DULCES PÁJAROS DE SENECTUD.

A Peacock and Other Birds in a Landscape circa 1700 Marmaduke Cradock 1660-1717 Purchased 1991 http://www.tate.org.uk/art/work/T06488

DULCES PÁJAROS DE SENECTUD.

«Tres, eran tres, las hijas de Elena.
Tres, eran tres, y ninguna era buena.»
(Poema Popular. Variación)

LA REFLEXIÓN:

Como quiera que uno ya carga a sus espaldas un considerable número de décadas y su reloj vital ha pasado de ser progresivo a ser regresivo, uno, ya te digo, se ha vuelto un pelín picajoso y ciertamente susceptible en relación a aquellos que manejaban, ya en tiempos, una edad adulta –ahora escapada de entre sus dedos– y están alcanzando –con una rapidez inusitada– otra que no es sino la del descaro, la indiscreción y la impertinencia. La vejez insolente que le llaman.

Yo, miren ustedes, ahora manejo una edad muy difícil en cuanto al tratamiento por recibir y a la consideración merecida de los demás. Será, digo yo, que por eso de sólo vestir canas en la barba y además un pelo aún negro y una mititilla tupido (tampoco mucho, no se me vayan a creer) resulta –y continúo– que la indolente juventud me tutea indiscretamente y la imprudente ancianidad me putea desagradablemente.

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Lo que quiero decir –y me refiero a los provectos– es que me tocan mucho los huevos las señoras mayores que se me cuelan en una cola; las que me empujan y reconvienen con la mirada. Los señores ancianos intransigentes que todo les molesta y que se hacen dueños de prerrogativas que no les pertenecen; regalías que se les conceden sólo desde la amabilidad y la cortesía; desde el debido respeto. No desde la obligación.

Para explicarme aún más claramente, y argumentar mi queja, que mejor que recurrir a la clásica tríada de grupos; en esta caso de viejas. Me perdonen la viejas feministas que creo que hay alguna por ahí, pero es que son mayoría.

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Designémoslas. Estos son «grosso modo» los tres grupos: «La Vieja del Autobús». «La Vieja del Mercadona» y «La Vieja del Primero Cuatro». Quede claro, que todo lo que estoy narrando es absolutamente verdadero y que todos los casos, me han ocurrido a mí de forma directa y muy recientemente. Muy, muy, muy recientemente.

Estos son:

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1) LA VIEJA DEL AUTOBÚS. (Provecta In Trayecto)

«La Vieja del Autobús», también llamada «Vetusta Pasajera Imbus», suele subirse en dicho medio de transporte un par de paradas después de mi. A pesar de haber sitios libres al final del vehículo, ésta se sitúa justo a mi lado –parece que le gusta mi lugar – y suspirando repetidas y sonoras veces, me mira a los ojos estupefacta, con cara de odio y de no entender el cómo no he dado un salto –rindiéndole pleitesía por el aire– para cederle mi asiento de forma asaz inmediata. Mi Señora…!

Maldito hijo de puta maleducado!! Piensa la detestable anciana levantando el labio superior.

El que suscribe, asegura aportando su palabra de honor, que siempre, siempre, siempre, cede su asiento a las personas mayores; a la mínima ocasión. Siempre! Pero, también es cierto, que se tiene que dar la circunstancia de la propia voluntad y de una mínima cuota de empatía hacia la persona. O, por supuesto, de imposiblidad física.

Sigo! …

Cuando por fin –después de un interminable duelo de miradas fijas– el bicho baja la cabeza y se da por vencido, la caradura se acerca a otro incauto (susurrándome por lo bajini: Gordo, feo y mamón!!) para aplicarle al otro probo pasajero la misma estrategia. Una vez conseguido su objetivo me lanza una mirada de desprecio, desagradable, desabrida y displicente. En ese mismo momento, yo me levanto, y de inmediato, le cedo el asiento a otra señora –que sin pretender nada– se acercaba hacia mí y hacia la gilipollas. Fin de la cita.

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2) LA VIEJA DEL MERCADONA. (Provecta Supra Mercandumta)

«La Vieja del Mercadona», tócate los cohoness, se cree que es la dueña del cortijo del Señor Roig. De modo y manera que va parsimoniosamente caminando por los pasillos atestados de compradores (apoyada en el manillar del carrito de la compra) como si fuese paseando por Calle Larios observando los escaparates que en este caso son los expositores de los encurtidos y las salsas mahonesas. Con esa cachaza y pachorra, la maldita «Vieja del Mercadona», provoca unos complicadísimos e interminables atascos que hace imposible el acceder a la zona de congelados, próxima a la citada de los encurtidos y salsas diversas.

Ítem más: Si la vieja te viene de frente, deberás de apartarte de forma inmediata y dejarle paso Franco (en este caso lo de Franco no es baladí) pues se cree el ama de la carretera y te ataca de frente con toda la poquísima vergüenza del mundo mundial. Si acaso le recriminaras –como buen conductor que te consideras– su actitud, no te faltarán ni la mirada asesina ni el comentario impertinente. Sirva de ejemplo: Gordo, feo y mamón!! Fin de la cita.

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3) LA VIEJA DEL PRIMERO 4. (Provecta Proximum Quator)

A «La Vieja del Primero 4» la operaron hacia finales de los setenta de una hernia. No se sabe a ciencia cierta (nadie lo sabe en el bloque) si dicha hernia era pararrectal, umbilical o epigástrica. El caso es que cuando tú llegas con tu propia compra del Mercadona – completamente airado por haber discutido con la hija de la gran puta de la Provecta Supra Mercandum – ésta (la Provecta Proximum Quator) de forma sibilina y entrenada por la archiconocida «Vieja del Visillo» (Provecta Speculatis Cortinarum) te enguispa y quitándote el ascensor, llega al rellano donde tú ya has apilado tu compra y te solicita ayuda para descargar la suya que está en el capó de su coche dos calles más arriba, según se tira hacia la izquierda, y que no ha podido cargar por los problemas de salud y movilidad antes reseñados.

Cuando tu le indicas que también tienes dolencias de espaldas notables, esta te mira cómo no enterándose de nada contestándote que Si! Que está bien que llueva y que buena falta hace, mientras susurra entre dientes: Quetedén! Gordo, feo y mamón!! Fin de la cita.

En fin… lo que he querido decir con esto que acabáis de leer, es que ¡¡Qué jartura de personas, por favor!! Que qué ganas tengo de llegar a una edad en la cual yo ya pueda disponer de asiento fijo en el autobús; que todo el mundo me ceda el paso en el supermercado apartándose inmediatamente de mi camino y de que cualquier vecino me suba la compra y me la ponga en la misma encimera de la cocina. Cómo corresponde a mi edad.

