LAS NUEVAS MARICONERAS

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En los últimos tiempos oprobiosos del señor bajito y de bigote recortado, púsose de moda entre los hombres de bien, un horrendo y ominoso adminículo llamado «Mariconera». Un espantoso y execrable bolso de mala piel despojado, eso sí, de cualquier connotación femenina (pues sólo se le permitía un asa correa, que ya era bastante cantoso y mosqueante cuando se balanceaba inpensadamente en la mano) y que permitía, al otrora elegante caballero, llevar debajo del sobaco algunas pertenencias necesarias y muchísimas otras más –tan inútiles como inservibles–que prevenían el impredecible y accidental «porsi».

Ni yo, ni mis amigos, fuimos nunca de utilizar «mariconeras»; más que nada porque no nos pilló la aterradora moda y porque, además, nos parecían trasnochadas, poseedoras de un feísmo chocarrero y de una patente connotación chabacana y ordinaria. Lo digo yo, que en mis tiempos hippies llevaba colgada del hombro bolsa azurronada para todos mis aparejos, que en aquellos tiempos de fumaradas y humazos, no eran pocos. Y me refiero al tabaco y al mechero; no se me piensen otra cosa. O sí.

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De aquellas mariconeras de antaño, estos bolsos bandoleras de hoy que todo organismo viviente lleva colgado –para su comodidad y desahogo– de su hombro o de su cuello. Las nuevas mariconeras, que al fin y al cabo son, estos bolsos bandoleras, y que dan título a esta entrada.

djrjVerán Uds. yo distingo –generalizando mucho– dos tipos de bolsos bandoleras; y eso, basándome especialmente en los modelos usados por dos íntimos amigos: Angelín y Shati.

Veámos:

Está la Bandolera Embutida («Bandolens atiborradii at Extremum Cespediensis») cómo es la que lleva mi querido amigo Angelín. Dicha bandolera es –de atestada que la lleva– la viva imagen de un morcón de morcilla y lomo de la Carnicería Mariloli de Casabermeja. En ella, someramente entreveo (tengo que reconocerme una impenitente curiosidad por saber que transporta) entreveo digo, que lleva todo lo que le pudiese hacer falta en caso de sufrir un inesperado naufragio en medio del Atlántico Norte o una devastación catastrófica en la misma Plaza de la Merced si se me apura. Todo ello –el contenido– ordenado y cuidadosamente distribuido en la multitud de departamentos de que dispone el morral y con una guía del usuario escrita en Word «Times New Roman» tamaño de fuente 12, en la que se indica los avíos depositados en cada uno de estos receptáculos.

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Entre las cosas que mi amigo Ángel lleva en la faltriquera colgante –y que yo he podido adivinar– puedo citar: Las llaves de la casa. Las llaves de la moto. Las llaves del coche. Las llaves de las llaves. La cartera. El monedero. El móvil. La libretita de direcciones y de teléfonos. El mechero. El tabaco. Las gafas, la toallita para limpiarlas. Un paquete de Kleenex con un solo Kleenex arrugado y con visos de maldad. Un paquete de chicles aplastado y caliente hasta el tormento de San Lorenzo y por fin, y de forma previsora, Un Tampax sin usar. Jabón líquido, gel anti bacterias y crema hidratante, (en mini botellitas procedentes de amenities hoteleras). Papel sanitario, pintalabios de distintos colores, un lápiz de cejas, un delineador, polvo traslúcido, una lima de uñas, pinzas depiladoras, un espejo de dos aumentos, un perfume de bolsillo o crema perfumada y un paquete de tabaco de liar marca «Camel» con sus libritos de papel y su cargamento de filtrillos. Todo ello, por si le hiciese falta en algún momento del día, a la Oíaporculo que todo lo pierde. Ah! y unas tijeritas, un pendrive de Coca Cola, un peine, unas últimas voluntades y un condón (caducado en 2011) también sin usar, que nunca se sabe.

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Después, y ya termino, está la Bandolera Tarambana («Bandolens Impenitentummenti Extraviata in Rúa ut Dondesei») que es la que utiliza mi otro querido amigo «Shati» Cumpián. En ella, Shati lleva todo lo que pudiera o pudiese ser susceptible de ser perdido irremisiblemente y pretende infructuosamente –si no fuese por la generosidad ajena– controlar.

Suele perderlo este amigo, todo a la vez; muy frecuentemente. De modo y manera –que cuando esto le pasa–  se encuentra completamente desasistido  y desamparado a menos que envíe un SOS a RadioTaxi para que le recoja en la última dirección indicada –que es calle Pepita Jiménez, 23– y por la que él no pasa desde el año 97. Shati, al contrario que Angelín, es bastante somero en cuanto a contenido: Gafas, cartera, móvil, llaves, tabaco y mechero conforman su particular bagaje. Pero… Nada de eso pierde de forma independiente. Sólo pierde la bandolera en sí; con lo que eso conlleva de fatalidad y de problemático.

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Otro día, contaré yo más tranquilamente, cómo me compré –a precio irrisorio en una página Web china– una mochila de pecho. Tan inesperadamente pequeña, que en vez de mochila era pin. Mundo intrincado y confuso éste el de las mariconeras,  que –como las hojas del árbol caídas– juguetes  del viento son.

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3 respuestas

  1. Estoy deseando leer la otra historia. Mi marido odiaba las mariconeras y ahora le vuelven loco!

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  2. el cigarro es muy importante…

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