LOS OLORES DE LA CAÑADA DE LOS INGLESES.

 LOS OLORES DE

LA CAÑADA DE LOS INGLESES.

“Esto se presenta como un ejercicio de rememoración
y no está dedicado a nadie”.
(Charles Bukowsky Revisited)

“Hay en el perfume una fuerza de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas, los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra ella.”
(El Perfume. Patrick Süskind)

«Tiré un limón por el aire
para ver si coloreaba.
Subió verde y bajó verde
mi querer nunca se acaba».
(Tradicional)

Nota Previa: Las fotos (y sus comentarios a pie de foto en cursiva y color azul) me las ha hecho llegar  mi querido primo Enrique Giménez Huelin.

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(La cuesta y el terraplén (o «chorraera») de enfrente de nuestra casa tras una granizada que hubo en marzo del 71. En la de la cuesta se puede ver entre los árboles la Casita del Gallo y a la izquierda el algarrobo de casa de Almudena Huelin.)

No sé si se le habrá ocurrido a mi querido primo Enrique Giménez Huelin que después de haberme remitido una impagable serie de fotografías de nuestra niñez (y de tiempos pretéritos) en la Cañada de los Ingleses (donde él vivía y yo pasaba muchas temporadas) no sé si se le habrá ocurrido decía, que además de proporcionarme mediante el sentido de la vista, ese placer irremplazable que es la nostalgia de los más entrañables tiempos en el recuerdo, también iba a despertarme el sentido del olfato.

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(La Portería 1972)

El deleite de volver a recordar y sentir aromas de otros tiempos que, aletargados en la memoria olfativa, estaban esperando –con todo su poder de seducción y atractivo– su oportunidad de volver  a emocionarme. Olores de situaciones vividas. Olores de personas a la que quise y que, desafortunadamente, ya no están aquí.

Las fotos que me ha remitido mi querido primo Enrique, me han vuelto a trasladar a aquel mundo privado –reservado y particular– que fue La Cañada de los Ingleses. Un universo aislado de la ciudad, guardado y disimulado entre árboles y montes, que permanecía dormido en mi cabeza –en absoluto perdido– rendido por la edad que se acarrea y por la flaqueza del recuerdo. Pendiente de la oportunidad de la rememoración más placentera y complaciente, como así ha sucedido.

LA CAÑADA-CASA CHICA-1969-0001(CASA CHICA-1969). Otra vista de mayo del 69 con Marita Revenga y Christian Frunken, su marido, a los que Tacún les dejó la casa cerca de un año. El inicio del túnel, al que me acabo de referir, queda ya integrado en la casa .

Con esas imágenes, me ha vuelto aquel olor a agua pútrida de los jarrones atiborrados de flores –mezclado con el aroma de las mismas– que vendía Carmencita en la portería de la Cañada. El de los hinojos recién arrancados, y mordisqueados, frente a casa de Tío Quique y Tía Lolilla. He recuperado otra vez la tierra húmeda; la turba y el compost de un cementerio inglés cubierto por un manto inacabable de tréboles y vinagretas; de hojas tan muertas como aquellos que lo habitan.

5658996292_e00a6e1089_n(Tumba donde reposan los restos de Enrique Giménez Ramos. Concha Huelin García de Toledo y Lola Huelin García de Toledo en el Cementerio Inglés)

Viendo esas fotografías, me vuelvo a sentar en la cocina de Tioma y Tía Lourdes junto a la ventana. He vuelto a sentir el aroma inolvidable de aquellos tazones de Eko caliente por la mañana. Aroma sólo amortiguado (ese sentido) por el otro del sabor de la Mantequilla Lorenzana untada en una enorme rebanada de pan cateto comprado en Cártama y tostada directamente al fuego vivo. Vuelvo a oler a horno lleno de vol–au–vent comprados en Bresal y rellenos de bechamel y gambas por Tía Lourdes.

El olor a ese mismo pan cateto de tres días regado con un chorreón de aceite de un verde tan intenso cómo inmenso. El maremágnum aromático de la alacena con los chocolates y las especias. Mermeladas de naranja amarga y Jamón de York comprado en La Federica. A vino dulce de Cómpeta y a galletas María de Fontaneda. A Hojaldres de la Confitería La Española. A mantequilla Breda y queso de bola holandés comprado a las estraperlistas del puerto frente a la estación de los autobuses de Alsina Graells…

Llano Cañada(Lourditas Souvirón García Huelin, sentada en el poyete del llano. Se pueden observar las losetas de chinos que entre todos los sobrinos y Tio Matías construimos)

… Sienro el olor embriagador de la yerbabuena de los macetones de Tioma en la ventana que daba al llano y que, a manojos, echaba Tía Lourdes en las cazuelas de fideos. A huevos al plato o revueltos con mantequilla. Que mañanas! Qué días más llenos de luz y de color. De sentimientos de hospitalidad y de amor. De sabores y de olores que ya no existen en este mundo actual vencido (y aburrido) por los añadidos y conservantes de los sosos e insustanciales alimentos que ahora ingerimos.

caballos tioma(Caballos pintados por Tío Matías)

Rememoro viendo estas fotografías, el peculiar y característico hedor a mierda del pozo negro y el de los montones de estiércol de caballo, recogido por los sobrinos, y amontonados en el llano del horno de pan. Y si! se puede añorar el pestazo a mierda. No se extrañen ustedes.

Pero también vuelvo a sentir, el óleo de Marita Revenga pintando las flores de Tio Matías, y el pegunte horroroso del Vicks Vaporub que Tía Lourdes me untaba en el pecho cuando estaba resfriado. El perfume de las hojas trituradas en mis manos del falso pimentero antes de las escaleras de rampas que subían hasta la casa grande. El otro perfume de la alhucema y de los trompitos quemados en la chimenea del salón de Tioma. El aroma del bizcocho que acompañaba al té. Y, más tarde, ya por la noche, el de las hojas añosas de los ejemplares del Reader’s Digest que yo me leía con fruición antes de irme a dormir al apartamente de Tío Josemaría…

12651072_10155174558622228_1016211828636318693_n(Una pequeña parte del jardín de los Giménez Huelin)

… El de la colonia Álvarez Gómez (que aún uso diariamente) que enmascaraba al otro del Jabón Lifebuoy. El olor a limpio de la lejía Conejo y del Vim. El del Politus y el de la cera Johnson’s. La fragancia que emanaban Isabel y Lola; vecinas de calle Los Negros en la Cruz Verde y a las que yo adoraba.

