EL NIÑO AQUEL QUE FUÍ ME LLEVA AHORA.
“Las niñas, que son hadas y princesas,
los niños que son magos,
las gotas, que son perlas, de la lluvia,
las llamas que son pájaros.”
Juan Miguel González.
Por eso de su aversión a las temperaturas gélidas, el Poeta Juan Miguel González, cuando sale, va siempre cubierto con un elegante sombrero. Tiene muchos. El ir siempre con la azotea techada, no sé si tendrá como fin el calentarse la cabeza o el impedir (yo creo que es eso) que se le escapen volando al exterior esas preciosas y recapacitadas piezas poéticas que él tiene a bien componer y –en casos muy puntuales– regalar.
Juan Miguel adorna su apariencia con un dandismo evidente. La última vez que estuve con él vestía un precioso sombrero, unos confortables pantalones y una chaqueta, ambos de punto, que le aportaban calidez y prestancia. Distinción y elegancia. También despedía un agradable olor; una mezcla –quise suponer y me lo invento– de lavanda inglesa y Vicks VapoRub. Una mixtura del centenario jabón Lifebuoy y hojas maceradas del falso árbol de la pimienta.
Habíamos quedado en el sitio acostumbrado para intercambiar regalos. Él me había pedido –con esa humildad que le caracteriza y haciendo caso omiso a mi advertencia de que siempre le estoy dispuesto– una copia del álbum “Sigamos en las Nubes” del grupo Tabletom para regalárselo a unas amigas holandesas que querían oír alguno de sus poemas musicados por los hermano Ramírez… Yo, «motu proprio» le llevé también las letras impresas de sus poemas con la banda. Estas para él.
Por su parte, Juan Miguel, «Quid Pro Quo» me iba a entregar el original del romance “El Monte de las Tres Letras” del cual me hizo protagonista. Pero ya lo he dicho, y lo repito sin sonrojo, el Poeta es enormemente espléndido y regala lo más valioso de él; así que para dejarme desarmado, me llevó un poema dedicado. Un poema en el que habla de ese niño que todos llevamos dentro; a pesar de estar ya pagando con muchos años vividos, el tributo de la existencia.
Afortunadamente, todavía mantengo ese niño dentro de mí. Algunos lo llamarán inmadurez y yo lo asumo encantado. Asumo esa inmadurez preciosa que me hace recordar los tiempos felices de mi niñez y de los que aún guardo retazos con esa costumbre que mantengo del comprarme figuritas de cómics y de tebeos; y libros de dibujos; y –lo último, y que estoy esperando– un precioso recortable de cartón del Edificio Chrysler de Nueva York. Mi favorito.
Que el Empire State vaya poniendo sus barbas a remojar.
Este es el poema que me ha regalado Juan Miguel González del Pino. Inconmensurable poeta; mejor persona y gran amigo.
(Todas las ilustraciones son de Carl Offterdinger y corresponden a portadas de publicaciones infantiles y juveniles)
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No es suerte tenerte como amigo. Tampoco casualidad. Es magia y es privilegio. Que fluye y que siento latir…
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Querido Juan Antonio, tu amabilidad y generosidad me abruma.
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