Pero sobre todo, de lo que tengo verdaderas ganas es el poder decirle a la gente que son todos unos gordos, unos feos y unos mamones, y que nadie me pueda decir, ni hacer, nada. Al fin y al cabo, saben que sólo soy un indefenso e imposibilitado abuelete que no puede, de ninguna de las maneras, valerse por sí solo.

Fin de la cita. Gordo! Feo! Mamón!

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LAS NUEVAS MARICONERAS

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En los últimos tiempos oprobiosos del señor bajito y de bigote recortado, púsose de moda entre los hombres de bien, un horrendo y ominoso adminículo llamado «Mariconera». Un espantoso y execrable bolso de mala piel despojado, eso sí, de cualquier connotación femenina (pues sólo se le permitía un asa correa, que ya era bastante cantoso y mosqueante cuando se balanceaba inpensadamente en la mano) y que permitía, al otrora elegante caballero, llevar debajo del sobaco algunas pertenencias necesarias y muchísimas otras más –tan inútiles como inservibles–que prevenían el impredecible y accidental «porsi».

Ni yo, ni mis amigos, fuimos nunca de utilizar «mariconeras»; más que nada porque no nos pilló la aterradora moda y porque, además, nos parecían trasnochadas, poseedoras de un feísmo chocarrero y de una patente connotación chabacana y ordinaria. Lo digo yo, que en mis tiempos hippies llevaba colgada del hombro bolsa azurronada para todos mis aparejos, que en aquellos tiempos de fumaradas y humazos, no eran pocos. Y me refiero al tabaco y al mechero; no se me piensen otra cosa. O sí.

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De aquellas mariconeras de antaño, estos bolsos bandoleras de hoy que todo organismo viviente lleva colgado –para su comodidad y desahogo– de su hombro o de su cuello. Las nuevas mariconeras, que al fin y al cabo son, estos bolsos bandoleras, y que dan título a esta entrada.

djrjVerán Uds. yo distingo –generalizando mucho– dos tipos de bolsos bandoleras; y eso, basándome especialmente en los modelos usados por dos íntimos amigos: Angelín y Shati.

Veámos:

Está la Bandolera Embutida («Bandolens atiborradii at Extremum Cespediensis») cómo es la que lleva mi querido amigo Angelín. Dicha bandolera es –de atestada que la lleva– la viva imagen de un morcón de morcilla y lomo de la Carnicería Mariloli de Casabermeja. En ella, someramente entreveo (tengo que reconocerme una impenitente curiosidad por saber que transporta) entreveo digo, que lleva todo lo que le pudiese hacer falta en caso de sufrir un inesperado naufragio en medio del Atlántico Norte o una devastación catastrófica en la misma Plaza de la Merced si se me apura. Todo ello –el contenido– ordenado y cuidadosamente distribuido en la multitud de departamentos de que dispone el morral y con una guía del usuario escrita en Word «Times New Roman» tamaño de fuente 12, en la que se indica los avíos depositados en cada uno de estos receptáculos.

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Entre las cosas que mi amigo Ángel lleva en la faltriquera colgante –y que yo he podido adivinar– puedo citar: Las llaves de la casa. Las llaves de la moto. Las llaves del coche. Las llaves de las llaves. La cartera. El monedero. El móvil. La libretita de direcciones y de teléfonos. El mechero. El tabaco. Las gafas, la toallita para limpiarlas. Un paquete de Kleenex con un solo Kleenex arrugado y con visos de maldad. Un paquete de chicles aplastado y caliente hasta el tormento de San Lorenzo y por fin, y de forma previsora, Un Tampax sin usar. Jabón líquido, gel anti bacterias y crema hidratante, (en mini botellitas procedentes de amenities hoteleras). Papel sanitario, pintalabios de distintos colores, un lápiz de cejas, un delineador, polvo traslúcido, una lima de uñas, pinzas depiladoras, un espejo de dos aumentos, un perfume de bolsillo o crema perfumada y un paquete de tabaco de liar marca «Camel» con sus libritos de papel y su cargamento de filtrillos. Todo ello, por si le hiciese falta en algún momento del día, a la Oíaporculo que todo lo pierde. Ah! y unas tijeritas, un pendrive de Coca Cola, un peine, unas últimas voluntades y un condón (caducado en 2011) también sin usar, que nunca se sabe.

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Después, y ya termino, está la Bandolera Tarambana («Bandolens Impenitentummenti Extraviata in Rúa ut Dondesei») que es la que utiliza mi otro querido amigo «Shati» Cumpián. En ella, Shati lleva todo lo que pudiera o pudiese ser susceptible de ser perdido irremisiblemente y pretende infructuosamente –si no fuese por la generosidad ajena– controlar.

Suele perderlo este amigo, todo a la vez; muy frecuentemente. De modo y manera –que cuando esto le pasa–  se encuentra completamente desasistido  y desamparado a menos que envíe un SOS a RadioTaxi para que le recoja en la última dirección indicada –que es calle Pepita Jiménez, 23– y por la que él no pasa desde el año 97. Shati, al contrario que Angelín, es bastante somero en cuanto a contenido: Gafas, cartera, móvil, llaves, tabaco y mechero conforman su particular bagaje. Pero… Nada de eso pierde de forma independiente. Sólo pierde la bandolera en sí; con lo que eso conlleva de fatalidad y de problemático.

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Otro día, contaré yo más tranquilamente, cómo me compré –a precio irrisorio en una página Web china– una mochila de pecho. Tan inesperadamente pequeña, que en vez de mochila era pin. Mundo intrincado y confuso éste el de las mariconeras,  que –como las hojas del árbol caídas– juguetes  del viento son.

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¡ALGO PASA CON TÁPERGÜER!

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¡ALGO PASA CON TÁPERGÜER!

Corría el año de 1944, cuando el químico estadounidense Earl Silas Tupper inventa un demoníaco artilugio llamado Tupperware. Mueren en breve espacio de tiempo –inmerecida e injustamente– las denominaciones imperantes hasta aquel momento tales fueron: Tartera, fiambrera o portaviandas; a partir de aquel nefando año de 1944, ya te digo, todo el mundo llamaría a los recipientes de plástico –reyes del almacenamiento alimentario de los picnics camperos y de las jornadas playeras– con el indigno calificativo de Tápergüer y –para fastidiarla aún más– acortando ignominiosamente su nombre por el exiguo remoquete de Táper. Tócate los cataplines.

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También, y desde ese atribulado momento, la vida conyugal de los hombres de bien, se nos complicó de una forma inexplicable y terrible por mor del maldito contenedor de manduca.

