“Cuando me propusieron escribir este texto en esta revista, no daba crédito a dicha propuesta. Pues debo confesar y confieso – para mi vergüenza – que soy un absoluto iletrado en todo lo referente al deporte de pelota llamado fútbol.”
Así empezaba el artículo de opinión que mi amigo el ilustrador y polifacético artista Ángel Idígoras, me encargó -y acepté, casi sin pensarlo- para insertarlo en el número 19 de la Revista del Club Deportivo Málaga: La Bombonera.
No sabía pues, como un inculto futbolero como era yo, iba a cumplir aceptable y acertadamente la promesa dada al amigo. Pero hete aquí que me acordé de una anécdota que me sucedió “In Illo Tempore” cuando – con mi hermano Fernando- acudía a La Rosaleda para presenciar un partido del Torneo Costa del Sol entre el Málaga y el Santos de Brasil del célebre y renombrado Pelé.
Así lo conté, asi se lo remití a los “Alma Mater” y auspiciadores de la revista: Idígoras y Pachi, y así fue, publicado en el periódico.
Leedlo, no tiene desperdicio. Más que nada por la ocasión única que se vivió aquel día y por el malísimo mal rato que pasé durante dicho encuentro de futbol y que no se me olvidó en años.
EL DÍA QUE VÍ A PELÉ
(Y CASI MATÉ A UN VIANDANTE.)
Cuando me propusieron escribir este texto en esta revista, no daba crédito a dicha propuesta. Pues debo confesar y confieso – para mi vergüenza – que soy un absoluto iletrado en todo lo referente al deporte de pelota llamado futbol.
Pero dos razonamientos propios me disuadieron del rechazarla. El primero: que si por ejemplo juegan – es un ejemplo irrenunciable – el Real Madrid y el Barça, me la trae al pairo quien gane o quien pierda. Pero SÍ que tengo que reconocerme un chauvinismo malaguista irreprimible; y debo de confesar que muero con un fracaso del equipo de mi ciudad y que revivo con el triunfo de éste. Más si es en la Rosaleda y mi hijo lo ve en directo.
El otro razonamiento que me obligó a aceptarla es que tengo el inmenso honor de haber visto jugar a Pelé con su equipo en aquella época el Santos de Brasil contra el C.D. Málaga y eso tengo que contarlo. Sobretodo, porque lo que viví aquella jornada, fue inolvidable. No saben Uds. cuán inolvidable!! Porque ese día fue…
EL DÍA QUE VÍ A PELÉ
( Y CASI MATÉ A UN VIANDANTE.)
Año del Señor de 1967. Martes 28 de Agosto. Torneo Costa el Sol. Cuatro equipos cuatro. Una Selección Argentina, el Real Club Deportivo Español de Barcelona , que a la postre ganó el Torneo, el Club Deportivo Málaga, y por fin, el invitado de honor El Santos del Brasil donde jugaba Edson Arantes do Nacimiento, «O Rei» Pelé, circunstancia esta que hizo que el Estadio de La Rosaleda se pusiera de bote en bote.
Manejaba yo en aquellos días, la edad repipi y zangolotina de los doce años y tres día. Casi cómo una condena para el que le tocase de acompañante. Fue mi hermano Fernando el que, de la mano, me llevó al campo por orden directa e irrevocable de mi padre. Si tu vas, le dijo al hermano mayor, te llevas al chico! Y el chico, que era yo, iba todo zascandil, chisgarabís y mequetrefe a ver al susodicho Pelé del que yo no tenía ni la más remota idea de cómo era, pero que todo el mundo desde hacía semanas hablaba de él.
La alineaciones para que vean Uds. que he hecho los deberes eran estas: Por el Santos de Brasil: Gylmar, Joel, Clodoaldo, Rudo, Lima, Orlando, Wüson, Bugleux, Toninho, Pelé y Edu. Y por el Málaga, elijan Uds. once de entre estos: Américo, Juanito, Porras, Arias, Montero, Piquer, Vallejo, Vázquez, Ben Barek, Benítez, Chuzo, Martínez, Robles, Aragón, Berruezo, Cabrera, Ficha, Moli, Otiñano, Pepillo, Valenzuela Y Ribes.
La primera impresión que me llevé al ver el campo iluminado, se me quedaría grabada en la mente de por vida. El campo atestado y nosotros – mi hermano Fernando y yo –hacia arriba . A casi todo lo alto de la tribuna. Comienza el partido. El enorme morbo de poder ver en acción al Rey Pelé me mantiene sentado con un cierto interés. Tampoco mucho no se vayan a creer; a los treinta y cinco minutos, Pelé fue objeto de un penalti, lance en el que resultó lesionado y se tuvo que retirar.
Una desgracia para todos . Pero sobremanera para mí que, al no ser demasiado fanático, resultó que el «leit motiv» de mi asistencia al campo se había esfumado instantánea e irremediablemente.
Aguanto hasta el descanso. Aburrido ya, y cansado, me encamino hacia la parte superior de la tribuna. dando paseos y viendo el partido desde allí arriba. De pronto, veo que una botella de refresco de cola (no digo la marca) está tirada en el suelo. Irreflexivamente, le pego una patada y ésta, la botella, empieza a rodar; sin parar, empieza a rodar y llegando al filo, cae al vacio con una velocidad insólita. Corro hacia la barandilla, me asomo y veo a un probo ciudadano dirigiéndose directo al punto de impacto del proyectil de vidrio. Me echo a temblar por la desgracia que está a punto de suceder. En el último segundo, el botellín, le raspa la nariz al incauto viandante; le afeita el bigote al cero y se hace mil añicos delante de su aturdido y asombrado careto. Crash!!!!
Yo permanezco pasmado arriba sin reaccionar. El viandante – aún no recuperado del susto – mira hacia arriba, y comienza a lanzar tal retahíla de insultos, amenazas e improperios qué – como comprenderán Uds .– no puedo transcribir aquí. Todo eso, llevándose los dedos índices y corazón a sus ojos como diciendo. !!!Que m’ queáo con tu cara!!! Yo, horrorizado, vuelvo corriendo a la grada. Me siento junto a mi hermano que no entiende ni se explica mi extremada lividez y descomposición. Ya no vuelvo a levantarme en todo el partido. Eso sí, sin parar de mirar hacia atrás esperando en cualquier momento a que el ciudadano se presentase detrás mía – en el mejor de los casos – acompañado de dos grises para detenerme.
El Santos ya le había colado dos al Málaga, y mi hermano, para evitar la muchedumbre, decidió que saliéramos ya. Cuando estábamos bajando, y casi saliendo al exterior, un enorme griterío nos anunciaba que el Málaga acababa de marcar. Mi hermano me dijo…Volvemos? y yo, dándole un enorme jalón del brazo, le conminé: !!! Ámonos pá la casa… Ya!!!
Málaga. Estadio de La Rosaleda. Ya te digo, 28 de Agosto de 1967. Martes maldito que fue. Para mí, claro está.
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