Olores como los de la humedad del rincón –siempre habitado por decenas de cochinitas amontonadas– en la entrada al patinillo del apartamento de Tío Josemaría; y el de los eucaliptos de detrás de la casa grande que inundaba de olor a infusión el cuarto de baño del citado apartamento…

0fb517f06337c5925bc29c329bdbed29(Generación del 27. Casa-apartamento en la Cañada de los Ingleses (Málaga) donde José Mª Souviron Huelin pasaba temporadas. Disponía de una pequeña biblioteca, (la principal la tenía en Madrid), donde celebraba reuniones literarias con Bernabé Fernández Canivell, Pérez Estrada y Alfonso Canales.)

… La resina de los pinos. El polvo de los tinaos abandonados y que servían de trasteros donde un niño se podía encontrar multitud de tesoros. La tetas de las negras de tribus recónditas de los National Geographics antiguos. Un bombín de quien sabe quién o aquel cuchillo de calidad incierta –que Tioma me regaló– pero que tenía una magnífica funda de cuero y las cachas de nácar…

… La fragancia a limpio del ropero de Tía Lourdes; donde en cestillas, guardaba multitud de monedas y que nunca jamás –a pesar de la confianza dada– jamás nos atrevíamos a tocar y que constituían nuestra recompensa diaria por los trabajos realizados. Cómo olía ese dormitorio!! …

Tioma niños(Tío Matías con Margarita, Joaquín y Gustavo Giménez Huelin)

… Recuerdo ahora también, el olor del arcón donde guardaba mantas y cobertores. Naftalina y bolsitas de tela llenas de trompitos de eucaliptos. Vuelvo a recuperar el perfume de los rosales de Pascual Bejarano. Vuelvo a recuperar también, el olor cariñoso, educado y elegante; amable y confortable de Tacún y de Tía Lily.

El del Morris de Tioma. El que te traías pegado al cuerpo desde el vestuario del Cajón. El olor del campo húmedo; a manchas en las culeras de los pantalones de aquel barro peligroso cubierto de agujas caídas de los pinos. Lleno de babosas y de alúas; de pizpitas y de hormigas cabezonas. De saltamontes y ciempiés. Y aquellas enormes bolsas de orugas colgando, como lámparas viejas y olvidadas, encima de tu cabeza.

Vuelve el olor fuerte del agua blanqueada de jabón lagarto y azulete en los lebrillos del llano del horno. El del césped recién cortado y el del tarro abierto a destiempo de las semilla ya secas de las Llagas de Cristo que esparciamos por la ladera del gallinero. Las algarrobas machacadas y el limón cascarúo…

venta del tunel

(En la Venta del Túnel. De izquierda a derecha: Matilde García Lampérez; Matías Huelin García de Toledo; Ignacio Souvirón Huelin; Lourdes Souvirón Huelin: Lourditas Souvirón Garcia Huelin)

… Vuelve el olor a familia querida y amada; a hogar cálido; a humo al refugio de la lluvia y del frío. Cuando había lluvia. Cuando había frío. Cuando la familia estaba feliz y completa. Olores que me hacen daño, porque sé que, si no es por lo efímero, nunca los volveré a tener a mi alcance. Porque las cosas se van y no vuelven muy a menudo; y cuando vuelven, como es el caso, tengo que contener la emoción –pero también el orgullo- de haber vivido plena e intensamente, entre los árboles y montes del paraíso perdido que fue la Cañada de los Ingleses.

monte gibralfaro expropiacionEstas, que ahora vienen, son una muestra de las fotos remitidas (y comentadas) a este bloguero, por Enrique Giménez Huelin. Espero que sean de interés para algunos de los lectores que tiene a bien visitar este sitio. Para mí, ya lo he expresado, ha sido un verdadero ejercicio de entrañable añoranza, nostalgia y melancolía.

Ah! y al final, una curiosidad! Vamos allá; dice Enrique:

Antes de nada, una pequeña Introducción: La Cañada la compraron nuestros abuelos, Matías Huelin Müller y Margarita García de Toledo Clemens, una parte el 7/06/1902 (la parte alta del monte) y el resto el 25/08/1925 (la parte baja). En 1925 encargaron construir la Casa Grande ( y no sé si la chica) al arquitecto Fernando Guerrero Strachan. El camino de acceso no existía y lo hicieron también en los años 20, previa conducción de las aguas pluviales por los túneles que todos conocíamos. Las fotos que adjunto son de la época en que se construyen las casas.

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LA CAÑADA-CASA GRANDE Y TINAO0001

CASA GRANDE TINAO, destaco la ausencia de árboles en el monte y el tinao para vacas que hay detrás de la casa, donde después construyeron su casa Tío Matías y Tía Lourdes. La vacas venían de Las Cuarteras, una finca de la vega que vendieron antes de comprar La Cañada.

LA CAÑADA-CASA GRANDE0001(CASA GRANDE 001), destaco también la ausencia de árboles, la ropa tendida junto al pozo y el propio pozo que parece estar en construcción, puesto que no aparece la bóveda que lo remataba. Junto a ése pozo estaba la duchita , una especie de pequeña alberquita y una máquina de hierro con complicados engranajes que algun día sirvió para sacar agua, según decían. La máquina era tan pesada que quedó enterrada en los cimientos de la casa de Prioleau cuando se construyó a principios de los 70.

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LA CAÑADA-CASAS CHICA Y GRANDE0001

(CASAS CHICA Y GRANDE) quiero destacar la escalera-rampa de acceso y que aún no estaba hecho el garaje que, al parecer, construyó tío Juan años más tarde.

Sigue Enrique contando anécdotas:

Antes de nada, decir que en el e-mail anterior, al comentar la foto 7ª, de la portería, empecé a hacer un comentario que no terminé. Decía que «Tanto en esta foto, como en la anterior,…» (y esto lo añado ahora) se ven las dos columnas antiguas de la entrada . Más tarde, a finales de los 60, creo, la entrada se hizo más ancha y las dos columnas, más sólidas, sostenían un portón de dos hojas de madera, que se verá en alguna foto posterior. La columna de la izquierda, según se entra, recibió varios golpes de vehículos que se descontrolaron en la bajada. El primero que recuerdo fue un carro con uno o dos mulos, cargado de madera de una tala de eucaliptos, que terminó empotrado contra la columna y el pobre mulo o los mulos reventados. Más tarde, una pareja de guiris (creo que americanos) inquilinos de la Casa del Gallo, que se bebían más de una botella de Fundador al día (gracias a lo cual nos hicimos con una colección de discos de lo más variopintos que te regalaban por cada 5 o 10 tapones que entregabas), bajaron a toda velocidad, chocaron contra la misma columna, que hizo de lanzadera y terminaron empotrados en el murete de la entrada del Colegio de las Teresianas. El matrimonio murió en el acto y la asistenta que iba en el asiento de atrás, aunque herida de gravedad, pudo salvar la vida. Yo ese día venía del colegio y subía por la escalera de piedra de mi casa y vi perfectamente bajar el coche a toda velocidad y al momento oí el ruido de los dos golpes. Mi madre no nos dejó bajar hasta que habían sacado a la herida y levantado los cadáveres. Recuerdo, yo muy chico, impresionado al ver el coche destrozado y los rastros de sangre todavía fresca. Pero más me impresionó o me repugnó, si cabe, el comentario de uno de los mirones que dijo: «¡qué pena de coche!».

