LAS SANTAS ÁNIMAS BENDITAS Y EL APÓSTATA.

Oración a las Ánimas Benditas para pedir un favor ⋆ 【Actualizado 2021】

El provecto y descreído Aitor Tilla du Pómdeteg cargaba sobre sus anchos hombros, la muy notable cantidad de setenta y dos calendarios. Aficionado a la afanosa dialéctica política y religiosa con sus amigos de la tertulia de los miércoles, llevaba una vida ordenada, metódica y plácida basada en el cumplimiento inapelable de sus costumbres y rutinas. Lo que se dice un maniático pertinaz y obstinado. Un auténtico caballero español.

Aquella tarde, Aitor Tilla du Pómdeteg, habíase pasado de tiempo, rediez, en cuanto a la duración habitual del coloquio discutiendo con sus compañeros de tertulia toda la tarde y un poco más allá; pontificando acerca de las contradicciones de los dogmas de la iglesia, de sus incoherencias y sus disparates; prevaleciendo en sus argumentos el escepticismo y el convencimiento de la inutilidad de tal institución y tachando de ignorantes y botarates a los que defendían tales creencias y afirmaciones. Se definía como un apóstata que había renegado de la fe de Cristo. ¡Soy un apóstata convencido! Decía con frecuencia.

Tomóse tres cafés descafeinados el pedante durante todo el transcurrir de la velada aquel día y, finalizada esta, despidiéndose de sus amigos -todavía airado- retornó a casa pues ya llegaba tarde para tomar el leve refrigerio que le servía habitualmente de cena para después leer un ratín y descansar plácidamente del varapalo dialéctico que les había infligido a sus pacientes y resignados amigos. Se sentía satisfecho el pomposo y cargante du Pómdeteg.

Terminó el refrigerio, se acostó; y después de leer un buen rato, apagó la luz, se recostó sobre el lado derecho, y se dispuso a dormir apaciblemente hasta las nueve de la mañana, hora fija en la que se solía levantar para desayunar e iniciar metódicamente la jornada siguiente.

No obstante, el sueño (debido a la poca calidad del descafeinado café) se negaba a llegar para procurarle el descanso merecido tras la vehemente exposición anticlerical que había tenido con sus amigos. Unos meapilas y unos chupacirios -todo hay que decirlo- sin remisión y bobos de nacimiento, pensaba él de ellos.

Comenzó a dar vueltas en la cama.  Y otra vuelta, y otra vuelta y otra vuelta más. Y le dieron las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres, y desvelado como un búho orejado, lo encontró la luna.

Em cago en déu, se dijo en un perfecto catalán. L’hòstia puta, siguió blasfemando en el idioma de Carles Puigdemont i Casamajó -presidente que fue de una región autonómica española- pero siguió dando vueltas en la cama.

Ante la imposibilidad de conciliar el sueño -y careciendo de los preceptivos somníferos que le hubiesen ayudado en su deseo de dormir- se acordó de un tema que se había suscitado en la conversación de la tertulia de esa tarde: Las Santas Ánimas Benditas y su peculiar don de servir de despertador a sus fieles creyentes tras haberles realizado el preceptivo y obligado Padrenuestro que era el pago exigido por los intangibles espíritus para cumplir con su cometido.

 Ante la desesperación, hizo abstracción de sus creencias y rezó la oración a la antigua usanza pues la nueva versión no la conocía. Y pidió a las Santas Ánimas Benditas, que le ayudaran a dormir plácidamente y de continuo hasta las preceptivas y acostumbradas nueve de la mañana. Agotado, nada más deseaba en el mundo. Se quedó dormido de inmediato.

A las nueve de la mañana en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos, abrió los ojos. Sorprendido, miró la hora y no podía dar crédito. ¡¡Las nueve de la mañana!! se dijo. Y se quedó un buen rato tendido en la cama mirando hacia el techo y cavilando acerca de esa extraña circunstancia.

 En un momento dado, notó un calor extraño en la entrepierna. Un calor húmedo y empapante que chapoteaba al menor movimiento de su cuerpo. Horrorizado, levantó las sábanas y cobertores de un enérgico tirón y se vio meado hasta las trancas.

No había tenido en cuenta que todas las noches, al menos tres veces, se tenía que levantar para acudir al inodoro y evacuar. Problemas propios de su edad.

Desde aquel día, sus amigos le llamarían “El Apróstata”. Y cada noche, antes de echarse a dormir, le parecía oír un sinfín de carcajadas y un fragor de cachondeo provenientes desde las profundidades del purgatorio donde habitan las Santas Ánimas Benditas.

GURUGLÚB! (Crónica de una ecografía anunciada)

BASADO EN HECHOS REALES.

A causa de la circunstancia del haber cumplido 65 años y, por consiguiente, el llegar a la provecta situación de pensionista, mi doctora (previsora siempre que es) me prescribió una ecografía de abdomen para controlar el tema de cálculos renales que – de vez en cuando y de manera porculante– me aquejan y me dan mala noche.

Así qué tras haber solicitado dicha ecografía, y más tarde que pronto, debido a las circunstancias de esta horrible pandemia, me llegó por correo ordinario –que es el sistema de comunicación más soez e impertinente– una carta indicándome el lugar, día y hora en el que debía de personarme en el Hospital Civil para realizarme dicha prueba.

Acompañado de mi amada Santa, me presento en el Hospital para someterme a la puta ecografía. Mi Santa, a la que no le viene el apelativo gratuitamente, me dice una vez que hemos aparcado…

  • Gordooo… Mira! Ve bajando tú que yo voy a aprovechar para donar sangre.
  • ¡Vale! De todos modos, creo que voy a tardar muy poco (pensaba erróneamente en una radiografía y no en una ecografía) El que termine antes que llame.
  • ¡Enga!

Y allá que me fui, displicente y altanero, silbando como un chisgarabís resignado, para la planta sótano que tan familiar me resultaba de ocasiones precedentes.

Una amable enfermera me envío al fondo de un pasillo donde me informó que una compañera saldría a recoger mi cita y que ya me informaría. A mí me extrañó, pues no era el sitio habitual donde antes me habían realizado las radiografías anteriores. Pero claro no se trataba de una radiografía; se trataba de una ecografía.

Sale la compañera, recoge el papel de la cita y, sin dejarme hablar, me dice…

  • Se va a esperar usted un buen rato bebiendo agua hasta que no se pueda aguantar las ganas de orinar. Cuando ya no pueda más, llama usted a la puerta y le hacemos la ecografía.

Así que me voy para la cafetería un poco mosqueado por que no era lo que me esperaba.

Me pongo en cola guardando las distancias y compro una botella de 1´5 litros de agua, me siento en una mesa y me pongo a matar la nula sed que tengo.

Glub, glub, glub. Bebo sin ganas. Glub, glub, glub, sigo bebiendo con menos ganas todavía. Al litro ingerido me llama Santa…

  • Gooordoooo…. ¡Yo ya he terminaaadooo! ¿Dónde estás? Le cuento y se viene hacia la cafetería.

Glub, glub, glub. Pego tres buches y llega. La verdad es que tanta agua –tan rápido y sin sed– me está costando tragarla. Me siento pelín pesado.

  • ¡Gordo! Vámonos al patio a la sombrita que aquí me da paranoia con tanta gente y el aire acondicionado.
  • ¡Enga!

Así que para allá nos vamos con las mascarillas puestas, el culín de agua que me queda y nos sentamos tan ricamente en un incómodo banco de durísima madera a la sombra de un nuevo y horrible edificio de cristal y aluminio.

