CENIZAs (de Juan Gaitán)

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Cenizas

Un bellísimo texto escrito por el poeta, escritor, articulista y … amigo, Juan Gaitán

 

«Si vais a esparcir mis cenizas entre las olas, sumergidme antes.

Tengo un viejo pacto con el agua, pero no con el viento.»

Mi fe ha sido siempre de ceniza, una fe dada a la insustancialidad, la inconsistencia, la volatilidad. La poca que alguna vez tuve se me escapó de entre las manos siendo muy chico, y ni siquiera hizo falta el soplo de una fuerte ventolera. La mínima brisa del pensamiento la aventó y luego ya no hubo manera (ni voluntad) de recoger sus átomos.

Tampoco han sido sólidas en mí las otras virtudes teologales. Es ínfimo el tamaño de mi esperanza porque me bastó con dar una vuelta por la vida para saber que hay una razón concreta para que sea solo una vez y breve. Y en cuanto a la tercera, cambio un saco de caridad por una cucharada de justicia. Para colmo de todo esto, he incurrido en causa de excomunión por dos iglesias distintas (la Católica de Roma y la del Palmar de Troya, ahí es nada), de modo que me siento libre y soberano para opinar sobre qué deben hacer mis deudos con mis cenizas una vez cumplimentado el molesto trámite de pasar por la incineradora.

Y la cuestión es que hasta ahora yo no había pensado mucho en esto. Una vez muerto no va a importarme ya cosa alguna, de modo que no me parecía necesario andar preocupado por qué se haría de mis restos y lo había dejado un poco en manos de la creatividad de mis deudos. Sin embargo, ahora que la Iglesia Católica se ha puesto a enredar con el asunto, no me va a quedar más remedio que dejar unas mínimas directrices para que no tengan, llegado el caso, remordimientos de conciencia ni causa de contrición.

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Si vais a esparcir mis cenizas entre las olas, como hice yo una mañana de enero con las de mi padre, sumergidme antes. Tengo un viejo pacto con el agua, pero no con el viento.

Si vais a depositarme bajo un árbol, buscad un tilo, que es el primero que hizo raíces en mi memoria. Si no lo encontráis me valdrá un algarrobo. Pero no me dejéis bajo una higuera, que dormir bajo ellas trae mucho bajío y presiento que la siesta va a ser larga.

Y si, finalmente, decidís que me quede en casa, que es donde siempre he estado mejor, ponedme entre los libros. Sería todo un detalle por vuestra parte que me hicieseis un hueco entre Quevedo y Onetti, dos vecinos con buena conversación.

Pero, recordad, todo esto no me importa demasiado (y menos debería importarle al buen Papa de Roma). Yo, lo he dicho alguna vez, quiero irme sin epitafios ni despedidas. Quiero ir apartándome despacio, ausentarme poco a poco y que, cuando me vaya, ninguno me eche en falta porque ya nadie me recuerde. Ser humo mucho antes de ser ceniza. Como llegué, así quiero irme. Sin memoria.

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LOS POEMAS HUÉRFANOS DE JUAN GAITÁN

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LOS POEMAS HUÉRFANOS DE JUAN GAITÁN

No duden ustedes de que existen sentimientos a primerísima vista, de afinidad, de inclinación y de simpatía hacia determinadas personas. No lo duden ustedes. Lo digo con esa seguridad que me proporciona el haberlo experimentado con muchos, ahora amigos, que obtenidos a través de las redes sociales, han llegado a formar parte de una consolidada cuadrilla –en muchos casos inmaterial e impalpable– más que apreciada y querida por mí. Seh! 😉
Y no se crean ustedes, tampoco, que ese aprecio –a pesar de estar condicionado ya les digo, por la distancia y por la carencia del contacto personal– deba de sufrir demérito alguno en comparación con el que disfruto de los amigos presenciales de toda la vida.

