ISABELITA.

ISABELITA

mecanógrafa

Hace un millón de años, trabajaba con mi padre –en un organismo oficial– una chica pizpireta y recortadita llamada Isabelita.

Isabelita era, ya os digo, una mocita alegre y jacarandosa; bajita de cuerpo y entradita en carnes que estaba siempre risueña y predispuesta a alegrar a sus compañeros de trabajo con su chispa y su gracejo. Un verdadero portento de conversación fecunda e inagotable.

Aconteció que por aquellos tiempos –hablo ya de hace muchos años– la jovial e hiperactiva (antes se llamaba a eso “culillo de mal asiento”) Isabelita, realizó un curso de mecanografía rápida y a “mano completa” para prosperar en su trabajo subiendo de cargo y categoría. Así fue; Isabelita, con su titulito debajo del brazo, pasó a desempeñar en la oficina de aquel estamento oficial, el cargo de Administrativa Mecanógrafa.

Después de un par de años de darle a la tecla, en la acreditada Academia Almi, Isabelita estaba loca por demostrar a cada uno de sus compañeros su habilidad y rapidez; su perfecta e impecable ejecución en aquella negra Remington Standard Nº 12 de carro, papel de calco y campanita. Cada compañero que se le acercaba, caía en sus redes y se tenía que someter –más por complacencia y educación, que ganas– a la demostración “in situ” que manifestaría la perfección de Isabelita manejando la máquina escribidora.

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A todos y a cada uno. Menos al Jefe. Cada vez que mi padre pasaba por su lado –y advertido por los otros empleados– trataba de librarse de la tan temida exhibición.
Hasta que el destino –inevitable y cruel cómo es– le preparó una encerrona a mi pobre padre e Isabelita lo cogió de improviso de una manera ineludible e inexcusable.

  • Don Fernando! Don Fernando! Sabe Ud. que he hecho un curso de Administrativa Mecanógrafaaa?
  • Anda, que bien guapa! Estupendo, vaya!!. Buenoooo… Te dejo Isabelita que me tengo que ir a una reunión.
  • Don Fernando! Don Fernando! –insistió la novata mecanógrafa– espere Ud. que le voy a hacer una demostración!!! Dícteme Ud. algo muy rápido y largo! –le dijo–.
  • Isabelita, mujerrr que me tengo que irrrrr…
  • Don Fernandooo, por favoorrr…

Así que mi padre, un poco conmovido por la carita de pena que le ponía la muchachita, le dijo:

  • Vale. A ver, escríbeme tu nombre

Isabelita puso un folio en el carro de la Remington Standard Nº 12; rrrááss… rrrááss… rrrááss… bajó el papel. Desperezó el cuello. Cruzó los dedos de las manos y los estiró. También los brazos. Y en un santiamén, y con un rapidísimo tecleteo, ejecutó: tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac–tlac. Para, sin dejar de mirar a los ojos a mi padre, y con una pizca –todo hay que decirlo– de indisimulado orgullo, arrancó de un tirón el papel donde ponía, escrito en mayúsculas, su nombre: ISABELOTA.

Las carcajadas inevitables e incontenibles de mi padre se oyeron en todo el edificio; y, por supuesto, desde aquel día, la ínclita Administrativa Mecanógrafa, llevó el nombre de ISABELOTA hasta la tumba.

Aconteció en Málaga. Circa 1945

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«MOON RIVER»

“MOON RIVER”

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Por suerte el patito feo no soy yo, el destino quiso que fuera otro. Yo solamente soy el más torpe. Pero eso lo supe mucho tiempo después cuando la vida me enseñó sus trampas y aprendí que navegar contra corriente es difícil.

Detesto estar en este fangal rodeado de todas las especies de insectos molestos; demasiado ocupado en esconderme y encontrar la manera de evitar caer en la celada que me han tendido mis enemigos. La maraña de hojarasca que flota a mi alrededor apesta y no consigo nadar con la destreza necesaria para avanzar. No lo conseguiré…

Están cada vez mas cerca; el pie del que los dirige pisa de modo cierto y contundente; lo puedo oír con nitidez…

La oscuridad está solo rota por algunos sonidos; se percibe en la orilla el cadencioso croar de las ranas que sigue el compás de los latidos que golpean mis sienes…

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Tomo aliento en una roca azul que se me antoja protectora y sobre la que lunea un reflejo gris. Es cierto que hubo un tiempo en que fui más feliz y menos cobarde; aunque no lo recuerdo bien porque mi candidez era vivir en la absurda rutina de mi propia ignorancia. Ahora dudo de todas aquellas dichas y esperanzas en mi futuro, creo que eran solo el espejismo de proyectos que nunca llegarían a ser realidad; y la realidad está muy presente cuando le toca a cada uno de nosotros vivir un trance como este…

No se puede tener más reflexión, que la que te permite la huida, que es la prioridad.

El arma era una escopeta Beretta, modelo Xtrema2, y su capacidad de disparo 12 cartuchos en 1,73 segundos… Acertó a la primera y cinco plomos lacerantes entraron en mi cuerpo buscando insistentemente mis vísceras.