Pero vamos a remontarnos al génesis de esta historia:

Acudimos hace unas noches a una cena invitados por nuestros amigos Kuky y Marori a su casa. Dos entrañables y viejos amigos que tuvieron a bien el sentarnos a su mesa acompañados del artista plástico Tato Zambrano y del eximio letrado Romero. Ambos dos, a su vez, muy bien escoltados por sus respectivas caimanas. Casualmente (o no!) nos sentamos juntos, los hombres en el ala izquierda de la mesa, mientras las mujeres, lo hacían –qué remedio les quedaba!– en el ala conservadora de dicha mesa. Preciosa y muy bien surtida, todo hay que decirlo.

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Entre los muchos chascarrillos y conversaciones varias, surgió entre los mozos el atribulado y penoso tema de los recipientes Tupperwares; de ahora en adelante Tápergüer o simplemente Táper. Los cuatro muchachos, continúo, señalamos prácticamente al unísono, lo inoperante y exasperante que resultaba el fastidioso recipiente en cuanto a un almacenamiento cómodo, fácil y manejable. Porque sobre todas las cosas, anhelábamos un almacenamiento que no causase –su inoperancia– episodios de ansiedad, congoja y abatimiento.

Verán Uds. llegamos a la conclusión los cuatro (con la boca pequeña y un tono de voz más que sometido) que las mujeres tienen una predisposición especial y una inclinación atávica y hereditaria (las madres son muy culpables de este vicio confesable) hacia eso del guardar porciones insignificantes de restos alimenticios en la nevera; amparados todos ellos (los alimentos) por el secretismo más absoluto y añadiéndoles una dificultad insoportable –en cuanto a la identificación– para las mentes simples y llanas de sus esposos que no ven más allá del cajón de los embutidos y de las cervezas.

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De modo y manera, decíamos –que por este cruel sistema de guarda y custodia culinaria– cuando un hombre abre una nevera después de una cena, se encuentra de sopetón con una especie de «highline manhattaniano» de plástico mate, perladillo de humedades, y coronado con multitud de tapaderas de colores que ríanse Uds. de los más afamados conjuntos arquitectónicos neoyorkinos a lo Mies Van Der Rohe o a la Roberto Foster manera.

Pero no íbamos a eso; íbamos al desconsuelo que nos produce a los machos alfa, esa inoperancia, esa incapacidad e ineptitud intrínseca que poseemos, en cuanto al coger un Táper del armario en el que están almacenados, sin causar una descontrolada catarata de tapaderas y un chorreo incontenible y desmandado de recipientes contenedores hacia el suelo para intentar sacar el que creemos más idóneo (nunca escogemos éste de entre los diez primeros) para guardar el obligado mínimo despojo sobrante de comida.

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Verán Uds. hay mil tipos y modelos de tapergüéres imposibles de entender: Tapergüéres herméticos o tapergüéres al vacío. Tapergüéres con compartimentos para verduritas cortadas en juliana menuda; tapergüéres cilíndricos y tapergüéres redondos. Troncocónicos y rectangulares los hay; isósceles invertidos, con forma de paralelepípedos y hexagonales. Los hay altos, bajos y pícnicos. Lo de pícnico no es que sean para los picnics; es que son anchos de cintura y estrechos de hombros. Los hay con apariencia de botellas, con biberón para los mamones; para huevos duros y para huevos pasados por agua. Tapergüéres con tapadera apitorrada y semitapadera en jarras. De rinconera haylos (metidos para adentro) y también de morterete (estos salidos hacia afuera) tal y como otras cosas que yo me sé y que no me atrevo a indicar no se me vaya a enfadar un cofrade que yo, también me sé.

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Los hay –en el más improbabilísimo de los casos– apilables. Y los hay con palitroque vertical y con unos huequecitos monísimos e insuficientes para poner distintos tipos de salsas que nunca, jamás de los jamases, elaborarán sus propietarios. Con molinete picador, colador para vegetales o con rallador para los quesos. Un mundo inaccesible e intratable.

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Todo esto lo sé, fehacientemente, porque mi hermana era distribuidora (hace mil años) de estas extraordinarias y engorrosas fiambreras que Alá maldiga y que –en reuniones financiadas por mi madre– intentaba vender a la familia primero; a las amigas después, y por fin, a las vecinas esas apenas conocía. Estas reuniones, resultaban lo menos provechoso en cuanto a ganancias; pues –en el improbable caso– de que el costoso ágape dispensado a la horda de gorronas hubiese sido asumido por mi hermana, esta, se hubiese arruinado indefectiblemente debido a la reducida comisión que se llevaba. Más aún, si tenemos en cuenta que dicha «ganancia» la invertía en su totalidad en adquirir más Tapergüéres para su colección privada. Una de las mejores de la antigua España y parte del Reino de Aragón, hoy llamado Catalunya. Aunque eso, lo de arruinarse, pasó cuando se hizo distribuidora de Avon por aplicar la misma estrategia comercial que con los plásticos.

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Volvamos a la realidad. A la mañana siguiente de la cena mencionada anteriormente y ya en nuestra casa, tras el almuerzo, hubo de guardarse un resto de judías verdes con patatas cocidas y huevos duros en la nevera. Me tocó a mí guardar dicho resto. Así que abrí el armario de los putos tapergüéres y cogí un cacharrito rectangular que me pareció el más idóneo ; se me cayeron otros tres. Elegí una tapadera que, por la forma, creí apropiada y esta vez fueron siete primas hermanas las que rodaron por el suelo. Las probé todas; una a una y nada de nada. Decidí pues, con la desesperación más absoluta, (17/10 de tensión arterial calculo yo a bote pronto) volcar las habichuelas en un plato hondo, y las tapé (mirusté que apropiado!) con otro plato igual de hondo boca abajo que es cómo se ha hecho toda la reputa vida antes del suplicio de los Tupperware (Marca Registrada).

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Después recogí las tres fiambreras rebeldes y las siete indomables tapaderas (todo esto a espaldas de mi mujer) y las metí de cualquier manera en el armario que les servía de mausoleo. Al cerrar la puerta, con no poca dificultad y con su pertinente dosis de presión, creí ver unas sonrisas quedas pero fanfarronas desde el fondo del armario, como emplazándome de nuevo a la próxima batalla perdida contra mis nervios. Sabiéndose ganadoras de antemano, las hijas de la grandísima puta, como cada una de las mil veces anteriores. Como cada una de todas las veces anteriores.