Glub, glub, glub. Pego los últimos buches, acabo el litro y medio y me “acomodo” a esperar que el agua baje hasta la vejiga y me den ganas de mear.

  • ¿Qué haces?
  • Pues ya ves, esperando a que me den ganas de mear.
  • ¡Eso no es así!
  • ¿Cómorrr? Pregunto yo.
  • Tú tienes que seguir bebiendo hasta llenarte la barriga. Que yo me he hecho muchas ecografías y eso va así. ¡Voy a comprarte una botella de agua!
  • ¡Puaj! Exclamo yo por lo bajini.

Vuelve con una botella de medio litro de la máquina expendedora. ¡Toma, quítate la mascarilla y te la vas bebiendo buchito a buchito sin parar! Así lo hago. Buchito a buchito.

Las ranas ya empiezan a sentirse a gusto en su líquido elemento dentro de mi barriga. Acabo la botella. Dos litros llevo ya ingeridos.

  • ¿Tienes ganas de mear ya?
  • ¡No!

Al ratito…

  • ¿Tienes ganas de mear ya?
  • ¿No!

Al ratito…

  • ¿Ya?
  • ¡No!
  • Es que así no es, me dice. ¡Tú tienes que beber más que yo sé lo que me digo, voy a comprar más agua! Vuelve con una botella de litro y medio. Yo, alucino.

Glub, glub, glub… Empieza el quinario. Glub, glub, glub… Ya no puedo beber más. Glub, glub, glub… empiezo a marearme. Glub, glub, glub… esto es un tormento propio de Fumanchú. Acabo la botella y doy un largo paseo para ver si me dan las putas ganas de mear. Nada. Me siento con una tremenda sensación de infelicidad.

Al ratito…

  • ¿Tienes ganas de mear ya?
  • !!!¡NO!!!!

Santa se levanta, se va otra vez a la máquina expendedora y trae de vuelta ooootra botella de medio litro. Me la da y me dice…

  • ¡Buchito a buchito!
  • ¡Voy!

Cuando acabo la botella, me siento con los tobillos hinchados. Mareao. Con náuseas. La barriga inflada como un globo. Me levanto de un salto. GURUGLÚB! Y le digo a Santa, completamente congestionado…

  • ¡A tomar por culo! ¡Me voy para abajo a que me hagan la puta ecografía! ¡Y si no, me voy para la casa!
  • ¿Tienes ganas de mear ya?
  • ¡¡¡NO!!!!

Y me voy andando hacia el sótano –con cuatro litros de agua en la barriga– con los andares de un león marino y el estómago sonando… ¡GURUGLÚB! ¡GURUGLÚB! ¡GURUGLÚB!

La enfermera desde el fondo del pasillo me ve y me dice…. Álvarooooooo… vengaaaaaa…. Qué te estamos esperaandoooo….

Le cuento lo acontecido. Se hecha las manos a la cabeza, yo a la barriga, me pregunta si no he matado a mi mujer, me tiendo, en la camilla, me hace la ecografía y me manda para mi casa. Subo, recojo a mi Santa en el patio y nos vamos andando hacia el aparcamiento.

¡GURUGLÚB! ¡GURUGLÚB! ¡GURUGLÚB! ¡GURUGLÚB! ¡GURUGLÚB! ¡GURUGLÚB! Voy andando a trompicones y haciendo eses. Mareado y descompuesto.

Llegando al coche, le digo a mi mujer…

  • Omaíta… voy a largar.
  • Espera un poco a que…

Aaaaarrrgffffff… Primera bocanada. Primer litro. Aaaaarrrgffffff… Segunda bocanada. Segundo Litro. Aaaaarrrgffffff… Tercera bocanada. Tercer litro. Aaaaarrrgffffff… Cuarta bocanada y último litro. Tengo que aclarar que lo expulsado era agua límpida y absolutamente transparente; como recién salida del manantial.

Exhausto, temblicón, sin fuerzas y consumido por el acto aspersor, rodeo el coche, me derrumbo en el asiento del conductor y me doy cuenta de que las gafas que llevaba en el bolsillo de la camisa, al remangármela en la camilla de la ecografía, se me debían de haber caído en la consulta.

Santa – no podía ser de otra manera ante mi palidez y demacración– se ofrece a ir a la consulta a preguntar.

Cuando llega al pasillo, ve a la enfermera cerrando la puerta para ya irse. Desde lejos empieza a correr y a gritar:

  • Perdoooonaaaaa, Perdooonaaaa… ¡¡¡Soy la mujer del de los cuatro litros de agua!!!
  • ¿Pero todavía no te ha matado? le preguntó. Y le dio las gafas.

Llegué a casa y me acosté. Hasta bien entrada la tarde no pude mear.

P.D. Todo lo narrado en este relato es absolutamente cierto y se ha contado tal y como sucedió.

DIARIO DETALLADO DE UNA MAÑANA ACCIDENTADA.

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«Con lo que Dios da y el Rey ofrece,

no hay más remedio que joderse»

(Popular)

(Para Martica)

Diciembre día 23 del año, 2016

Se presentía una mañana ideal; Todo estaba previsto. Caminábamos Santa y yo por calle Luis Taboada hacia abajo. La idea era coger yo el autobús que me llevaría al centro de la ciudad (tenía el coche en el taller reparándole un golpe que me dieron) donde había quedado (en la Bodega Casa Guardia) con mi querido amigo Fernando Damas: La pretensión era el recoger unos libros en la librería Mapas y Compañía –La Guerra Civil Española de José Pablo García y Corégraphie Portuarie de Luis Ruiz Padrón debidamente firmados y dedicados con dibujos por sus respectivos autores– para después continuar con mi amigo paseando y tomándonos un refrigerio; que mi amigo Damas es mucho de invitarse a unas delicatesen y para nada permanece impasible al «ademán». Santa, por su parte, iba a la peluquería que ya se sabe cómo son estos días de trajín, ajetreo y atiborre desmedido.

Así que el plan se me antojaba casi perfecto, tan casi perfecto que casi mosqueaba por la falta de incidencias. El destino, que es avieso y muy de joder la marrana, me regaló un apercibimiento en forma de retortijón que me hizo pensar en la vuelta a casa para soslayar la posible contingencia.

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Comienza la odisea.

11:20 A.M. Calle Luis Taboada, inmediatamente después del inesperado retortijón, recibo una llamada de la chica de la oficina del taller indicándome la perentoria necesidad de retirar el coche antes de las 13:30 si no quiero quedarme sin él hasta el día 27. Desisto del plan de evacuación vertical y me dirijo a la parada del bus encomendándome a lo más alto del escalafón del santoral: El amado apóstol San Pedo.

 

11:55 A.M. La resaca que arrastraba de la noche anterior empieza a pasarme factura esperando frente a Casa Guardia. El olor a vino dulce Moscatel me trastoca el estómago y el retortijón se va transformando en conato de apretón. Considero libar una gaseosa, pero desisto por el efecto indeseado que el gas carbónico puede liarme en la tripa. Comienzo a preocuparme.

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12:07 A.M. llega Fernando, le explico el tema de lo del coche, no lo de la posibilidad de irme de vareta (que aunque lo parezca, no es la capital de Malta) y nos vamos hacia la librería para poco después darnos un fraternal abrazo de despedida, no sin antes yo reconvenirle esa falta de seriedad al cambiar su regalo de Navidad –tradicionalmente Ron de edad provecta– por unas latas muy monas de un aceite de Oliva EXCEPCIONAL (sic) para Santa. Cría córvidos y te sacará los ójidos.