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(ÁRBOLES 1919) es un peculiar inventario de árboles, que hace un tal Gallardo, del primer trozo de finca que compran los abuelos (la parte alta). Por ej: «garrobos» «ensinas»…

LA CAÑADA-CASA CHICA0001

(CASA CHICA). Otra vista de esta casa. Se puede ver el lavadero, el depósito de agua,el llano, el inicio del túnel sobre el que había una plataforma de cemento que nos servía de guarida en el poli-ladron, las dos pequeñas columnas que había en el arranque de la escalera a la Casa Grande, en las que se contaba y «salvábamos la valla por mí primero y por todos mis compañeros» …

LA CAÑADA-CASA GRANDE-20001

(CASA GRANDE) es muy parecida a otra u otras anteriores. Simplemente la pongo porque se ve arriba a la derecha una pequeña construcción en la ladera del monte. Allí creo que vivió alguien, cuando compraron la finca (no sé si Gallardo el del inventario). Las ruinas de esa casita la vimos después muchas veces cuando jugábamos por allí.

LA CAÑADA-CASA GRANDE-RAMPA 2º PISO-0002 (CASA GRANDE RAMPA). La rampa (no escalera) que servía de acceso al piso superior.

LA CAÑADA-COMEDOR CASA GRANDE0001

(COMEDOR CASA GRANDE)LA CAÑADA-ENTRADA TERRAZA DESDE POZO0001

 (ENTRADA CASA DESDE POZO). Entrada principal desde la rampa de acceso.

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Una vista de la Casa Grande ya abandonada en el año 73

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Una vista del monte tomada en 1948 desde una ventana de la Casa Grande. Se pueden ver pinos piñoneros, alguno de los cuales conocimos, y la repoblación de pinos todavía pequeños.

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La Portería.

Y ahora, la curiosidad:

Nada tiene que ver con la Cañada, pero creo que os puede gustar porque aparecen muchos parientes. Se trata de una foto del Colegio de San Estanislao (El Palo) a principios del S.XX. Según aparece al dorso…

COLEGIO SAN ESTANISLAO

En la 1ª fila de arriba y de izquierda a derecha: Avilés, Eduardo Shaw, Pedro Esteban Beyle, José y Fernando Pérez del Pulgar, Valdecasas, Torres, José Antonio Nuñez de la Barca, Carlos Huelin Gª de Toledo.

En la 2ª fila: G. Bentabol, Jorge Huelin GT., Carlos Huelin López, Ravé, Jacinto del Río, Arturo Shaw, Isidro Escobar, Gabriel Garrido, Perico Núñez, Sebastián Portillo, Perico Huelin (¡López?), Narciso Suárez, Ricardo Suárez.

En la 3ª: Perico Pérez del Pulgar, F.Cuberta, Chinchilla, Juan Huelin García de Toledo, del Río, A. Luque, Matías Huelin García de Toledo, Evaristo González, Dominguez, Torres. En la 4ª: R. Maury, Rosendo Rodríguez, José María Souvirón Huelin, Carlos Werner, Joaquín Huelin García de Toledo, R. Caffarena, A. Werner, P. Olson, Luis Suarez, L. Maury. En la 5ª: Javier Huelin García de Toledo, Paco Pérez del Pulgar, R. Suárez, Alcalá del Olmo, __________, J. Krauel, Roldán, ________, J.P. Mangas, José Montero- Ríos Souvirón.

Esperamos que os haya gustado.

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CONSIGNAS FAMILIARES.

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CONSIGNAS FAMILIARES.

(Para Fernando)

«Dijo que no estaba equipado para la vida
porque no tenía sentido del humor».
(J.D. Salinger)

Tengo la inmensa fortuna de haber nacido en el seno de una familia con un prodigioso y fantástico sentido del humor. Un sentido del humor que nos ha regalado multitud de momentos inolvidables de risas y sus posteriores réplicas en forma de anecdotario. Pero que también no pocas veces, y por lo inoportuno lo digo, nos ha proporcionado muy malos ratos puntuales e indeseados. Aunque he de reconocer, sin embargo, que estos «malos ratos» a la postre resultaron, una vez pasados, los más hilarantes y los más disfrutados. Los más comentados a posteriori, ya te digo.

1
Tendría que dejar de lado la modestia, la vanidad y la autocomplacencia; pero debo de indicar, no tengo más remedio, que la familia Souvirón siempre dispuso de una chispa especial y una ironía fina, sagaz y muy personal (a veces al filo de la inconveniencia); y sobretodo, una prolija imaginación rápida e ingeniosa. Pido disculpas por la presunción que raya la soberbia; pero consideren lo que acabo de decir acerca de lo del dejar de lado, al principio de este párrafo.

3
El sarcasmo, el doble sentido, la mordacidad y el saber, casi siempre, cuando es el momento oportuno de soltar la chuscada, fueron siempre los invitados perennes en nuestras reuniones de familia. De modo y manera que cuando algún invitado compartía velada con nosotros –fuese amigo o pretendiente a entrar en la parentela– debía de estar al loro, súper atento y rápido con la oreja y la risa dispuesta para no quedarse más colgado que una percha, pues si se distraía, le era imposible sumarse a la «demencial conversación»; porque los chascarrillos y las bromas fonéticas iban siempre, hilvanadas y estrechamente unidas la una con la siguiente; y la siguiente con la que tocaba. Debo de indicar, que una vez empezada la demostración surrealista, esta podía durar más de lo humanamente soportable para aquel no acostumbrado a la verborrea sin control y a la locura colectiva.

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Había en la familia, diversas consignas familiares. Estas consignas, en forma de palabras inventadas, en gestos ya consolidados en nuestro entendimiento por la costumbre, o en ruidos ininteligibles (una verdadera lástima la imposibilidad de reproducirlos por escrito) nos permitían un lenguaje personal e intransferible que nos proporcionaba, tanto en público (los más hilarantes y exasperantes ) cómo en privado, incontenibles y maravillosos ataques de risa.