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Tiempos modernos son estos en que las relaciones personales han sufrido una transformación que, a mentes proclives a la estrechez y a lo pacato; a la negación de lo evidente y de lo ya, para siempre establecido, les cuesta entender.
Amigos y amigas virtuales (muchos de ellos ya, refrendados por el beso y por el abrazo; por el café y por la copa compartida) que me proporcionan momentos de compañía; de asueto y divertimento. De descanso de la rutina diaria y de un mucho de feliz e inteligente esparcimiento. Estos amigos, forman ya parte de mi congregación; una singular y atípica cofradía de «pecadores» donde la ironía, el sarcasmo y el chiste rápido e ingenioso, cabalgan por las redes desbocados y sin control alguno.

13-Cuaderno
Una ilustrada, irracional (las muchas veces) divertidísima y disparatada manada son, que no sólo me producen la carcajada; sino también, la reflexión, la admiración y la sorpresa.

Entre estos últimos está –por méritos más que evidentes– el escritor, periodista y poeta Juan Gaitán. Un tipo –ya sólo por llevar una camiseta de Dylan, me tiene ganado– un tipo digo, que cada vez que llegan esos días que vienen después del domingo (no me atrevo ni a citar su nombre) se me aparece en forma de poema huérfano de título. Un poema, tan precioso siempre, que suele arreglarme la mañana que acaba de empezar.
Esta es una nueva selección de esos poemas huérfanos que Juan Gaitán nos regala invariablemente, cada lunes (vaya, ya lo he dicho!!).
Disfrutadlos; son de una belleza incontestable.

*
Las imágenes que ilustran este post son obras del fotógrafo ruso Alexander Sennikov.

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«Quiero que las tardes dejen de acortarse.
Que los calcetines vuelvan de la lavadora.
Aprender a vivir con mi libertad.
Empezar a usar tacones,
y solo un poco de la maldad del mar.»
(María Gaitán)

15-Por la mañana, te frio
***
Sobre las prisas, los disfraces,
el aire arisco del invierno
y el sólido peso del vacío
invento días que no poseo.
Me tengo recomendado
aprender a no hacer nada,
a dejar que el tiempo solo sea
el largo paseo de la luz
tras la ventana,
contar
las olas que tropiezan en la orilla,
las placas capicúas de los coches,
las nómadas monedas del bolsillo.
Y desdeñar los días rojos del calendario.
Y leer a Salgari una vez más.

17-Libros. Te. Tarde.
***
Y pasear contigo, amor,
solo contigo.
Algunas veces el mar
se parece al verano
y murmura una canción
que no le pertenece.
Estos días de noviembre
tienen los ojos grandes
y sucede más tardía
la floración del verso.
El poema es un éxodo
un modo de deserción,
un torpe plan de fuga.
Silencio traducido.
Están de viaje los vencejos.

19-Preparando la mudanza-blg
***
Muy Temprano me habló
del hambre y de la guerra.
Maldijo alguna vez
no haber sido niño
más que un rato corto
y que la felicidad
le alcanzara ya cansado.
De él aprendí lo esencial,
a guiarme por el mapa
infalible del amor
y a sobrellevar
la íntima soledad
que cargamos todos.
Perduran en mí
sus costumbres,
sus yerros,
y la lagartija
verde de sus ojos.

21-El dia a dia-blg
***
Ahora que ya es octubre
y me embarga la desgana
de todos los octubres,
y se escucha más cercana
la tormenta, y la lluvia es
un viajero cansado
que intenta volver a casa,
ahora mi amor, escucha.
Ahora que ya es octubre
y no me quedan codicias,
y el calor es un dulce
recuerdo de la inocencia,
ha llegado el tiempo, amor,
de terminar la máscara,
de llegar hasta la linde
y alzar al azul la vela.

25-Libros sobre la silla (3)-blg
***
Con la oficialidad de los calendarios,
cual si fuese un mandamiento,
la luz ha variado.
Otoño es una palabra
levemente arisca,
del mismo tamaño
que el color gris,
un tiempo desconsiderado
que mata a los últimos jazmines,
ahuyenta a las golondrinas
y obliga a las tardes de domingo
a recuperar su condición de interminables.