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12:55 A.M. Llego a la parada de autobús al que le quedan, todavía, 12 minutos por llegar. El atributo de conato, le desaparece al apretón y este queda en apretón puro y duro ( me temo que lo de duro es más esperanza por mi parte que realidad)

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13:07 P.M. Subo al vehículo con la nalgada prieta. Las gotas de sudor me caen por el rostro y siento cómo el avisador del esfínter –inclemente y sin alma que es– no para de convulsionar anunciando la mala nueva; se me permita el símil escatológico-navideño. Me quito el foulard y me desabrocho la camisa. No sé si el calor lo produce el bus o los dolores de dilatación que me intervienen. Mil paradas quedan, mil. Los letreros de las tiendas, hacen referencia a lo que me atormenta: Telas al «peso». «Sanitarios» Los Tilos. «Cisternas» Pepe Núñez Atascos y «Desatoros». Un horror.

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13: 20 P.M. Veo al final de la calle del Polígono Industrial que el taller está aún abierto pero con los trabajadores esperando para que yo me lleve el puto coche y poder irse de vacaciones  y me pregunto descorazonadamente. ¿Cómo pedirles usar el cuarto de Baño, dejarles el «regalo» y contaminada la nave? ¿Cómo pedir a unas personas el que me esperen a que yo deposite un mojón kilométrico (es un disfemismo) digno de una carretera comarcal de los sesenta?

13:27 P.M. Llego al taller con el culo más apretado que Rudolf Nuyerev en Cascanueces. Me explican amablemente y con cierta parsimonia –los técnicos y la chica de recepción– la reparación efectuada mientras yo muevo mi cuerpo como si fuese un muñequito Elvis entrado en kilos.

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13:35 P.M. Me meto en el coche muy apurado. Sudo! Blasfemo! Arranco! Me siento en mi coche cómo en mi casa; pero no me confío, ¿Cuántas batallas han sido derrotadas en los momentos finales? Así que procuro salir del puto Polígono Industrial para coger la autovía que me llevará lo más rápidamente a sentarme en el trono anhelado. Wáter is Coming.

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13:39 P.M. Me equivoco!  Oh, Señor, Me equivoco de desvío! Voy en dirección centro otra vez. Me cago en tó lo que se menea. Inmediatamente, me arrepiento de lo dicho, por lo inconveniente de la expresión y cambio la temática del insulto.  Supútamadre! Como puedo, tomo la dirección correcta y enfilo la autovía.

13:49 P.M. la velocidad máxima a la que llego es a 120 Km/h. Una multa de 100 Euros que me había llegado hacía un par de días me tiene asustado. Nótese que la palabra cagao, no sale de mi boca. Todos los coches me sobrepasan y eso que van relajaditos.

14:02 P.M. Llego a casa chorreando sudor y convencido, de que los dos últimos minutos son los peores y cuando debo de conservar la calma. Dejo el coche mal aparcado. Doble fila. Saludo a un vecino con un Holaaasstardessssadiossss…. y subo a casa andando atropelladamente. Santa me pregunta….¿Como ha ido la cosaaa? y yo le contesto, mientras tiro el chaquetón en el sofá, me voy bajando los pantalones por el salón y le contesto desde el pasillo….¡¡¡ Que meee caaaagooooo!!!

14:02:35 P.M. (Censurado)

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14: 28 P.M. Ya, mucho más tranquilo –los dos Lorazepam, parece que me han sentado fenomenal– respiro aliviado y recuperada la razón, pienso que, al fin y al cabo… Con lo que Dios da y el Rey ofrece, no hay más remedio que joderse!

FELIZ NAVIDAD… Y… ¡¡¡¡ COMPRAD LOTERÍA QUE HABLAR DE MIERDA, DA SUERTE!!!!

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Todas las imágenes que ilustran esta entrada, son obras de Mark Oliver.

***

LA MEVA PRIMERA COMUNIÓ

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En el día de hoy –12 de Octubre de 2016 Fiesta de la Hispanidad–  y aprovechando que en el resto del país se celebra el ignominioso genocidio indígena,  se han reunido en el precioso Salón de Actos del Excelentísimo Ayuntamiento de Badalona, familiares y amigos de la encantadora niña Asumpta Aixó Comotepons hija de nuestros queridos amigos y correligionarios de la Esquerra Republicana Jaume Aixó Quetelocóms y su distinguida esposa Muntse Comotepons Porná para que esta (la niña) reciba el Pa amb Tomaquet de los Ángeles por la seva Primera Comunió Civil.

Prosternábase la adorable chiquilla ante un hermoso altar civil adornado con flores rojas y gualdas –tal si fuese perteneciente al Reino del Alto Aragón, la oíaporculo–  bajo la tutela de un enorme retrato del ínclito Oriol Junqueras que pareciera mirar a todos los asistentes a la vez sin doblar el cuello. Los hermanos de la educanda –el Gervasi y el Andreu– también vivieron intensos momentos de emoción y sentimiento sólo comparables a su reciente y exitosa Cerimònia del Descapull de la Polleta que les procuró un nuevo aspecto del miembro viril.

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La joven pollita, valga la repugnancia, vestía precioso vestido blanco de un tul ilusionante, tocado con barretina de encaje a juego y, en sustitución del rosario y el librito de nácar, portaba un Caganer de Artur Más y un espetec  muy  curado de la afamada Casa del Honorable Josep Tarradellas.  Las sublimes melodías del coro de las Germanetes Hospitalàries del Sagrat Cor de Jesús transportaban a los asistentes a las regiones más altas del paraíso independentista y hacían del acto, un gozo verdadero de consolidación y afianzamiento catalino.

La ceremonia laica (llamada así por la perra astronauta soviética) fue oficiada por la alcaldesa de la localidad Dolors Sabater Nascuda y oficiando de monago el diputado de Junts pel Sí Chakir el Homrani de profundas raíces catalanas.  Al final del acto, y al compás del Virolai, todos los asistentes abandonaron la sede municipal y se dirigieron a la Peña Culé de Sant Antoni Piruler para reunirse alrededor de un delicado ágape a base de productos típicos de la tierra. La niña Asumpta, se puso hasta el culo de comer  Faves ofegades, calçots  y Esqueixada y quedó levemente empachada.

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Firmaron  como testigos de la ceremonia civil: Gabriel Rufián Romero (Independent), Joan Tardà i Coma (Cap de llista ERC), Ester Capella Farré (Barcelona), Ana Surra Spadea (Independent), Joan Capdevila Esteve (Independent), Mirella Cortès Gès (Bages), Xavier Roger Anglada (JERC), Josep Manuel Bueno Martínez (Vallès Oriental), Andreu Francisco Roger (Maresme) i Paloma Tevar Poyato (Independent); i la del Senat, Santi Vidal Marsal (Penedès), Mireia Ingla Mas (Vallès Occidental), i Jordi Del Rio Herrera (Avancem).

( Que la independència els acompanyi)

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EL SEÑOR EUTANASIO Y DOÑA MENCHU.

EL SEÑOR EUTANASIO Y DOÑA MENCHU.

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El señor Eutanasio Pérez del Meñique y Ruiz Fernández era un hombre bastante alto y muy estilizado. Portaba éste además, de esa buena facha y elegancia que se les suponían a los hombres de bien por aquella segunda mitad del pasado siglo XX que Dios guarde en su gloria, y que no la suelte.

