EL ULTIMO REGALO
Lo que son las cosas… Andaba yo por estos días en la elaboración de una nueva entrada sobre la obra literaria de Juan Miguel González: El Poeta Amigo.
Tenía ya, desde hacía un cierto tiempo, bajadas y recogidas las ilustraciones que decorarían esos poemas que ya tengo seleccionados. Tenía ya también el teléfono de Perico “Tabletom” Ramírez para pedirle la venia -porque así lo aconsejan las buenas maneras- para la publicación del poema homenaje a Rockberto González. Tenía -por tener, tenía- hasta la música en la cabeza que serviría de cortejo a las palabras del insigne. Difícil elección, esta última, me estaba resultando.
Y, ahora –aunque por muy poco tiempo- todo eso debo de retrasarlo por mor de la publicación de este nuevo post.
Porque, hete aquí, que sorpresivamente, de una manera inesperada, recibo un último regalo por mi cumpleaños. Por inesperado, por sorpresivo… El mejor.
Después de pasados algunos días de mi aniversario, recibo incrédulo un mensaje de mi amigo el poeta Juan Miguel González. Va este mensaje, huérfano de texto alguno. Sólo dos solitarios archivos que incrementan mi curiosidad.
Cuando por fin los abro, una mezcla de turbación y de satisfacción me oprime el corazón.
Dando paso estas sensaciones, de inmediato, al orgullo y al entusiasmo; porque el hombre al que atormentan los álamos sin aire, ha tenido la enorme consideración y deferencia de hacerme la mejor dádiva que de él, pudiera venir: Unas letras laudatorias hacia este que suscribe, y un “Menú para la cena de cumpleaños de Álvaro Souvirón” en octavas reales que me permitirán –a partir de ahora- las suficientes dosis de vanidad y presunción por disponer de palabras dedicadas por tan ilustre poeta. Por tan inesperado amigo.
Y siendo como soy, un inopinado cazador de afectos, mezclado esto con un cierto matiz fetichista, me he dado prisa en imprimir estos textos en el debido papel-cartulina de color hueso; para que una vez enmarcado, figure hasta el fin de mi corta eternidad, en el muro de los afectos de mi cubil.
Para que ubicado entre un Cumpian, un Centeno y algunos Antonio Abriles, dé mas categoría, si cabe, a esa exposición de generosa y desinteresada amistad que no es sino esa pared.
El hombre al que castigan a reclusión estos largos terrales, ha cumplido -sin el saberlo, o sí- uno de mis más fervorosos y ocultos deseos; que no era otro que el que él figurara, de forma principal, en el citado muro. Y ahora, mire usted por donde, lo hará en una especie de Cinemascope: En un enmarcado doble en el que irán perpetuados tanto el preámbulo como el poema. Unidos para siempre.
Para poder presumir ante propios y extraños de la inmensa suerte que tuve un día al recibir esa llamada que me propició aquella reunión en la nubes. Aquel día donde pude hablar y sellar la amistad del hombre que conversa con Montaigne en la parada del 15.
Y eso es mucho, amigos. Eso es mucho.
Y estos son los textos:
UN HOMBRE RECUERDA A ALVARO SOUVIRÓN
EN LA PARADA DEL 15
El hombre que conversa con Montaigne en la parada del 15, ha conocido a alguien que ama y admira, tanto como él, a todo cuanto queda de hermoso y venerable en el mundo.
Es alto y fecundo como una montaña; al hablar desciende hasta sus manos el ferviente rocío de la emoción, y su silencio nocturno tiene un algo de viento en los viñedos.
El hombre al que atormentan los álamos sin aire, no esperaba tan pronto esta nueva amistad, por eso se ha sentado a escribir, de madrugada, estas palabras de gratitud, con
las que quiere corresponder a las muchas suyas generosas.
El hombre al que castigan a reclusión estos largos terrales, desea sumarse al coro unánime de amigos que ha felicitado, por su cumpleaños, a un bondadoso gigante, que no es otro que Alvaro Souvirón, y lo hace acompañando su felicitación con unas jocosas octavas reales, dando así, con ello, albricias por tan fraternal y feliz aniversario.
Un fuerte abrazo
Juan Miguel González
Málaga. Agosto de 2011
MENÚ PARA LA CENA DE CUMPLEAÑOS
DE ÁLVARO SOUVIRÓN
Basiliscos, pegasos, minotauros,
ni los cervatos que abatió Diana,
les podremos servir esta semana,
ni unicornios, tritones, ni centauros.
Pero degusten estos tiernos lauros
que ilustraron la frente quevediana.
Revueltos o en rehogo, engongorinan:
con blanco, halagan, y con tinto empinan.
El chicharro-perdíz, el ruibarbado
besugo con ojeras de cordero,
el emir-calamar, tan bodeguero,
y el boquerón indómito anchoado.
El mero, que fue deo, el postlenguado
que doctoró en merluzo al cocinero.
Acompañen con vino estos pescados,
y que les sienten bien mis pareados.
Come de mí la cuerva de Ecce Homo,
bueno, no siempre, pero con qué grima,
me estofa el verso, alíñame la rima,
a mí que nunca de las letras como.
¿Dejaré que me almuerce y que me exprima,
o me la guiso yo a la Juan Palomo?
Dicho esto contó los comensales:
gallinas, veinte, y diez pavos reales.
Juan Miguel González
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¿No hay ningún auténtico «Tato» en tu pared?
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En la pared de enfrente. Se me olvidó el mencionarlo. Se me disculpe. Aunque en mi salón tengo, varios Antonio Abril…Eduardo Guille….Beatriz Taillefer…y dos Antonio Gaviño (tu querido amigo Noni).
Todos mis amigos pintores y poetas,tienen su representación (AFORTUNADAMENTE) En mi casa.
Chao, Mamón.
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