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***
Adrede dejo a medias los poemas,
las cartas, la labor de nuestra casa,
distraído, amor, entre las luces y las dudas.
Tengo pendientes aun varios viajes,
algunos años de ocio merecido
y contar a nuestra hija la historia de sus alas.
Me calma confiar en que no me iré
hasta que haya concluido la tarea,
aunque sé que al final solo el tiempo sobrevive.
Será entonces, amor, cuando descubra
los secretos trabajos de la muerte,
su irremediable, estricta disciplina del final.

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Mira, amor,
el eslabonado quehacer de las hormigas.
Levantar el poema, combatir el silencio,
es así:
Esclarecer la vida, contradecir el día,
ser pájaro o brújula para soñar el norte,
ser brújula o pájaro para idear el sur.
Y dudar.

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LOS TALIBANES ANIMALISTAS Y LOS COCHES DE CABALLOS

LOS TALIBANES ANIMALISTAS
Y LOS COCHES DE CABALLOS

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«Mucha gente piensa, o por lo menos siente, que el que no tiene sus hábitos y sus entusiasmos es un enemigo.»
Pío Baroja

«La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oir.»
George Orwell

***

¡Ojo al dato! Sé que me estoy jugando el cuero cabelludo y una parte muy principal de mis genitales por lo que ahora voy a exponer. Pero asumo la contingencia.

***
Indicando primeramente, que siendo un absoluto amante de los animales y un más que firme defensor de su bienestar, sé positivamente que mis argumentos van a molestar a esa legión (muchos de ellos grandes amigos) de defensores de toda forma de vida (¿no están vivos los vegetales? me pregunto) y que también, a algunos, les van a salir golondrinos por una declaración tan descarnada y oprobiosa cómo la que ahora viene. Un parecer –el mío– contrario a la razón de tanto vegano, vegetariano y tránsfuga carnívoro. Así que, advierto otra vez, sepan que estoy resignado a la sarta de insultos y denuestos que me va a caer por mi posición anti talibanes animalistas:

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Confieso, sin ningún atisbo de vergüenza ni arrepentimiento, que me encanta una buena fuente de chuletitas de cordero muy «churruscaítas». O chuparle la cabeza a –al menos– una catorcena de gambas a la plancha y a sus primas cercanas las cigalas. Pierdo la cabeza, esta vez la mía, por un buen chuletón de buey –si es gallego mejor– acompañado de unas indispensables patatas bien fritas. (Tengamos en cuenta que las papas, son también hijas de Dios.) Y que los pinchitos, debidamente especiados, en dos pares de dos es como mejor se comen.

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Un buen bocadillo de jamón ibérico orillado de tocinito quita las penas más grandes. Y uno de mortadela Mina con mantequilla Zas hace que se me salten las lágrimas más escondidas en los recovecos de la memoria. También conozco a alguna que duerme conmigo, que no se considera ninguna maltratadora de animales después de jalarse un indeterminado número de alitas de pollo adobadas y fritas, y ahogadas –para más inri y sufrimiento– en una proporcionada cantidad de cerveza. Y ahora, ahora que estamos en Feria, una buena berza de madrugada con su correspondiente «pringá» y ya me callo, (que bueno un plato de callos!) le devuelve la vida hasta al mismísimo Antonio Orozco.

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Renegar de nuestra evolución propiciada por el consumo de proteínas animales. Renunciar a los métodos de subsistencia basados en la cría y la ingesta de productos de origen animal. Reprobar el consumo de carne en aras de erradicar un innecesario «maltrato» es cuando menos una tontería y un peligro para una adecuada y racional alimentación.

***
Quiero pedirles, no obstante, la gracia de la tolerancia y la comprensión para aquellos amantes de los animales que –teniendo bichos domésticos en sus pisos de ciudad– los tienen sometidos a esa cadena perpetua, privativa de libertad, que supone el arresto domiciliario–cuando no a la emasculación indeseada a los inocentes gatitos– con el solo consuelo de media hora de libertad de bozal y correa y una dieta a base de insustancial pienso, aunque sea de la marca «Luego Existo».
Quede claro pues, que los omnívoros, no somos asesinos antropófagos por comernos a nuestros semejantes los irracionales. Ni tampoco, somos sádicos asesinos porque nos guste ver una corrida de toros.