Tenía Eutanasio Pérez del Meñique y Ruiz Fernández aspecto de ser hombre de derechas de toda la vida. Esto es: vestía siempre impecablemente con traje de chaqueta gris marengo; pantalón de raya inmutable que cortaba como filo de navaja, y chaleco de la misma tela con bolsillito relojero y cadena. Siempre el mismo atuendo. Siempre. A modo de uniforme distintivo.

En el pantalón, debiera de cargar el paquete –como era aconsejable por la ley de la gravedad– hacia la izquierda; pues todo el mundo sabe que el cojón izquierdo se desmaya un poco más que el derecho y provoca –con ese desplome– la dirección única y obligatoria al que cuelga en medio; no obstante –y debido a los tiempos infaustos que le tocó vivir a nuestro amigo– cargaba hacia la derecha por prudencia y cautela política;  aunque también, todo hay que reconocerlo, porque era zocato.

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Calzaba el amigo Eutanasio, finos zapatos italianos de imitación, de un brillo refulgente y coscurante. Y peinaba sus teñidas canas laterales –su testa estaba ya tapizada de desnudo cuero cabelludo– con una plasta abundantísima de pedazos de plásticos copolímerizados, hojas de aluminio y  dióxido de titanio, que era lo que comúnmente se conocía como «Brillantina». Palmolive (si se me permite la matización pedante) que era marca muy apreciada por los señores de elegancia avalada y demostrable.

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Para completar el equipamiento, portaba larguísima y cuidada uña en el dedo chico de la mano –a modo de blasón de su propio apellido–  que le daba un cierto deje ordinario y chocarrero. Por donde quiera que pasase, desprendía Eutanasio Pérez del Meñique y Ruiz Fernández –como no podía ser de otra manera– un suave olor a colonia «Maja de Myrurgia» que provocaba el vahído en las señoras y  la desconfianza en los señores, por su exagerado acicalamiento, que le adjudicaban una injusta fama de barbilindo y maricón. Nada más lejos de la realidad; a Eutanasio, les gustaba más un chocho que una Súper Whopper Doble Cheeseburguer Bacon BBQ (con aros de cebolla y su patata frita) a Francisco Rivera Pantoja vulgo «Paquirrín».

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Llevaba casado durante más de cincuenta años con la adorable Menchu –ésta, mucho más rechoncha y ancha de caderas (tirando irremediablemente para pícnica) que su Eutanasio– y ambos disfrutaban de un bien merecido retiro que les procuraba la paga de jubilación de él como cobrador de autobús, que fue en tiempos, de la línea Conde Ureña–Estación.

A pesar de los años cumplidos, conservaba el macho alfa  –todo hay que decirlo– el magnífico porte que dispuso toda su vida; pues era, como decía Menchu, «guarro de mala casta» y nunca engordó un gramo más de lo apropiado por su fina estampa y gentil figura. Todo lo contrario que la nefanda esposa que cuando tenía que pesarse – siempre por prescripción médica– debía de hacerlo en las básculas dispuestas en el Mercado de Abastos de su barrio de nacimiento en Carranque.

Podemos entonces colegir –debido a esa flacura y a esa moderación en el comer de Eutanasio– que su salud era por lo general, buena y conveniente; tan sólo y por ponerle algún «pero» empañada ésta por una cierta disfunción eréctil debida a su provecta edad y por un lacerante dolor en las nucas (sic) producido por tantos años de levantarse en el autobús para gritar «Amoavé! una mihilla palante que hay sitio de zobra, Señores!!!»

Nada graves estas dolencias, por otro lado,  si tenemos en cuenta que Eutanasio tenía prescrita por su médica de familia –con receta sin fecha– una caja «ad aeternum» de Viagra® y también –y gracias a la iguala sanitaria que mantenía con la Aseguradora MariAdeslas– tres días a la semana de masajes rehabilitadores (y sus pertinentes sesiones de calor) en un muy conocido Centro de Fisioterapia de la ciudad de Málaga que es donde residian.

 

EL CASO

Aconteció que un día entre semana, y bien de mañana, se le puso en el mondoño a la inefable Menchu el que su hombre le diese vidilla a salva sea la parte pues esta le picaba cosa mala. Empezó la Menchu a insinuarse con los arrumacos acostumbrados; es decir, a gruñir como una lechoncita; a acariciar con sus pies las escuchimizadas y peludas pantorrillas de Eutanasio y a emitir quedos gemiditos para provocar la llamada de la selva en su escuálido galán.

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Éste, sin pensárselo dos veces, abrió raudo el cajón de la mesita de noche –el que daba a la pared– y sacando de debajo de los pañuelos y corbandas la poción mágica azul, se tragó una pastilla sin agua trincando al poco rato, un  pétreo empalme de cuarta y media que ya para sí lo quisiera el electricista jefe de la Ciudad del Vaticano. Se me perdone el «mísil».

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Cuando el matrimonio quedó ahíto (García Reneses) –Eutanasio, hay que reconocerlo, se portó como un verdadero toro– se quedaron apaciblemente dormidos al menos durante treinta y cinco minutos. Treinta y cinco minutos plácidos (y flácidos) que fueron exactamente  los que Eutanasio tardó en recordar que esa mañana tenía ineludible cita de control médico en el centro de rehabilitación y su posterior masaje, ya se sabe, en las nucas (sic).

Se vistieron rápido; él cogió el sombrero de estilo «Tirulé» tan en boga este verano y, para allá que se fueron ambos deprisa y corriendo pues la cita, yo lo he dicho, era forzosa e inapelable.

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Inusualmente, ese día, había poca gente en la Clínica. Llegaron y los recibió el médico de inmediato.  Éste, lo reconoció «Hola Eutanasio!» y a renglón seguido, lo sentaron con las lámparas de calor en el cuello para pasar –también inusualmente rápido– a la sesión de masaje rehabilitador.

DOÑATELA

Doñatela era una muy bien dotada jovencita fisioterapeuta becaria que, llegada desde Italia, hacía prácticas en el Centro debido a un concierto entre clínicas de ambos países. Era morena. Una preciosa morena mezcla de esas mozas pintadas por el insigne pintor malagueño Félix Revello de Toro y del inmortal cordobés Julio Romero de Torres– primo hermano, que era, de un afamado dentista malagueño– y del que se decía (del cordobés, no del dentista) que pintó a la mujer morena con los ojos de misterio. Precisamente, como la preciosa Doñatela.

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Doñatela, era guapísima. Tez suave y de piel tersa. Voz melodiosa y unos labios gruesos y carnosos. Pelo moreno y rizado, una sonrisa blanca y comedida; con una mirada inocente y franca que escondía –precisamente por su falta de maldad– algunos atisbos de lujuria y lascivia que aún estaban por aflorar. Podría salir perfectamente desfilando y acompañando, a alguna Virgen, vestida de mantilla si ella así lo desease.

Pues bien… Entre Toriles y Mantilla, la erección es bien sencilla.

Se tendió Eutanasio en la camilla. Doñatela se lavó las manos mientras mascaba un aromático chicle de menta y, poniéndose detrás de nuestro hombre, sin ningún ánimo erótico, empezó con las manos fresquitas y suaves a acariciarle la nuca para arriba y para abajo. Para arriba y para abajo. Para arriba y para abajo. La sustancia azul ingerida, que todavía corría por las venas de Eutanasio, empezó a despertarse y su bragueta comenzó a moverse involuntariamente hacia la izquierda (ya se sabe la teoría del cojón desigual) y a la derecha.  A la izquierda y a la derecha. A la izquierda y a la derecha. Sin control. Tal si bailase la Yenka, que polla!!

