CRONICAS CUMPIANAS. THROUGH THE LOOKING-GLASS

N o reivindico que el trabajo de escriba sea siempre agradable en cuanto a lo que lee, traduce, corrige, y finalmente transcribe. De todo tiene que haber en la viña del Señor.

Pero a este escriba, se le oscurece el ánimo cuando ve al amigo compungido y sobrepasado por las circunstancias adversas y por los fantasmas que el mismo se crea y se cree.

Y esos fantasmas  -en su afán por perdurar y eternizarse, y que además salen de él mismo-  no son buenos. Ni convenientes. Porque al reflejarse en el espejo, le vuelven  irremediablemente; cada vez que se mira. Fantasmas que no son -en muchos casos- sino  figuraciones propias producidas por una mente calenturienta e inmisericorde que imagina cosas que distan  mucho -la mayoría de las veces- de ser realidad.

Es roñoso el amigo poeta, debiera de ser más generoso consigo mismo. Y este escrito que ahora viene, creo, es una catarsis que el mismo se aplica para desterrar los malos rollos. Debiera de ponerla en práctica. Fijaros que, al final, acaba riéndose a carcajadas. ¿De el mismo?

No te acuestes a las ocho de la tarde, amigo. Es demasiado pronto, tómate una taza más de café.


Through the Looking-Glass. (And What Miguel Found There)

A través del espejo. (Y lo que Miguel encontró allí)

Cuando le pregunté  a ella si iba a ir, me dijo que si. Que yo  podía ir con  gente que ni tan siquiera se iba a quedar allí.

No me debes nada, soy yo el que te debo a ti estos últimos años; nadie debe nada a nadie. Incluso me sentí abandonado y engañado, sabiendo lo que sabía desde el principio.

Llevaba varios días acostándome a las ocho porque no quería pensar lo que pensaba. Desde el principio intenté llorar por mi desgracia. No sabía que hacer conmigo mismo.

 Ya en el coche grité: Mírate! El mes que viene cumplirás 57 años, estás enfermo, eres un borracho, y ya nadie te aguanta, ni siquiera tú a ti mismo. ¿Y te quejas?  ¿Y encima quieres llorar por lo desgraciado que eres?  ¿No es ya hora de afrontar la realidad?

Aún estás vivo, no trabajas y cobras dinero por no hacer nada,  y encima te crees como si tuvieras derecho a todo, como si los demás te debieran algo, pero lo único que tienes es cobardía.

Esa cobardía -la de los demás- de la que tantas veces has rajado. Tanto decir que los tontos también lloran, y ahora el miedo, te da miedo. Y ahora, es la sonrisa lo que no sale de tu boca. De tanto reírte de los tontos, ahora el tonto eres tú y no eres capaz de mirarte al espejo, porque si te miras, te verás, y, ¿sabes? no te gusta verte. Porque ya no tienes gracia.

Con lo gracioso que eras… y ya nadie quiere estar contigo. Porque ya no tienes gracia.

Te acuestas a las ocho para no estar aquí, pero estás y no quieres cumplir la penitencia.

Sigues escribiendo – como pidiendo perdón delante de la horca- porque piensas que no has hecho nada y no tienes cojones ni tan siquiera de escupir a tu propia cara delante del espejo, porque tienes miedo de escupirte a ti mismo y piensas que la culpa es del que ves reflejado en el espejo y no tuya.

Que todo te lo mereces, y que si lo haces, aún eres capaz de sentirte ofendido porque es el espejo el que te escupe. Y tú eres inocente. Llevas un muñeco en la espalda que dice que eres inocente.

Y yo te miro y me río a carcajadas.