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Los comentarios que se han oído acerca de la cogida del «asesino» Francisco Rivera Ordoñez, me parecen de una ignominia y bajeza difíciles de superar. Una asnada y una imbecilidad tan notoria cómo irreflexiva. Un desprecio, hacia nuestra historia y nuestra cultura mediterránea, por ciertos individuos que se echan las manos a la cabeza por un león en Zimbawe y dejan pasar el tren de su crítica por los miles de niños que mueren de hambre en ese mismo país.
A lo que vamos!

***
El artículo de Juan Gaitán que ahora viene –y que era la primera y principal intención de este post– nada tiene que ver con lo antes dicho por este que suscribe; y, como es habitual en él, en Juan, es de una argumentación y razonamiento incontestable acerca de la polémica sobre la situación que sufren los jamelgos de los coches de caballos debidos a los calores que nos acontecen. Un, como siempre, espléndido e impecable artículo.

***
Nota: Todas las imágenes que ilustran esta entrada son obras de Dimitri Tsykalov.

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Disfrutadlo. Este es:

COCHES DE CABALLOS

Hay pocas ciudades a las que no les siente bien el sonido de unos cascos de caballo al trote lento y el murmullo de las ruedas de una calesa o de un birlocho atravesando las calles. Quien ha podido ha tomado un simón en el Central Park de Nueva York, o se ha dejado conducir por las calles románticas de Praga por un cochero uniformado y muy serio que ejercía su oficio con la dignidad y la elegancia de un príncipe bohemio.

***
Los coches de caballos son un anacronismo, una mota de pasado que se ha quedado estancada en la vida de algunas ciudades y forman parte de su aspecto, de esa fotografía que enseñan a los turistas para que los turistas hagan una fotografía.

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Y ahora aquí, en Málaga, por esta modernidad nuestra tan de urgencia y de limpio siempre, de pronto surgen los de «Ciudadanos», con toda su obligatoria carga de cambios a cuestas, y proponen trocar los coches de caballos por unos modelos «de época» y eléctricos, o sea, por réplicas más o menos conseguidas de coches de época, seamos exactos.

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Los coches de caballos, para mí, durante mucho tiempo, hasta que empecé a viajar y a perder el pelo de la dehesa, eran solo ese socorrido reportaje veraniego que casi todos los becarios que en el mundo han sido han escrito alguna vez, acaso pensando que era la primera, y también el objeto de una anécdota que se cuenta en las reuniones de periodistas sobre un colega que en sus buenos años, antes de que las adicciones le llevaran a deambular buscando el sablazo, acudía a las ruedas de prensa subido en uno y fumándose un puro.

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Pero ahora, a la vuelta del tiempo, después de haber editado un par de docenas o tres de reportajes y haberlos visto en tantas ciudades ensanchando el paisaje de su tipismo, de comprobar cómo conviven con su contemporaneidad desde su antigüedad, entiendo que sí, que es cierto, que son un anacronismo, pero las ciudades, todas, tienen sus anacronismos, sus casticismos más o menos admisibles, y también entiendo que los llamados «animalistas» crean que los animales sufren con ese trabajo, y puede que tal vez incluso sea verdad, pero no sé si han llegado a caer en la cuenta de que el día que los desenganchen del birlocho será para llevarlos directamente al matadero, porque a ver quién se hace cargo de la manutención y cuidados de un animal que no produce y no es una mascota ni puede meterse en un piso.

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A ninguna ciudad con un pasado que no quiera enterrar le estorban sus coches de caballos como no deberían estorbarles sus palomas o sus vilanos. Pero Málaga es a veces como un niño con un lego, siempre queriendo desmontarse a manotazos para construirse otra vez, y no siempre mejor.