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Tomó en sus manos la fisioterapeuta –ajena a la envarada cuarta y media de verga– un buen pegote de gel frío y empezó a masajear firmemente el cuello, las clavículas, el escaleno y los hombros del sufrido penitente mientras le soltaba en su cara, frescas y espontáneas vaharadas de menta, que no hacían sino empeorar muchísimo la situación. Para arriba y para abajo. Para arriba y para abajo. Para arriba y para abajo.

Eutanasio, no sabía dónde meterse (ni dónde meterla). Su enorme y descontrolado miembro, que se exhibía inhiesto orgulloso, endiosado, y arrogante… Bailaba ahora, el Bimbó y, por consiguiente, en todo el gimnasio, estaba causando sensación. Menchu, al observar la vergonzante escena, se levantó horrorizada de un brinco; trincó el sombrero «Tirulé» del perchero y poniéndoselo encima de su miembro, le conminó a levantarse de inmediato y salir huyendo  –para no volver jamás de los jamases– al Centro de Rehabilitación y Fisioterapia.

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Mientras atravesaban abochornados la sala principal del local, Menchu no paraba de propinarle sonoros y dolorosísimos cogotazos a su marido mientras este se protegía la cabeza con ambos brazos.

El sombrero «Tirulé» asombrosa y milagrosamente, permanecía sujeto –como por arte de magia– en la entrepierna del avergonzado Eutanasio. Eso sí, a cuarta y media de distancia del ombligo, que es distancia muy apropiada para que le asomase el cojón izquierdo colgando sobre el vacío.

En Málaga. Circa 2016

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LÁNGUIDOS.

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LÁNGUIDOS.

» La languidez es un estado de ánimo situado entre el ombligo y la lágrima»

(Juan Echánove. Rev.)

El lánguido no nace, se hace. No existen lánguidos de nacimiento, pero cuando deciden serlo resultan ser una ocupación de sol a sol en la que no existe el descanso ni cabe relajarse.

Para parecer una persona sin sangre en las venas, hastiada de todo, en permanente choque vital frente al resto del mundo, resulta fundamental ensayar la pose.

Los verdaderos cansados de vivir y sin ganas de nada están hechos un cuadro. Por contra, un lánguido mantiene pose de elegancia decadente, como sacada de una película de Visconti.

No dan pena, dan grima. Son afectados; cada gesto y cada movimiento está perfectamente estudiado, son capaces de visualizar cómo son percibidos, incluso por quien tienen a su espalda o en los ángulos muertos.

Sostienen una extraña relación amor-odio con la ironía, pues la consideran casi siempre demasiado zafia, pero son conscientes de que entenderla les hace sentirse más inteligentes.

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Son resbaladizos. Dan frío.

Resulta imposible imaginarlos comiendo cochinillo. De hecho, resulta imposible imaginarlos comiendo nada apetecible.

En verano, suelen vestir de blanco. Inmaculadas prendas que a menudo combinan con botas camperas, pues tienen a gala la incongruencia indumentaria cual sello de identidad. En invierno llevan gorro de estibador de Laponia.

Un lánguido suele tener el pelo lacio y se peina con raya al medio. Es feliz con su pelo simétrico a ambos lados del rostro, porque el look cortinaje retirado de la cara es lo más del languidismo.

Si prepara su boda, dirá que quiere algo distinto y personal con
un toque campestre. Si tiene un hijo, lo llevará con pelo rollo querubín, ¿es niño o niña?.

Los lánguidos de este mundo se sientan como si estuvieran posando para un catálogo de moda, cuelgan en las redes sociales fotos en blanco y negro acompañadas de sesudas frases filosóficas, hacen el amor como si les filmasen para una película de cine intimista francés.

Ser lánguido debe resultar agotador, a la par que un inefable aburrimiento.

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Autora del texto: Blanca Abón Lebrato.

Acerca de la autora:

Puedo asegurarles que la autora de este texto que acabáis de leer, es lo más opuesto y contrario a la fantástica descripción que ha realizado de esa gente abatida, desalentada e indolente que de vez en cuando –sólo de vez en cuando, afortunadamente– se nos cruza en nuestro camino y nos produce indeseadas dosis de grima, repelús y animadversión.

Blanca Abón, sé lo que digo, siempre ríe; demostrando, con un finísimo humor y con un don de la oportunidad indiscutible, que le saca a la vida tres metros de ventaja y, además, tiene la finura y el gesto de transmitirlo. Blanca, siempre me sorprende; y no es fácil hacerlo porque suelo ser muy exigente en eso del humor. Siempre me impresiona con comentarios propios llenos de ingenio, de chispa y de listeza.

Debe de tener –estoy convencido de ello– un radar implementado en su cacumen especializado en detectar el Tweet magistral de unos y los chascarrillos más desternillantes y  delirantes de otros.

Una chica perspicaz esta. Un bella persona y alguien de cuya amistad, me siento muy orgulloso por el inmenso disfrute del compartir  palabras y de participar en sus comentarios.

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DE MIS FILIAS Y ABERRACIONES SEXUALES. # 1

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DE MIS FILIAS Y ABERRACIONES SEXUALES.# 1

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Hay que ver, cómo es esto de Internet, que con toda la información disponible, no acaba uno nunca de conocerse.

A mucha de esta información se llega, como es este el caso, de forma casual. Buscando el significado de una palabra, esta palabra, te lleva a otra, y esta otra a un inesperado sitio de Internet. De este sitio, pasas –con una agilidad impropia de la edad que se maneja– a otro más inesperado aún y así, después de unos minutos de navegación, estás situado en un lugar al que nunca se te hubiera ocurrido acudir.

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Eso me ha pasado esta tarde; que saltando de URL a URL, he llegado a poder tener acceso a un diccionario que me parece de lo más interesante. Más que nada, porque he podido saber cosas de mi propia persona que ignoraba absolutamente y que «Date cuén, pecadorr» ignoraba absolutamente. Este que os escribe –en un inestimable ejercicio de sinceridad, objetividad y franca espontaneidad– (que no de lucidez) retrata aquí su verdadero «yo aberrante» si a aficiones sexuales nos referimos. Una catarsis necesaria e inevitable para guiarme yo mismo por el intrincado laberinto de mi existencia erótica y carnal. Yo que te diga, Maguila.

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Ha llegado a mis manos y ahora  –si así lo desean, también a las de los lectores de este artículo al final de esta serie– un «Diccionario de filias y parafilias sexuales» que después de leerlo atentamente, me ha aclarado meridianamente el porqué de esas apetencias sexuales que «vezencuando» me intervienen y asaltan y que tanto placer me proporcionaron en tiempos y que aún, muy de tarde en tarde, vienen a visitarme.

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Estas –las que ahora vienen– son algunas; y las confieso públicamente con el único fin de expiar mis pecados y mis más intimas y ocultas pasiones eróticas.

A ver (y por orden alfabético) ahora resulta que he padecido y padezco; que he disfrutado y disfruto de la…

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Actirastia: Excitación sexual proveniente de la exposición a los rayos del sol.

Cierto es. Debo de reconocer que después de tomar un baño de sol en la playa, –y de observar cómo las mozas se solazan brillantes y resplandecientes en las tumbonas– algo en mi interior me avisa de que es hora de un reconstituyente y gélido chapuzón. Para prevenir espectáculos deleznables.