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Pongamos ejemplos:

Cuando en una reunión externa, alguien cometía un «lapsus linguae» es decir, un desliz del lenguaje tipo: » Y claro, como no había comido, pues al pobre le dio una lipotómia». Inmediatamente, cualquier miembro de la familia, alzaba el cuello cual perrito de la pradera; miraba de soslayo al que estaba al lado y doblando el labio superior hacia la izquierda y el inferior hacia la derecha, hacía un mohín perfectamente reconocible y que nos indicaba a todos los que estábamos «El palabro». Palabro, que por supuesto, todos habíamos cazado al momento.

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Si el desliz de lenguaje era de los llamados de «rima grosera» o, sobretodo, de doble sentido, jamás se decía eso de «Premio!» o se le contestaba de forma «mal asonante». Nunca. Nunca, nunca. Sólo se pronunciaba una palabra: «morse». O su variedad más sonora «samorsa». Por ejemplo: Un conocido (y refiriéndose a su mano vendada a causa de un golpe… le decía a mi padre: » Y entonces, Don Fernando, al meterla, se me puso gooorda, gooorda, gooorda y tó morá!» El señor herido, se extrañaba, y fruncía el ceño al oír espontáneamente y por lo bajini, algo así como un «samorsa» y una incontenible retahíla de gruñidos producidos por la risa irreprimible con las bocas apretadas como puños y las venas de las sienes hinchadas y a punto de estallar.

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Otro: Cuando alguno de nosotros – no siempre voy a poner de ejemplo a alguien extraño– decía pontificando o indicando algo de manera auto elogiosa, solíamos ponernos la servilleta encima de la cabeza (algo habitual) pero acompañando el gesto con otra exclamación. En este caso, un sonoro… «wachu wachu wachu». El hablante, sabía en ese momento que debía de cambiar el discurso, porque intuía lo que se le podía venir encima. Los invitados, ante esta unánime reacción, flipaban en colores.

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Había palabras especiales que explicaban de manera concisa cuando una cosa era gustosa y primorosa; confortable, cómoda y acogedora. Una de esas palabras era «senne». Decir «senne» (y su superlativo «senenne zacatín»), era indicar de una forma rápida y aclaratoria, todos los sinónimos que acabo de nombrar.
«!Que senne se está aquí!» Decíamos cuando en días de lluvia, estábamos en casa echando una partidita de Póker o de Continental, al amparo del tormentón con estufa catalítica, té y sándwiches de lechuga, pepinillos y mahonesa preparados para la ocasión. Después, dejémonos de mariconadas, nos abrazábamos al noble arte de la libación en su variante escocesa.

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Sigamos.

También se podía describir una acción cotidiana de una forma culta o de una forma directa y basta. Bastante basta, diría yo. Pongamos otro ejemplo; ahora conmigo mismo: Si estábamos sentados en la mesa almorzando, y a mí me encantaba algo muchísimo y no paraba de tragar, mi Tío Ignacio –que vivía con nosotros y era un intelectual– exclamaba, «Que barbaridad, Alvarito! comes cómo Heliogábalo» (un emperador romano preso de la gula) pero también mi madre, para ahondar más en la observación, completaba la especificación de una manera absolutamente descriptiva: «El niño éste se come el desperdicio de un tinao» menos sutil que Tío Ignacio, pero mucho más gráfico sabiendo que un tinao es el sitio donde se guardan las vacas. Y los desperdicios… pues ya se imaginarán ustedes cuales eran los desperdicios.

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En fin… un montón de palabras y de situaciones tales cómo: «A poblemate» era que debíamos ponernos a estudiar. «La Pedorreta» el primer coche que tuvo mi padre. Dicho nombre era debido al ruido que hacía éste cuando arrancaba. «Muerde mi prima» cualquier chica mona que pasara a nuestro lado y en la que había que fijarse; y «La Roulotte» (vulgo la ruló) el culo que manejaba «Mi prima».
Cualquier niño no avezado en el retozar caprino por los montes de Málaga (yo, a pesar de lo que me decía mi Tío Matías, tengo titulación por los montes de Gibralfaro, Tres Letras y San Antón) cualquier niño no avezado en eso del triscar, decía, era llamado «Señorito de Piso». Los modernos muy extravagantes en el vestir, «Chicos descarriados» ; los sombreros grandes «Castrojas» y los Pictolines «Caramelmus». Y en mis largos paseos por la playa con mi padre, íbamos siempre en busca del «Gran Cipotudo» No porque éste estuviese muy bien dotado (que también) sino porque iba siempre armado de un largo palo acabado en punta. (Las historias inventadas por mi padre eran tan surrealistas cómo divertidas).

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Bueno… Y ustedes –si pacientemente han llegado leyendo hasta aquí– se preguntarán… ¿Y a mí que me importa y a qué viene esto? Pues verán, viene a que cómo este blog es mío, y hoy me ha intervenido la añoranza familiar, inserto esto porque me sale del «nípero» y que lo que escribo, lo escribo tranquila y pausadamente, porque ni tengo prisa, ni quien me la meta. «Samorsa!!». La prisa digo.

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Nota: Las imágenes que ilustran este relato,

son obra del artista belga Ben Goossens

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LAS CINCO FIRICUSTANCIAS

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LAS CINCO FIRICUSTANCIAS

 

«Yo soy un gitano fino, fino fino filipino
que con muchas firicustancias,
pero con muchas firicustancias
que a mí me tratan como a un vecino.»

(Pedro Pubill Calaf, Peret)

Verán ustedes: No sabía yo bien como contarles este sucedido. Así que después de meditarlo un rato al relente, créanme en serio eso del relente, pienso que lo más mejor será el narrarlo por medio de estas cinco firicustancias que ahora les enumero y dicto.

Ustedes hilarán, y ya me contarán. A ver:

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PRIMERA FIRICUSTANCIA:

Estoy padeciendo desde hace casi una semana un inoportuno y contumaz proceso gripal que me tiene abocado –entre dolores y desconsuelos– al camastro y/o al sillón de mi salón; eso sí, en el salón, con la insoportable e ineludible compañía de Paz Padilla y su panda de encanallados colaboradores. (No pregunten pliss)

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SEGUNDA FIRICUSTANCIA:

Para esto de las enfermedades que requieren encame y/o reposo, dispongo desde hace años de un pijama (Santa me lo compró por si un día me hospitalizaban y no era plan de permanecer allí con pantalón corto pasado de puestas y camiseta costrosa que es lo que yo, habitualmente, uso para dormir) un pijama decía, que reposa desde tiempos inmemoriales, debidamente doblado y olvidado, en un cajón del armario de mi dormitorio.

