LAS ZAPATILLAS Y LOS TORTAZOS.

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LAS ZAPATILLAS Y LOS TORTAZOS

«Zapatillazos de madre y tortazos de profesor,

no hieren, y a veces para el futuro, necesarios son»

Que a nadie, ni por sólo un segundo, se le pase por la cabeza que hago aquí apología de la violencia o de la agresión; a nadie, insisto, que  realizo defensa alguna del castigo corporal o de cualquier otra mala práctica educacional. Nada más lejos de esa intención. Pero  aquí, -y sean Uds. indulgentes en sus apreciaciones hacia mí- reivindico y justifico aquella azotaina rectificativa y correctora, e incluso, y así lo hago, del tortazo despeinante -no exento de inquina y puñetería- del profesor de turno aún más hastiado y aburrido que el propio alumno receptor del sopapo.

Y los zapatillazos de madre? Qué hay que decir de los perversos y dudosamente merecidos zapatillazos de madre?

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Recuerdo con inmenso cariño -fíjense Uds. que contrasentido y disparate-  esos diestros y certeros zapatillazos que mi madre -ante la vista gorda de mi padre- nos propinaba a mis hermanos y a mí, cuando a su juicio, éramos merecedores de ellos. Recuerdo un culo ruborizado y absolutamente encendido, no precisamente de vergüenza y pundonor. Más bien de hormigueo e insoportable escozor.

Decía yo, que mi padre delegaba siempre huidizamente, el castigo físico en las más “suaves y sutiles” manos femeninas de la administradora familiar; confiando, ilusamente éste, en una muy improbable benevolencia en la fuerza dispensada por la dadora y por la duración de la penitencia. Craso error. Disponía ésta, la señora madre, de suficientes aptitudes de eficiencia y energía  cómo para infligir la mortificación de manera muy competente y profesional. Capacidades estas adquiridas, todo sea dicho de paso, por la práctica, la experiencia  y la asiduidad.

 índiceA modo de inciso digo…

Qué parecerá que cuando hablo de tiempos pasados, lo hago con cierta añoranza y melancolía. Como comparándolos, a peor, con los actuales. Nada más lejos de la realidad o de mi pensamiento; sólo pongo cosas en su debido sitio. No sólo no añoro -sí que es verdad que los recuerdo con mucho cariño- los tiempos anteriores, sino que me congratulo de vivir estos actuales que me sobrevienen y acontecen. Adoro las nuevas tecnologías -este blog es el mejor ejemplo de ello- y me gustan, al contrario que a muchos, esas combinaciones bastardas y contrapuestas en el estilo de edificaciones modernas junto a edificios históricos (siempre que se respete y conserve el antiguo) por poner otro ejemplo. Lo actual conviviendo en amable armonía con lo pasado.

 Sigo…

Este post, tiene la finalidad de -salvo casos lastimosos- reivindicar, en tono sarcástico, la azotaina escarmentadora y el guantazo comedido. Aunque, recuerden por favor el primer párrafo de este escrito. Por favor, insisto muy mucho, les digo, porque hoy pasan cosas terribles e inaceptables.

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He sido un feliz niño, -y como consecuencia,  y dentro de lo razonable que me procuran estos tiempos miserables- un feliz adulto a pesar de mi holgado equipaje en zapatillazos y en tortazos. Mis nalgas recuerdan -con una mezcla de melancolía y tristeza- aquellas tandas de zapatillazos que mi madre me propinaba cuando -en mi niñez- sacaba los pies del plato o del tiesto; que eran ambos la parcela acotada y recomendable de las buenas costumbres.

Aquellas andanadas con las que mi madre intentaba inculcarme -por medio de aquel ancestral sistema didáctico tan usual en aquellos tiempos- las más elementales normas de urbanidad y de civismo. Sistema tan efectivo en la fijación del concepto y la pauta educativa, cómo en el aprendizaje del correcto comportamiento. Plás, plás, plás… Se acabó lo que se daba, Alvaristo; que ya vas listo. Y se iba tan pancha.

Tampoco puedo dejar en el lado oscuro del olvido a un dilecto profesor de los Maristas apodado “Pichi” que me propinó, con admirable profesionalidad, tales tundas que aún, si lo pienso con detenimiento, me pican las somantas que me propinó el muy taimado y ladino.

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Viene esto a que esos -hoy aborrecibles y reprobables- castigos corporales, ya sabéis: la azotaina y el tortazo, de ningún modo y manera, han afectado mi vida de forma perenne, dolorosa o lacerante. Para nada me han causado trauma infantil alguno por superar. Guardo el recuerdo amoroso de mi madre sin merma alguna, a pesar de la afición a la zapatilla, y guardo también un cariñoso recuerdo del asotanado Hermano Eugenio  -el apodado Pichi– a pesar de la leña y los meneos que me dispensó tan asidua cómo eficazmente; con una dedicación y entrega digna de encomio. La pertinaz y sutil ojeriza que se llama.

Así que no seamos mentecatos con el tontopolleo y el buen rollito imperante y dejemos aparte esa invención tan manida y mal entendida de lo políticamente correcto. Porque muchas veces, esa invención demoniza o enaltece sin ninguna coherencia ni medida. Yo, personalmente, los tortazos del «Pichi» y los zapatillazos de mi madre, los considero sin ninguna duda, métodos pedagógicos absolutamente asumibles -cómo mucho «heridas de guerra»; efectos colaterales de mi educación y formación y que, me repito, ningún daño me hicieron. Si acaso, lo inevitable de la picazón y el orgullo herido. Aunque, esto último, pensándolo bien, si que me dolía. Bastante.

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Mi querido amigo el poeta Miguel Ángel “Pelúo” Cumpián, me remite una breve y divertida reflexión que algo tiene que ver con todo esto y que ha dado pie a lo anteriormente escrito.

 Esta es:

 “Los amados y astutos malandrines.

Añorados bellacos.

La niñez y la invención de la memoria

La vejez y su puta madre.”

 

 

EL TIEMPO, ESA ENORME INJUSTICIA.

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 Entonces, y a la sazón, tras propinarle un palizón a mi hermano Paquito “El Castañuelas” y después -aprovechando la ausencia de mis padres- de darle con la fregona a mi hermana Amy en sus incipientes tetillas, me cogieron estos “In fraganti”, y  tras recibir una tunda de zapatillazos -por malandrín y por bellaco- vino el consiguiente llanto. Me quedé placenteramente dormido y desperté otra mañana de Domingo.

 Después de aquel sueño reparador y profundo -a la edad de siete años- abrí los ojos para ver qué pasaba.

 Aunque, inconscientemente, soy consciente de que todo eso fue un sueño. Un sueño.

El tiempo, esa enorme injusticia.

 M.A. Cumpián. Septiembre 2013.

 

P.D. Continúa el Pelúo: Esto es solo una prueba con mi maquina Olivetti eléctrica ET Compact 60 con cartucho de tinta Pelikán que la tenía olvidada y después de muchas manipulaciones, la he devuelto a su electrificada vida.

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