Acrofilia: personas que se excitan sólo lugares altos. Los acrofílicos gustan de masturbarse o tener encuentros sexuales en las alturas, ya sea la terraza de un rascacielos, en un helicóptero o en el andamio de una obra.

Pues sí; lo admito. Nada me excita más que hacer el amor en el andamio de un edificio en construcción. Mucho más si es de viviendas residenciales con permiso municipal. Si son protegidas (las viviendas) uso, como es natural, preservativo homologado por el MOPU.

Adulterio: Ayuntamiento carnal voluntario entre persona casada y otra de distinto sexo que no sea su cónyuge. Del latín adulterium.

Miren ustedes, me van a perdonar, pero del Ayuntamiento –por la cuenta que me trae– no voy a hablar, que después todo se sabe y uno tiene su re putación.

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Agonofilia: excitación proveniente de una lucha con la pareja.

De las patadas que me propina mi mujer por la mañana para que me levante, perdónenme ustedes otra vez, pero tampoco voy a hablar.

Agorafilia: atracción por la actividad sexual o el exhibicionismo en lugares públicos.
La misma situación que la Acrofilia, pero situándome en la planta baja del andamio antes mencionado.Especial predilección, por lo tanto, de obras de viviendas unifamiliares y colegios públicos concertados.

Agrexofilia: excitación producida por el hecho de que la actividad sexual sea oída por otras personas.

Me pasa mucho en bodas, bautizos y comuniones. Sobre todo en estas últimas. Esa situación, suele ser la hostia de excitante! Recomiendo el gemido quedo y sigiloso pero, a la vez,  rotundo y contundente.

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Algofilia o Algolagnia: excitación producida por el dolor (se diferencia del masoquismo por la ausencia del componente erótico). La Algomanía es la perversión caracterizada por la afición a sentir dolor. Del griego algos: dolor.
Cierto es también. Inexplicablemente –yo creo que es algos– suelo tener una pétrea erección espontánea cuando me arranco un padrastro levantisco e insurrecto. Cuando involuntariamente, rompo una esquina del sofá con el dedo chico mi pie.

Alifineur (Aliphineur): Uso de lociones, cremas o aceites para excitar a la pareja sexual.

Debo de reconocer el enorme éxito, que el uso de la colonia Varón Dandy y la loción Floyd me proporcionan, en las mujeres pertenecientes a las más altas y selectas capas de la sociedad. Seh!

Alopelia: experimentar un orgasmo sólo viendo a otros teniendo una relación sexual.

Siempre pensé que la Alopelia era quedarse calvo. Pero bueno…

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Alveofilia: atracción por tener relaciones sexuales en una bañera. A la práctica del coito en una bañera llena de agua se le llama Coitobalnismo (de balneum: baño).

También plenamente satisfactorias son estas relaciones acuáticas; si le quitamos las quejas por inundación proferidas por los vecinos de abajo que son tan tiquismiquis cómo pertinaces y porfiados en la protesta. Fueraparte el arrugamiento inevitable y duradero de la gurrina tras el coito.

Amomaxia: excitación sólo al realizar una relación sexual dentro de un automóvil estacionado.

O témporas, O mores. Hoy necesitaría un monovolumen.

Androidismo: excitación con muñecos, maniquíes o robots con aspecto humano.
Breao tenía yo a mi muy entrañable y amoroso muñeco Virkiki. Ni que decir tiene a Masturbita y Pajotín, los muñecos viciosos de Gesmar.

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Anime Figure Bukkake: termino anglosajón para referirse a la práctica que consiste en cubrir de semen las populares figurillas de Manga/Anime, aunque en ocasiones se usa leche condensada, de aspecto y consistencia parecida a la del esperma.

Esta gratificante práctica, hay que realizarla en lugares limpios y ventilados; al abrigo de insectos himenópteros y dípteros tales como: Avispones, tábanos, hormigas guerreras, moscas, y alúas del Monte Coronado; pues se da la fatal circunstancia de que si te untas el cipote con leche condensada, todos ellos, indefectiblemente, serán atraidos y quedaran atrapados en el glande –ya lo avisó Samaniego– presas de patas en él. Otro caso distinto es el de la mosca cojonera que merecerá descripción aparte.

Anomeatia: penetrar con el pene por el ano a una pareja femenina.

No confundir con la Homeopatía, que supongo, debe de ser lo mismo, pero con un tío. Muncho cuidadín. Tampoco me hagan mucho caso, que de esta aberración, no estoy yo muy seguro.

Antolagnia: excitación por oler flores.

De ahí mi tremenda afición por pasear por entre los puestecillos de La Alameda. Huyo, no obstante de los capullos y ninfos aéreos y narcisos ibañezmenta.

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Astenolagnia: atracción por la Humildad y la Humillación.

Cómo es fácilmente comprensible, voy a pasar por encima del tema de las Cofradías de Penitencia para no herir susceptibilidades entre los hombres de Trono, uno que yo me sé, y demás cofrades procesionantes.

Autoconsuerofilia: Coserse con aguja e hilo alguna parte del cuerpo con fin de obtener placer sexual.

La vainica doble en un cojón, es algo que recomiendo encarecidamente por lo resultón que queda el testículo en comparación con el otro que solo ha sido pespuntado levemente. Misterios de la pasamanería vinculante.

Autofelación o autofellatio: una forma de masturbación masculina que consiste en estimularse oralmente el pene.
Después de intentarlo, infructuosamente, durante quince años, un férreo corsé y tres hernias discales me recuerdan cada día lo cerca que queda el dolor cuando el placer se pretende y ves que se te escapa de entre los pedos. (Por la postura, claro)

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Autopederastia: Introducción del pene en el propio ano.

Ni lo intenten! Ni lo intenten. En el mejor de los casos, propónganse como mejor objetivo el ombligo.

Autoscopofilia: Placer disfrutando de la observación de propios genitales.

Un consejo: Cuando se disfrutan de determinados volúmenes, el espejo ha de situarse estratégicamente en el suelo y usar las gafas de lejos.

Autosexualidad: sexo con uno mismo. La masturbación solitaria es una de sus formas. El autoerotismo o Autoerastia es la práctica de auto–estimularse sexualmente.

Después de años de hábito y costumbre, puedo recomendar sin dudarlo esta práctica por lo buena, bonita y barata. Las tres B que le llaman y por la inconsciente memorización de los dibujos de los azulejos del cuarto de baño.

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Autoungulafilia: conseguir placer rascándose los propios genitales.

!Que quieres que te diga que tú ya no sepas, Maria del Rosario Yerolai!

Avisodomía: relación sexual con aves.

El binomio Pollo–Polla funciona desde los tiempos más pretéritos. Recomiendo encarecidamente para el acto el Alzacola rojizo o el Chochín culinegro por la facilidad que demuestran para la penetración. Sin embargo desistan de determinadas aves del altiplano andino; ya se sabe que el Cóndor, pasa.

Y por fin, y para terminar esta primera entrega, el…

Axilismo: masturbación dentro de la axila de la pareja. También llamado Cópula axilar.

Deberán de prevenir a su pareja, en el no uso de desodorante de barra, pues el escozor producido, puede llegar a ser muy bastante irritante. Y asaz pegajoso y denso.

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CONTINUARÁ!…

Nota: Todas las imágenes que ilustran esta primera entrada de la serie -y que son obras de Agostino Carracci- han sido robadas impunemente de uno de mis sitios de referencia (y preferidos) en esto de lo virtual: Cultura Inquieta. Un lugar que recomiendo absoluta y encarecidamente.

