
LA FAMILIA GORGONZOLA EN MARRAKECH.
LA CRÓNICA (II)
(EL SEGUNDO DÍA. 20 de Noviembre de 2016)
“Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios,
la intolerancia y la estrechez de mente”.
( Mark Twain)
«De piedra ha de ser la cama, de piedra la cabecera.»
(Cuco Sánchez)
A MODO DE OBSERVACIÓN PRELIMINAR:
Ríanse ustedes del exoesqueleto de Adamantium del alobado Lobezno. Descojónense también, si así lo desean, del durísimo Vibranium del escudo del Capitán América, tan remono y rubito él. Ni, por favor, lo comparen con una hipotética mezcla de Dibororrenio, Nanotubos de Carbón, Carburo de Silicio y Carbino que no tengo ni la más puñetera idea de lo que son pero que, al parecer, son materiales duros de cojones.

Poniéndome drástico, y ya exagerando muchísimo, se me permita poner de ejemplo inexcusable la canción de la insufrible Rebeca, que es dura de pelar, para indicar que la superficie más consistente, pétrea y sólida que han podido experimentar mis demasiadas carnes en esta ya larga vida, ha sido, y no exagero, el maldito colchón que nos tocó en suerte a Santa y a mí en nuestra cama durante nuestra estancia en Marrakech.
No doubt! Duro de pelar!

Valgan como ejemplos ilustrativos –y ya termino con mi apreciación sobre el cruel jergón– el indicar que cuando cambiábamos de postura por la noche, sonaban «crocs» y no me refiero a nuestras pantuflas de agujeros; y que, al levantarme, y ya termino de verdad, mi parecido con una alcayata era de lo más elocuente. Menos mal que una hábil mezcla de Paracetamol y Nolotil con el fastuoso desayuno del Riad Mimoune, me recomponía someramente el cuerpo y me animaba a tirarme otra vez a la calle a seguir viviendo la fascinación y la sorpresa que nos esperaba (ahora lo sé) en nuestro segundo día de estancia en Marrakech.

¡LOS DESAYUNOS!
Nada prepara mejor el cuerpo humano, para la jornada que se viene encima, como un reparador y delicioso desayuno. Los desayunos marroquíes, son especialmente agradables y pantagruélicos. Gansos de verdad.

