RAFAEL. EL ÚLTIMO SABIO

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RAFAEL. EL ÚLTIMO SABIO

Tiene mi querido amigo Rafael la apariencia que se merece: la de un hombre honesto; la de una persona entera, valiente y cabal. Amigo de sus amigos, Rafael atesora en su forma de ser, un antiguo código de amistad y compañerismo nada habitual y ya casi perdido hoy día en los procelosos mares de los intereses y la tibieza de estos tiempos proclives a la desafección y a la displicencia. No es hombre, para nada, de sumergirse en las medias tintas ni en las impuestas tolerancias del buenismo que imperan actualmente; llama a las cosas por sus nombres; y a los hombres, los clasifica por sus actos. Sin piedad ni vuelta atrás. El que se la juega, lo pierde para siempre. Y eso es lo que hay. Sanseacabó!

BESUGO

No es persona Rafael, sigo diciendo, de entregar su cariño y confianza gratuitamente a cualquiera que se le ponga a ese tiro de plomo que supone una lanzada de caña desde la playa de la Piedra de La Virgen, pasada la Caleta de Vélez, donde se pesca el robálo.

Rafael tiene la apariencia que se merece, ya te lo digo yo. La de un verdadero hombre de la mar. De piel curtida y rota por los vientos levantes y ponientes de las costas de su Málaga querida; agrietada, esta piel, por mor de los umbrosos teroles y por los sofocantes aires terrales. Tiene las manos duras y rugosas; acostumbradas a sacarle provecho a tirones a un mar –a veces generoso y a veces no– en un momento en que el Mediterráneo, debido a los abusos, está perdiendo su profusión y su plétora pesquera. Sólo nos van quedando marejadas puntuales que maltratan playas y chiringuitos y eternos atardeceres por entre los picos de la Cañada de los Cardos.

BOGA

Rafael es también, uno de los últimos carpinteros de ribera, unos de los mejores que quedaban en estas costas ya demasiado enladrilladas por cebos turísticos de césped y de cemento, que olvidan la historia que nos precede y que desvisten de arena y algas las costas de la provincia de Málaga.

Rafael Serrano Estudillo –ese es su nombre completo–  es un magnífico cocinero. Está doctorado en caldillo de pintarroja. Y nadie como él ablanda el pulpo –no se sabe bien si a golpes de hervor y de sustos o a base de convencimiento y persuasión pura y dura– antes de vestirlo con sal gorda, aceite de oliva y su parte generosa de pimentón picante

PULPO

Maestro de espeteros. Nadie sabe como él elegir el material; nadie mejor que él los atraviesa en la caña; nadie más destacado que él en conocer el punto exacto en que la sardina alegra la vista del que la contempla cuando adquiere el color tostado que requiere la obra maestra y esa textura mantecosa y fresca que perfuma la boca y cautiva el paladar.

Manda Rafael –con autoridad y poderío– sobre una legión completa de fideos del número 4. Acompañada, tal y cómo debe de ser ésta, por dos cohortes: una de Gambas y otra de Pulpo. Ni una más. A su orden, en la fideuá –y 20 minutos después desde el comienzo de la tortura– los mil de la legión se ponen en pie, firmes, implorando el fin del suplicio e ignorando también que tras este, viene el otro de la ingesta.

BOQUERON

Rafael, mi amigo, domina a Jureles y a Boquerones; a Caballas y Estorninos; Doradas y Lubinas; Pescadas y Merluzas; somete a las Pescadillas y a las Pijotas; a Bacalaíllas y Salmonetes; Besugos de la pinta, Voraces, Goraces, Pachánes y Alijotes. Rinde a la Boga y la Urta; a la Herrera y al Sargo, al Pargo, a la Dorada y a la Breca.  También al Robálo y a la Lubina que, según parece, son los mismos.

Distingue como nadie entre Pintarroja, Cazón y Tintorera. Rayas, Pastinacas y Torpedos; y llama por su nombre de pila a Sardinas, Alachas, Boquerones y Sábalos. Rafael platica con total confianza con los Congrios, las Morenas y con sus primas hermanas las Anguilas. Tutea al Rape, a la Bacalaílla y a la Brótola. Y juega al mus con la Pescaílla, el Abadejo y la Faneca. Les echa el pulso – y les gana siempre– al Dentón y a la Lisa y a la Mojarra.