Este es: Cultura Inquieta

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CONSIGNAS FAMILIARES.

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CONSIGNAS FAMILIARES.

(Para Fernando)

«Dijo que no estaba equipado para la vida
porque no tenía sentido del humor».
(J.D. Salinger)

Tengo la inmensa fortuna de haber nacido en el seno de una familia con un prodigioso y fantástico sentido del humor. Un sentido del humor que nos ha regalado multitud de momentos inolvidables de risas y sus posteriores réplicas en forma de anecdotario. Pero que también no pocas veces, y por lo inoportuno lo digo, nos ha proporcionado muy malos ratos puntuales e indeseados. Aunque he de reconocer, sin embargo, que estos «malos ratos» a la postre resultaron, una vez pasados, los más hilarantes y los más disfrutados. Los más comentados a posteriori, ya te digo.

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Tendría que dejar de lado la modestia, la vanidad y la autocomplacencia; pero debo de indicar, no tengo más remedio, que la familia Souvirón siempre dispuso de una chispa especial y una ironía fina, sagaz y muy personal (a veces al filo de la inconveniencia); y sobretodo, una prolija imaginación rápida e ingeniosa. Pido disculpas por la presunción que raya la soberbia; pero consideren lo que acabo de decir acerca de lo del dejar de lado, al principio de este párrafo.

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El sarcasmo, el doble sentido, la mordacidad y el saber, casi siempre, cuando es el momento oportuno de soltar la chuscada, fueron siempre los invitados perennes en nuestras reuniones de familia. De modo y manera que cuando algún invitado compartía velada con nosotros –fuese amigo o pretendiente a entrar en la parentela– debía de estar al loro, súper atento y rápido con la oreja y la risa dispuesta para no quedarse más colgado que una percha, pues si se distraía, le era imposible sumarse a la «demencial conversación»; porque los chascarrillos y las bromas fonéticas iban siempre, hilvanadas y estrechamente unidas la una con la siguiente; y la siguiente con la que tocaba. Debo de indicar, que una vez empezada la demostración surrealista, esta podía durar más de lo humanamente soportable para aquel no acostumbrado a la verborrea sin control y a la locura colectiva.

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Había en la familia, diversas consignas familiares. Estas consignas, en forma de palabras inventadas, en gestos ya consolidados en nuestro entendimiento por la costumbre, o en ruidos ininteligibles (una verdadera lástima la imposibilidad de reproducirlos por escrito) nos permitían un lenguaje personal e intransferible que nos proporcionaba, tanto en público (los más hilarantes y exasperantes ) cómo en privado, incontenibles y maravillosos ataques de risa.

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Pongamos ejemplos:

Cuando en una reunión externa, alguien cometía un «lapsus linguae» es decir, un desliz del lenguaje tipo: » Y claro, como no había comido, pues al pobre le dio una lipotómia». Inmediatamente, cualquier miembro de la familia, alzaba el cuello cual perrito de la pradera; miraba de soslayo al que estaba al lado y doblando el labio superior hacia la izquierda y el inferior hacia la derecha, hacía un mohín perfectamente reconocible y que nos indicaba a todos los que estábamos «El palabro». Palabro, que por supuesto, todos habíamos cazado al momento.

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Si el desliz de lenguaje era de los llamados de «rima grosera» o, sobretodo, de doble sentido, jamás se decía eso de «Premio!» o se le contestaba de forma «mal asonante». Nunca. Nunca, nunca. Sólo se pronunciaba una palabra: «morse». O su variedad más sonora «samorsa». Por ejemplo: Un conocido (y refiriéndose a su mano vendada a causa de un golpe… le decía a mi padre: » Y entonces, Don Fernando, al meterla, se me puso gooorda, gooorda, gooorda y tó morá!» El señor herido, se extrañaba, y fruncía el ceño al oír espontáneamente y por lo bajini, algo así como un «samorsa» y una incontenible retahíla de gruñidos producidos por la risa irreprimible con las bocas apretadas como puños y las venas de las sienes hinchadas y a punto de estallar.

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Otro: Cuando alguno de nosotros – no siempre voy a poner de ejemplo a alguien extraño– decía pontificando o indicando algo de manera auto elogiosa, solíamos ponernos la servilleta encima de la cabeza (algo habitual) pero acompañando el gesto con otra exclamación. En este caso, un sonoro… «wachu wachu wachu». El hablante, sabía en ese momento que debía de cambiar el discurso, porque intuía lo que se le podía venir encima. Los invitados, ante esta unánime reacción, flipaban en colores.

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Había palabras especiales que explicaban de manera concisa cuando una cosa era gustosa y primorosa; confortable, cómoda y acogedora. Una de esas palabras era «senne». Decir «senne» (y su superlativo «senenne zacatín»), era indicar de una forma rápida y aclaratoria, todos los sinónimos que acabo de nombrar.
«!Que senne se está aquí!» Decíamos cuando en días de lluvia, estábamos en casa echando una partidita de Póker o de Continental, al amparo del tormentón con estufa catalítica, té y sándwiches de lechuga, pepinillos y mahonesa preparados para la ocasión. Después, dejémonos de mariconadas, nos abrazábamos al noble arte de la libación en su variante escocesa.

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Sigamos.

También se podía describir una acción cotidiana de una forma culta o de una forma directa y basta. Bastante basta, diría yo. Pongamos otro ejemplo; ahora conmigo mismo: Si estábamos sentados en la mesa almorzando, y a mí me encantaba algo muchísimo y no paraba de tragar, mi Tío Ignacio –que vivía con nosotros y era un intelectual– exclamaba, «Que barbaridad, Alvarito! comes cómo Heliogábalo» (un emperador romano preso de la gula) pero también mi madre, para ahondar más en la observación, completaba la especificación de una manera absolutamente descriptiva: «El niño éste se come el desperdicio de un tinao» menos sutil que Tío Ignacio, pero mucho más gráfico sabiendo que un tinao es el sitio donde se guardan las vacas. Y los desperdicios… pues ya se imaginarán ustedes cuales eran los desperdicios.

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En fin… un montón de palabras y de situaciones tales cómo: «A poblemate» era que debíamos ponernos a estudiar. «La Pedorreta» el primer coche que tuvo mi padre. Dicho nombre era debido al ruido que hacía éste cuando arrancaba. «Muerde mi prima» cualquier chica mona que pasara a nuestro lado y en la que había que fijarse; y «La Roulotte» (vulgo la ruló) el culo que manejaba «Mi prima».
Cualquier niño no avezado en el retozar caprino por los montes de Málaga (yo, a pesar de lo que me decía mi Tío Matías, tengo titulación por los montes de Gibralfaro, Tres Letras y San Antón) cualquier niño no avezado en eso del triscar, decía, era llamado «Señorito de Piso». Los modernos muy extravagantes en el vestir, «Chicos descarriados» ; los sombreros grandes «Castrojas» y los Pictolines «Caramelmus». Y en mis largos paseos por la playa con mi padre, íbamos siempre en busca del «Gran Cipotudo» No porque éste estuviese muy bien dotado (que también) sino porque iba siempre armado de un largo palo acabado en punta. (Las historias inventadas por mi padre eran tan surrealistas cómo divertidas).