Juan Gaitán 14.08.2015

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LOS POEMAS DE LOS LUNES

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LOS POEMAS DE LOS LUNES

«Amor, siempre he estado sucio de soledad.
Me hice pronto a hablarle tan solo a los espejos»

Tengo que reconocerme el ser un pelín muy mucho deuterófobo. Muy mucho, asaz y bastante. Se me perdone la reiteración. ¿Y que es eso de la deuterofobia? Pues si les digo que “deústera” en griego significa lunes y que lo de fobia no hay ni que explicarlo, supondrán Uds. –y me entenderán perfectamente– que la mañana siguiente a la noche del domingo, sufra este que sus escribe, de decaimiento pertinaz, postración persistente y aniquilamiento duradero y malandrín del ánimo. Al menos 24 horas.

Así que, para evitar tan indeseadas sensaciones, tengo que inventarme los más peregrinos pretextos y motivaciones para levantarme sin tener que renegar de Ergía diosa de la incuria y de la pereza. Pero buscar pretexto para casi tres mil lunes que acarreo sobre mis provectas espaldas han sido, y son, muchos pretextos que argumentar; créanme Uds.

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Escribir sobre un escritor es una tarea ardua y muy comprometida. Difícil y peligrosa. Pero, arriesgándome al fiasco, debo de contar esto que ahora viene sobre Juan Gaitán, periodista y poeta también, porque me lleva proporcionando desde hace algún tiempo, cada Lunes, un inesperado pellizco de ilusión mañanera y quiero agradecérselo. Sus poemas del lunes –siempre, o casi siempre, sin nombre– me procuran un bocado de reconciliación con el maldito y execrable día. Pero no se crean Uds. (otra vez) que es fácil. Porque a veces, las muchas, Juan no se anda por las ramas, y cómo le presupongo la misma fobia que yo, sus “Poemas de los Lunes” suelen salirle tristes, melancólicos y atribulados.

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Pensarán Uds. que entonces… ¿Cómo me ayudan a encarar mi aflicción? Pues miren, yo se lo voy a decir: Por la condición de belleza contenida en cada uno de ellos. Por la ineluctable belleza que detentan cada una de esas compungidas composiciones. Juan Gaitán es un verdadero poeta que – transmitiendo pesar, dolor y tristeza– te proporciona un deleitoso sabor amargo con un regusto final (ahí están los ingredientes adictivos) de preciosidad y delicadeza.

Leer a Juan Gaitán cada lunes – será por esa empatía indeseada que me interviene– me hace comenzar la semana de una forma más resignada, más paciente y sosegada. Más fácil si se me permite la exageración.

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Esta es una selección de sus “Poemas de los Lunes” disfrutadlos; son de una hermosura manifiesta e inapelable. Adictivos; lo que yo os diga.

***

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***
El poema del lunes. A veces me salen tristes.

***
El cansancio es un animalillo
oscuro que me muerde las manos,
magulla mis mañanas,
carga mis tardes,
abrevia mis noches,
y se alimenta
de la minuciosa
lentitud de mi rutina.
A veces calculo
cuánto queda
para el final,
los días que restan
de fatiga.
Vivo así,
pendiente de la meta.
He olvidado mi fe
y no sé dónde regresar.

***

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***

Las ciudades deben
creer en el horizonte,
disolverse en las orillas,
terminar en alguna parte.
Pero tierra adentro
las ciudades no se acaban.
Abruptamente llegan
a sus arrabales y entonces
el amor se desentiende
y luego ya no hay árboles,
sólo grava despeinada
y papeles ya leídos,
y después distancia
y otra ciudad
que es la misma,
seguramente.

***

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***
el mar violeta


Muy al sur, allí donde la línea
del horizonte no puede huir más,
el mar adquiere un delicado
color violeta. Los pocos marinos
que lo han visto cuentan que quien
contempla demasiado tiempo
sus tranquilas aguas enferma de una
incurable melancolía.
En las orillas de este mar anidan
las blancas golondrinas del olvido.

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***

Qué suerte que el tiempo se haga tu amigo,
te regale algún que otro duermevela
Y la calma templada de una tarde.
Que te deje derrochar la mañana
en esas cosas poco productivas
que le daban sentido a la niñez,
cuando vivir era la única urgencia
y los tesoros de este mundo cabían
en un caja de lápices Alpino.
Qué suerte que el tiempo te dé la mano
y camine contigo un rato largo,
sin premuras, sin prisas, sin agobios,
como quien, ya acabada la faena,
de regreso a su casa se entretiene
viendo llegar la noche y su descanso.

