MOLUNA

«MOLUNA»

«El Ebro guarda silencio
Al pasar por el Pilar
La Virgen está dormida
La Virgen está dormida
No la quiere despertar»

No es fácil poder ver a un nutrido grupo de hombres –curtidos y avezados en el arte de someter sus emociones– rotos y quebrados por el dolor. Todos a la vez. Todos juntos.

El culpable de esta indeseada situación ha sido nuestro querido amigo Antonio Jesús Luna Gómez; el bien llamado «Moluna». Que al final, cansado y hastiado de luchar en desventaja, ha tenido que marcharse vencido a traición por el execrable e innoble cangrejo.

Moluna siempre fue un ejemplo y referencia para sus correligionarios de la Logia del Negro Anaranjado y para sus fieles camaradas los artistas de la Costa del Sol.

Gran músico, fue maestro de maestros. Inculcando a sus amigos y compañeros el amor y el respeto a una institución –La Tuna– muchas veces denostada y menospreciada por la ignorante caterva pseudomoderna que nos tacha –a los antiguos miembros de este colectivo– de ser arcaicos, ñoños y obsoletos. Sin saber, los muy imbéciles, que ser socio de número de esta sociedad, implica lealtad, amistad imperecedera, nobleza y fidelidad inquebrantable.

Moluna ya sabía de todo esto mucho antes que sus amigos del alma; y hoy, rotos los corazones, le hemos vuelto a cantar aquella primera canción que nos enseñó cuando todavía éramos unos inexpertos pipiolos y aspirábamos –en secreto– a parecernos a él.

Se ha ido Moluna; y se ha ido, con un bagaje enorme sobre sus espaldas. Ha vivido plena y cumplidamente. Ha disfrutado su vida (junto a nosotros) proporcionándonos una existencia mucho más rica y mucho más llena de experiencias. Muchísimo más valiosa e interesante.

Hoy, sin duda, el Ebro guardará bastante más silencio de lo habitual. Y Noni, estará encantado de recibirlo para enseñarle los mejores sitios para parchear. Las mejores hamburguesas con la cebolla «pasaíta» por la plancha.

Ya estaba también el pobre, harto de esperarlo.

No es fácil, ya os digo, poder ver a un nutrido grupo de hombres –curtidos y avezados en el arte de someter sus emociones– rotos y quebrados por el dolor. No es fácil. Pero es que estamos todos verdaderamente jodidos.

Adiós, querido amigo! Nos veremos por allí.

EL LARGO JUAN

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EL LARGO JUAN.

«Y vida para vivirla junto a ti; y vida para
vivirla (siempre)… junto a ti.»

Conozco a mi querido amigo Juan «El Largo» desde aquellos tiempos inmemoriales del vestir el negro.

Desde el primero de los principios -cuando yo llegué al muro- Juan ya llevaba años haciendo guardias y rondas para preparar la venida de los pueblos invasores de más al norte; y también, y ahí me incluyo, para proteger y amparar  a los recién llegados acogiéndolos bajo la capa protectora de su más -ahora lo sé- imperecedera amistad.

Juanito, más que largo, es grande, enorme. Un coloso bonachón, sencillo y apacible   erigido a base cualidades que extrañamente se dan conjuntamente en una sola persona: Juan es humilde, como raramente suelen ser las personas que poseen el absoluto dominio sobre ese instrumento de más de seis cuerdas dobles afinadas al unísono. Juan es tierno y afectuoso, a pesar de ese aspecto de rudo vikingo con luengas barbas y tamaño imponente. Juanito, sigue siendo, un dechado de bondad, amabilidad y generosa entrega a sus amigos. Es comprensivo e indulgente. Juro por los dioses nuevos y por los antiguos, que aún está por darse la primera vez que yo lo oiga despotricar o enjuiciar a alguien arbitraria o injustamente.

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Digo todo esto de Juanito, de Juan el Largo, para señalar que es un hombre intrínsecamente bueno. Connaturalmente amable y pródigo con los halagos. Es por eso, que me duele sobremanera verlo compungido y roto por el dolor. Sobrepasado -el ánimo- por las circunstancias

Juan tenía (sigue teniendo en el alma, en el corazón y en la vida que le resta) una compañera de viaje fiel, comprensiva y perpetuamente enamorada de él, que era Trini. Su querida y amada mujer.

