MANUEL SALINAS. BAILANDO CON MÚSICA DE LLUVIA

MANUEL SALINAS.

 BAILANDO CON MÚSICA  DE LLUVIA

Posee  mi querido amigo el Doctor en Literatura Manuel Salinas  un ligero aspecto de indiano urculiano.

Lo de indiano lo digo, porque parece (con ese moreno sempiterno que luce) recién llegado de allende los mares; además de la elegancia que le proporciona ese sombrero Panamá que le cubre la testa últimamente. Lo de urculiano, viene dado por esa apariencia y envoltura que le confiere dicho tocado, y que él sabe -tanto como nosotros- que le favorece y que le sienta tan bien, tan bien, que le procura papel principal como interviniente en el universo pictórico de Eduardo Úrculo.

Cierto es que si en vez de un Panamá, vistiera canotier, bombín o chistera, luciría igualmente elegante. La buena facha, que diría mi madre.

Tiene a bien mi buen amigo el Doctor en Literatura Manuel Salinas, el recopilar en un blog su última producción poética. ¿He dicho que es un insigne poeta? Pues lo digo: es un excelso e insigne poeta. Tal y como lo son la camarilla de amigos que le rodean. Mi muy querido amigo González -el del Pino- a la cabeza de tan distinguido grupo literario: Alot, Navidad, Quesada, Verdú y los propios Salinas y González del Pino, Don Juan Miguel.

Sigo con lo del blog:

Quiero escribir esta reseña en este mi sitio, acerca de mi amigo Manolo, ya sabéis… el Doctor en Literatura Manuel Salinas, porque quiero haceros partícipes de su lugar en  Internet.  Un lugar donde bailando, la palabra del poeta se resguarda de la lluvia.

Porque ya se sabe… “Siempre fue la lluvia una música muy bailable.» ¿Verdad Manolo?

El link a esa página, para que la visitéis, es este:

http://ningunanubeesinutil.blogspot.com.es/

Y como para muestra, vale un botón, -yo, que tiendo a la exageración- inserto en esta entrada seis muestras, que no una, de la poesía de Manuel Salinas. Para vuestro uso y disfrute. Para gozo y alborozo; júbilo, placer y regocijo que le dicen.

Como quiera que el poeta Manolo –no sé como lo hace- siempre está rodeado de bellas mujeres, ya sabéis eso de “Cuídate de los que saben escribir, pues tienen el poder de enamorarte sin tan siquiera tocarte”, he pensado que -a lo mejor (no sé que dirá la propia)- le gustaría que sus poemas estuviesen escoltados y amparados  por las pinturas surrealistas de Michael Parkes.

Porque como mejor se está, maifrén, es en buena compañía.

Estos son los poemas que he destacado de Manuel Salinas. ¿Os es dicho que es Doctor en Literatura, verdad? Pues sabed amigos míos, que antes de eso, y por encima de eso, es poeta.

***

Tomados los ojos, no fue difícil adivinar que lo lluvioso y perdido

 terminarían por echarlo de la tarde de sol aquella.

Manuel Salinas

Llévame a los cielos
envuelto en el fuego de las cosas que amas;
hospédame a solas en su corriente;
pídeme socorro con un perfume de flauta de espina;
avívame, soy lumbre,
violeta sonora de un ático donde las niñas
se peinan con alondras y cantan.
Vuélame la noche, la tarde, el claro día.
Madúrame la casa de verde fruta.
Lléname de saltos de caballo el alma.
Llámame con sueños por mi nombre de poeta.
Coróname de migas de buen pan. Ampárame
y baila hermosa, mientras el mundo se hunde,
con un dulce violín en la solapa.
Regálame esa nube para gastarla juntos;
dime que sí. Dame la tinta, luz, agua: todo
lo que sea tuyo y tiemble de alegría
en los falsos oros de esta pavana
que la noche toca en los atardeceres con niebla.

La palabra es río
y se demora en el aire como un pájaro.

