroza! Maharona!!!
Sin pensarlo dos veces, nos tiramos los cuatro al agua. Un agua transparente y cristalina como nunca la habíamos visto. Lejos de la orilla el agua azul tenía una frescura inusual y enormemente revitalizante.
Nadamos y chapoteamos durante un buen rato. Un rato muy muy largo.
Agotados por el esfuerzo de permanecer en un mar sin fondo donde apoyarse, decidimos subirnos de nuevo a la barca y volver a la playa donde, una sudorosa y mosqueada hermana, me haría pagar los cortes de manga,s ejecutados con una absoluta maestría, hacia algo así como una hora. Aunque para eso, tenía que cogerme.
Nadamos hacia la barca cuando de pronto -horrorizados- nos percatamos con estupor de la enorme banda negra de un metro de altura y, al menos, tres dedos de espesor que circundaba la puta embarcación. Nos han jodío!
La rodeamos con la esperanza de hallar un paso libre de pez. Nunca mejor dicho.
Ningún paso se abría por estribor, ni por babor, ni -Oh My God- por proa. Lo único que yo tenía claro era la popa. La popa que es por donde nos iban a dar irremisiblemente a los cuatro avezados navegantes.
Así que se estudió la forma menos dramática de afrontar el suplicio del inevitable embetunado.
Trataron los hermanos mayores y el cuñado, intentar subir al Father a pulso para que, al menos, uno saliera indemne de la humillante situación. Pero al carecer de punto de apoyo, era materialmente imposible.
Así que no quedaba otra solución que la del inevitable restriegue.
El que alguna vez se haya subido a una barca desde el agua sin escalerilla, sabrá del titánico esfuerzo que se requiere. Podéis imaginar, si además – como adorno- tenéis que hacerlo por una superficie húmeda y pegajosa y resbaladiza a la vez?
Un dislate.
Subimos a durísimas penas a la barca. Al Father, al final lo arriaron con el casi descoyunte de brazos. Todos con la parte delantera del cuerpo que no era otra cosa que la verdadera imagen de Nat King Cole. Agravado el caso en mi cuñado Jose Luis, que al ser muy piloso, los pelos se le arremolinaban en el pecho y en las piernas conformando un enorme muestrario de caracolillos al estilo de Estrellita Castro.
Debidamente calafateados nos encaminamos horrorizados hacia la playa presuponiendo la vejación que sufriríamos al llegar a esta playa y contemplasen los bañistas descojonados, comos los Four Tops desembarcaban de su gira por allende los mares.
Cuando llegamos donde nos esperaba mi hermana, nos recibió con un lacónico: Gilipollas! Que fatiguita, Dioss mío, prosiguió. No se puede ser más gilipollas!!
Jose Luis, completamente embadurnado, le espetó –a modo de disculpa- Luli… Y ella fulminándolo con la mirada -como solo ella sabía hacerlo- le dijo: Y tu! Tú, eres el más gilipollas de todos!
Nos fuimos camino de la ducha sabiendo que la limpieza del alquitrán era una batalla imposible de ganar. Después… un humillante paseo en autobús.
Mientras en la casa, nuestra madre, preocupada por la tardanza, esperaba impaciente para freír de una vez los malditos huevos que acompañarían a los pimientos fritos y los chanquetes.
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