Ahora Trini -cumpliendo esa obligación del tributo que la vida ha de pagar a la muerte entregándole la salud- se ha mudado al palacio de la memoria, que no es sino el espacio de los recuerdos imperecederos y de la evocación del amor más perdurable y eterno. Se ha mudado, sin desearlo, porque las cosas son así de arbitrarias e irrazonables.

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Antes de irse, quiso Juan entregarle a Trini algo que se llevase para siempre con su final atisbo de energía. Un último regalo. Un último regalo realizado por todos los amigos que vestimos el negro. A petición de este -y acompañados de un par de instrumentos musicales- todos sus leales, todos, rodeamos el féretro de Trini y le cantamos su canción favorita: «Alma Corazón y Vida». Y la cantamos, con el corazón encogido como un puño. Con un nudo en la garganta y una tristeza apenas contenida; con el ánimo roto viendo cómo un coloso, cómo un titán barbón y coletudo, se rompía en incontrolados suspiros -junto a sus hijos- intentando no quebrarse al decirle a su amada aquello de que un día (y ya para siempre) se enamoró de sus lindos ojos y de sus labios rojos; y que nunca olvidará la promesa que le hizo de ofrecerle Alma para conquistarla, Corazón para quererla, y Vida… Vida para vivirla junto a ella…

(In memoriam)

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Las imágenes que ilustran esta entrada son obras de Lesley Oldaker.

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TUNO VIEJO

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TUNO VIEJO

Hace unos días, (en mi anterior post en este blog) escribí acerca de las indeseadas circunstancias que nos acompañan en el último trayecto de nuestra vida. Ese artículo, estaba escrito de forma jocosa y exagerada como correspondía a mi propio deseo de desdramatizar esa etapa vital en la que se van escondiendo –acobardados y contritos–, los reflejos y las aptitudes; las prebendas que el simple hecho de nacer regala cuando se empieza la senda y que la edad, cuando va creciendo –cicatera que es cómo nadie– se encarga de arrebatarnos. Hoy, miren Uds. por donde, les voy a hablar de otra de esas facetas que va perdiendo fuelle por eso del inevitable transcurrir de la vida. La salud. En realidad, me refiero a la mala salud final. Y esto, cómo se comprenderá, no resulta ni tan jocoso, ni tan agradable de leer.

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Vamos a ir por partes (en este caso puntualizaciones) que como es habitual –y no sé realmente el porqué– son siempre tres. Después, como los ingredientes de una buena mayonesa, las ligaremos todas para conformar el final deseado que no es otro que un relato que voy a adjuntar de un querido amigo. Póngale ajo a la salsa, al que así le apetezca, para que pique con razón.

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La primera parte y/o puntualización:

Es el protagonista central de todo este artículo, mi querido y admirado amigo Pedro Rojano o lo que es lo mismo Pedro González Caraballo, o lo que es lo mismo, el Caraladrillo, o lo que es lo mismo, el Papilla o lo que es lo mismo –y cerremos el círculo vicioso– mi querido y admirado amigo Pedro Rojano. Pedro Rojano, es un fantástico y laureado escritor malagueño; este año sido el ganador –también de otros muchos anteriores– del primer premio del XIV Certamen de Declaraciones de Amor que convocó la Red de Bibliotecas Públicas del Área de Cultura del Ayuntamiento de Málaga. Entre más de cien trabajos literarios, él ha sido el galardonado; ahí es nada.

Y es este querido amigo, el autor del texto –precioso texto con final inesperado– que ahora, al final, vais a tener la oportunidad de leer. Si así lo queréis.