Aves y peces son de un mismo linaje,
pertenecen a lo hondo.

Ay,  y yo sólo miro el agua, el agua
que tiembla. El aire.

En las manos, el aire.

Tal es la malicia que me tiene que sólo desea quitarme la alegría de esos otros mundos que he visto alzándolos hasta los sueños, salvándolos de la noche donde se habían ahogado. Pues lo mío es cabalgar en lo oscuro, picar espuelas a contracorriente, emprender la hazaña que nos niega la voz que nos llama. Mira, que andar en las nubes es un destino. Mas cuida que, si bella es la verdad, también las mentiras sean bellas. Sé señor en todo. No ayunes en amores ni en derroches. Pide, que no te harte el descanso, que generosa sea la mudanza. Y de claro en claro, cree.

Y que así te ayude Dios, pues de nada vale el saber en este antiguo oficio de caballería, que alivia la tristeza, socorre el dolor, consuela la desgracia, ampara en la tormenta.

Desayunados todos,
en el hombro ningún sueño duele
y la muerte a la muerte ahoga en la azul rosa de una taza.

Prodigio esta mermelada
donde dulce aguardaba lo lluvioso
y perdido en los verdes manteles

y donde, para ver el milagro,
los niños cruzan el jardín con una nube en el pecho,
hartos de pan mojado y rubias alas de cristal de Sèvres.

Ésta es La Casa;
ésta es mi casa y sobra el café
y es pecado la tristeza
junto a esa naranja
que de la primavera bajó al frutero.

Es tu dolor lo mejor de mi vida:

me duelen tus manos, como una fresca llamarada;
me duelen tus ojos, de su herida vengo.

Me dueles tú, yo te conozco:
escasa eternidad
que ni llega ni se queda.

Y cuando deje de amarte,
qué raro fruto de frío será el mundo.

Es bueno que al dolor le duela algo,
que nada se repare,
que llore y que se muera.

Es tu dolor esa llama que llamo;
es tu dolor el color de mi alma.

Me dueles tú, dolor, yo  te conozco,

yo sé de tu alta nieve, de la fiereza
donde se turba el agua.

En el aire del verano somos eternos.
Todo es fresca fruta que está en llamas.

Y hace tanto calor
que es joven luz la sombra en el celindo.

Vamos a abrir la ventana, no tardes.
Ya no estaremos más solos.  Sube

que están las palabras que queman
en el parque, soñándote.

…///…

MAYTINES DEL NACIMIENTO

MAYTINES DEL NACIMIENTO

Me comunica mi amiga Mariví Verdú que el próximo día 20 de Diciembre en el Centro Cultural «Vicente Aleixandre» de Alhaurín de la Torre, a las 20,30 horas, y el 23 de Diciembre a las 19,30 en el Ateneo de Málaga, se presenta un libro de villancicos titulado «Maytines del Nacimiento» . El libro muestra villancicos escritos por la propia Mariví, Pilar Bugella y Juan Miguel González con ilustraciones de Ayuso, Ángel Idígoras y Pachi.

El Blog de Father Gorgonzola, tiene el enorme privilegio de publicar en este post un adelanto que consiste en el bellísimo prologo de Laure Quesada y el no menos bello epílogo del también amigo Manuel Salinas.

Entre ambos, y como anticipo de lo que ha de llegar, inserto -como primicia- una preciosa canción de Diciembre escrita por mi buen amigo Juan Miguel González.

Disfrutadlo, pues merece la pena. Muy mucho.

PROEMA

Laure Quesada

La pátina, mugre purísima que ensucia y ennoblece los lienzos, se posa, también, en las palabras. No deja de ser una ironía que villano, palabra inmaculada en su origen latino-medieval (de villanus = aldeano), y que más tarde, en el Renacimiento, dará villancico, hubiese ya perdido, aún no bien entrado el Medievo tardío, su prístino candor y pasado, de un golpe, a designar lo abyecto. Que, en cambio, sea hoy sinónimo de ruin y villancico de frescura es uno de esos raros, mágicos milagros que sólo le debemos al lenguaje y su arbitrario aluvión de sentidos.

