UNA NOCHE EN LA TRENA
“Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido”.
¡Ay mísero de mí…!
[Soliloquio: Fragmento de La vida es sueño]
Pedro Calderón de la Barca
“Era de noche y sin embargo llovía”
Anónimo.
Año del Señor de mil novecientos setenta y siete; mi querido amigo el ínclito Girilín y yo, solíamos acudir cada tarde a casa de nuestro común Jose María Alonso. Se trataba de ensayar partes de una obra de teatro -un musical mejor dicho- que íbamos a estrenar en el teatro principal de la ciudad: El Teatro Cervantes de Málaga. La obra: La farsa de la muñeca de trapo; con música del citado José María Alonso y guión de Diego Guzmán.
Acudíamos cada tarde, ya te digo, a casa de José María -de Chico- al amparo de unas copitas y demases, dábamos vueltas a lo que se habría de representar y, además, se ensayaban diversos pasajes tanto musicales como de diálogos …”Has cumplido con la “Necezidades” (sic) de la iglesiaaaa?” declamaba el bisoño actor Jose María Centeno. (Esto, casi que no viene al caso, pero cómo me ha pedido un cameo en este relato, aquí lo tiene.)
Sigamos… Allí en casa de Chico, tratábamos de realizar escalas musicales -siguiendo sus instrucciones- Girilín con una preciosa mandolina (que Alá confunda) y yo con mi guitarra acústica Epiphone de perenne olor a pachuli recién llegado de Barcelona.
Una aciaga noche, pasada la media, y después de los ensayos, decidimos irnos para casa de cada cual Girilín y yo, pues ya estaba bien de tan extenuante trabajo; así que trincó éste su mandolina (era muchacho de los que se llevaba el trabajo a casa. Después cambió y mucho) y me la endiñó a mí, puesto que en aquella época, nos desplazábamos en su flamante Ducati Road 250. Una moto que le había comprado de segunda mano a mi amigo Luis “Toro” Bravo y que estaba acondicionada al estilo Mortadela de Aceitunas , puesto que no llegaba a la máxima categoría de Chopper.
Nos subimos en la burra. Conducía Girilín, y yo, de enorme paquete, iba detrás con una mano agarrado a un asidero lateral de la moto y en la otra, la puta mandolina que tan mala noche me dio.
Saliendo ya casi de La Alameda Principal, al inefable Girilín le entró la gazuza, e indicándome su intención, paramos frente al bar Los Bilbaínos para endiñarnos dos bocatas de lomo en manteca con dos coca colas fresquitas que no se los saltaba ninguno de los gitanos a los que yo, más tarde, conocería tan bien.
De pronto, tan rápida como inesperadamente, la noche se volvió gris. Gris apaleao. Muy gris, diría yo. Porque inesperadamente, ya os digo, el bar se llenó de Policías Armadas (en aquella época aun vestían de color gris; dado que era un color muy ponible y le pegaba a todo; especialmente al rojo) acompañados también de sus complementarios los subinspectores de la brigada de los “estupas”: Los Secretas. Fuera -también nos dimos cuenta de inmediato- estaba (con las puertas de par en par y como esperando atiborrarse de incautos y probos ciudadanos) estaba, digo, un enorme furgón policial (lecheras les llamábamos entonces) aparcado en mitad de la calle.
Girilín permanecía abstraído terminando su bocata.
— Giri! Ámonos questá aquí la pasma!
— Pera que pago.
— Ámonos cooooñooooo….
— Pera que me traen la vuelta….
Todo eso yo con la puta mandolina en la mano.
— Giri! Ámonos, cohonesss, questá aquí la pasma! Que ya entran!!!!
— Pera! La vuelta!
En ese momento, ya estaban casi a nuestra altura e iban pidiendo la documentación y preguntando…
— Documentasión!! Ud. en que trabaja!!!
— Yo soy arbañí!
— Puede Ud. marcharse!
— Yo trabajo con mi padre en la ferretería de la calle Cauce! dijo otro.
— Puede Ud. marcharse!
— Documentasión!! Ud. en que trabaja!!! (se dirige a Girilín)
— Yo soy funcionario del Ayuntamiento.
— Puede Ud. marcharse!
— Un momento, que me traen la vuelta! insistió.
— Y tú? Me pregunta a mí.
— Yo soy estudiante. (respondo con la mandolina temblando)
Si tan siquiera mirarme, pasa de mí y se dirige a otro cliente que estaba a mi lado, tomándose un café, y le hace la pregunta de rigor
— Documentasión!! Ud. en que trabaja!!!
— Yo soy Economista de la RENFE, contesta ufano y orgulloso
El Inspector levanta la ceja y le dice; Póngase Ud. ahí fuera. Ahí, a ese lado! Vamos!
Yo seguía nervioso y el jodido Girilín esperando la maldita vuelta (que no llegaría ni a tres duros) así que un alarde de ingenio y de oportunidad histórica se me ocurre salir a la calle -con la puta mandolina en la mano- y un noble servidor de la ley vestido de gris y gorra de plato, me ordena que me ponga a un lado. Justo al lado del Economista de la RENFE y tres notas más, con cara de chorizos, que apretaban el puño dentro del bolsillo escondiendo no sé yo que cosa de color chocolate y pinta de bellota repulía.