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Ítem más; reposa el mismo tiempo e igualmente, una bata que me compró mi madre en Melilla hace ya cómo cuatro lustros (20 años para los que son de letras) y que no me he puesto sino en un par de ocasiones a lo sumo. Lo que se dice, más o menos, una vez por década (10 años para los que son de letras).

Sigo…

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TERCERA FIRICUSTANCIA:

Mi hijo –Cigalowsky Gorgonzola– se ha ido esta misma tarde a un viaje de ocio con unos amigos a Ámsterdam. La broma en la familia estos días era… «Y yo que voy a hacer sin ti con ésta (con Santa) yo sooooloooo? Tu madre me la va a liaaar!!! « decíamos entre risas.

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CUARTA FIRICUSTANCIA:

Debido al estado de resfrío y ataviado con el citado pijama y la maldita bata, me dispongo hoy sentado en el salón –una vez que se ha ido Cigalowsky – acompañado de Kiko Mataporros y de la insigne María José Campanario anunciando alcachofas; pasando la tarde cómo puedo y como Dios, en su infinita sabiduría, me da a entender.

Bueno… Y por fin, llegamos a la…

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QUINTA FIRICUSTANCIA (y la resultante de las cinco):

Santa estaba despendolada –imagino que para distraer su cabeza de la ausencia del ínclito Cigalowsky– poniendo lavadoras y tendiendo la colada al frescuelo de la azotea del edificio de vecinos donde vivimos. Un par de ellas al menos.

En la última tanda, me dice…

– Gordooo… Tú me acompañas arriba que es ya de noche y no me gustaaa?
– Claro mi amor! Respondo yo ignorando lo que se me venía encima. Toso.

Cojo la bolsa de ropa lavada. Toso. Mi mujer coge la bolsa con las pinzas y las llaves de la azotea y le digo, mientras la Campanario lanza un mensaje conciliador a la madre de Andreíta y alaba las propiedades de la alcachofa… O al revés…

– Chica… Has cogido las llaves de la casa?
– Sí! responde ella y cierra la puerta. PLAM!

Inmediatamente, ya en el descansillo de la azotea, me dice:

– Gordo, que me he equivocao! que estas son las llaves de la casa de Fernando. Bueno, no pasa nada! se las pido ahora a Mariví (la vecina).

Toso.

En ese momento oigo yo una puerta que se cierra abajo y el ascensor que desciende.

– Chica: Que me parece que Mariví se ha ido! .
– Que va!!! están en su casa. Seguro!

Entramos a la azotea. Mi mujer vestida de sport con un chándal muy casual; y yo, que me parezco al Puto Pedro, con mi bata y mi pijama vintage. Ah, y con mis Crocs, para terminar de enamorar y de arreglar la vestimenta.

Un ratito después –y yo ya con un puntito incipiente de ganas de mear– nos disponemos a bajar.

– Chica, pídele tú las llaves a Mariví que no quiero yo que me vea con esta facha!
– Vale!!! Ahora te aviso.

A los seis interminables minutos una trémula voz desde abajo me llama y dice:

– Chatooooooo…. No están!!!
– Ein?
– Quenostán!
– Ein? Toso.

Me echo a morir y se me afloja aún más la vejiga. Toso.

– Llámala por teléfono, cohoness!!!! Toso. Toso. Toso. Menos mal que ella sí tenía el móvil. Yo no. Toso.

Llama a la vecina, pensando que esta abajo en la calle, que se ofrece a volver desde el centro; pero se nos ocurre que lo mejor es llamar a nuestra hija que dispone de juego de llaves y que vive en Pedregalejo. Bastante más cerca de la casa. Y eso hacemos.

Yo, que me pongo nervioso, pues las ganar de mear ya se tornan pelín inoportunas, toso y planteo estrategia y mi mirada se posa en un macetón con una palmera que adorna el rellano (de mi propiedad todo hay que decirlo) y que llevo criando desde hace años. La palmera, que se lo huele, me mira con ojos de gatito de Shrek.

A los quince minutos, llega mi hija y puedo ya bajar (tosiendo) desde el rellano de la azotea, muy derecho y digno –por si alguien me ve–  meándome horrores y me meto en la casa corriendo por el pasillo en dirección al cuarto de baño oyendo desde arriba el suspiro de la palmera aliviada que no pasaba tanto miedo desde que tuvo un affaire con un escarabajo picudo rojo.

Y dirán ustedes… Esto es una trola del Father que todo se lo inventa. Pues no! He aquí las dos pruebas:

Una imagen en la zona Norte

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Y otra en la zona Sur.

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Lo que yo te diga!!
En Málaga. Circa 2016

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HASTA SU ÚLTIMO SEGUNDO.

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HASTA SU ÚLTIMO SEGUNDO.

Estuve con él hasta su último segundo. Lo que yo os diga. Vi cómo exhalaba la bocanada final del aire que la vida –tan ingrata y desafecta cómo es a veces– le negaba con la generosidad requerida. Fernando, mi querido hermano Fernando, ha cogido el camino final y definitivo; y lo ha hecho, cómo es propio de él: La mitad a pie y la otra mitad andando, que ya tenía ganas el pobre mío de estirar las piernas.

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El cabeza de familia cómo a él le gustaba autodenominarse – yo para chincharlo, le decía que en realidad era el cabezón de la familia– mi queridísimo hermano mayor, ha descansado (por fin) conclusiva y determinadamente. Falta le hacía.

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A diferencia de algún otro que no merece salir en esta entrada, Fernando, siempre estuvo a nuestro lado. Siempre al lado de mi familia. Y en aquellos momentos, los más dolorosos de mi vida, me acompaño y me consoló. Perennemente. A todo mi núcleo familiar. Fue un bálsamo reconfortante y reparador; un incansable dador de frases de aliento, de esperanza y de tranquilidad. Puede, que de aquellos días desgarradores y desesperanzadores, venga ese amor inquebrantable y firme que le han dispensado siempre mis hijos y mi mujer; y que aún –y por voluntad propia, por siempre jamás–  le otorgarán.

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Acabo de decir que la vida es ingrata y desafecta; pero también, es puta y es malvada. Porque para rizar el rizo del dolor, ha otorgado a la más fiel valedora de mi hermano, la indeseada, constante e insaciable compañía de ese padecimiento que, obligadamente, impone la ausencia de la razón, del discernimiento y de la memoria. Aunque –y me corrijo a mí mismo– pensándolo bien, pensándolo mucho más tranquilamente, quizás la vida no sea tan mala al fin y al cabo; porque puede que, apiadándose de los dos, haya obligado al destino –cómo el Dios de los cristianos–a escribir derecho con los renglones torcidos.