Nos damos –una vez enderezada mas o menos la espalda de Father– ducha reanimadora y reconfortante. Así que bajamos hacia el patio interior para deleitarnos con las viandas que Wallid nos servía amabilísimamente cada mañana.
Una mesa auxiliar dispuesta con tetera, cafetera, y lechera nos esperaba. Azucarillos (que tiempo sin verlos) y chocolate e infusiones. Ocupábamos –nosotros cinco solos en el precioso patio– una mesa en la nos esperan la mantequilla, la miel con limón y la mermelada. Ese pan delicioso que sabe a gloria y quesitos de marca ilegible. Tortitas calientes y una especie de crêpes que nosotros rellenábamos con lo que nos apetecía. Zumos de naranja, yogurt casero,bizcocho y macedonias de frutas. Otros días también nos servían unos deliciosos huevos revueltos con verduritas. Ñam!
Quiero indicar, que al menos tres cafés con leche y un par de tés con hierbabuena me predisponían buenamente para la marcha que se avecinaba; aparte del abundante condumio que también nos proporcionaba unas tremendas dosis de energía y que nos reconciliaba con el universo y con el Dios verdadero que por aquellas tierra no sabíamos bien quién era el titular. Un placer indescriptible, ese desayuno, que hacía que yo llegara a olvidar, momentáneamente, la infame cama de tortura que, pacientemente, me esperaba arriba por la noche.
Bien, una vez saciados nos dispusimos para el plannig previsto para…
EL SEGUNDO DÍA.
Se trataba de realizar una ruta preparada que incluía dos de los sitios más distantes de nuestro centro de operaciones que no era sino la imprescindible Plaza Jamaa el Fna.
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Estos dos sitios de visita inexcusable eran El Jardín Majorelle (Rue Yves Saint Laurent) propiedad del modisto francés que daba nombre a la calle y los Jardines de La Menara que proporcionan, estos últimos, la imagen más conocida de la ciudad. También teníamos previsto visitar ese día los Zocos, la Madrasa Alí Ben Youssef (Kaat Benahid) la Mezquita de la Koutoubia (sólo está permitida por fuera para los no musulmanes) el Barrio Judío de La Mellah, y lo que se terciase pues, ya se sabe que los plannings están hechos para romperlos. Al final, pasamos de la Madrasa pues estaba en obras y el Barrio Judío lo dejamos para el día siguiente.
Salimos del Riad. Iniciamos curiosos un paseo agradable por la zona observando cómo la vida transcurre en una zona de Marrakech todavía alejada del invasor. Somos pocos los extranjeros que se manejan por ese barrio y caminamos entre gentes del lugar y negocios destinados al consumo de los propios vecinos. Llegamos a la ya familiar plaza central. Vuelve la magia del sonido de los tambores de los músicos. Es curioso, pero ese tam-tam es el que nos guía y nos dirige cuando estamos perdidos por los imposibles recovecos del zoco.
LA BICHA
Yo le tenía dicho y advertido al ínclito Cigalowsky que no hiciera nada que el Father no quisiera que hiciese. ¡Sé prudente! Le aconsejé.
La primera, en la frente. En cuanto me doy la vuelta, me veo al vástago de los Gorgonzola con una serpiente en el cuello y más feliz que una perdiz (a mi hijo me refiero). Una bicha que el oportunista maltratador de animales le había colocado al chavalote a modo de foulard viscoso y frío. Se va Father –en plan Indiana Jones– raudo y ligero para arreglar el asunto con el individuo y, no se sabe cómo, acaba él mismo con el reptil aprisionándole el cuello.

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El árabe, que Alá confunda, me puso la bicha encima; yo sin reaccionar. Me indica que le apriete la cabeza para evitar el mordisco. Yo, entre el acojono y el acojono –y con la mente en blanco– le trinco la cabeza al ofidio y le aprieto tanto, tanto que en la foto se aprecian mis dedos blancos (debido al apriete) y a la bicha mirándome con cara de estar cagándose en mi tó puta madre.

Le doy 20 Dhs. al sujeto por el magnífico rato que me ha hecho pasar y nos largamos cantando bajito.
Horas más tarde, volvimos a pasar por el mismo lugar y pude ver a la pobre culebra descansando, en un rincón a la sombra, con una bolsa de hielo en la cabeza. Al reconocerme me miró con sus ojos afilados y me lanzó débilmente un escupitajo de veneno que, afortunadamente, se le quedó colgando a modo de babazo, de su hinchado labio inferior y no llegó a alcanzarme.

Pero… sigamos con el paseo.
Aún con el tembleque en el cuerpo, nos dirigimos paseando hasta la Plaza de la Especias con ánimo de establecer una estrategia apropiada para los desplazamiento más alejados; estos son, ya lo he indicado antes, los Jardines Majorelle y La Menara. Estudiábamos el tomar un Grand Taxi para desplazarnos cuando de pronto, parada en la plaza, nos damos cuenta de que había una calesa tirada por dos caballos. Nos miramos. Nos guiñamos, y allá que se fue Cris para ejercer el noble arte del regateo.
Después de arduos parloteos; muchos acuerdos y bastante más desacuerdos, convenimos con el conductor pagarle en vez de 600 Dhs. 250 Dhs. (25€) que incluía el que nos trasladara primero al alejado Majorelle, nos esperara – mucho más de una hora a que saliéramos– para trasladarnos después a La Menara, volviera a esperar, y su posterior vuelta al lugar de inicio del paseo. En total más de tres horas de servicio público. «La prisa mata» le decíamos cuando se quejaba.

Los caballos, me miran con la una mirada preñada de «inquina equina» intuyendo lo que se les venía encima. Nunca mejor dicho. Nos subimos cuatro detrás y Cigalowsky en el pescante. Me temo lo peor. No soportaría verlo con un caballo al cuello.