Inmediatamente, nos meten a los cinco (los tres choris, el economista de la RENFE y al gilipollas de la mandolina) dentro de la Lechera donde ya había un manojo de lo más granado del Triangulo de las Posturas: Palma- Palmilla- Virreina.
Sale Girilín de los Bilbaínos y observa tremendamente preocupado -a través de la ventanilla con rejas de la Lechera- cómo se va alejando su mandolina a un destino absolutamente desconocido e incierto. Y yo, de camino, agarrado a ella con cara de haba y de susto. Cagándome en tó lo que se meneara fuera.
Dentro de la Lechera, el ambiente es de lo más bochornoso y desolador; el Economista de la RENFE que no da crédito. Yo a su lado, que no solo no doy crédito, sino que -mucho más peor aún- no doy crédito. Aparte de la curiosa circunstancias de que la totalidad de los ocupantes del furgón demostraban una inmediata afición a los instrumentos de cuerda medievales y me solicitaban una más que interesada información acerca del sonido del instrumento de cuerda que yo portaba -mientras, pensaban ellos para sí- en lo adecuado que era dicho instrumento para ocultar esas bellotas de cierta sustancia que no viene al caso y que tampoco vamos a desvelar.
Hachís!!! Jesús!
— Y ezoqueéh? Una guitarrisha? Déhame que la vea!! Zuprimo! Einnn? Éonoé?
— Estoooo…noooo verááássss……
Les decía yo apenado por romper tantas vocaciones musicales tardías.
Llegamos a Comisaría: salimos todos en fila india. El de la RENFE y yo resignados a nuestro destino; los otros, charlando animadamente entre ellos cómo si de un picnic se tratase. Realizo estóico ejercicio de empatía hacia Don Edmundo Dantés, Conde de Montecristo, y nos sentamos en unos bancos a esperar que nos vayan nombrando a la espera de la Sentencia, o del Rescate que tanto daba…
Sale un grisáceo agente uniformado y grita con un deje de desprecio en la voz y en la mirada.
— Rafael Cortés Amaya!!! Paentro!
Se va y no vuelve Rafael.
— Juan de Dios Vargas Montoya!!! Paentro!!!
Se va y no vuelve Juan de Dios.
— Fransisco de la Crú Bermúdes! Paentro!!!!
Se va y no vuelve Fransisco de la Crú.
Y así, uno tras otro, incluido el Economista de la RENFE que tampoco vuelve.
Yo, ya no sé qué pensar… si los habrán enchironao, si los habrán puesto en libertad con cargos, si los habrán fusilado junto a la valla del Guadalmedina… Acaso garrote vil?
Quedo yo el último!!!! A mí nadie me llama!!!. Al rato, bastante muy al rato, ya bastante entrada la madrugada, el vociferante policía entra casualmente en la sala donde yo estaba sólo y cariacontecido, y me escopeta:
— Tú que jaseasquí?
Yo lo miro con cara de cordero degollado y le contesto…
— Pues Ud. me dirá.
Me pasa a un despacho contiguo donde dos subinspectores de paisano charlaban animadamente acerca, supongo, del safari nocturno. Y me pregunta uno de ellos…
— Tú! Venacapacá. Tú cuantas veces has estado por aquí? Shavá?
— Pues si contamos la renovación del Carnet de Identidad, ya van dos este año.
— A mí no me vaciles, maharón!!! Ketefollo!!!
En eso, se da cuenta de que mi DNI se le había deslizado, accidentalmente, debajo de un cartapacio. Lee mis datos, abre los ojos, me mira, y me pregunta…
— Tú eres hermano de Fernando y Josemanuél?
— Sip
— Perooo… Por qué estás tu aquí?
— Por comerme un bocata de lomo en manteca en Los Bilbaínos; que, digo yo, debe de estar prohibido por la Ley de Vagos y Maleantes.
Les dije sacando fuerzas de flaquezas con un trémulo hilo de voz.
— Jajajajajaja, er peaso de cabrón, tiene grasia!!! respondieron al momento
(ya era amigo suyo, me dije)
— Anda vete ya daquí, jajajajaja… jajajajaa…. El hermanilloo shico, jajajajaja….
Yo salí de allí cagándome en el Régimen, en el Dictadorsísimo Franco, en los Bilbaínos que Belcebú maldiga, en el detestable bocata de lomo, en mi amigo Girilin, y por supuesto y sobretodo, en la puta mandolina que todavía, no sé cómo, no la estrellé contra el suelo. La muy íadelagranputa.
Al día siguiente, mis hermanos, hablaron con el inspector Wallander, un intimo amigo de la familia, para que se cerciorase de que no había antecedente penal alguno que manchase mi impoluto expediente. Más que nada, porque lo último que me faltaba era que -si un improbable futuro, por un casual, fuese yo a la cárcel- a ver que pasaba con el terrible currículum criminal que poseía tras haberme comido un puto bocata de lomo en manteca, y que eso, pudiese casionarme algunas molestias en las duchas de la prisión.
Hoy en día, lo cuento a todo el mundo (con cierta licencia, todo hay que decirlo) orgulloso de haber sido un preso político, represaliado, por las fuerzas policiales, cuando aún vivía el Dictadorsísimo Francisco Franco. Bahamonde los haya.
Cómo que no sé, cómo no me saqué inmediatamente el carnet de la UGT. Estaría hoy día, hinchándome de mariscos. Bueno, de mariscos, no! De langostinos.
Así fue y así lo he contado.
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