En ese delta caprichoso (del lenguaje) trabajan, rarísimas hormigas, los poetas. Son ellos, arqueólogos del tiempo, quienes, visionarios, le devuelven su genuina frescura, su atávico, mítico fulgor. Porque lenguaje es mito (reliquia de mito) en tanto último eslabón de esa cadena que nos une a lo que fuimos, allá en la primavera de los tiempos. Son ellos, comadres del olvido, quienes, nostálgicos, velan su integridad revelando, bajo una nueva luz, su cadáver. Y esa luz, redentora, no es otra que la música. La música que danza su vals entre sus versos. La música, sí. ¿Quién no ha subido nunca esa escala de Jacob…? ¿Quién no luchó jamás (qué poeta, qué ser) contra el ángel del ritmo y después, extenuado, durmió en su silencio…?

Este libro, lector, es un canto al silencio. Un canto al silencio escrito por poetas que saben que la música es su llanto vertebral, su risa más pura. ¿Y qué más puro canto, sencillo y popular, que el villancico, reliquia que nos queda del villano cuando éste, todavía, era sólo un campesino…?

 

A mis hijos Daniela y Teseo y
a mi nieto David

 

A CANDELA DEL MONTE…

Juan Miguel González

A candela del monte
huele el ganado;
a leña verde y paja,
Niño, tu establo.

A rebaño mojado,
a encina, a brezo,
a divinos pañales
huele, y a heno.

¿Quiénes bajan cantando?,
¿qué flauta es ésa,
en tan oscura noche,
con lo que hiela?

A huerto soleado
huele el pesebre,
porque ha nacido Mayo,
con tanta nieve.

 

NIEVE QUE LA NOCHE ALUMBRA

Manuel salinas

Cada niño trae un milagro bajo del brazo: la encarnación del verbo, la posibilidad del habla de la tribu en la que haya nacido, el don del lenguaje.

Así cada nacimiento va unido a la alegría, al bullicio, al jaleo, al festejo, al estar despierto.

El villancico es el signo, la manera del que vela, del que para espabilarse en medio de la noche coge el almirez, hace bulla y canta.

Pero la palabra no sólo nombra la realidad o la construye, sino que al mismo tiempo se rebela contra ella y la desmiente; esto es la sueña. Y ese juego de la palabra nos desnuda de lo sabido, del quienes somos, y nos reúne ,y nos da vida, y nos hace –váyase lo ganado por lo perdido-, niños de nuevo, porque todo es infancia.

En efecto, esta música de oro que habla del amor sólo tiene una patria: la infancia, porque no hay más paraísos que los perdidos.

En fin, ése es el misterio. Éste es el milagro que no se razona y se impone como el amor o como el idioma. Éste es el estado de desvelo que encontramos desde mucho más allá del cancionero de Upsala, del siglo XVI, donde se nos recuerda que no debemos dormir la noche santa, hasta estas otras “canciones de vela”, villancicos que han escrito en este hermosísimo libro Pilar Bugella, María Victoria Verdú y Juan Miguel González.

Puñado de notas o de sílabas que se preguntan, por ejemplo, “¿En qué estaba yo,/ bello pastorcillo,/ que ni oí tus pasos/ ni escuché tus silbos?”, o que tararean, “silenciosa, rezando,/ casi sin voz,/ una nana te canta/ mi corazón”.

Villancicos, exactos y medidos, como los pasos de una danza, son este “estar atento”, este “estar despierto”, de esos poemas de la Presencia, poemas de la Llamada, del Nacimiento, que nos traen o nos llevan por dos largos ríos recién brotados de una estrella, una voz que narra el suceso, la gloria que es la encarnación de la palabra que de la Historia escapa.

