UN DIA EN LA LEGION.

UN DIA EN LA LEGION

Finales de los Ochenta.

Luis C. se disponía obligado – por fuerza mayor- a cumplir con los deberes patrios. Es decir, lo obligaban a irse a la puta Mili.

Tenía que irse- irremediablemente- un sábado por la mañana, así que los amigos, que para eso estamos, decidimos agasajarlo con una inolvidable despedida que fuese recordada por el homenajeado durante toda su vida. Como así sucedió.

Acabamos – esa noche, no sabemos como- de día; un par de horas antes de la partida, tirados todos bocaarriba muertos de risa en una pista de hielo llamada Bobby Logan y con un colocón de campeonato… De esa guisa, acompañamos a Luis C. a recoger el petate- terrible palabra como se comprobará mas adelante- a su casa; y de allí al Paseo de la Farola 11. Comandancia de la Marina de Málaga.

Justo cuando iba a subir en el autobús que lo llevaría al campamento de reclutas – estando todavía en un mar de irrealidad producido  por la despedida- se dio cuenta de que se había olvidado las gafas de sol. Horroeur !!!! Así que no tuve más opción que regalarle mis Ray-Ban para que saliera del paso y ademàs, no le vieran los ojos.

Se las puso y allá se fue. Y pasaron los meses, ya destinado en Málaga en la antedicha Comandancia de Marina, uno tras otro. Lentamente.

Luis C. se había acostumbrado, que remedio, a la escasa-nula disciplina de la comandancia. Allí, el ambiente multidisciplinar, nada tenía que ver con el implementado en otros centros militares. Los horarios eran como más flexibles y las guardias se reducían- si las había- a permanecer en la Comandancia ahogando las horas con partidas de cartas, catas de diversos brebajes  e interminables periodos de siestas.

Además se había hecho intimo del médico: Paco M. el cual no solo lo acompañaba en melopeas y vacilones, sino que además le prescribía las pertinentes bajas cuando le eran solicitadas por el patriota Luis C.

Siempre al servicio de la nación. Valientes por Tierra y por Mar, según rezaba el lema de este honorable Arma. Infantería de Marina.

La ausencia- que no falta- de disciplina, tenía su culmen en el tratamiento a los Jefes, Oficiales y Suboficiales que estaban en la citada comandancia. Dado que… cuando en, pongamos por caso, Infantería, era Su Excelencia a Generales; Usía de Coroneles pabajo, y de ahí…Mi Comandante…Mi Capitán…Mi Teniente… Mi Alférez…y siga usted asi hasta el final del escalafón. Menos al cabo, que era y es lo que se dice una mierda a la izquierda…

Pues … En la  Comandancia de Marina de Málaga, como que no!

Allí imperaba el Usted y el Don. De modo y manera que el mismo tratamiento se llevaba el Capitán de Fragata, el Teniente  de Corbeta, el Sargento Primero  e incluso el Cabo Mayor: Mirusté!

Eso si, como deferencia especial se le anteponía el Don al nombre propio. De modo y manera que cuando se dirigía a un, pongamos por caso,  Capitán de Corbeta, se hacía de esta manera…. A sus ordenes! Don Marcelino: Mirusté.

Y sabéis una cosa? A nadie le importaba. Ni a los mandos, ni a las clases, ni tan siquiera al Estado Mayor. Con tal de que no se resquebrajara la tranquilidad que reinaba en dicho acuartelamiento. Un remanso de paz en un mundo de guerra.

Y así pasaban los meses, ya te digo, en la Comandancia de Marina de Málaga. La única ocasión en la que se rompía esta monotonía, era cuando, contadas veces, los marineros debían de acudir al puerto a amarrar a los buques de la Armada que atracaban en dicho puerto. Justo enfrente, todo hay que decirlo, del  mar de la tranquilidad que era la citada Comandancia de Marina. Paseo de la Farola ,11.

Llega la Semana Santa. Semana Grande en la ciudad de Málaga. Y el día mas grande de la Semana Grande -era y es- El Jueves Santo, no solo por tener lugar  ese día los mas importantes desfiles procesionales, sino porque ese día desfilan los Caballeros Legionarios en la Cofradía de Mena. Acompañando al Cristo de la Buena Muerte.