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LOS JARDINES MAJORELLE

Estos jardines, diseñados por el francés Majorelle y adquiridos por Yves Saint Laurent en 1980, son una verdadera preciosidad. La entrada cuesta 7 Euros por cabeza y merecen –por su belleza– absolutamente la pena el visitarlos.
Multitud de cactus; bosques de bambúes; estanques llenos de enormes peces de colores; rincones llenos de encanto y el azul «Chefchaouen» predominando allá donde reposase la mirada. La casa Art–Decó que habitó en su día el modisto, una estupenda cafetería al aire libre, tienda (carísima) y una exposición de fotografías en la que se enseñaban los principios de ese lugar.

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Hicimos mil fotos y después de un buen rato de preciosos paseos, salimos en busca de nuestra calesa que, diligentemente nos esperaba fuera. Los caballos vuelven a mirarme con cara de odio. Definitivamente, no es para mí, el día del amor animal.
LOS JARDINES DE LA MENARA
Esta vez es Juanma el que se sube, diligentemente, al pescante. Precioso paseo y llegamos a los exteriores del enorme estanque. Camellos y ponies descansan por los alrededores. También me miran de soslayo; debe de haberse corrido la voz. Entramos en la explanada que da paso al estanque y allí, en un kiosquillo, nos tomamos –una vez más– un delicioso zumo de naranja y unas patatillas en una mesa debajo de un olivo centenario que el morillo que lleva el negocio nos apaña en cuestión de segundos. ¡¡¡Siéntate aquí, Alibába!!!

No tuvimos suerte ese día. Una neblina inoportuna nos privó de la vista más magnífica de los Jardines de la Menara; aquella donde se divisa la construcción (donde, parece ser, iban los sultanes a darse el revolcón con sus odaliscas ) siempre escoltada por la impresionante cordillera del Atlas, que por cierto, ya estaba nevada según pudimos apreciar desde el avión a la llegada, y desde la misma ciudad al día siguiente. La entrada a estos jardines es gratuita. Cuando salimos, compramos en un puestecillo rodante palomitas de máiz. Nada que ver con lo que hay por estos lares, lo juro.

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Vuelta a la calesa. El teniente de caballería Juanma N’Chego toma las riendas del transporte y nos lleva magistralmente durante un trayecto mientras los animales, no sé si debido al esfuerzo o en tributo a nuestra gloriosa presencia, van soltando por el culo una larga andanada de ñoquis (Cigalowsky dixit) llenando una especie de Dodotis gigantes que llevan adosados bajo el sieso.

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Por fin, llegamos a la Plaza de las Especias. Los animales me despiden con una mezcla de displicencia y alivio y decidimos, con muy buen tino, perdernos otra vez por el zoco dirigiéndonos hacia la Jamaa el Fna con idea de comer en un sitio que yo había elegido con un mirador impresionante sobre la plaza: El restaurante Chez Chegrouni; un lugar con una comida típica marroquí muy rica y con un precio muy ajustado. Pero antes, deberes conyugales, deberíamos de plegarnos al deseo de nuestra Santa y pasarnos por el Café Árabe (184 Rue Mouassine) para bebernos unas cervezas…

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Cris, sigue cumpliendo eficazmente con su cometido. Vuelvo a decir que gracias a su impagable dedicación, nos hace el viaje mucho más cómodo y agradable. Muy tranquilo. Estoy pensando seriamente el llevarla a todos mis futuros viajes (o que ellos, nos lleven a nosotros).
Bien…estábamos con el Café Árabe…
El sitio, de lujo para aquellos lares, es un precioso restaurante que –¡¡cómo no!!– dispone de una terraza con preciosas vistas a la ciudad, en la que el amable camarero nos busca un sitio cómodo y confortable. Los precios, acordes con el local, sólo se lo pueden permitir los lugareños de un cierto poder adquisitivo y los turistas, que acostumbrados a los precios de sus respectivos países, no notan tanto la diferencia. 40 Dhs. la cerveza más económica que está bien rica. Father se toma un par de batidos reservándose para la noche.