Desde lo popular a lo culto llegan para cantarnos que la Nochebuena no es noche de dormir, sino de avivar la inocencia, de poner donosura en papel de regalo y palabras a un tiempo todavía no domesticado, a un tiempo que salvaguarda el misterio, nuevo y antiguo, del hacer versos.

El villancico o la “canción de diciembre”, “canción del desvelo” es una maña de la lengua que hace, gozosa y navegable, la luz, el ardor que pone a la par Poesía y Verdad: Canto; del que de amores muere, el dulce canto.

A PROPÓSITO DE VISIÓN DE LA PIEDAD

Hoy, 30 de noviembre, publica el periódico EL MUNDO, en PAPELES DEL PARAÍSO, un  artículo escrito por el común amigo Manolo Salinas sobre el nuevo libro de Juan Miguel González “Visión de la Piedad”

Como no podía ser de otra manera, los amigos -y sus textos- tienen siempre cabida en este “Ateneo’s Alas con Secuencias”

Este es:

A propósito del libro “Visión de la Piedad”

de Juan Miguel González.

 MANUEL SALINAS

            Escribe magistralmente el ensayista Ignacio Gómez de Liaño, en el impagable prólogo al libro “Visión de la Piedad” (editorial, “Libros delaire”) de Juan Miguel González, que el fundamento último de esa obra poética es el ímpetu y la trascendencia.

Esto es, el libro de Juan Miguel González participa de ese raro afán de trascendencia, de esa idea radicalmente lírica, frente a la tendencia más realista imperante en estos días en los que se desconfía del canto. Desconfianza moderna que Marcos-Ricardo Barnatán supo definir de esta manera: “los poetas ya no creemos en los dioses y en los héroes. Por eso ya no cantamos”. El poeta ahora es un investigador privado.

En efecto, frente a este luto del canto, frente a esta mirada alicorta y rasante, Juan Miguel González nos habla en su libro de fervor, de entusiasmo, entroncando su poesía con la de uno de los poetas indiscutibles de la poesía española del siglo XX: Claudio Rodríguez, quien cantó la esencia de la poesía y la “ebrietas” de la que ésta dimana. Poesía como don y como ebriedad que es un estado de entusiasmo en el sentido platónico. En resumen, nuestro poeta malagueño nos dice que la vida humana es una especie de “ímpetu entusiasta” y que ese ímpetu, esa “ebrietas” es lo mejor que hay en ella.

Por otro lado, el antídoto, que nos ofrece la poesía de Juan Miguel para estos oscuros días de individualismo y picaresca, en los que los hombres no tienen ningún deseo ni sueño ni idealidad sólo la necesidad de cosas prácticas y de dinero, es una búsqueda de sentido y sosiego a la existencia, una búsqueda de valores éticos y esperanza, una búsqueda de una vida trascendente y espiritual: cosas de toda la vida que el tiempo no desgastó jamás.

Mario Vargas Llosa ha escrito: “Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que ésa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, ésta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha trasformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias ”.

Sin lugar a dudas, y Gómez de Liaño tiene otra vez razón, que Juan Miguel González es un raro poeta que en lugar de promover lo peor -ya sabemos que todo cambia siempre para peor-, busca lo mejor de la tradición para cantarlo, acaso convencido de que el “más allá” no puede estar en esa revolución terrenal que nos prometió cierta idea de progreso. Recordemos, en este sentido, que el prestigio del arte o de la poesía, en nuestra época, le viene de aquella antigua promesa de que nos proporcionaría el soñado Edén. No hay duda, la publicidad ha sido el sustituto moderno del argumento y su función ha consistido en que “lo peor” pasara por “lo mejor”, porque indefectiblemente todo “acá” logrado nos lleva a suspirar por cualquier “allá”. Ya lo sabemos: así es la condición del alma humana que, desde Altamira, siempre se puso de pie para alcanzar a pintar sueños o bisontes.