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EL CLUB DE LOS PURETAS TUERTOS

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EL CLUB DE LOS PROVECTOS TUERTOS

Vengo observando, desde hace ya algún tiempo, que una de las últimas fases por las que pasa el ser humano en eso que es la vida, es el despertar de las glándulas productoras de las hormonas del descaro, de la desfachatez y de la insolencia. Parece ser que el cuerpo, –rememorando las épocas primeras– saca a pasear por última vez la nula reflexión y la impertinencia. La descortesía, la osadía y la desvergüenza. Sin acritud, entiéndaseme. A ver. No se crean que exagero; me explico: Quien no ha sufrido en una cola del Carrefour una rapidísima pasada tipo Márquez-Lorenzo de una vieja que, amparada por la ley de la senectud, te pega codazo, refunfuña, te mira con desprecio, te regala una vaharada de olor inclasificable, y se te pone delante porque ella lo vale? 1202857212_850215_0000000000_sumario_normal Quien no ha sido interrogado hasta el tercer grado por la anciana de turno –mientras esperas en el ambulatorio médico– acerca de tus padecimientos y el consiguiente y eficaz remedio que tan bien le fue a su difunto marido fallecido recientemente por la misma dolencia? Quien no ha sufrido la indiscreción y la desconsideración del comentario grosero e inoportuno de la abuela del amigo que –nada más verte– te espeta lo gordo que estás, o lo calvo que te estás quedando? ¡¡Ay que ver, Manolito, con la mata de pelo que tenías; Ay, qué pena, Manolito; que gordo tás puesto!! y Don Manuel, director de entidad bancaria, se queda disimulando atribulado, contrito y cagándose en todas las muelas de la reputa vieja que Satanás queme en los infiernos por los siglos de los siglos. Amén! images_2042 Pues bien, lo que ahora viene, es real. Me pasó ayer en el Hospital Civil de Málaga; Sección Oftalmología; Primera planta ascensor. Resulta que Santa debía de operarse de cataratas en el ojo derecho, así que llegamos al centro hospitalario el día de la intervención. La presencia de mujeres provectas es alarmantemente profusa. El Father se va oliendo lo que, irremediablemente, tiene que llegar. Cuatro compungidos varones; dos jóvenes y otros dos de la misma quinta que las cotillas conforman el cegato grupo. Y Santa. Mi amada y paciente Santa. Y yo, que soy el narrador y que, nada más llegar, ya estoy deseando largarme de allí. hospital_civil_-_mlaga-640x640x80 El interrogatorio hacia mi mujer y hacia mí mismo es continuado y agotador por parte de dos señoras que, enfundadas –como todos– en camisones y pijamas anti libido, nos hacen un exhaustivo censo de enfermedades y padecimientos digno de la Agencia de Inteligencia Americana. CIA para los amigos. Yo las miro con cara de circunstancia y horror;  y con el innecesario argumento de que soy acompañante, que no paciente, y que por tanto estoy eximido de someterme al Poli Deluxe, trato de escabullirme y escurrir (infructuosamente) el bulto. Llaman a Santa la primera y yo aprovecho para ir a desayunar a la cafetería exterior que está pared con pared con el mortuorio. Una asquerosidad innecesaria a mi escrupulosa manera de ver. Entran los pacientes (los impacientes tambien) en el quirófano en ordenado desfile; y tal cómo entran, van saliendo. Mismo orden de entrada, mismo orden de salida a una sala de descanso (por los cohoness) donde habrán de reposar los pacientes intervenidos (los impacientes tambien) y con un sólo (por los cohoness) acompañante por paciente intervenido. cirugia-corbis456 Los ayes, las quejas y las solicitudes de un auxilio innecesario son continuos y constantes por parte de las viejas. Hablan a gritos a los maridos. Contestan llamadas de móviles de politonos que no les pegan nada. Las llamadas solicitando silencio de las estoicas y resignadas enfermeras igualmente continuas y constantes. Los familiares (de tres en tres) de las dos carcamales dando un porculo, más que notable, sobresaliente cum laude. No sé si gracias al destino o la inconmensurable generosidad y comprensión del equipo médico, somos los primeros en salir del hospital no sin antes haber sido citados para el día siguiente –a las nueve en punto de la mañana– en el servicio de Urgencias del citado centro para la primera revisión tras la intervención. cuidaint2 A la mañana siguiente, Father y Santa, a las nueve menos cuarto, entran en una atestada sala de espera donde se encuentran toooodas las viejas acompañadas por su vociferante y numeroso séquito familiar. Habrán acampado fuera toda la noche? se preguntan los Gorgonzola. El calor exasperante. 1154860 Los comentarios, cómo es habitual, insoportables. Salen los abanicos a relucir. Un sindiós. En esto que entra la enfermera y dice: – A ver! los que estén operados del ojo pueden pasar a la sala del pasillo de enfrente que ahora está vacía y más cerca de la consulta de oftalmología! Piensen en la Banda Sonora Original de Carros de Fuego. Imagínense la escena (para observarla en toda su magnitud, dimensión y trascendencia) a cámara muy lenta y prepárense para lo peor. La horda viejuna, cual si fuera impulsada por un invisible resorte, sacando fuerzas de flaquezas (se trata de una cola) salta de sus asientos, y cómo si les fuese la vida en ello, salen en tropel con los andadores pegándose achuchones y codazos (les suena?) para coger sitio en la sala nueva. Jaleada, cómo es natural, por la caterva familiar de cada uno. P4 Quedan los Gorgonzola absolutamente solos y abandonados en la sala primera. Al momento entra una pareja de ancianos con cara de derrotados en Waterloo al no haber sido capaces de tomar plaza; y al segundo momento una enfermera que pregunta a la casi vacía sala (no sé si gracias al destino o la inconmensurable generosidad y comprensión del equipo médico otra vez): ¿Santa de Gorgonzola? Y allá que vamos atravesando el pasillo –altivos, arrogantes y altaneros– camino de la consulta. Cuando pasamos por la atiborrada sala de espera, un silencio sepulcral se impone; y tal si fuesen, que lo son, El Club de los Puretas Tuertos, nos miran con el ojo sano, con una mezcla de desprecio, envidia y estupor. Mientras nosotros, miramos hacia adelante, orgullosos de nuestra suerte, mandándolas a todas «in mente» a tomar por el mismísimo culo. 10330470263_b8cdceee96_b*** elemento-decorativo-floral_23-2147486718

LA NOCHE DE BODAS DE OLIVIA

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Este es un relato antiguo (Uno de mis favoritos) que me ha apetecido volver a colgar con otro formato.

Prólogo:

Olivia fue mi queridísima perra. Una Fox-Terrier atípica.

Atípica por dos razones esencialmente:

La primera, porque fue una perra que, aun siendo tal y como os digo, de la fuerte de carácter raza de los Fox Terrier, jamás dio un bocado a nadie, fue cariñosa con todo el mundo y fue también un poco perra de todos los vecinos por su bondad; a pesar de la lógica reticencia de algunos de ellos conocedores de la fama de irascibles que tiene la susodicha raza.