La segunda parte y/o puntualización:

Situemos al lector en el escenario adecuado: Tanto Pedro como yo formábamos parte in illo tempore de la Ilustre Tuna de Económicas de Málaga; hoy, en la Sección Emérita; es decir, retirados. Aunque eso de retirados (en mi caso sí que lo estoy completamente, salvo de las periódicas reuniones bimensuales y algún acto preciso) en el caso de Pedro, es un decir. Y es un decir, porque Papilla, sigue en activo; Y, se preguntarán Uds.… ¿Cómo es eso, disponiendo de las edades que se maneja? Pues lo voy a explicar:

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Y lo explico: Porque hoy, impensadamente y desde hace unos años, hay un renacimiento insólito y excepcional (a mi modo de ver) en cuanto a las Tunas Universitarias Clásicas. Y ese renacimiento ha sido posible gracias a una nueva especie llamada “Cuarentunos” que no son otros que los ex componentes, de Tunas Universitarias, entrados en décadas: Los Cuarentunos, son erróneamente llamados así; porque la mayoría rondan (que apropiado) y/o superan el medio siglo de edad y –en muchos casos– se acompañan de algún lustro más cómo guarnición. Así que estos deberían –por cuestiones temporales y semánticas– pertenecer a cincuentunas y/o a sesentunas. Generalizando: Tunosaurios o Antidiluvitunos. Debo de aclarar que Pedro no se siente en absoluto perteneciente a ninguna de estas especies mencionadas. El sigue siendo Tuno activo por derecho. No de Derecho, de Económicas, volvamos a aclarar.

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No obstante para gozo y regocijo del segmento, esa especial e inacabable predisposición que tienen estos amigos a seguir divirtiéndose y disfrutar de la música, proporciona una nueva vitalidad, un nuevo vigor y empuje en una institución que –hubiese sido una pena–se podría haber diluido en ese piélago execrable que es el olvido o lo que es peor: denostada por el injusto desaire y menosprecio de pamplinas fanáticos e intolerantes “modelnos tontosajones” que no saben de qué va la cosa de la tradición y lo presuponen todo.

Gracias al empeño y a la determinación de estos antiguos Tunos (ya todos no sólo situados, sino casi entrando en la meta final de su vida laboral) se ha desencadenado (aclaremos que no me refiero a los Tunos oficiales en activo, que esos llevan, como siempre, su tarea de serie) lo antes mencionado: un renacer, un resurgir del arte del buen trovar y del mejor cantar, de la indiscutible solvencia en la disciplina del disfrutando y libando someramente (en casos, no) divertirse. Del perseverar y afianzar amistades que vienen de muy lejos. Y también, de camino, contribuir a no perder un tipo de música que – manque le pese a muchos snobs– tiene más historia y solera que bastantes de los estilos actuales de música.
Y estos viejunos ayudan –y muy mucho– a perpetuar este estilo de vida.

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Y la tercera parte y/o puntualización, y ya terminamos:

El querido amigo y escritor antes citado, me remite un relato –yo conozco bien esa situación que narra– en el que se cuenta sobre una reunión de antiguos componentes de la Tuna Universitaria de Económicas y en la que –con la excusa de no se sabe bien qué– volver a compartir mesa y mantel; volver a contar otra vez mil recuerdos y anécdotas otras mil veces contadas; rememorar exagerando hasta lo chocante chascarrillos y viejas aventuras que ya –desafortunadamente– no volverán con toda seguridad a producirse. Siempre, malamente acompañados por alguna ausencia irreparable y, sobretodo, con las decadencias físicas aportadas por las antiguas amistades que perduran en el tiempo.
Es este, un relato tan tierno cómo desolador por su inapelable viso de evidencia y veracidad. Una crónica bien situada en el tiempo y en ese lugar común que todos los del gremio tenemos en nuestra memoria y que nos lleva –sin quererlo ni poderlo evitar– a la triste realidad de las facultades perdidas. A las capacidades dormidas. Al inevitable desenlace del viaje existencial que a todos nos ha de llegar.
Un relato apesadumbrado y afligido que sólo nos alegra un final imprevisto. Inesperado; muy a la Roald Dahl manera. Y que desde aquí os recomiendo leer encarecidamente. Sin nostalgia de lo pasado. Sin la morriña y la melancolía de lo que fue o de lo que, por tu bisoñez, pudo ser. Porque no hay mayor martirio que soñar –sin renunciar a él– con un pasado que es imposible volver a vivir con la misma intensidad e ilusión que fue vivido.

Este es; se llama El Regreso del Profeta y está incluido en un libro de relatos llamado «La naturaleza del ladrido»:

EL REGRESO DEL PROFETA

Disfrutadlo. es de Pedro Rojano.

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