En fin, Juan Miguel González es un poeta que está lejos del exhibicionismo moderno y dentro de esa otra tradición también moderna (Santayana, Wilde, Eliot, Pound, etcétera.), a la que los ingleses han llamado “medievalizante” o “gótica”, que es la de ésos que no han renunciado a ser constructores del Absoluto para convertirse en publicitarios del Partido. Ahora bien, recordando a estos últimos, escribe Karl Kraus: “Nunca me pareció una blasfemia aquella frase de Peter Altenberg: Oh Dios, eres como un Shakespeare; sin embargo, sí me parece un delito de lesa majestad cuando dijo eso de que en la Abadía de Westminster yacían los restos de Shakespeare y los demás reyes ingleses”.  Porque, cuando en la ciudad sagrada caiga la última muralla frente a los bárbaros, uno siempre esperará que Roma sobreviva, asistido por la convicción de su supremacía moral.

Por eso, Juan Miguel González, como el “neotrovadorismo” de Cunqueiro –sólo es un ejemplo-, cree que la Tradición es salvadora, porque entonces, el arte, la poesía impedían a las personas dar la espalda a esa riquísima realidad de la que dijo Lord Dunsany: “no hablo nunca de las cosas que he visto; sino de las que he soñado”, y porque esa mirada al pasado consiste en una educación para ver más claro y más hondo en la naturaleza humana y encontrar en ella un principio de perspectiva, de prudencia, de amor.

Si el arte y la poesía nacen del dolor y se alimentan de él, ciertamente que será por medio de éste por donde se llegue a la profunda alegría y al verdadero entusiasmo, convencidos que de la razón moral será su aliada.

Y que, no hay duda, también se puede “avanzar hacia atrás”, como se dice en los autobuses.

UN DECIR INFINITO (A propósito de VISIÓN DE LA PIEDAD .)

Esto me dice Manuel Salinas:

“Alvaro soy un amigo de Juanmi, y esta reseña la publiqué en LIbros del aire, sobre su Vision de la Piedad. Si te gusta puedes publicarla también en tu blog…. está en el blog de la editorial. Manolo”

Y yo, como no podía  ser de otra manera  Manolo  -y se me perdone la familiaridad inmerecida-   con una enorme satisfacción, lo publico en mi blog que desde ahora tambien es tuyo.

Que así se escriba y así se cumpla, que diría el ínclito Ramsés II

 

UN DECIR INFINITO
(A propósito de VISIÓN DE LA PIEDAD de JUAN MIGUEL GONZÁLEZ.)

MANUEL SALINAS

“No tengo nada que decir, y a pesar de todo lo diré”.
S. Beckett.

La poesía última en España, desde la teorizada pérdida del “aura” de W. Benjamín, ha ido enseñando su verdadero rostro en defensa de los valores de la Contracultura, pero sin el misticismo de la Generación Beat.Valores que han terminado configurandola Sociedad de Consumo, que ya tiene no sólo una oferta de música “enlatada”, sino una máquina de picar poesía “Sea and Spar Between.”

Por otro lado, si todas las situaciones tienen su propio horizonte y todos los horizontes aspiran a ser ensanchados, la ampliación constante del límite ha hecho que el arte y que la literatura de los últimos años del siglo XX sólo aspire a conquistar nuevos territorios: la originalidad, y algunas veces sólo ha hablado de nuevo formato, o soporte nuevo.
Mas el arte, la poesía, una y otra vez, se ha instalado en esa frontera que llamamos “la muerte del arte” y que ha hecho que se valore paradójicamente a los autores más por sus errores, o sus intenciones, o sus arrepentimientos, que por sus hallazgos mismos.

Así pues, durante estos últimos años el artista, el poeta moderno, instalado en la línea roja de esta linde, sólo practica, parafraseando a Thomas de Quincey, el suicidio como una bella arte, como un hecho estético.

Sin embargo, algunas voces han sabido encender una luz cierta dentro de aquel cenagoso páramo: la literatura, el arte, nunca estuvo en seguir el inconstante y azaroso sentido de los humores, el cambiante dédalo de lo diario con el que acaso se puede escribir una pancarta, o la página de un diario, sino en la literatura misma, porque como escribió Borges, “sólo perduran en el tiempo las cosas que no son del tiempo”.