La segunda razón es que gran parte de su vida, desde cachorro, se crió con el otro componente de la familia: nuestro gato persa Gutiérrez. Está amistad atípica, forjó un carácter afable en los dos. De tal manera que cuando nuestros amigos llegaban de visita a casa, no solo Olivia corría a recibirlos a saltos, sino que Gutiérrez también, este sin saltos.

Es por eso que, dada la amabilidad de nuestra perra, no creo tuviera inconveniente alguno en que se haga público lo acaecido en:

LA NOCHE DE BODAS DE OLIVIA
(Y CHAPI)

Aquí la podéis leer:

La Noche de Bodas de Olivia[1]

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EL «ABREFÁCIL»

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EL «ABREFÁCIL”

“El abrefácil se inventó para humillarnos.”
Lasa Lasaeta

“El deleite de las pequeñas malicias nos ahorra más de una gran maldad.”
Friedrich Nietzsche

Hagan Uds. ejercicio de pelillos a la mar acerca de la maldad intrínseca de la dinamita inventada por el ínclito Alfred Bernhard Nobel. De la crueldad más absoluta de Gerhard Schrader al crear el Gas Sarin. ¿Y por qué no decirlo? De la execrable eficacia del juguetito inventado por Mijaíl Timoféyevich Kaláshnikov que tantas alegrías ha proporcionado últimamente a los asesinos de turno.

La perversidad y la malicia –aquella que mata la paciencia, la serenidad y el temple del ser humano– no tienen paragón con la creación de Ermal C. Fraze; inventor éste del “Pull–Up”. Lo que por estos lares se llama ignominiosamente “Abrefácil”

Verán; cómo a mí no me gusta inventarme las cosas, voy a narrar un caso propio en el que el uso del Abrefácil fue, cuando menos, vejatorio y ofensivo para mí –pobre insensato e incauto– que traté de abrir un producto dotado de este sistema de apertura sin estar debidamente pertrechado.

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No obstante, antes quiero dejar bien claro –y sacar a la luz pública– el resultado de mi propia investigación acerca de este artilugio que nadie, hasta ahora, se había atrevido a aclarar y exponer: Que todos los artículos dotados de este opérculo, tienen implementados un micro chip con una directriz programada que se va pasándose por ondas electromagnéticas de uno a otro con la finalidad de provocar que, cuando se va a hacer uso del último, éste, invariablemente, se rompa.

Y así pasa. Cuando la lata de cerveza es la última lata, se rompe. Cuando la latita de anchoas es la última latita de anchoas (y es domingo) se rompe. Cuando la lata de espárragos… Bueno, esta siempre se rompe sea la primera o la última. Cuando –tras tratar de romper infructuosamente la esquina «Abrefácil» de un tetrabrik de leche– usamos las tijeras de cocina, la abertura producida por el corte es tan grande que, al verterla, las Cataratas del Niágara se quedan en “cagaílla de mosca”. Cómo despegar una lengüeta de un sobre de embutidos al vacio?

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Vamos pues a un caso– absolutamente cierto y perfectamente demostrable– con herida de guerra incluida: El Garrafón de Aceite de 5 litros.

Pero antes una consideración: Resulta que, por eso del ahorrar y el de ser chachi ecológicos, van ahora los fabricantes de envases para líquidos y los hacen tan finos que estos, rayan la más absoluta nada. Por ese motivo, cuando cojo una botella de agua mineral de dos litros y pretendo llenar un vaso (usando una sola mano) ésta, la botella, en un acto de irreprochable cortesía se dobla ante mi –en actitud de sumisión y respeto– y doblada cómo una esquina, ya te digo, expele un enorme eructo de agua que anega el plato de puchero de mi hijo que se encuentra como a un metro y medio de distancia y se lo enfría al momento. Una monería niña María.

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Vamos al garrafón…
El Garrafón es del mismo material insolente que la botella de agua antes mencionada. Pero el detalle en que no han caído los fabricantes es en que el material de cierre “Abrefácil” es tremendamente duro. En este caso concreto –y debajo del tapón de rosca– amenaza cierre hermético duro como himen de Carmelita Descalza y una anilla irreductible como aldea gala que se precie. Así que empiezo la operación de desflore de la puñetera garrafa:

Abro el tapón de rosca. Todo bien por ahora; me las prometo muy felices. Meto mi fino y largo dedo índice (tengo dedos de pianista) en el anillo que debiera de arrancar el himen garrafal. Tiro hacia arriba, con suavidad a la vez que fuerza; con tino y desenfado, ilusionado y optimista; y no me corto el dedo de puto milagro. Después de tres veces tres, desisto; resoplo por el salón, voy al baño, y me pongo una tirita. Insisto otra vez con el dedín que está protegido con el apósito y nada. Nada de nada. Cojo pues una herramienta que para eso soy ser pensante e intento –con unas enorme tijeras de cocina y haciendo palanca– domeñar y someter al indómito circulo y lo único que consigo es romperlo irremediablemente. Clap! A tomar por culo!

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Resoplo. Otra tres veces tres resoplo. Cuento hasta diez. Hasta veinte. Cojo la maja del almirez ( que no es un retrato de Goya) y golpeo las tijeras –que uso de punzón– para intentar hundir el cierre de los cojones. Se hunde. Pero la botella… La botella –recuérdese la fragilidad del envase– se rinde (como era lógico pero no de esperar) y emite dos enorme géiseres de aceite de dos cuartas de altura través del gollete con el precinto al fin roto y me pone dos lindas y enormes chorreras en la camisa. El suelo es una pista de patinaje. Yo estoy en una isla rodeado de un mar oleoso. Exclamando imprecaciones injuriosas. Los suspiros se han transformado en denuestos de desesperación y de angustia. Me cago en tó lo que se menea.
Llamadas de auxilio a Santa que no da crédito, desde el salón, a lo que está oyendo en la cocina por el simple hecho de aliñar una malnacida ensalada que el Sr. Carbonell confunda y condene a la sosera y a la sequedad más profunda.

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Después de una hora de limpieza, fregado, lavado, barrido, cepillado, frotado, ducha, secado, dos Trankimazin y un poco de apacigüe mental, la ensalada estaba toda pimpante presidiendo la mesa. Yo comí con patatas fritas (en freidora) porque no soy mucho de verde y, además, a esa ensalada en concreto, la odiaba profundamente.

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ISABELITA.

ISABELITA

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Hace un millón de años, trabajaba con mi padre –en un organismo oficial– una chica pizpireta y recortadita llamada Isabelita.

Isabelita era, ya os digo, una mocita alegre y jacarandosa; bajita de cuerpo y entradita en carnes que estaba siempre risueña y predispuesta a alegrar a sus compañeros de trabajo con su chispa y su gracejo. Un verdadero portento de conversación fecunda e inagotable.