Ahora tarareo “Moon River”, aquella melodía de “Desayuno con Diamantes”; me preparo para el vuelo final de mi vida y os dedico, antes de partir al “Pataíso” mis últimas palabras, las únicas que siempre he pronunciado:”Cuá–Cuá”!

Mañana me colocarán en un féretro de porcelana serigrafiada y me adornaran con una naranja macerada con “Cointreau”… Sin epitafio. Mi esquela–menú del restaurante será:

“Pato a la Naranja”

¡Que os aproveche!

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Un Prólogo a Destiempo

Observarán Uds. que este post es distinto a todos los demás. Pues éste prólogo, no hace honor ni a su nombre ni a su cometido, a su intrínseca particularidad; porque en vez de anunciar lo que ha de llegar, va e –inusualmente– se desplaza hasta el final del escrito comentando lo que ya se ha leído. Tiene una explicación lógica: Lo que se acaba de leer merece una relectura por eso del ponerse en la piel (en el pellejo en este caso) del protagonista del relato; y así, poder discurrir mejor el quejumbroso y pesaroso alcance de esta narración. Eso mismo recomendé (a la relectura me refiero) en otro relato –aquel si que era mío– que también subí a este cuaderno de bitácora y que se llamaba “Una noche inquieta”. Sigo…

La atribulada historia que acabáis de leer ahora, la ha escrito un muy apreciado amigo: Juan Antonio O’Donnell.

Y sobre él, apunto esto:

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“Juan Antonio O‘Donnell podría parecer un atildado chef francés
o quizá jefe de pista de un circo clásico, pero es un madero en toda regla”
(Teodoro León Gross)

Conozco a Juan Antonio desde que el uso de razón y la coherencia luchaban denodadamente por hacerse inquilinos fijos en mi carácter. Yo era un rapaz –por aquella época– tímido y apocado; con esa pusilanimidad que sólo la adolescencia, con muy mala leche, te regala. Juan Antonio –con ese mostachón de Mosquetero de la Reina o de duelista de OK Corral– ya pululaba por mis alrededores con sus amigos coetáneos que eran mis hermanos mayores. Yo, ya lo he dicho antes, era un zascandil mozalbete que pensaba en cosas muy distintas de las que pensaban los que me llevaban, y separaban, un trecho (muy corto) de años.

Transcurrido el tiempo –cuando la edad adulta nos pone a todos en su sitio y desaparece física e intelectualmente la distancia que marcan los años cumplidos– Juan Antonio ya me mira y considera, como un mayor crecido, y maduro; y así, de esa manera, va y me honra y me brinda –con amplia generosidad– su amistad y confianza para siempre.

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Yo, sin embargo –ya se sabe que a los que padecemos retazos del Síndrome de Peter Pan, no les pasa el tiempo por encima a la misma velocidad que al resto de los mortales– sigo mirándolo y tratándolo con un soplo de admiración y de enorme respeto; todo ello tamizado por el cariño que desde siempre, las familias O’Donnell y Souvirón (estamos emparentados) nos hemos dispensado.

Por eso, cuando me lo encuentro –pongamos de ejemplo el último caso– en Casa Mira con un cucurucho de turrón por testigo. Y le atraco sorpresivamente, y le echo el brazo por encima, y beso a su mujer, y charlo animadamente con él, y nos vamos al Lounge del Chinitas (para ver cómo se maquilla de luz la Torre de la Catedral), cuando todo eso pasa… cuando todo eso pasa, no sé si él lo notará, pero todo eso lo hago con un orgullo indisimulado del que se sabe distinguido por la consideración de un amigo noble y honesto, deferente y honrado.

Con Juan Antonio, también suelo encontrarme cada año en las recepciones consulares de la “Fiesta de los Fuegos Artificiales” de principios de la Feria de Agosto, y cada vez que nos vemos, hacemos nuestra la leyenda de Fray Luis de León con un remedo del “Decíamos Ayer” y seguimos charlando.

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El privilegio de tener de tu parte a un Inspector Jefe del Cuerpo Nacional de Policía, a un Jefe de Prensa y Protocolo, a un reputado tertuliano televisivo y a un notable y distinguido malagueño, todo en uno, no es nada comparado con el apego, la amistad y la camaradería que, espléndida y generosamente, me dispensa cada vez que nos vemos; y que yo, le agradezco de una manera afectuosa y entrañable. Apreciada y satisfecha.

Relean “Moon River” lo leerán con otros ojos. Con otras alas. Empapados y embriagados resignadamente de “Cointreau”. Esperemos que la saga continúe, porque aquí siempre tendrá, en la mesa de mi blog, un sitio reservado. Con el permiso, esta última frase, de nuestro común Jose María Alonso.

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Nota: Excepto la fotografía, las imágenes restantes que ilustran esta entrada han sido realizadas por Robert Steiner

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CLEMENTE. EL NIÑO DEL SILVA

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CLEMENTE: EL NIÑO DEL SILVA.