No vamos a comer hacia Chez Chegrouni; subimos a la terraza y una vez sentados cómodamente en primera fila, nos comimos un cous–cous de pollo y otro de ternera. Un buen número de pinchitos con arroz, un tajin de keftas y sopa harira. Todo eso acompañado con abundante pan (¡¡Que me gusta!!) aceitunas, patatas fritas, y tomate triturado con aceite y sal. Agua, té y dulces. 38 €. Mucho más copiosa que la noche anterior en los puestos y más barata.

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Las vistas, ya os digo, extraordinarias. Allí sentados –oyendo al Almuecín orar justo enfrente nuestra y otros tres, en la lejanía, contestándole– nos sentimos invadidos de una paz y un bienestar impensable en cualquier ciudad europea. Es un verdadero gozo. Esperamos a que la noche cayese sobre la Koutoubia y la plaza se iluminase con miles de puntos de luz que le conferían su aspecto mágico e intemporal característico. Vuelvo a indicar que es una imagen imborrable que siempre nos acompañará y que me gustaría compartir algún día con algunos de los que estáis leyendo esto ahora.
«¡¡MUCHO CÚSCUS, ALIBÁBA!!»

Volvemos al zoco, pues Father le había echado el ojo a unos magníficos cinturones de buen cuero que respondían a sus deseos en cuanto a calidad y tamaño. Es allí donde se fragua la mítica frase que definiría nuestro viaje. Entramos como quien no quiere comprar nada. Pregunto; el viejo moro malandrín, sólo hacía probarme cinturones que yo sabía de antemano que me estaban estrechos. No sé con qué aviesas intenciones, me levantaba la chamarreta, me abrazaba, una y otra vez. Pasaba el cinto por mi cintura, me estrechaba entre sus brazos, y al comprobar que era chico, me decía tocándome la barriga… «¡¡Mucho cúscus, Alibába!!» y se iba a por otro sin hacerle el menor caso a mis indicaciones. Así, unas cuantas veces, hasta que yo le dije: «¡¡Antonio!! ¡¡Éstos!!Dos cinturones magníficos me llevé por fin. De un magnífico y recio cuero fabricados por él mismo en aquel taller y probados con fuego delante mía para demostrar su autenticidad. Al final, los dos cinturones, unos cuantos magreos al progenitor de los Gorgonzola, y una frase para la historia, 15 €. Una ganga. «¡¡Mucho Cúscus Alibába!!» Ainsss…Creo que me he enamorado…

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Compramos especias y nos vamos. Al pasar por el sitio del tipo de las serpientes, le arrojé –en un acto de compasión y justicia– un par de Nolotiles a la bicha que aún se encontraba habitando el país de la migraña. Me hizo un burla despectiva con la lengua y con los ojos enrojecidos me mandó a toma «¡Mucho Cúscus!». Decidimos volvernos ya para el hogar (donde me esperaba el maldito colchón) tras tomarnos otros riquísimos zumos de aguacate y granada con naranja en la plaza.

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Paseábamos mirándolo todo con atención en dirección al Riad; nos comimos en el camino, en una confitería con un aspecto tirando a cutre, unas maravillosas milhojas de crema con un hojaldre exquisito y unos crujientes dulces de pasta brick rellenos de plátano con almendras que nos inundaba el paladar de perfume (se me perdone la mariconada). Eso del comer dulces imprablemente, es lo que tiene el viajar con el sahib N’Chego.

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Por fin, subimos para acabar el día –con un mar de risas y unas chicas cántabras que también estaban alojadas allí– a la preciosa azotea del Riad dando buena cuenta del ron y de los productos típicos de la tierra, para después, irnos a descansar y prepararnos para la siguiente jornada.

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No se lo creerán ustedes, pero el terrible cansancio pudo más que mi reticencia hacia el puto colchón y me quedé absolutamente frito en cuanto me acosté. El cansancio, o lo que fuese, es lo que tiene. Soñé con las películas Anaconda y Cabriola…
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To be continued…
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