Ahora recuerdo a Oscar Wilde, en “The Critic As Artist”, afirmando que “una pasión real sería su ruina. Lo que sucede en realidad es inútil para el arte. Toda la mala poesía brota de un sentimiento genuino. Ser natural es ser obvio y ser obvio es ser antiartístico”.

En este sentido, Juan Miguel González es un poeta modernísimo, que no posmoderno: una mezcla de santo laico que, desde lo más profundo del barro llegó a la luz, cuando aprendió que, más que la decadencia de los últimos días de la vida de Inmanuel Kant, lo que importaba era el pensamiento del filósofo de Königsberg en todo su esplendor [ ése es su “spirit de finessa”], y que, acaso otra vez, Borges tenía razón y, hay que estar más orgulloso de los libros que uno ha leído que de los que uno ha escrito o proyecta garabatear.

Por otro lado, Juan Miguel González es un poeta excéntrico que ha luchado denodadamente a lo largo de su vida por alcanzar su propio fracaso. Entre un exultante egocentrismo y una generosidad sin límites, su alma siempre trató de quemar el mundo con sus versos.

A ciegas, la fiesta de la palabra de su poesía ha ido creciendo en silencio hasta hallar esa voz profunda y verdadera que encontramos en este libro que titula: Visión de la piedad. Y que tiene un impagable prólogo de Ignacio Gómez de Liaño: no se puede decir más ni mejor, con sensibilidad, rigor y sabiduría.

Visión de la piedad parte de la máscara moderna, del “Personae”, de Pound, que ya había traído a nuestra tradición Pere Gimferrer en su libros “Muerte en Beverly Hills” y “Extraña fruta”. Aunque hay algún antecedente, como el “Soliloquio del farero” de Cernuda que le llegó de la mano de algún monólogo de Robert Browning. La máscara, después de los fuegos de artificio de la vanguardia, ha llegado hasta nosotros, para garantizar la eficacia del engaño literario, porque las diversas voces del poeta no están llenas de fantasmas, sino de espíritu, de alma.

Juan Miguel González rechaza del mundo moderno su marcada actitud iconoclasta, y en su espléndido libro defiende los valores de la Tradición literaria, valores que son las distintas voces del poeta, sus diversas máscaras, en un collage que recuerda la portada del disco “Sargent Pepper’s.”
En efecto, la máscara de la tradición es lo único que no envejece. Como Odiseo, es Nadie. Y nadie se ríe tras la careta. Una voz multiplicada es la literatura y es, parece decirnos el poeta malagueño, en general el arte.

En el panorama literario del momento, dominado por la eclosión de obras contraculturales, sus versos se alejan de esa tendencia dominante, recurriendo a la estrofa y al espíritu consagrado por la Tradición literaria: octavas, liras, sonetos…; unas veces tomando la voz del poeta del Cancionero, o la del poeta Barroco, o la del místico…; otras, el tono de Bécquer, o de Antonio Machado, o de Luis Cernuda…, etcétera, etcétera, etcétera. Su arte poética es la ocultación del yo detrás de unos modelos de perenne e inmaculada Belleza. Mas, su poesía no está amurallada a salvo de la ética, su poesía es una poesía moral que llega hasta nosotros desde la lejanía próxima de Unamuno.
Y a pesar de que el poeta, aquel niño del barrio de Carranque malagueño, lo aprendió todo en el dolor, Visión de la piedad está hecha de descarada alegría. Ya se sabe: hay que saber perdonar: hay que saber perdonarse. La voz del aedo que tintinea en sus versos es un espacio para la incesante celebración:

“Juega, muchacha, juega con el agua
donde una vez los ángeles bebieron”.