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Se fue Fernando, acompañado por el dolor inconsolable de sus predilectos. Con las manos estrechadas y con el sonido del silencio roto, por algún débil gemido incontrolado y escapado de la boca de sus hijos y de algunos otros inquebrantables seres queridos.

Doy gracias a la muerte porque al final, fíjense Uds. fue más generosa que la vida y le proporcionó un tránsito apacible y tranquilo hacia su domicilio final. Allí pondrá derechos los cuadros colgados en las paredes. A ordenar todo lo ordenable. Descansa en paz querido hermano. Descansa en paz. Te lo mereces. Te querré siempre hasta mi último segundo.

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Esto que viene ahora (HERMANO MAYOR) es una presentación que le hice en su día y que está musicada con una de sus canciones preferidas: Waltzing Matilda. Cómo la madre que nos parió.

Pinchad aquí:

HERMANO MAYOR

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PLAZA DE LOS MÁRTIRES, 17 (Circa 1960)

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Plaza de los mártires, 17

(Circa 1960)

Dedicado a mi amigo de la infancia Pepito Rodríguez Gámez. Por haberme regalado un cálido y evocador viaje de ida y vuelta a mí, cada vez más distante, niñez.  Y a mi hermano Fernando, mi más querida y última referencia de aquellos tiempos.

 “Nos quitaron los percheles,

las tabernas, los tranvías,

las comadres barberías,

el Norit de los carteles.

 

Huérfanos van los pinrreles

de Segarras  y Chaparros,

confinados los cigarros

y sin porrones la sed.

!Ay! Plaza de la Merced,

y tú sin un motocarro.”

(Juan Miguel González, Poeta y Amigo)

 

Recibo, inesperadamente, una solicitud de amistad en mi muro de Facebook. José Rodríguez Gámez, quiere ser tu amigo, dice esta lacónicamente. Como tantas otras veces -y por ignorar quien es el solicitador- mi primer impulso es renunciar a la  propuesta de un completo desconocido. Ignorarlo pues y… ¡Santas Pascuas!

Pero ese sexto sentido que se dice poseemos, me sugiere y al pronto me obliga, a aceptarlo como amigo virtual. No sé porqué, le verdad te digo, pero lo hago. Poco después recibo un mensaje de la esposa de este donde me pregunta si yo soy (aporta datos precisos y concisos) el mismo del que su marido -y esto me resulta muy halagador- guarda un grato recuerdo de cuando éramos amigos y tan sólo unos niños que apenas habían empezado a vivir en aquella Málaga ya muy lejana. Circa 1960.

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Me remite incluso una foto donde aparecemos los dos acompañados de su hermano mayor: Paco. Y otra, donde estamos los dos, en compañía de mi hermano Fernando en la playa.

Tres amigos en la Playa

La simple contemplación de dichas fotos, me trasladan a un tiempo, que ahora, y con la inestimable ayuda de mí hermano Fernando (que me sirve de guía por la remembranza) paso a detallar:

Nací a mediados del siglo pasado. Soy pues de la hornada del 55; del reemplazo 73/4º según el calendario castrense que Alá confunda y maldiga. Dieciséis años después de finalizar la guerra civil española, los tiempos, eran aún duros; pero no tanto como los que llevaron de serie la generación de mis hermanos mayores y, mucho más, la de mis padres. Yo, cogí la cola del huracán Franco y apenas si me dí cuenta en mi niñez.

Sin embargo, esos tiempos de carencias materiales, estaban compensados por unas circunstancias afectivas -aun estaba la familia al completo y unida-  por poder disponer de cosas que hoy desafortunadamente están, o desaparecidas, o tan cambiadas que ya no parecen ser las mismas. Porque no se las reconocen, ni tan siquiera, en eso tan generoso -cuando ella quiere- que es la memoria.

La memoria… caprichosa, impredecible y veleidosa como es, solo destapa lo que a ella le viene en gana. Y cuando le viene en gana. Aunque, sí que es cierto, que a la menor provocación cede y entonces saca de la habitación de los recuerdos dormidos, esos momentos, esas situaciones, fechas y lugares, que conformaron el capítulo de tu vida que pretendes revivir.

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La Málaga de principios de los sesenta, era  -a pesar de su sencillez, y de su menor tamaño como ciudad- mucho más gratificante que esta que ahora vivimos. Una Málaga alejada de esta actual que vive en la descarnada competición del “yo más que tú”. Del “tengo más, pues valgo más”. Craso error. Tremendo e injusto error. Pasear hoy día por aquella Plaza de los Mártires de la niñez de Pepito y Alvarito, resulta un paseo desolador para el recuerdo. Llena de escaparates de tiendas cerradas a cal y canto y con esas esquelas mortuorias grafiteadas en sus cierres de aluminio. Muy muy lejos de esa viveza, de ese bullicio de saludos cordiales y de extraña parentela, que te proporcionaba el ser vecino en aquellos tiempos pasados.

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Me asomaba yo, en aquellos ya lejanos tiempos, desde mi balcón situado en el primer piso del número 17 de la Plaza; y podía quedarme horas viendo y escuchando las bandadas de miles de vencejos que volaban alrededor de la torre de la Iglesia de los Mártires.  Podía también -si giraba a la izquierda la cabeza-  ver, a la entrada de calle Andrés Pérez y situado en lo más alto del edificio, un cartel publicitario de Norit. Donde el borreguito aseguraba y juraba por tós sus muelas, que era, con diferencia, el mejor para lavar lana, seda, nylon y Tergal. ¡Indudablemente el mejor! insistía el lanudo animalico.

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Si desde ese mismo balcón mirabas hacia abajo, a tus pies, Rosalía desde su puesto de chucherías (justo enfrente de nuestro portal) vendía los chicles Bazooka, los caramelos de menta en barritas liados en papel de celofán y las pipas y los garbanzos en monodosis de cubiletes de parchís. Altramuces y “cotufas” en verano. Pasta Sara y regaliz blando.

Vayámonos para abajo. La calle era un hervidero de humildes negocios que no enriquecían a sus propietarios, pero si les permitían vivir con sencillez y honradez. Dos adjetivos que hoy, desgraciadamente, no abundan. La tienda de marcos y cuadros de casi debajo de nuestra casa, y al lado una señora que vendía huevos cuya hija (la niña de la huevera) tenía, según las habladurías, una relación con el Rey de Marruecos, o cualquier otro príncipe árabe. ¡A saber!