BRÓTOLASi no se portan bien y no le entran, Rafael se las lía parda, y les da ahogadillas, al Pez Limón y a la Jurela; al Lirio, al Chicharro y a la Palometa. Al Mero y a la Corvina. A la Vaca, a la Vaquilla, al Serrano y a la Cabrilla. Reprende al Salmonete y al Dorado; y si se enfada mucho, mucho, llama Japuta a la Pinta, al Mujol y a la Galúa; al Tordo –y si se me apura, miren ustedes– también a la Doncella.

No le teme ni a la Araña, ni a la Rata, ni a la Víbora, ni al Escorpión; todos peces –cómo el Espada y el Martillo– que se dejan torear por el diestro, por la cuenta que les tiene y por la cuenta que les trae.

CABRILLA

Termina el día Rafael, sorteando al Chanquete y al Rascacio; al Cabracho, a la Gallineta y al Emperador. Al Rubio y al Garneo; al Bejel, a la Chicharra y al Rubio volador. Al Gallo y a la Pelúa. Al Rodaballo y al Remol. Al Lenguado, a la Sortija, a la Platija y al Tambor. Al Soldado y a la Acedía; al Chucleto y al Mochón.

Rafael el último sabio. Si quieren conocer, alguno de estos días de solana, a un hombre cabal y bueno, ilustrado y entendido en cosas estas de la mar, pásense por el balneario del Carmen, acérquense al espetero que allí labora y ofrézcanle un cigarrillo que él siempre negará. Es el primer paso –de quien no le conoce– para acceder a una lección magistral sobre la vida, que ya saben ustedes –porque así lo contaba el poeta– son los ríos que van a parar al mar.

CONGRIO CORVINA DIENTON DORADA ESPADA GALLO HERRERA JUREL LENGUADO

ABADEJO

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EL CABALLERO DE MALTA

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LA NIÑA CAROLINA

Cuando la niña Carolina me llamó para implicarme – y coordinase entre los Hombre del Negro Anaranjado- un trabajo audiovisual consistente en un homenaje a su padre, me lo pensé (el darle el sí) exactamente el tiempo que tarda en pasar por delante de mis ojos una fracción de segundo.

Primero y principal, porque el trabajo que me encomendaba era, sin dudarlo, una enorme satisfacción ( y un orgullo). Lo más parecido a una recompensa. Lo segundo es que ¿Cómo se le puede negar algo a alguien a quien has tenido en tus brazos manejando chupete, cagajón y sonajero?

Se trataba, quería la niña Carolina, de coordinar a un grupo de amigos para que fuésemos grabados dando opinión acerca de su padre – el ínclito Rafael Pérez Peña- que carga medio siglo (más una decadilla) en sus venerables espaldas. Nada difícil, por otro lado; porque las opiniones laudatorias y lisonjeras – que eso es lo que pretendía la retoña- en este caso, iban a surgir de una manera espontánea, natural y voluntaria dada la especial relación amistosa que todos los intervinientes mantenemos con el homenajeado. Lo que se dice una intima, fraternal y entrañable hermandad basada en la lealtad, en el aprecio y en la camaradería.

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A Rafael Pérez Peña; Amigo, Tuno, Compañero de Viaje, Caballero de la Orden de Malta, Cónsul de Portugal, Escritor, Ilustrado Historiador, Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales y Doctor en Derecho (Creo que he nombrado en el orden correcto de sus preferencias curriculares) sus amigos lo queremos amplia y francamente. Y es por eso que escribo esta entrada en mi blog. Para dar fe. Por puro y duro cariño. Entrada donde incluyo lo que, para esa grabación, escribí sobre él. Terminándola de la misma manera que lo hice en aquella… Te quiero, amigo mío!

Este, es el texto que escribí:

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EL CABALLERO DE MALTA

A finales de los ochenta –algunos años antes de cumplir yo el primer cuarto de siglo¬ de vida– recibí dos de las lecciones más importantes y útiles que se puedan obtener.
La primera fue que, con buenas palabras y alardes de ilusión –aunque con pocos medios materiales– se pueden lograr grandes cosas. La segunda fue, que a poco que te apliques, puedes hacer vuelo sin motor en unos baños públicos en la ciudad de Londres. Mejorando el aterrizaje preferiblemente.

