EL INSULTADOR

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EL INSULTADOR

Este mundo virtual, inventado y aparente de Internet –y sus submundos de las redes sociales y demás– goza de una extraordinaria popularidad. Raro es aquel que, situado en el espectro de entre los pocos años de edad y los casi muchos, no se siente habitante y colaborador de este universo intangible de información, de servicios, y también de sentimientos, sensaciones y sensibilidades.

Un mundo virtual, inventado y aparente por donde pululan –remedando y parodiando el real– gente de todo tipo. De diversa índole y calaña. Gente que tiene verdadera vocación de servicio y con la generosidad implementada en su perfil. Personas que –al margen de los negocios– gozan ayudando a desconocidos con trabajos –a veces muy arduos y laboriosos– sin ningún ánimo recaudatorio. También están los delincuentes y mal nacidos a los que no voy a regalar ni una sola palabra. Pero después, para nuestra desgracia, también están los insultadores. Los insultadores que se creen tocados por la mano de Dios. Los que se creen con la posesión de la verdad absoluta. Los que –amparados por sus buenas o malas experiencias– se sitúan seis dedos por encima de las cabezas de los demás, ignorando que esos seis dedos, no son, ni siquiera, una buena polla. Estos insultadores –profesionales que son del vituperio– acostumbrados a la descalificación dura, al insulto gratuito y a la ofensa más inmerecida y arbitraria, se dedican, a veces, a injuriar a personas que son un ejemplo de caballerosidad, de nobleza y de señorío.

Eso pasó ayer. Un insultador sacó su lengua envenenada –no debe de estar acostumbrada ni a besar ni a la conversación amigable y pausada– para ofender a un amigo mío. Vaya por delante que a mi amigo no le hace falta ningún valedor, pero a mí, me dolió tanto como si yo hubiese sido el receptor de esos insultos. Un insultador, que desde su innoble y autoproclamado trono, se atrevió a pontificar y a dogmatizar –pensando, supongo, en causar admiración entre su camarilla– sin conocer ni la trayectoria, ni la conducta intachable, ni el habitual comportamiento desinteresado del insultado.

Mi amigo, ya lo ha borrado de su directorio. Ha hecho bien. No merece la pena dedicarle ni un minuto más de su tiempo. Si acaso, su tiempo, para mí; y para la multitud de seguidores que lo queremos.

He dicho.

***

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3 respuestas

  1. Me he quedado con las ganas de conocer al insultador

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