Frente a la poesía que es conspiración contra la cultura y en algunos casos está hecha de eslóganes y de antivalores, frente a la poesía que rechaza o “suspende” al arte, porque piensa que es parte dela Cultura Burguesa, ya que parece ser que no contribuye de manera evidente a cambiar el mundo, Juanmi defiende abiertamente los valores del Mundo Clásico y de la Tradición literaria y rechaza tajantemente la actitud bárbara de “hunos” y otros, mostrándonos cómo no es el arte un vivo trasunto de la vida, sino que es la vida un vivo trasunto del arte. Sin duda, la ficción, la máscara en el escritor se apodera de la realidad y esa vida “literaria” es lo sagrado, como escribió María Zambrano.

En efecto, este poeta malagueño, lo dijimos antes, sólo es un incendiario que trata de quemar el mundo con sus versos, que nos enseñan el contrasentido de cómo lo más antiguo puede ser lo más moderno, y es lo único que no envejece. Y mientras que Ezra Pound aunaba la distancia de oriente y occidente, acarreando todo tipo de materiales, Juan Miguel González reúne las voces de todas las épocas literarias, diciéndonos que el mundo del arte todavía puede ser el mundo del Hombre, a pesar de esta época de titanes en la que vivimos, que conspira constantemente contra el arte.

En fin, cualquier libro tiene su lector-ideal: aquél al que el corazón se le hace vuelo y ama el libro línea a línea, ése que lo recorre página a página, repitiendo gozoso, como se paladea un buen vino, cada letra, cada palabra, cada frase, éste que disfruta del placer de su lectura, que dichosa, lo empapa hasta hacer de su pecho un nardo donde liben los ángeles, una alta rama donde aniden todos los pájaros.

Estoy seguro que esta Visión de la piedad, de la editorial Libros del Aire, no va a encontrar entre sus lectores a ése que, como una alumna mía, diga que no es partidario del “matrimonio para toda la vida”, porque según ella, ese tipo de matrimonio es cristiano y ella es atea. Pero, los demás, no se priven del placer de leer este raro libro y cómprenlo, háganse con él, disfruten de esa mirada indiferente a la vorágine del mundo y recuerden que quien sabe de dolor, o de silencio, todo lo sabe, gocen de la certeza de que diez años más tarde también el Guggenheim será una ruina romántica, léanlo, oigan la dorada voz dela Poesía, el incesante paisaje de la infancia, la gozosa fiebre del amor, compartan la soledad del camino que emprende, la verdad del fuego que anda buscando, no se lo pierdan, recomiéndenlo, aunque sólo sea porque este libro se queda al margen de las modas de lo efímero y de lo fugaz y su autor ya ha pagado el precio de su independencia.

No quisiera terminar estas líneas sin hablar de la generosidad y el atrevimiento de Fernando Sáenz, el editor de este libro que completa y agiganta la imagen de Juan Miguel González, quien no sólo es un poeta, para quien el mundo visible existe, -burlesco, satírico, vital,- ya que, frente a una poética de los gestos, los versos de este libro nos muestran que, detrás de la risa y del esplendor de su idioma, no está el vacío, pues Visión de la piedad audaz alza con su caramillo, para que no sea de cartón piedra el escenario, un rumor de pozo, una hondura de penas aquietadas en el altillo y un silencio: un amoroso y doloroso silencio, como la más noble emoción de que es capaz el hombre.

Sin duda que, para un poeta que tiene arraigada fe en la palabra, el silencio es una paradoja: “decir el silencio” es lo contrario de no decir nada, aunque sea para el artista un decir infinito y nunca resuelto. Y por otra parte, “decir el silencio” es afirmar que tras el dolor, que nos hace humanos, sólo se halla el dolor: no hay respuesta para la injusticia, ni para el sufrimiento, ni para la desigualdad. Sólo el Alba de La Piedad nos salvará, porque el arte es una bella profecía, y, como ha prometido el poeta, -y yo así lo creo ciegamente-, cuando llegue el Domingo de la Resurrección,

“bajará la luz mojada al cobertizo,
y habrá piedad y amor en las jarras de vino”.

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