Aconteció que por aquellos tiempos –hablo ya de hace muchos años– la jovial e hiperactiva (antes se llamaba a eso “culillo de mal asiento”) Isabelita, realizó un curso de mecanografía rápida y a “mano completa” para prosperar en su trabajo subiendo de cargo y categoría. Así fue; Isabelita, con su titulito debajo del brazo, pasó a desempeñar en la oficina de aquel estamento oficial, el cargo de Administrativa Mecanógrafa.

Después de un par de años de darle a la tecla, en la acreditada Academia Almi, Isabelita estaba loca por demostrar a cada uno de sus compañeros su habilidad y rapidez; su perfecta e impecable ejecución en aquella negra Remington Standard Nº 12 de carro, papel de calco y campanita. Cada compañero que se le acercaba, caía en sus redes y se tenía que someter –más por complacencia y educación, que ganas– a la demostración “in situ” que manifestaría la perfección de Isabelita manejando la máquina escribidora.

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A todos y a cada uno. Menos al Jefe. Cada vez que mi padre pasaba por su lado –y advertido por los otros empleados– trataba de librarse de la tan temida exhibición.
Hasta que el destino –inevitable y cruel cómo es– le preparó una encerrona a mi pobre padre e Isabelita lo cogió de improviso de una manera ineludible e inexcusable.

  • Don Fernando! Don Fernando! Sabe Ud. que he hecho un curso de Administrativa Mecanógrafaaa?
  • Anda, que bien guapa! Estupendo, vaya!!. Buenoooo… Te dejo Isabelita que me tengo que ir a una reunión.
  • Don Fernando! Don Fernando! –insistió la novata mecanógrafa– espere Ud. que le voy a hacer una demostración!!! Dícteme Ud. algo muy rápido y largo! –le dijo–.
  • Isabelita, mujerrr que me tengo que irrrrr…
  • Don Fernandooo, por favoorrr…

Así que mi padre, un poco conmovido por la carita de pena que le ponía la muchachita, le dijo:

  • Vale. A ver, escríbeme tu nombre

Isabelita puso un folio en el carro de la Remington Standard Nº 12; rrrááss… rrrááss… rrrááss… bajó el papel. Desperezó el cuello. Cruzó los dedos de las manos y los estiró. También los brazos. Y en un santiamén, y con un rapidísimo tecleteo, ejecutó: tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac. Para, sin dejar de mirar a los ojos a mi padre, y con una pizca –todo hay que decirlo– de indisimulado orgullo, arrancó de un tirón el papel donde ponía, escrito en mayúsculas, su nombre: ISABELOTA.

Las carcajadas inevitables e incontenibles de mi padre se oyeron en todo el edificio; y, por supuesto, desde aquel día, la ínclita Administrativa Mecanógrafa, llevó el nombre de ISABELOTA hasta la tumba.

Aconteció en Málaga. Circa 1945

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CALZONCILLOS. –Mediococos Versus Boxers–

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CALZONCILLOS.

–Mediococos Versus Boxers–

“Se considera correcto hoy día el llevar barba? Vuelven las hombreras y las camisas de pico de pato? Y las afectadas y amaneradas mariconeras? Son los zapatos de rejilla ideales para el verano…Ítem más… volverá a ponerse de moda ese horror de la uña larga en el meñique de los varones?…”

Muchas preguntas pero pocas respuestas veraces y acertadas. Porque las modas son cómo son: cambiantes y tornadizas. Y tengan muchísimo cuidado, porque estas, las peores sobretodo, desalentadoramente siempre suelen volver.

Llevo mucho tiempo considerando el incluir en este, mi bienamado blog, un apartado dedicado íntegra y exclusivamente a la moda masculina en todas sus variantes y modalidades. Desde la vestimenta precisa y adecuada para cada momento a los complementos ideales para ellos. Desde la perfecta combinación de los colores, hasta la también perfecta elección de la corbata idónea.

También quisiera apuntar algo sobre las apropiadas maneras –moderadas, discretas y circunspectas– que deberán de ser observadas por el macho varonil en diversos eventos y/o en determinadas situaciones sociales. En entrevistas de trabajo; en parties, en vernissages artísticas, en reuniones lúdicas o en giras campestres. Aunque estas segundas, las parties, puedo asegurarles que nunca fueron buenas. Huyan de ellas! Las segundas parties, ya te digo, nunca fueron buenas.

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Este nuevo apartado, no será otro que el fiel reflejo de mis propios principios y conocimientos respecto a la novedad y el estilo en la moda última de estos años precedentes y lo que se intuye que ha de venir; algo, que no me costará demasiado trabajo transmitirlo debido a mi ancestral y atávica predilección por la elegancia, la finura y distinción en aras del asesorar y sugerir; del llevar por el buen camino de la gracia y del personal donaire, al macho desorientado y confuso en este proceloso mar de lo actual y de la nada fácil efectividad en el arte del correcto vestir.
Para compensar este agravio comparativo que sufre el genero masculino en cuanto a la enorme proliferación de “It Girls” –que exhortan e indican las tendencias a las mujeres de este país– yo, quiero ser considerado, desde ahora, un «It boy», Y quiero estrenar este nuevo espacio refiriéndome a una prenda imprescindible en el armario ropero de todo hombre que observe reconocida decencia y manifiesto recato: Los Calzoncillos. Los limpios e impolutos (en casos) Calzoncillos.

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Ahí va:
Los calzoncillos –también llamados «Gayumbos» por el segmento más ordinario de la población masculina– siempre han sido unas prendas que, injustamente, no han gozado de todas las evoluciones y consideraciones de la elegancia al estar –salvo determinados momentos– a resguardo de la vista de los demás. Ocultos en el oscuro rincón de los fondillos y la bragadura. Durante años, fueron también nombrados peyorativamente con la denominación común de “Calzoncillos Blancos” Y pare Ud. ahí de contar.

Hoy sin embargo –en este mundo de antiguos lechuguinos y petimetres; de gorditos entraditos en carnes y de bajitos de cuerpos pícnicos– los actuales vigoréxicos forjados a yunque y martillo gimnásticos, han propiciado un nuevo resurgir en la moda íntima para aquellos que lucimos colgajo en la entrepierna.
Podemos clasificar los calzoncillos –de una forma muy generalizada– en dos categorías bien diferenciadas: Los Slips “mediococos” y los Boxers.

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Veamos pues:

Los slips “mediococos” llamados así por el efecto «mediococo» que producen en el paquete, tienen tantos detractores como partidarios. La principal finalidad que tiene este modelo (en realidad, ambos tipos) es la de recoger los testículos en apretada formación para que no actúen a modo de badajo campanero contra los contramuslos y causen molestias, llagas y roces al andar. En este caso, los slips “mediococos” son indiscutiblemente eficaces, pues proporcionan comodidad a la vez que seguridad; confortabilidad y justa presión, ya que recogen en una sola tacada tanto los dos adminículos pendulones (los huevos) como el colgajo de en medio comúnmente llamado cipote; reuniendo los tres hermanos en una cálida y perfecta comunión tal si fuesen Michael Jackson, Stevie Wonder y Paul McCartney en Ebony & Ivory. (Dos morenos con los pelos rizados y uno más pálido con las carnes caídas).