Así que ese día por la mañana, o el anterior -Miércoles Santo- se congregaba una ingente multitud para observar en directo el desembarco de las tropas desde el barco de guerra al son del Himno de la Legión. Incluida  la cabra tocada con el sempiterno Chapiri y su borlita pendulona. Ah! Y un antiguo mando con luenga barba blanca que siempre me recordaba a un amigo de la juventud: Juanito El Largo.

Luis C. estaba ese día en la Comandancia observando como en Puerto de Málaga se atestaba de público esperando el ansiado desembarco. Cuando de pronto se le iluminó la mente con la genial idea!!! Y se dijo…

–         Amoavé…Si yo tengo la oportunidad única de contemplar el desembarco de los Lejías y en primera fila sin aguantar aglomeración ni bullas ni ná!!!

Así que se presentó voluntario –la única vez que en su vida se ha presentado voluntario a algo- para amarrar el buque que transportaba a los Novios de la Muerte, junto con tres compinches que estaban encantados de ser incluidos en la sagaz estrategia del amigo Luis C. Soldado de Infantería de Marina que era. Que eran.

Y allá se fueron los cuatro. Entraron en el Puerto de Málaga y allí que se apostaron a la espera que llegase el barco transporte de tropas. Mientras, el público se apretujaba en una inmensa explanada donde apenas cabía un alfiler. Que agobio, joer.

En esto que llega el barco….atraca y echa amarras. Displicentes como nadie, Luis C. y el trío de incautos, se aprestan a amaromar el barco a los norayes del muelle;. Lo hacen, se separan y se retiran unos metros a fumarse tranquilitos unos cigarritos a la espera del espectáculo que empieza.  Vaya si empieza!

Baja corriendo al paso legionario la banda de música al son del Himno del Cuerpo. Se sitúan bajo el navío y empieza el despliegue de la soldadesca. Cabra con Chapiri incluida. Y borlita.

(Obsérvese con que disimulo el Capitán General que pasa revista a las tropas, pide – con su mano derecha, le pasen el porro de grifa )

Empiezan a bajar y a formar. Decenas de ellos. Cientos de ellos. No desfallecen. El público grita y aplaude enfervorecidamente. Cada Compañía mandada por su Capitán. Cada Sección por su Sargento. Cada Pelotón por su cabo. Y Luis C. y compaña seguían disfrutando del espectáculo lúdico- militar. Que bonito, ío! Dame fuego, pishita!

De pronto, inesperadamente un sargento bajo y rechoncho como una tachuela se dirige a ellos y les conmina:

–         Fííínmesss!!! Fínmes ya!!!! Zocabrones!!!  Que me voy a cagá en tó vuestra puta madre!! Zocabrones!!!

Luis C. y el trío Calavera lo miran asombrados -con el cigarrito en las manos-  y miran hacia atrás buscando a los  desdichados receptores de la sarta de improperios procedentes de la boca del achaparrado sargento. Caballero Legionario Cristino Teigueiro.

–         Qués a vozotros copón benditoo!!! Fíinmmes ya, conniooo!!! Zocabroness!!!

Los aterrorizados infantes de Marina, intentan acordarse de cómo era la posición de firmes que le enseñaron, infructuosamente, parecía ser, en el centro de reclutamiento; y tirando los cigarrillos, pegan las manos al cuerpo, tratando de desperezarlo lo mejor que podían.

–         Kienstár mando!!! Einn?? Kiénstár mando!!!

Automáticamente los dedos de tres traidores señalaron a Luis C. Padre intelectual de la fantástica idea de acudir a ver a los Lejías al Puerto.

–         Venacapacá! Le dijo el terrible Y atachuelado Sargento Cristino.

–         Mira! Tu veh eso doh camioneh ????

–         Póo yas  táis bajando tó lo de dentro eshando leshe !!! Amoss!

Cuando soltó la frase, todos miraron en dirección al índice –alzado  metro y medio sobre el suelo del íolagranputa subjefe legionario Cristino.

Allí se encontraban –aparcados-  dos gigantescos camiones de Intendencia del Ejercito, cargados hasta arriba -no cabía uno solo mas- con los petates de los Lejías; con sus pertenencias y su tradicional alijo de Grifa. Pal trapisheo.

