LAS ENSALADAS SON
PARA EL VERANO
Pensaba el Don Berrinche gruñón y cascarrabias del teatro y del cine español -mi admiradísimo (y temido) Fernando Fernán Gómez- que las bicicletas eran para el verano. No obstante, otro ilustre -esta vez de los números y la docencia- mi amigo el Profesor Arcas de los Reyes, piensa que lo que realmente son para el verano -para sobreponerse a los calores y a los terrales- son unas saludables, frescas y atractivas a la vista (porque con los ojos también se come) ensaladas de verduras frescas. Una suerte de pinturas impresionistas comestibles.
Me remite mi amigo Antoñete -él sabe pulsar el botón adecuado- un fantástico recetario de ensaladas; y de regalo también, una somera relación de recetas cuyo principal ingrediente es el huevo; para que las temperaturas insufribles que -seamos justos- aún están por llegar, se atenúen con la contemplación (y la ingesta) de esas bateas de vegetales multicolores que iluminan, decoran y embellecen los manteles de nuestras mesas.
Ensaladas…Esos parques temáticos de tonos variados por los que se pasea el vanidoso atún, abrumado y aturdido, por el cada día más prolijo número de ingredientes. Abrumado y aturdido, por el rojo del tomate y los verdes múltiples de la lechuga; por el morado azul oscuro de la col lombarda. El amarillo vivo del maíz y la bandera tricolor de los pimientos. Abrumado y aturdido, deslumbrado por el naranja brillante de la zanahoria. Empanado como el pollo que a veces la acompaña.
Asume el atún resignado, la competencia desleal que le causa la acelga y su primo eclesiástico el canónigo; y la rúcula, que tiene nombre de puta, y las espinacas y los berros. Sufriendo en silencio las lágrimas de gusto que le procura al todo la cebolla, cruda y crujiente, si se diese el caso. El picor placentero, único y fuerte del ajo si se diese el diente.
La soja, que siempre anda saltando zascandil y tarambana -títere inquieto- de brote en brote, cómo mareando a la perdiz en escabeche. Marciales los gajos de huevos duros -siempre en pelotones de a cuatro- que coronan serios y vigilantes desde las almenas de dados de pan frito, el cuartel de intendencia que es la ensalada veraniega.
También, -se queja amargamente el atún- de esas ensaladas que se amariconan inevitablemente contra su voluntad; se queja, porque suelen mandarlo al destierro o al olvido.
Aquellas que invitan a sus aposentos -no se sabe con que perversa finalidad- a naranjas y a manzanas. Al melón, a la pera y a la piña. Y si ya, se le quiere dar un toque peculiar y profano, humillada con un toque de yogur griego o una mayonesa endulzada tenuemente con almíbar de melocotones liberados de sus latas. Castigadlas cruelmente, si así os viene en gana, con azotes de nueces, de anacardos y de pasas. Con Piñones, con pistachos; con almendras y avellanas.
El brillo y la pátina que le reporta el aceite de oliva, va de serie; siempre escoltado éste por el guardaespaldas que le toque de retén: el vinagre o el limón. Sólo un par de cucharadas..
Ensaladas verdes, frescas y frondosas. Naturales, nutritivas y espontáneas; las perfectas partenaires del grasiento al que acompañan. Preámbulo de lo que va a acontecer, émula amable del plato principal; protagonista a veces, casi siempre segundona y agregada. Camarada y compinche; comadre mal amada; colega inseparable siempre al gusto aliñada.
Este recetario no es sino una retahíla de sugerencias que me envía mi querido amigo Antoñete; porque las ensaladas si que son -y dejémonos de bicicletas que hace mucho calor- para el verano.
Aquí las tenéis:
Disfrutadlas!!!
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