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La principal desventaja que tiene esta prenda, el slip “mediococo”, es el aspecto ridículo y de futbolista de tercera regional que proporciona al usuario, si llegado el caso, ha de mostrarse de forma manifiestamente pública en el vestuario –pongamos de ejemplo– del Club de Campo de Sotogrande; o lo que es peor, en la intimidad de la alcoba. La combinación de slips “mediococos” y calcetines blancos, puede llegar a considerarse arma letal para las relaciones eróticas. Nada produce más desencanto y desenamoramiento; más decepción carnal y aflicción lasciva, que esa horrenda visión. La contemplación en directo de un maromo vistiendo “mediococos” y calzando “andalias” con calcetines blancos siempre resultara desgarradora e irreparable para el ánimo libidinoso.

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Los boxers sin embargo son otra cosa. Son amplios y holgados. Elegantes si cabe. Tan espaciosos y desenvueltos, que permiten el balanceo inocente de los pompones a diestro y siniestro. Bailemos el Bimbó!

Anchos y dilatados se sienten estos –los cataplines y el de enmedio–; sueltos, libres de opresión alguna, campan por sus respetos en ese fresco paraíso de algodón. Tal es popularidad de esta prenda entre los hombres de bien, que el dúo americano de música folk, Simon & Garfunkel, le dedicaron un precioso tema con su nombre y que ha llegado a ser uno de los más populares de la historia de la música. Lairolái… Tkssss!!!

Los Boxers no impiden –tal y cómo lo hacen los slips “mediococos”– el balanceo de los colgajos, ya lo hemos apuntado antes; por lo que si realizasen movimientos bruscos o demasiados sicalípticos, se corre el riesgo de tener un dolor considerable de cojones llamado orquitis. Conocido era Roy Bean, aquel juez del oeste americano –en la película protagonizada por Paul Newman, llamada El Juez de la Orquitis– por el insufrible dolor de cojones que padecía el provecto magistrado.

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También son los Boxers menos propensos –por el desapego de la tela con la carne– a sufrir el traidor, torticero y alevoso delator llamado Palomino. Una ofensiva, silente y ominosa mácula marrón que es mucho más proclive en el mundo de lo ajustado que en el de lo suelto.
En fin, espero que esta entrega, haya tenido aceptación entre el numeroso publico que me sigue en este blog; y que dicha aceptación, me anime a seguir aconsejando a los demás apoyándome en mi propia experiencia. De la moda, digo. No de los Palominos.
En la próxima entrega un vídeo llamado “Entre mejillones” en el que enseñaremos la técnica del cómo cortarse las uñas de los pies debidamente para evitar– en el lecho marital– lanzadas y puyazos involuntarios a la parienta, en las piernas, mientras dormimos.

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LA PERFORMANCE DE MARINA ABRAMOVIĆ

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LA PERFORMANCE DE MARINA ABRAMOVIĆ

No se sabe el cómo había llegado a oídos de Loles Fernández , vecina de la barriada malagueña de Monte Pavero, la noticia de que había una selección de personas para que participaran en una performance de la afamada artista serbia Marina Abramović en el Centro de Arte Contemporáneo de la ciudad de Málaga.
Las condiciones requeridas eran dos solamente: complexión gruesa y tener la capacidad de poder estar tendida e inmóvil durante ocho horas. El pago: cincuenta mil de las antiguas pesetas. 300 Levros.
Loles dio un repullo cuando oyó la mágica cifra. Así que ni corta -aunque un poco perezosa- se presentó en los locales bajos del CAC para ver si podía ser elegida entre las ocho personas que se requerían para la susodicha performance. Día y medio tardó Loles Fernández en la barriada, para enterarse de lo que significaba la dichosa palabreja, todo hay que decirlo.
Consistía la representación en permanecer tumbada durante ocho horas en un banco de madera completamente inmóvil para que el público asistente se acercara a los cuerpos y estos fuesen observados detenidamente. ¡¡» Trescientos Levros, por no hacer nada, esto es lo mío!!, se pensó Loles. «No sabía que yo esta tan dotada para el arte» volvió a pensar.

Se dirigió al CAC para si – Jesús Cautivo, quisiera- fuese elegida.

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La prueba de selección consistía en permanecer ocho horas tendida sin moverse nada; es decir, lo mismo que debería de hacerse durante la exhibición pública. Loles -gracias a Jesús Cautivo- consiguió ser elegida; a costa de tres circunstancias adversas y cuasi insoportables, pero lo consiguió. las tres circunstancias fueron: el enorme aburrimiento que le había acompañado durante la prueba; el enorme vacío que sentía en el estómago desde las dos primeras horas, y el insufrible dolor de espaldas que le produjo la quietud en la postura.
Llegó el día de la performance. Loles escarmentada por lo que había sufrido durante las prueba de selección, se preparó un buen desayuno consistente en un plato de arroz con liebre (algo ligerito pensó) sobrante del día anterior. Después ,y cómo método de prevención, se jaló una copita de anisete Marie Brizard acompañada de un par de Valium y un Nolotil. «Hoy ni paso hambre, ni me aburro ni me duele ná; por mis cohoness» pensó. Y para allá que se fue.
Marina Abramović daba las últimas instrucciones a los comisarios del acto y se retiró a realizar algunas asanas de yoga para prepararse para el evento. Loles junto a otros siete intervinientes, fueron conducidos a una habitación donde les indicaron que se vistiesen con pantalones anchos de lino de color claro y una amplia camisola del mismo color y tejido; les sirvieron un panecillo con aceite (no se debía de comer mucho, les dijeron) y una gran taza de café negro fuerte como él solo.

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Se desplazaron a la sala, aun vacía, donde se iba a desarrollar el acto, los ocho se tumbaron, cerraron los ojos y esperaron a que se permitiera el paso del público que hacía largas colas para acceder al Centro de Arte Contemporáneo. Era mucha la expectación por acceder a la nueva performance de la Abramović.
Son la 10:00 de la mañana: abren las puertas del CAC y el público entra por fin. Loles está tumbada en su cadalso de madera. Quieta. inmóvil hasta lo cadavérico; oye los comentarios sobre su persona estoicamente… y así, transcurren un par de hora. Loles tiene el estómago hinchado a causa de la maldita liebre con arroz ingerido. El pesado mollete con aceite y el café sólo no ayudan al relaxing, pero al fin, cae rendida -gracias a los Valium- en un reparador y complaciente sueño.
La liebre vuelve a cocinarse en los jugos gastricos de la de Monte Pavero.
A las 12:00 de la mañana, a Loles le cae un finillo hilo de baba por la comisura de los labios. Lado derecho del boquino. Inesperadamente, unos susurrantes ronquidos empiezan a sonar en la sala… Grooooñiii pluuffff… Grooooñiii pluuffff… Grooooñiii pluuffff…
La gente empieza a arremolinarse junto a Loles. Los más estudiosos de la obra de la artista Serbia, indican a los que les rodean, que es una nueva versión de la Abramović. «Es como la ruptura de la quietud a través del sonido degenerando el silencio!» exclama Fernando Danés director del Centro.