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Bueno… Y ustedes –si pacientemente han llegado leyendo hasta aquí– se preguntarán… ¿Y a mí que me importa y a qué viene esto? Pues verán, viene a que cómo este blog es mío, y hoy me ha intervenido la añoranza familiar, inserto esto porque me sale del «nípero» y que lo que escribo, lo escribo tranquila y pausadamente, porque ni tengo prisa, ni quien me la meta. «Samorsa!!». La prisa digo.

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Nota: Las imágenes que ilustran este relato,

son obra del artista belga Ben Goossens

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DULCES PÁJAROS DE SENECTUD.

A Peacock and Other Birds in a Landscape circa 1700 Marmaduke Cradock 1660-1717 Purchased 1991 http://www.tate.org.uk/art/work/T06488

DULCES PÁJAROS DE SENECTUD.

«Tres, eran tres, las hijas de Elena.
Tres, eran tres, y ninguna era buena.»
(Poema Popular. Variación)

LA REFLEXIÓN:

Como quiera que uno ya carga a sus espaldas un considerable número de décadas y su reloj vital ha pasado de ser progresivo a ser regresivo, uno, ya te digo, se ha vuelto un pelín picajoso y ciertamente susceptible en relación a aquellos que manejaban, ya en tiempos, una edad adulta –ahora escapada de entre sus dedos– y están alcanzando –con una rapidez inusitada– otra que no es sino la del descaro, la indiscreción y la impertinencia. La vejez insolente que le llaman.

Yo, miren ustedes, ahora manejo una edad muy difícil en cuanto al tratamiento por recibir y a la consideración merecida de los demás. Será, digo yo, que por eso de sólo vestir canas en la barba y además un pelo aún negro y una mititilla tupido (tampoco mucho, no se me vayan a creer) resulta –y continúo– que la indolente juventud me tutea indiscretamente y la imprudente ancianidad me putea desagradablemente.

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Lo que quiero decir –y me refiero a los provectos– es que me tocan mucho los huevos las señoras mayores que se me cuelan en una cola; las que me empujan y reconvienen con la mirada. Los señores ancianos intransigentes que todo les molesta y que se hacen dueños de prerrogativas que no les pertenecen; regalías que se les conceden sólo desde la amabilidad y la cortesía; desde el debido respeto. No desde la obligación.

Para explicarme aún más claramente, y argumentar mi queja, que mejor que recurrir a la clásica tríada de grupos; en esta caso de viejas. Me perdonen la viejas feministas que creo que hay alguna por ahí, pero es que son mayoría.

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Designémoslas. Estos son «grosso modo» los tres grupos: «La Vieja del Autobús». «La Vieja del Mercadona» y «La Vieja del Primero Cuatro». Quede claro, que todo lo que estoy narrando es absolutamente verdadero y que todos los casos, me han ocurrido a mí de forma directa y muy recientemente. Muy, muy, muy recientemente.

Estos son:

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1) LA VIEJA DEL AUTOBÚS. (Provecta In Trayecto)

«La Vieja del Autobús», también llamada «Vetusta Pasajera Imbus», suele subirse en dicho medio de transporte un par de paradas después de mi. A pesar de haber sitios libres al final del vehículo, ésta se sitúa justo a mi lado –parece que le gusta mi lugar – y suspirando repetidas y sonoras veces, me mira a los ojos estupefacta, con cara de odio y de no entender el cómo no he dado un salto –rindiéndole pleitesía por el aire– para cederle mi asiento de forma asaz inmediata. Mi Señora…!

Maldito hijo de puta maleducado!! Piensa la detestable anciana levantando el labio superior.

El que suscribe, asegura aportando su palabra de honor, que siempre, siempre, siempre, cede su asiento a las personas mayores; a la mínima ocasión. Siempre! Pero, también es cierto, que se tiene que dar la circunstancia de la propia voluntad y de una mínima cuota de empatía hacia la persona. O, por supuesto, de imposiblidad física.

Sigo! …

Cuando por fin –después de un interminable duelo de miradas fijas– el bicho baja la cabeza y se da por vencido, la caradura se acerca a otro incauto (susurrándome por lo bajini: Gordo, feo y mamón!!) para aplicarle al otro probo pasajero la misma estrategia. Una vez conseguido su objetivo me lanza una mirada de desprecio, desagradable, desabrida y displicente. En ese mismo momento, yo me levanto, y de inmediato, le cedo el asiento a otra señora –que sin pretender nada– se acercaba hacia mí y hacia la gilipollas. Fin de la cita.

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2) LA VIEJA DEL MERCADONA. (Provecta Supra Mercandumta)

«La Vieja del Mercadona», tócate los cohoness, se cree que es la dueña del cortijo del Señor Roig. De modo y manera que va parsimoniosamente caminando por los pasillos atestados de compradores (apoyada en el manillar del carrito de la compra) como si fuese paseando por Calle Larios observando los escaparates que en este caso son los expositores de los encurtidos y las salsas mahonesas. Con esa cachaza y pachorra, la maldita «Vieja del Mercadona», provoca unos complicadísimos e interminables atascos que hace imposible el acceder a la zona de congelados, próxima a la citada de los encurtidos y salsas diversas.

Ítem más: Si la vieja te viene de frente, deberás de apartarte de forma inmediata y dejarle paso Franco (en este caso lo de Franco no es baladí) pues se cree el ama de la carretera y te ataca de frente con toda la poquísima vergüenza del mundo mundial. Si acaso le recriminaras –como buen conductor que te consideras– su actitud, no te faltarán ni la mirada asesina ni el comentario impertinente. Sirva de ejemplo: Gordo, feo y mamón!! Fin de la cita.

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3) LA VIEJA DEL PRIMERO 4. (Provecta Proximum Quator)

A «La Vieja del Primero 4» la operaron hacia finales de los setenta de una hernia. No se sabe a ciencia cierta (nadie lo sabe en el bloque) si dicha hernia era pararrectal, umbilical o epigástrica. El caso es que cuando tú llegas con tu propia compra del Mercadona – completamente airado por haber discutido con la hija de la gran puta de la Provecta Supra Mercandum – ésta (la Provecta Proximum Quator) de forma sibilina y entrenada por la archiconocida «Vieja del Visillo» (Provecta Speculatis Cortinarum) te enguispa y quitándote el ascensor, llega al rellano donde tú ya has apilado tu compra y te solicita ayuda para descargar la suya que está en el capó de su coche dos calles más arriba, según se tira hacia la izquierda, y que no ha podido cargar por los problemas de salud y movilidad antes reseñados.

Cuando tu le indicas que también tienes dolencias de espaldas notables, esta te mira cómo no enterándose de nada contestándote que Si! Que está bien que llueva y que buena falta hace, mientras susurra entre dientes: Quetedén! Gordo, feo y mamón!! Fin de la cita.

En fin… lo que he querido decir con esto que acabáis de leer, es que ¡¡Qué jartura de personas, por favor!! Que qué ganas tengo de llegar a una edad en la cual yo ya pueda disponer de asiento fijo en el autobús; que todo el mundo me ceda el paso en el supermercado apartándose inmediatamente de mi camino y de que cualquier vecino me suba la compra y me la ponga en la misma encimera de la cocina. Cómo corresponde a mi edad.

Pero sobre todo, de lo que tengo verdaderas ganas es el poder decirle a la gente que son todos unos gordos, unos feos y unos mamones, y que nadie me pueda decir, ni hacer, nada. Al fin y al cabo, saben que sólo soy un indefenso e imposibilitado abuelete que no puede, de ninguna de las maneras, valerse por sí solo.

Fin de la cita. Gordo! Feo! Mamón!

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