***

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A veces me pregunto si el dolor
de estar vivo viene de no saber
con certeza si vivir nos conviene.
Tenemos algunos datos precisos:
La alegría no dura, la pena sí.
El miedo es una piel fría tras la piel
y las nubes dan demasiada sombra.
No parece que sea un buen negocio.
Entonces, amor, como si cantara,
digo tu nombre y de repente es junio.

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Nunca he sabido qué queréis de mí.
Tampoco sé qué puedo daros.
Tengo un cuaderno
en el que trazo planes de fuga,
una larga lista de cancelaciones
y los tres primeros versos
de un poema que no acaba.
Tengo una memoria insomne,
una vida obligatoria
que no aprecio demasiado
y todas las luces estrenadas.
Tengo un tiempo indefinido,
dos o tres palabras condenadas
y la dimensión exacta de mis miedos.
También la tengo a ella,
pero eso no está en juego.

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A hurtadillas te miro. Lees, absorta, un poema
que he dejado olvidado. Sonríes levemente.
Siempre fue tu sonrisa ligeramente triste,
como quien tiene miedo a su propia alegría.
Amor, siempre he estado sucio de soledad.
Me hice pronto a hablarle tan solo a los espejos
y a convertir mis versos en humo de pavesas.
Así es para mí el mundo, desatento y frío,
como es frecuentemente la luz tibia de enero.
No sabes que te miro. Tienes sol en el pelo
y el color de la tarde licuándose en tus manos.
el perro duerme cerca y tu sonrisa triste
calma mi soledad como quien mece a un niño.

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Si me dejaran vivir cien años más
quizás volar no se me resistiera tanto
y resolvería el secreto de cómo hacer
que canten siempre las mañanas.
Si me dejaran vivir cien años más
pediría una prórroga de ti,
que los periódicos de papel
nunca desaparecieran
y que me dejaran escribir
en ellos a diario.
Si me dejaran vivir cien años más
tendría la esperanza de aprender
algo de lo imprescindible.
Sin embargo desde aquí,
desde esta mitad mal despachada,
obesa de silencios,
decepciones y ferocidades,
mi única evidencia es
que hay una razón exacta
para que la vida sea solo
una vez, y no muy larga.

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Si te vas a marchar, si es que vas a abandonarme,
déjame provisiones.
Alguna de tus sombras, no importa si está usada.
Cualquiera me servirá para que vague por la casa,
mire sobre mi hombro cuando escriba,
se deje notar sutil en nuestro cuarto
y me haga llamarte creyéndote de vuelta.
Si te vas a marchar, si es que vas a abandonarme,
no me dejes en la puerta de alguien piadoso.
Compréndelo, no podría resistirlo.
Me he amoldado a la talla de tu amor,
estoy hecho a tus medidas
y no podría ajustarme a una tibieza diferente,
al color de otra mirada, a un modo distinto
de comprender mis silencios.
Si te vas a marchar, si es que vas a abandonarme,
déjame lo suficiente para aguantar un tiempo.
Una luz prendida, un espejo con tu risa,
una carta con tu letra, un pañuelo en un cajón,
tu perfume -ese misterio-,
y el desorden descifrable de tus pasos
cuando caminas descalza.

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Hoy tengo un día de esos, tan frecuentes,
que amanecen del revés, averiados,
y floto con la balsa a sotavento
como quien padece a un dios airado.
Hoy no encuentro el camino de regreso,
malogro sin querer los adjetivos
y, vano como el hueco de mis manos,
se me va la mañana tras los versos.
Hoy hubiese querido bailar contigo,
compartir un baño de sol y calma
y disfrazarnos de algo divertido.
Contar los cristales que lima el mar,
(es más humano que contar la arena)
y adoptar aquella luz desamparada.
Pero, ya ves, amor, no hubo manera.
Me puse del revés la madrugada
Y confundí gorriones con sirenas.

