LOS TRES MONUMENTOS
DE MI NIÑEZ
Hay muchísimos mensajes por la red en los que se comparan los métodos de diversión de los niños de hoy día en relación con los que desarrollábamos nosotros en aquellos tiempos ya lejanos. Defendiendo que esa diversión de antes, consistía en estrujar la imaginación y que con cuatro cosas, podíamos pasar tardes enteras de juegos y entretenimiento. A base de fantasía.
Me ha enviado mi querido amigo MAF un elaborado trabajo en pdf sobre tres de los principales monumentos de Málaga : El Castillo de Gibralfaro con su Alcazaba árabe, el Teatro Romano junto a estos dos y, por fin, la Iglesia Catedral de Málaga.
Después de leer este documento, recuerdo con nostalgia, que me resultan muy familiares; y caigo en la cuenta, vuelvo a recordar, que estos lugares -cuando yo era muy joven- compusieron los tres, una suerte de triple escenario donde se desarrollaron gran parte de los juegos de mi feliz niñez. Esa niñez exenta de responsabilidades y de miedos que ahora -en la edad adulta- nos atenazan por culpa de unos indeseables que, amparados en no se qué, han hecho de este país un sitio menos bueno donde vivir. Donde jugar.
Lo explico:
Uno que lo es, se crió en Barcenillas; una incipiente urbanización que estaba naciendo a los pies del Monte de Gibralfaro. Justo ese que está coronado por el Castillo del mismo nombre y complementado con una Alcazaba musulmana que llegaba hasta los pies mismos de la ciudad. Mis juegos infantiles, transcurrieron jugando en el mejor decorado que a ningún niño pudiera ofrecersele. Un Castillo y una Alcazaba árabe. Torreones y mazmorras. Adarves almenados que te asomaban al Mediterráneo esperando a los piratas berberiscos que siempre llegaban. Invariablemente,
Éramos Capitanes Truenos y Guerreros con antifaces de cartón y gomilla. Personajes de ¡Cáspita y Diantres!, ¡Rediez y Voto a bríos!. Las niñas a proteger, todas eran Reinas de Thule y se llamaban Sigrid. Todas.Vestíamos cotas de mallas, cascos y correajes irreales. Juegos imposibles que hoy, difícilmente pudieran desarrollarse. No porque no existan estos escenarios, que aun están -y mucho más conservados que antes- sino porque ni el Castillo ni la Alcazaba, disponen de conexión inalámbrica, ni disco duro de no sé cuantas gigas, ni por supuesto, libro de instrucciones con trucos y atajos para recorrerlos, en foros de Internet.
Si bajabas de la Alcazaba, podías cambiar tu disfraz imaginario de guerrero cristiano (¡Santiago y cierra España!) o musulmán (¡Matad a esos perros infieles!); aunque debías de ponerte la loriga, el brazal o la toga. No sabíamos lo que eran, pero si sabíamos vestirlas en nuestro propio ingenio. En nuestro palacio inabarcable de fantasía. Sí que usábamos espadas y jabalinas que nos fabricábamos nosotros mismos con hierros oxidados de las obras de los edificios que iban creciendo en la citada Barcenillas, y que iban, inexorablemente, asfixiando poco a poco el bosque de pinos y el paisaje.
Esta vez -en el Circo Romano- éramos Jabatos y Taurus, Nunca “Fideos de Mileto” las niñas esta vez, se ponían las estolas y las togas femeninas. (tampoco sabíamos que se llamaban así los ropajes, pero las llevaban) lo que si sabíamos, era que todas ellas se llamaban Claudia y que suspiraban por que las rescatara el Jabato de turno, que casi siempre era el mas lanzado de nosotros. El más enterao.
Yo- para que negarlo- siempre fui o Goliath o Taurus. Cosa que tampoco me disgustaba, pues se me suponía la fuerza inacabable, el apetito voraz, y la bonhomía del fortachon amigo fiel hasta la muerte. Despues, para la hora de volver a casa, siempre resucitaba.
Eso pasaba los días buenos de sol y sin frío. Porque los días lluviosos, nos íbamos a la Catedral. Si! A la Catedral!
Los niños de mi época, entrábamos en la catedral, que nos conocíamos al dedillo. Nos sentábamos en la preciosa sillería del Coro, llena de relieves. Cogíamos, apagando los pabilos de las velas, los pegotones de cera que después conformaban enormes y sucísimas pelotas que guardábamos como si de un tesoro se tratase. Desde allí, sentados en un murmullo silencioso, observábamos el Altar Mayor de la nave principal.
Después, paseábamos por las dos naves laterales viendo las capillas donde nos impresionaban lo enormes cuadros y los muebles de sacristía donde se guardaban tesoros imaginarios.
Recuerdo también -por recordar que no quede- que un día acudimos todos en tropel a ver a un muerto en directo. Había fallecido el Obispo de Málaga D. Ángel Herrera Oria. Allá nos fuimos toda la pandilla, guardando una enorme cola, para -con una mezcla de miedo y curiosidad- ver el primer cadáver de nuestra vida.
Salimos también con una mezcla: de terror y de asco.
Hoy por hoy, no veo yo a niños jugando a piratas en el Castillo de Gibralfaro. A gladiadores en el Teatro romano. No los veo yo salvando doncellas. Ni los veo, observando impresionados -sin saberlo- obras de Niño de Guevara, Simonet o de Pedro de Mena. Más que nada, porque apenas tienen estos cuadros, los debidos millones de píxeles. Ni se pueden reenviar por Whatsapps.
Vaya una leche!
Este documento, interesantísimo, podéis verlo y descargarlo si queréis, aquí:
38.Estudio sobre tres monumentos de Malagas
Que lo disfrutéis.
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Lo malo de estos tres monumentos es que reflejan, en cierto modo esa «incapacidad» del malagueño por acabar las cosas. ¿ Cuántas décadas lleva rehabilitándose la Alcazaba? Para cuando unir Gibralfaro con la Alcazaba sin los flipes del Peralta que todo lo que tocas lo estropea? ¿Y la Torre de la Catedral? Terminarán los barceloneses con La Sagrada Familia y aquí seguiremos llamando Manca a la Catedral . En cuanto a la rehabilitaciín del Teatro Romano pues más de lo mismo. En fin, será nuestro carácter, un carácter que vale la pena definir como la historia interminable
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Mi mejor recuerdo de estos edificios , eran las siestas que me echaba en pleno agosto , en la Santa Catedral , rodeado de beatas que iban a las horas de sol igual que yo a echar las siestas mas relajantes del mundo
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