JUAN MIGUEL GONZÁLEZ. EL OZONO Y LA ÓPERA

JUAN MIGUEL GONZÁLEZ.

EL OZONO Y LA ÓPERA

Debemos de pertenecer, el Poeta Juan Miguel González y yo, a la misma quinta o, al menos, a sus aledaños. Porque cuando lo leo, invariablemente, acuden a mi mente -en forma de recuerdos escondidos- cosas que ya, hacía mucho, habitaban en el retiro de mi desmemoria.

Yo, que soy de esa quinta de la rima premiada y soez -el cincuenta y cinco- recibo esos detalles con la melancolía y el cariño de asumir que aquellos momentos ya no me pertenecen. Porque se van diluyendo en mi recuerdo. Perdidos en el tiempo como lágrimas en la lluvia, que decía el replicante Batty.

 

Pero Juan Miguel, tiene el detalle de destaparlos gloriosamente. De volver a sacarlos a la luz con un lenguaje tremendamente poético. Un viaje a un pasado evocador.

Las agüilis y las alúas son unos ejemplos magníficos para mí; porque son referencias de una niñez vivida a los pies del Monte de Gibralfaro, donde me crié. Tiempos de esa Maruzzella que tanto le gusta al poeta y que yo oía, cuando volvía a casa -después de coger las hormigas voladoras y meterlas en un tarro de cristal-  y oía la canción, en el pikú del Reader’s Digest de mi Tío Ignacio. Renato Carosone, Gianni Morandi o  Nicola di Bari. No olvidemos a Celentano. Cuarenta y cinco revoluciones cada minuto de música italiana que mis padres tarareaban porque les encantaba.

En la poesía de mi amigo, a las agüilis y a las alúas le siguen -ahora en la memoria gustativa- el sabor del Orange Crush y Gaseosas (reestrenos en el Capitol). El de las Tortas Ramos de los desayunos de aquellos días de amasquillos.

-Dice mi amigo Cristóbal Marmolejo, que cuando un malagueño escribe, siempre, en algún momento, rememora los bares de su vida. Cosa que es, me dice, costumbre muy arraigada en los de esta tierra-

También vuelvo a saborear, acompañado del poeta, un guarrito en la Buena Sombra del Pirri o un blanco en el Anchoita. Y, para entronizar esta nómina de establecimientos, que mejor que una corona de boquerones fritos en Quitapenas, unas conchas finas en Casa el Guardia o un cateto en la Campana.

Visitamos juntos, pero no revueltos, el Túnel del Merlo. El Armenia pasado antes por el Carapapa. El CTB o la Axarquía: aquella de Cumpianes y Villalba.

Leer, y realizar, una selección de poemas de Juan Miguel González -para instalarlos cómodamente en su rincón en propiedad de este blog- resulta agotador y apasionante. Agotador, porque es muy difícil elegir entre tanto bueno; apasionante, porque cada vez que lees descubres algo nuevo. Bueno y Nuevo.

También, es un ejercicio de emoción y de enternecimiento difícil de soportar con la dignidad que se le supone, a uno de cincuenta y seis; que es lo se que maneja.

Esta entrega consta de tres dedicatorias a otros tantos amigos y un turbador poema que a pesar de haberlo leído mil veces -y oído a través de los comunes Tabletom como “La Parte Chunga”- me produce una especie de congoja, un ramalazo del síndrome de Stendhal, que hace que me conmueva de puro deleite. De emoción, ya te digo.

Tener -como es, mi afortunado e inmerecido, caso- unas letras dedicadas por Juan Miguel González es, cuando menos: Un Honor. Quise compensar, muy parcamente, ese detalle, dedicándole a él y a su querido amigo, el Rapsoda de Ferisment, un trabajo que realicé en Power Point sobre ilustraciones del artista Warwick Goble. Ahora, otra vez, ilustro esta nueva entrega del poeta con dibujos de ese mismo autor, pero he tenido la precaución de quitarles el color. Para que armonice con el oscuro de la letra impresa. Con el gris de los tiempos de la agüilis y de las alúas. Con el blanco y negro de la películas de los cines de reestreno.

“Los martes trece de nosotros mismos”, es sin duda, uno de los poemas más hermosos que yo nunca haya leído.

Leedlo. Oídlo. Si no os estremecéis, es que no estáis vivos.

Disfrutad esta nueva entrega de poemas. Están incluidos en su obra ”El ozono y la ópera” Son una delicia. Una verdadera delicia.

 
TRES DEDICATORIAS. Y UN POEMA

 

 

 

# 01

 

PICASSO

 

Picasso tiene el falo de Amianto

y un gran braguero que heredó de Goya.

Hervía capiteles con acanto

y a Venus ofrendó una chirimoya.

 

Un gallardete de papel cebolla,

su vellocino negro y amaranto.

Picasso se dormía con el canto

del oleaje de la mar de Troya.

 

Pedía pan al sol de los botijos,

y justicia a la vid, y alas al hierro.

Rezaba al chivo de los acertijos.

 

Un ángel fue con corazón de perro.

Le fue a por vino al general Torrijos,

Y brindó al minotauro su destierro.

 

 

# 02

 

                                              A Jesús Aguado

 

LA COPA DE CHINCHÓN

 

La copa de Chichón puso a Camila

tres grandes tetas de talabartero,

y una desconfiada e intranquila

salamanquesa negra en el liguero.

 

Brillaba entre los dientes del barquero

la margarita de la camomila,

Y una gota de sangre verde y lila

en la sien del vencido caballero.

 

Sobre la marcha misma, alevemente,

sacramentada en su total volumen,

desnuda ya por fin y al aire el ente.

 

Y sin embargo, caprichosamente,

esta es la eternidad, este el resumen,

esta es Ofelia ahogada en aguardiente.

 

 

 

# 03

 

                                      A Jose Antonio Quesada

 

 

RAPSODA DE FERISMENT

 

Bienvenida la vejez

re reverdor gongorino,

si nos recita un sobrino

Agüilis de la niñez.

 

¿Quién declama por la rúas,

a voces de madrugada?

Es Jose Antonio Quesada

que estará cogiendo alúas.

 

Gracias lector avezado,

memorioso hombre de bien,

a fe que serás nombrado

rapsoda de Ferisment.

 

 

# o4

 

LOS MARTES TRECE DE NOSOTROS MISMOS

 

Bella contradicción, enigma amado

la rosa se eterniza en las tabernas.

Lesbiana juventud, muestra las piernas

para que el viejo Dios viva endiablado.

 

A fuerza de ternura y de botellas

logramos que Dios también tangueara

era normal de Dios que se endiosara

y llamase Señor de las estrellas.

 

Pero que emperador fuera del Todo

y vitalicia majestad del Uno,

que fuera el éter y habitara el lodo

y la torta Ramos de mi desayuno…

 

¡Venga, por Dios, un poco de respeto!

Y aquel día perdimos la paciencia,

y en lugar de la Cruz, el amuleto

al cuello nos colgamos de la ciencia.

 

A aquel fisgón abstracto y timorato,

a aquel glorificado absolutista,

no lo mató el materialismo chato

ni la bomba infantil del anarquista.

 

Y es que Dios no es la espiga ni el minuto,

ni la azarosa Historia y sus abismos.

Dios es la copa, el chute y el canuto:

Los martes trece de nosotros mismos.