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***
Jugaba bien a la pelota,
tenía una Motoretta roja
le derrapaban las erres en la boca
y el tiempo le cogió manía.
Juntos irrumpíamos en los portales
para romper a carcajadas
su seriedad de mausoleo,
y luego conquistábamos
las calles a esas horas en que
sólo los críos y los chuchos
mandan en los barrios.
Hoy me he acordado
de aquel niño que fue mi amigo
de su bici y de sus erres frenadas.
Habrán pasado cuarenta años
desde aquella tarde en que
la muerte lo buscó temprano,
la tarde triste en que jugué solo.

(Todas las imágenes que ilustran esta entrada son obra de Justina Kopania. Excepto -como es natural- las tres en las que aparece el autor de los poemas.)

***

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UN LUNES DETESTABLE

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UN LUNES DETESTABLE

“Con un corazón demolido de sábados,
con una paciencia construida de anemias,
con el gran error de no haber sido pájaro.”
Juan Gaitán.

“Con el gran error de no haber sido pájaro.” …

Verán Uds.… Cuando las preocupaciones y el desasosiego ocupan en tu ánimo el lugar que debiera estar habitado por la alegría y por la esperanza; cuando las circunstancias constriñen y oprimen el necesario optimismo, y lo atenaza y le impide respirar libremente, uno añora y envidia–falta de madurez, supongo que es– la total ausencia de responsabilidades y el sentirse dichoso cómo un pájaro libre. Como un perro querido y bien alimentado. Como un pez que ignora la palabra pecera. Como un funcionario inoperante que no echa cuentas ni de días, ni de semanas, ni de meses, ni de años.

Supongo y me temo, que esta pretensión a la despreocupación y a la calma, es la aspiración del medroso; de aquel que –como dice un querido amigo– no aprieta los puños en la oscuridad y sigue adelante. De aquel que se queja amargamente de lo que la vida (afortunadamente solo en momentos puntuales) indeseadamente, le proporciona.

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Sin tener en cuenta, el que también nos perderíamos muchas cosas si fuésemos pájaro o perro. O pez (dejemos en paz al funcionario y no lo distraigamos). Nos perderíamos el verdadero y único amor; la más adorada e imprescindible familia. La compañía de los amigos sinceros; los buenos ratos y las mejores sobremesas. La ilusión por lo que se utiliza y se percibe. Por lo que ha de venir. Por lo que se tiene y se sostiene.

Hoy estoy triste, tengo que reconocerlo. Debe de ser que hoy es lunes. Uno de esos malditos y detestables lunes que comprimen y afligen el alma. Sin conmiseración. Sin piedad.

O debe de ser –puede que sí; seguro que sí– que he leído un precioso (y tristísimo) poema de Juan Gaitán que me ha producido – aunque por diferentes motivos– una corriente indeseada de empatía con su autor y que ahora mismo – sin tan siquiera pedirle permiso para reproducirlo, pues me supongo el disponer de la indulgencia del doliente– inserto aquí en este blog que no siempre habrá de ofrecerles entradas gozosas y dicharacheras y sí alguna que otra de desconsuelo y abatimiento como es el caso.

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Léanlo. Si tienen un par de dedos de coraje, léanlo. Pero consideren que hoy es lunes; y no es buen día para según qué cosas.

Este es ese Poema del Lunes:

Esta mañana, amor, mientras caminaba
cansado, como siempre, hacia la caldera,
empezó a llover.
Era una lluvia muy fina, apenas lluvia,
pero me mojó su tristeza y de nuevo
me sentí infeliz.
Son estas cosas las que me hacen comprender
que existo mal, que no es este mi lugar,
tampoco mi tiempo,
que son demasiados los yerros que cargo
y ahora tengo que continuar, amor,
–no hay posible arreglo–
con un corazón demolido de sábados,
con una paciencia construida de anemias,
con el gran error de no haber sido pájaro.

                                                                   Juan Gaitán.

 ¿No es precioso?… Y de regalo, una canción:

***

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