Se miraron consternados los infantes mientras los Caballeros Legionarios desfilaban a paso ligero entonando el Novio de la Muerte y la Cabra miraba bizqueando -a causa de la borlita- a Luis C. Como conmiserándose de él ante el mundo de trabajo que le quedaba por delante.

Mucho más después, el público feliz por el espectáculo ofrecido por la soldadesca, abandonaba la explanada que a cada momento se tornaba más calurosa, solitaria e inhóspita. A las siete de la tarde – agotados- Luis C. y su triunvirato de Infantes de Marina, seguían, mareados ya, descargando la inacabable montaña de bultos. No se sabe si por el esfuerzo o por el tufo a hierba que expelían los putos petates.

Una vez acabado el ímprobo trabajo, se acercó Luis C. al ínclito Sargento Cristino y le comunicó:

–         Suordeness Mi Saennto! Ya hemos tenminado. Manda Ud. alguna otra cosa?

El Rompetechos vestido de verde, sopló- desenfadadamente- la  borlilla del Chapiri, y le dijo..

–         Namás!! Se podéi sir.

Antes de retirarse, Luis C. le preguntó al Sargento …. Mi Saennto! Me permite dirigirme a Ud?

–         Ea! Respondió el bolindre

–         Que verausté, mi Saennto! Questaba yo planteándome irme de voluntario a la Legión…Pero va a ser que no!

El Patatero lo miró de arriba abajo y le dijo…

–         Maricooooónnnnnn…Vete yaa… Maricoooónnnn …Jantes de que te folle. Zocabrónnn!!

–         Suordeness Mi Saennto!

Y se fueron.

Y ahí acabo el único día en que Luis C. Sirvió  en el 4º Tercio de la Legión “Alejandro Farnesio”.

Arriba España!!

Viva La Legión!! (Y la cabra)

Nota Bene:

Cuando Luis C. lee su historia, aquí referida, tiene a bien hacerme algunas salvedades que contribuyen  a complementar dicha historia. Es por lo que incluyo estos comentarios; para salvaguarda de la verdad.

No obstante en mi descargo, debo de decir, que esta anécdota me fue contada en unas condiciones no demasiadas ortodoxas y que ante todo, debo de acogerme a las licencias literarias.

Estos son los comentarios…

Básicamente, la historia es así, aunque tengo que hacer algunas aclaraciones. A saber: No fuí Infante de Marina, no, la Infantería era mucho mas disciplinada. Serví en la Gloriosa Armada Espàñóla, pero en la Marinería, cuya disciplina era mucho mas laxa y en concreto, en el nº 11 del Paseo de la Farola, inexistente. Es cierto, que a Capitanes, Tenientes, Sargentos… los llamábamos D,. Manuel, D. Pedro, D. Juan…, pero jamás recuerdo haber dicho (ni yo ni nadie) «a sus órdenes» D. Pedro. Por ejemplo, si un compañero me decía que me llamaba D. Pedro, tal compañero no decía «a sus órdenes, D. Pedro», simplemente decía: «D. Pedro, que dice Luis que ahora viene, que está terminando de tomarse un café». Era, digamos, como mas familiar.

Otrosí: (Esta aclaración es de vital importancia sobre lo acaecido en el Muelle de Málaga). No es cierto que hubieran dos camiones cargados de petates, sino mas bien, dos camiones vacíos para cargarlos de petates, que nos tiraban desde el buque por la amura de babor, lo cual era mas gravoso, pues si bien por sí mismos, los petates tenían un peso mas que suficiente para hacer penosa nuestra labor, este peso se incrementaba gracias a la altura, mas que considerable, de donde eran arrojados para nuestra recepción. Así, una vez recepcionados, lo íbamos traslandado con suma delicadeza a los camiones, para que a las siete de la tarde, ahora si, estuvieran ambos camiones llenos y los cuatro de la tropa conmigo al mando, volviéramos al Paseo de la Farola nº 11, con la satisfacción del deber cumplido hacia la Patria.

Lo que todavía, a día de hoy ignoro, es porqué los tres marineros que estaban a mi mando, me retiraron el saludo. Algo debieron hablar entre ellos, intuyo.

   Pero sí. Puedo decir orgulloso que serví un día en la Legión Española en el tercer tercio, cuarta bandera…. o algo así. VIVAEEEESPÁÑA.

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