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La liebre descompuesta, pierde la batalla dentro del enorme escenario que es la barriga de Loles y esta, en un instintivo e irreprimible acto reflejo, levanta las dos piernas al unísono y petardea el ambiente con un enorme y sonorosísimo cuesco que resuena en toda la sala tal si fuese un rayo lanzado por el mismo Dios Thor. Un Thor Pedo que se llama.

La gente se queda pasmada. No sabe cómo reaccionar, en parte por la perplejidad, en parte por el enorme pestazo que inunda la sala. Fernando Danés reacciona y -comenzando a aplaudir- exclama: Bravo!!! y el público le sigue con multitud de aplausos y comentarios elogiosos hacia la artista.
Mientas tanto, en otra sala, Marina Abramović, ignorante de todo, no para de recibir felicitaciones del concejal de Cultura del Ayuntamiento Damián Cánido y del Presidente de la Diputación Provincia Elías Loquelías Elíe Bientodo, entre otras autoridades culturales y asistentes insignes de la ciudad por la originalidad de la sonora performance .
Colofón.
A las 03:00 de la madrugada, los vigilantes de seguridad del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, entre sorprendidos y asustados, buscaban preocupadamente, el origen de unos extraños ruidos y un fétido olor a muerto que inundaba la noche. Loles aún no había despertado.

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TRES COSTUMBRES QUE SE ADQUIEREN AL HACERSE UNO MAYOR

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TRES COSTUMBRES QUE SE ADQUIEREN
AL HACERSE UNO MAYOR.

Una persona, se da cuenta de que está llegando a la etapa postrera de su vida –pongamos que intuye que le quedan alrededor de 20 años– cuando no sólo admite y acata algunas circunstancias adversas en cuanto a su estado físico, sino que además, lo reconoce públicamente y sin pudor alguno. Entregando (y aceptando) el indeseado ramo de lo irreparable y lo inevitable.

Este que suscribe –al que le quedan dos leves embarazos para entrar gloriosamente en la sesentena– dase cuenta clara y meridianamente de tres de esas desdichadas circunstancias tremendamente definitorias –porque las sufre en sus carnes– y que ahora comunica como advertencia a propios y extraños; con la esperanza, de que las eviten en la medida de lo posible. Es consejo gratuito y gentileza del Grupo de Empresas Father Gorgonzola Inc.

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Sigo…

Regalo este consejo y exhortación, más que nada para evitar –en ese futuro cercano que me acecha– la burla y el escarnio; la ofensa y el menosprecio de esa horda de cabrones sin corazón que me rodea y que componen esa ignominiosa caterva denominada: amigos. De la canallesca de toda la vida

Vamos a ello:

La primera circunstancia es la vuelta inmediata e irreflexiva a la fe de nuestros ancestros. La vuelta a la devoción y a las creencias religiosas que, imbuidas en la niñez, en el colegio de curas y en el seno familiar, florecen de nuevo con renovado ímpetu y vigor. Me explico: De pronto, un día –sin saber cómo– y después de subir una pequeña y ridícula cuestecita, se exclama impulsivamente, a punto de la extenuación y mirando al cielo, Ay, Jesús María y José!!! Y se alcanza el clímax místico –al recuperar el aliento– tal si se fuese la Patrona de los Refrescos de Naranja: Fanta Mirindita de Jesús.

 

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Mal hecho. Muy mal hecho. Reprobable, diría yo.

La segunda circunstancia –muy semejante a la primera– se produce cuando debes de subir un escalón medianamente alto. Pongamos que sea de cuarenta centímetros de altura (de saltar una mediana o una valla, ni hablamos); pues bien, cuando debemos de subir ese maldito escalón (que separa tu habitación de la mía) nos apoyamos –porque no tenemos otro remedio– en la rodilla doblada que está encima del mal hallado murete, para apontocarnos, y haciendo esfuerzo ímprobo, emitimos un leve gruñido –entre gorrino común y ñú blanco del Serengueti– y casi siempre y debido al esfuerzo, expelemos involuntariamente un pedete felón y alevoso que acompañamos con el siempre generoso comentario de “Paatí!!” dirigido al incauto que nos acompaña.

National Trust; (c) Saltram; Supplied by The Public Catalogue Foundation

Mal hecho. Muy mal hecho. Muy, muy, muy, mal hecho. Nunca apoyarse en la rodilla y menos aún, soltar pedorreta irrespetuosa. No sólo es reprobable sino absolutamente ignominioso para el acompañando.
Y tercera y última circunstancia –y por cierto la que más me molesta, porque es la que más habitúo– es la costumbre de pasear a estas edades, ya te digo, con la parsimonia que te da el verlas venir y lo ya pasado con las manos cruzadas atrás a tu espalda a la altura de la mesma rabadilla.

Realmente patético! No comment!

Esa postura acomodaticia durante las caminatas –y teniendo en cuenta que en mi caso, dispongo de una corpulencia notable y perilla con bigotón– esa postura decía, de manos y brazos atrás en la espalda, me da un aspecto inequívocamente galo. Es decir, que si en las manos cruzadas atrás, me pusieran un menhir, no te diría yo a quien me parezco. Si a eso le unimos que en esas caminatas, por el Paseo del Colesterol malagueño que es el Paseo Marítimo, voy acompañado de mi querido amigo Kuky – tan grande como amigo, cómo bajito de cuerpo– sólo nos faltaría la compañía de un perrito blanco y saltarín para parecernos a Asterix y Obelix. Aunque la ladina de mi hija, con un indisimulado cachondeo, nos llama Pumba y Timón. La muy…

Portrait Study of a Bearded Man circa 1835-40 by William Henry Hunt 1790-1864

Así que eso es lo que hay. No invoquéis al Altísimo cuando subáis cuestas. No os apoyéis en la rodilla al subir un escalón, y sobretodo, sobretodo, no caminéis con las manos atrás por Tutatis y Belenos! Que eso, como se comprenderá, queda regulín regulán y aporta aspecto cansino. Cómo el de Montecarlo.

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