MENTIRAS INNECESARIAS

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MENTIRAS INNECESARIAS

«Somos fácilmente engañados por aquellos a quienes amamos.»

Molière

  Odio la mentira; profunda y ampliamente. Y la odio, no sólo por las consecuencias que conlleva, sino por la pérdida de confianza en la persona que la expulsa por la boca. Cuando hablo de mentir -no nos confundamos- no hablo de exagerar, que eso del exagerar, no sólo no es pecado, sino que es gracioso y simpático -en casos, claro-  y tiene como finalidad el llegar a la anécdota y a la ocurrencia.

Mentir es «decir algo que no es verdad con intención de engañar». Y una definición más académica, «expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, cree o piensa».

«El mentiroso es inseguro, egoísta, irresponsable, o inmaduro. O todo ello a la vez.»

Conozco varios tipos principales de mentirosos: El exagerado, ya te digo; el embustero consciente y «tirapalante»  y por fin, el mentiroso compulsivo. Hay otro tipo, pero que trataremos al final: El mentiroso innecesario,

Hay muchos más mentirosos: El piadoso, el interesado, el laboral, el internetero, el bobalicón, el de conversación, el ignorante, el aprovechado, el cruel, el envidioso, el peligroso…

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Pero ciñámonos a los tipos mencionados en el párrafo anterior:

El exagerado -todos lo somos- lleva lo que afirma más allá  de lo real y creíble; hasta lo desmesurado y desmedido. Lo hacemos todos. Si es para bien, queda gracioso y divertido. Si es para mal, ya entra en la categoría de «agorero»  que es aquel a quien le encanta transmitir noticias funestas pero aportando su particular granito de fatalidad y desdicha para inflar la noticia y sentirse importante cómo mensajero. Pájaro de mal agüero.

El exagerado gracioso, es éticamente permitido; el exagerado agorero, por triste y luctuoso, en absoluto que no.

El mentiroso consciente  y «tirapalante»  es también gracioso. Miente a sabiendas de que lo que está diciendo en ese momento no es cierto; y esa mentira -premeditada y deliberada- está siendo considerada por todos los oyentes como lo que es: una trola adrede; pero sabiendo ambos -el mentiroso consciente y su público- que ésta forma parte de una estrategia y guión para llegar al final deseado que es el chascarrillo. No es nada fácil. Hay que valer para eso. Conozco algún maestro de esa modalidad, y aseguro, que no entra dentro de la categoría de mentiroso dañino y que tampoco merma su credibilidad. Al igual que el exagerado.

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También está el tipo «mentiroso compulsivo» y ese comportamiento no sólo es inadmisible, sino que a la larga, y a la corta, reporta una mala fama al dicente; ya que nunca -en toda su vida- podrá quitarse el estigma de mentiroso.

 Por más que trate de corregirse, una vez catalogado como mentiroso, embustero, o trolero, esos calificativos, siempre le acompañarán. Nunca gozará de credibilidad  plena, porque habiendo llegado a un punto sin retorno, todo lo dicho por el sujeto o la sujeta, no será creído jamás por nadie de ninguna de las maneras. O cuando menos, será puesto por los oyentes en cuarentena hasta la confirmación, que reafirme lo dicho, por distintas personas..

EL COMPULSIVO

Miente con tanta frecuencia que ya ni se da cuenta de que lo hace. Simplemente, dice lo que se le ocurre sobre la marcha. Es su adicción y lo hace por inseguridad. Cree que interesará más a la gente si disfraza historias corrientes con aventuras apasionantes. Nunca reconocerá sus embustes, pues llega a creérselos hasta el punto de que habla de ellos de forma espontánea y natural. Esto le hace imposible de cambiar, pero fácil de identificar, pues sus trolas son poco elaboradas y descuida los detalles que dan credibilidad al cuento.

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Pero lo que no admito de ninguna de las maneras, es la mentira innecesaria.

 La mentira innecesaria es la que es perpetrada continua e incansablemente  -y mantenida- sin ningún beneficio, para el que lo dice. Mentir por mentir. Y eso, es tan innecesario -de ahí el nombre- como atolondrado.  Y peligroso. Porque es muy fácil perder el crédito y la confianza, si se insiste en hablar continuadamente apoyado en falsedades e invenciones.

Decía Rocío Jurado que no le gustaban las entrevistas porque le costaba mucho acordarse de las mentiras que había dicho en la anterior. Y es verdad, porque para mentir hay que ser muy listo. O por lo menos, tener muy buena memoria.

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Y es una pena. Es una pena, porque maravillosas personas, buenas y muy queridas personas, puedan estropear un historial perfecto, por esa maldita e innoble manía de no ajustarse a la verdad. O de maquillarla para su propio interés. o lo que es peor, ni tan siquiera por interés, por costumbre. Por una intolerable e incomprensible costumbre.

Decía Nietzsche: «Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti.»

Y eso, verdaderamente -es lo que más me duele- porque ya no podré volver a creer en ti. Odio la mentira; profundamente. Y eso, verdaderamente, es lo que más me duele.

  pinocchio

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Una respuesta

  1. Que buenas ilustraciones

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