Iglesia de Los Martires

La panadería de nuestro otro amigo Pepito -Juani se llamaba el encargado-  y que era el que nos proporcionaba paso franco hasta el almacén y nos permitía jugar, revolcándonos sobre los sacos de harina, con el consiguiente disgusto de nuestras madres por el emborrizamiento que debíamos pagar como tributo. Pepito, el hijo del dueño de la panadería, se mudó; pues al ser alérgico a este cereal, le resultaba imposible vivir en aquella casa, donde se fabricaban las albardillas, los molletes y los violines más sabrosos que puedo yo recordar. Una quincalla, y una carpintería seguían. Un poco mas allá, una papelería de un señor con un elegante aspecto de inglés y que para complementar su distinguido porte, disponía de una preciosa Harley Davidson blanca a la entrada de su negocio.

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Llegábamos  -todo eso en apenas cien metros- a la esquina con la calle Andrés Pérez. Bar Los Claveles, donde, gracias a mi padre, por primera vez en mi vida, probé aquella ambrosía liquida llamada Coca Cola que me proporcionó el primer orgasmo gustativo de mi vida. Justo enfrente de ese bar, me enseñó mi padre nuestro primer coche un Ford negro con un absoluto look gángsteril, que además, se arrancaba con una manivela. “La Pedorreta” le llamábamos, por el peculiar ruido que hacia. Una cosa al estilo Chitty- Chitty- Bang-Bang, pero bastante más escatológico.

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La vida que se desarrollaba en aquellos tiempos –aunque pueda parecer lo contrario-no era gris. Era en colores; pero no en esos colores chillones e irreales que proporcionan hoy la televisión, las Wii, las Pleisteishons, o la posesión infinita de objetos inservibles. Todos estos, con fecha de caducidad -para la ilusión- expirada.

Eran aquellos tiempos de jugar a indios y vaqueros en el portal y en las escaleras de Mártires 17. Escondites y “Salvo la valla”; una valla que siempre salvabas con generosidad por tus compañeros -pero no nos engañemos- por ti, el primero. De jugar al “La llevas!” y a los dardos; esos mismos que le costaron el ojo a Carlitos y que le proporcionó, ya para siempre, el mote. No le impidió eso a Carlitos ser feliz. Se le notaba cuando desfilaba orgulloso y guiñotero – para envidia de todos- como corneta de la OJE por la Calle Larios.

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Adentrándonos en calle Los Mártires -que empezaba justo en nuestra casa y terminaba en Calle Compañía- llegábamos a la Plaza de San Juan de Dios. Allí, nos encontrábamos con la tienda de los Clerie, dedicada a la venta de carteras, cinturones y todo tipo de artículos de cuero. Enfrente, la tienda de ultramarinos de Victoria y Miguel. Una tienda donde se adquirían la mantequilla de Flandes a granel, las legumbres al peso o se dispensaba el aceite de oliva a través de una bomba que, imaginábamos, sacaba esta de un depósito inagotable bajo nuestros pies. En esta tienda se llevaron mis hermanos el susto de su vida al entrar en la trastienda y encontrarse un día de frente, al probo Miguel, amortajado dentro de un ataúd. Tres días sin dormir.

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Eran tiempos -ya podéis ver- donde la necesidad de buscarse la vida, obligaba a muchos a tener un medio de subsistencia instalando -casi en cada portal- un negocio que a la postre, les proporcionaba un beneficio vital.

Todos estos negocios, estaban especializados; ya fuera en productos, en elaboración propia o en horarios. Peros todos subsistían sin ese espíritu competitivo y demoledor, descarnado y cruel de los actuales. Ese espíritu que hoy ya se ha perdido, mas que nada, porque aquella forma de comercio tan estimulante y cercana, desgraciadamente, ha  desaparecido a manos de las grandes superficies. Tan enormes como desnaturalizadas e impersonales. Donde ya no eres un cliente amigo, tan solo un número que carece de cualquier rasgo humano. Y eso, como se comprenderá, habiéndose vivido lo que ahora estoy relatando, resulta descorazonador.

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Seguimos…

En la esquina de la Plaza de San Juan de Dios con San Telmo, estaba el  Café-Bar Los Pastores; donde todos los domingos, se compraban los tejeringos ensartados en un junco y que quemando como los propios demonios, trasladábamos a nuestra casa para el desayuno. Siempre jugando los hermanos a ver quien encontraba dentro del churro más bolillas de estaño que el aceite hirviendo derretía de la propia sartén del churrero. Hoy estaría cerrado por sanidad y consumo; aunque Mercadona los sigue vendiendo hoy día congelados, liofilizados y pasteurizados, pero sin el sabor de antaño. Y, como comprenderéis, sin junco para su traslado.

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Adentrándonos en la citada San Telmo, pasábamos por la carbonería donde se compraba el cisco y el picón para los braseros que calentaban nuestros inviernos. Aquellos que una vez dispuestos debajo de las mesas de camilla, se les arrojaba a las brasas un puñado de alhucema que perfumaba la casa extraordinariamente. ¿No os habéis dado cuenta de que en aquellos tiempos llovía y hacía más frío en invierno. Que un simple brasero o -más adelante- una estufa catalítica, proporcionaba un calor muchísimo más acogedor y hogareño que cualquier sistema de calefacción moderno?

Pasada la carbonería, el Bar La Valpeñense con sus pinchitos y su perenne olor  a cerveza Victoria derramada sobre la barra de madera; la entrada trasera de la sacristía de la Iglesia de los Mártires donde se celebraban conciertos de villancicos en Navidad, y desde la cual, Don Rafael (el sacristán) nos daba paso a la iglesia donde, con un silencio respetuoso, robábamos cera derretida de las velerías de cada capilla, o -fíjate que guarrería- bebía yo ansiosamente, y a grandes sorbos, agua bendita fresca aupado a los grandes pilones de mármol rosa donde todo el mundo metía las manos para santiguarse.

¡Lo sé! Un asco, pero seguro que tengo el cielo ganado.

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En la esquina de San Telmo, “la chorraera”, una pendiente por donde nos deslizábamos con la expresa prohibición de nuestros padres. Y por fin… La librería Denis. Un maravilloso y mágico mundo de material de papelería. El arco iris de los estuches de lápices de colores Alpino. Un mar de gomas de borrar Milán, el olor de la Tinta para recargar Parker. Plumieres de madera barnizados y carteras de buen cuero para los colegiales de la época. Si tenías suerte, te regalaban unos papeles secantes de la marca Pelikán preciosos.