La primera enseñanza viene porque, cuando entré en la Tuna de Económicas, mi primer viaje de Parche fue organizado por una persona que no viene –por ahora– al caso; y que gracias a su ingenio (y a nuestra paciencia, y a la imposibilidad de volvernos, todo hay que decirlo) llegamos impensadamente vivos (aunque poco coleando) hasta Oslo. Allá en la fría y distante Noruega.

La segunda lección –una lección tan práctica cómo inolvidable– es que nunca, y cuando digo nunca digo nunca, nunca ataques a nadie, con la villana intención de acuchillarlo mortalmente blandiendo una navaja, fabricada apresuradamente con papel higiénico. No mola.

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El enseñante de estas dos experiencias vitales –y ahora sí que viene al caso, y además ya lo sabéis– fue nuestro querido amigo Rafael. En el primer caso, porque sin apenas medios, ya te digo, y disponiendo (él), de unas enormes dosis de preparación e ilusión; de organización y de trabajo (que a la postre no sirvieron para nada) me pegué el más inolvidable, pedagógico y provechoso viaje que yo haya hecho nunca en mi vida.

La segunda lección, tuvo lugar en un enorme cuarto de baño del aeropuerto de Heathrow en Londres. Rafalito, era cinturón negro de Taekwondo por aquellos tiempos (ahora es cinturón jubilado; nada más que hay que ver cómo se le caen los pantalones cuando baila el pandero) Rafalito, continúo, me conminó muy insistentemente a atacarle con un puñal de papel para hacerme una demostración efectiva de sus habilidades taekwondistas.
Todavía hoy, trato de comprender razonadamente como un Hobbit de la Comarca, pudo hacer pasar por encima de su cabeza – y a una considerable altura–, a un orco de mi tamaño y peso. Que Sauron el Señor Oscuro, se lo tenga en cuenta y se lo demande, por el tremendo costalazo que me propinó.

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Quiero decir con estas palabras que Rafael Pérez Peña, es un buen compañero de viaje. Un magnífico compañero de viaje; útil y provechoso; servicial, eficaz e interesante.
Con y gracias a él, vistiendo el negro, he viajado más allá del Muro. Hemos pasado frío en Invernalia y escupido fuego en Roca Dragón. Hemos subido a los más alto de Nido de Águilas y bebido los néctares de Aguasdulces. Hemos rondado por los alrededores de Desembarco del Rey y visto desfilar a los Inmaculados en la ciudad roja de Astapor.
Con Rafa me he pegado paseos por el Imperio acompañando a Trajano que además de moña, era muy sevillano. Antes, con Escipión. Y en la misma ruta, con Domiciano, que cómo todo el mundo sabe fue un hijo de la grandísima Roma. Por hacerle caso, hasta me he atrevido a pasar toda una noche con Frankenstein mientras este, leía El Quijote, junto a Mary Shelley y Lord Byron. Con Alonso el de Ojeda Y Juan, el de la Cosa, con Pizarro, con Cortés y a otra cosa, mariposa!

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Un amigo por fin, Rafalito, que a consecuencia de haber compartido tantas experiencias juntos, se ha tornado imprescindible en mi vida. Yo, espero, que también en la suya.
Rafael – y amplío este reconocimiento verbal a muchos de los canallas que ahora me estáis escuchando– forma parte de un importantísimo grupo de antiguos amigos, que han enriquecido notablemente mi vida; de una manera incuestionable y manifiesta. Entrañablemente divertida.

Rafael no es sólo mi asesor literario de novela histórica, ni mi proveedor de apreciadas fiestas estivales; ni tan siquiera ese buen consejero que –de manera irreflexiva– cierra la boca, apretadamente (como el culo de un pollo) antes de emitir dictamen. Rafael Pérez Peña, es mi amigo, y de ello, alardeo y presumo. De ello me congratulo y enorgullezco. Y espero poderle pagar algún día todo lo que me ha dado. Todo lo que le debo. Ya se sabe que los Souvirón –al igual que los Lannister– siempre pagan sus deudas.
Te quiero, amigo mío!

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