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La plaza de los Mártires por el otro lado, asomaba a la Calle Mosquera; allí, al principio, se encontraba el ultramarinos de Aurelio (nombre inolvidable para los chiquillos, pues contenía las cinco vocales) donde se compraba un jamón de York solo comparable al de la cercana “Confitería La Española”. Mas adentro en Mosquera y camino de su transversal Nosquera otra carbonería proporcionaba el petróleo y las torcías para encender la lumbre, y la cola de pescado para hacer la gelatina. Pasábamos la Imprenta Urania y una tienda de material eléctrico que en Navidad, se iluminaba hasta el infinito mientras podías oír por los altavoces del comercio, el éxito del momento: “Di papá” de José Guardiola y su hija, la cursilísima e inefable Rosa Mary. Una monada de pipiola.

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Al final -y termino con esa calle- había un corralón en cuya esquina un estraperlista vendía sus productos. Allí, y a traves de un ventanuco, fui yo no pocas veces, y aterrado (en aquello tiempos se le tenía miedo al “Sacamantecas” y al “Hombre del saco”)  para comprar un pan cateto macizo, imperecedero y sabrosísimo y una deliciosa longaniza. Tan deliciosa era, que los bocadillos que mi madre preparaba a mi hermano Fernando para el colegio del Sagrado Corazón, eran trocados inmediatamente por otros de jamón serrano que llevaba un pudiente alumno que vivía en el edificio de la Equitativa y cuyo nombre guardo en secreto discretamente. ¿Porque a quien le va a interesar que dicho alumno se llamaba Jose Manuel Mesa Carpintero? Pues eso.

Calle Los M+írtires

Pero sobretodo, había dos momentos, que cada vez que sucedían, eran motivo de juego y jolgorio, entre los niños de toda la calle. Frente a nuestro portal, había un almacén de sanitarios llamado “Sobrinos de Julio Goux” donde, de vez en cuando, llegaban los camiones llenos de lavabos, platos de duchas y bañeras que, una vez descargados y almacenados, dejaban montañas de paja tiradas por el suelo y que nos proporcionaba a los chiquillos del barrio incontables revolcones y peleas. También  -lógico es suponerlo- unos terribles e insufribles picores y las broncas, también insufribles, de nuestras madres. Porque en aquella época, solo las madres regañaban; mientras los padres, displicentemente, ahuecaban el ala.

!!Que guapa mi madre. Si supiese la pobre de la que se está librando!!

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El otro momento era cuando por Semana Santa, se montaban los tinglaos. Barriles llenos de arena de la playa con altísimos postes hincados en ella y que sostenían los toldos donde se montaban los tronos de las cofradías. Como quiera que mi padre era el Comandante Jefe del Real Cuerpo de Bomberos de Málaga, y los operarios que montaban los tinglaos, pertenecían a dicho cuerpo, no eran pocas las veces que los bomberos (Benito Reina y los hermanos Silva) a escondidas, me subían a hombros por aquellos armazones para mi delicia y para horror de mi madre si se hubiese enterado.

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He contado todo esto, por dos motivos diferentes. El primero y principal, por el envite que, sin proponérselo, me ha dado mi amigo de la niñez Pepito Rodríguez Gámez, al que le agradezco dicho empujón y su deferencia hacia mí en el recuerdo. El otro motivo -y no menos principal- es que cuando, hablando con mi hermano Fernando de ese lugar, (donde viví hasta el 22 de Noviembre del año 1963; lo recuerdo, porque el día que me mudé de la Plaza de los Mártires, asesinaron en Dallas a Kennedy) hablando con mi hermano Fernando, decía, me he dado cuenta de que, al apoyarme en sus recuerdos más frescos que los míos, ahora vivo en una ciudad que ya no reconozco como la que fue en tiempos Málaga.

Una ciudad, de las de antes; donde los comercios bullían por todas partes. Donde todo el mundo te conocía por tu nombre. Donde todo el mundo podía aspirar a una mejor situación económica basada en su esfuerzo, en su trabajo. Un mundo y sigo, ajeno a  esta obsesión por contribuir a una supuesta buena salud, que le ha quitado el sabor a la mantequilla Lorenzana, al salchichón García-Agua. Al yogur natural de las lecherías, y al Cola Cao de toda la vida. El del negrito del África tropical..

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Un lugar aquel, donde, el producto de ese trabajo, no iba a parar a las arcas de multinacionales con sede en nosedonde; empresas que lo único que han aportado a esta vida moderna, ha sido un inútil cúmulo de objetos inservibles, que en el caso de los niños, te impiden jugar en la calle a indios y vaqueros, a saltar entre montones de paja, o como hacía mi amigo Pepito, realizar su particular vuelta al mundo en triciclo, cuando él llegaba – según me cuenta- a la Plaza de la Constitución y volvía por la calle Compañía hasta nuestra desaparecida y familiar Plaza de los Mártires de aquella inolvidable niñez.

Pero esos recuerdos, amigo Pepito, como estarás comprobando al leer esto, no estaban olvidados, solo estaban amodorrados entre los pliegues de nuestra memoria. Y me dejo atrás la Mercería Torres y aquellos bares Pombo, Casa Hijo de Matías y La Balear. Me dejo atrás la cervecería La Paloma y la cerería Casa Ojeda: Venta de velas y bujías. Los puestos de alquiler de tebeos de Calle Comedias y la Confitería Aparicio. Me dejo también la elegancia en el vestir.

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Los Establecimientos Álvarez  con su universo de cristal. La zapatería aquella de calle Andrés Pérez con sus ninots donde el aprendiz de zapatero se ria a mandíbula batiente del martillazo que se había arreado su maestro. Goterón de sangre colgante incluido. Me dejo el Convento de Las Catalinas y los panecillos que se repartían el dia de San Martín de Porres antes de subir a casa de Tía Celia para ver una  televisión -esa sí-en blanco y negro.

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Me dejo atrás el estanco con dispensador de bolitas de caramelos y la relojería de la plaza. Me dejo en el tintero, querido amigo Pepito, muchas cosas que hicieron, si cabe, más feliz nuestra niñez.

Vuelvo a repetir- lo hago constantemente porque me encanta- la frase del Maestro Manuel Alcántara: “No fueron los mejores tiempos; pero sí los más nuestros”.

Un abrazo muy fuerte de tu amigo Alvarito. Sólo me quejo por no haber podido acompañarte a ese Cuarto Mágico de Doña Adelaida, lleno –tal y como me cuentas- de gramófonos y cajas de música, de soldaditos de plomo y muñecas de porcelana; de juguetes de hojalata. !Una verdadera pena!

Aunque de eso, ten la completa seguridad, que de eso, sí que me acordaría. !Ya lo creo que me acordaría!

Málaga. Circa 2012.

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