 Conozco a Clemente Pérez Acosta desde los tiempos del blanco y negro en el cine, desde las treinta tres revoluciones por minuto en el picú, desde los yogures naturales (no había de sabores) tapados con celofán y cerrados con gomilla elástica de las lecherías. Conozco a Clemente Pérez Acosta de toda la vida. La de los dos. Desde que él era un mozalbete y yo un niño repelente. Y desde aquellos tiempos, ya muy lejanos, aún hoy mantengo y perpetúo una amistad fraternal con él, basada en una suerte de herencia respetuosa, de la cual ambos estamos orgullosos: Nuestros respectivos padres.

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 Antonio Pérez Silva, fue Sargento del Real Cuerpo de Bomberos de Málaga en los tiempos en los que mi padre Fernando Souvirón Huelin, ocupaba el cargo de Comandante Jefe. Estos, los dos, siempre mantuvieron un fuerte lazo de amistad y compañerismo avalado por la fidelidad, la lealtad y la nobleza. Por la más inquebrantable  y mutua confianza. Antonio Pérez Silva “El Silva” era un hombre que sabía ser rudo con la indisciplina y con la insubordinación; pero a la vez –como todo buen jefe- desplegar una enorme corriente de empatía, de afecto y de aprecio entre sus subalternos. Siempre dije y digo, que yo -que pasaba muchísimo tiempo en el Parque de Bomberos- al Sargento Silva, lo sentía como de mi propia familia. Por esa deferencia y ese cariño que él me profesaba y que me demostraba continuamente por ser el más chiquitillo de los hijos del que manda: El baranda.

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Los “Silva” eran dos hermanos de lo más distintos. Estaba Manolo, serio y adusto, y un poco arisco, que era Jefe de Mecánicos, con el cual yo mantenía interminables conversaciones. Después, estaba el citado Antonio y más después aún, llegaron los hijos de estos: Clemente, Miguel y Salvador. Clemente, que es al que me voy a referir en este relato, era  -me atrevo a calificarlo por eso de la amistad- un noble bruto. En el sentido más literal de las palabras: Noble; por esa lealtad sencilla y espontánea que regalaba; eso sí, a quien le entraba por los ojos; porque con quien no le entraba… Con quien no le entraba por los ojos, era lo que él mismo se autodenominaba: un hijo de la grandísima puta. Y cito sus propias palabras. Cómo te lo digo y cómo te lo cuento.

 Y era un bruto, continúo, porque su vehemencia y su ímpetu natural, le llevaba a realizar verdaderos disparates físicos –tan irracionales cómo insensatos- que, como no podía ser de otra manera, le pasaron factura en la vida proporcionándole una mala salud de hierro que al final, terminó por quebrarse. Y por ahí anda; vivito y cojeando.

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Clemente. Mi fraternal amigo Clemente, fue compañero de trabajo durante no pocos años. Y durante ese tiempo, compartimos amistad y multitud de anécdotas.  Sobre todo las de él. Era Clemente Pérez un dechado inacabable de historias y sucesos que él – en primera persona- había sido si no el protagonista, si uno de los actores principales. Y esos hechos, pesar de su truculencia y su manifiesta siniestralidad, a pesar de ser terriblemente trágicos, oyéndolos de boca de Clemente, pasaba –por el enorme surrealismo que destilaban- a ser tremendamente jocosos; porque dichas anécdotas, obviaban las pertinentes buenas costumbres y las debidas virtudes que se nos suponen a los correctos y sensibles seres humanos. Pero no era este el caso, maifrén. No lo era para nada.

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Porque aquella distensión en las reglas éticas, nos proporcionaba a sus oyentes, tardes descacharrantes y desternillantes entre chupitos de Whisky DyC de cinco años y paquetes agotados hasta el estruje de Lucky Strike: A partir de las ocho siempre, que era cuando terminábamos de trabajar.

 No sabéis cómo añoro esos años en que las aguas corrían por los cauces debidos!!

 Así que no lean estas líneas que ahora vienen los atribulados meapilas y soplacirios; los melindrosos, blandengues y remilgados: Absténganse gazmoños y timoratos. Pánfilos, escrupulosos y aprensivos;  porque los cuentos, las anécdotas, las historias de Clemente Pérez Acosta, eran y son, para hombres que se visten por los pies. Para mujeres curtidas; no para adoradores del buen rollito y lo políticamente correcto. Estos relato ( el de hoy y los próximos que pueden venir) son para gente que no se para a pensar en lo apropiado o no de los actos; para los que se rigen en el acatamiento estricto de las normas de urbanidad.  Porque para el que no lo sepa,  quiero aclarar que –como decía mi padre- a los bomberos, nunca los llaman para ninguna fiesta ni para ningún acto agradable. Siempre que son llamados, acuden a incendios donde se pueden  -y se encuentran- personas abrasadas. Descuelgan suicidas de los árboles, sacan de ataúdes de metal destrozado a víctimas de accidentes de tráfico. Tienen un trato continuo y cercano con la muerte; y a veces, muchas veces, rozándola, la esquivan engañándola cómo pueden.

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Un trabajo durísimo y muy difícil de sobrellevar; y  más en la época de Clemente, con muchísima más voluntad y cojones que medios materiales. Así que estas carencias las compensaban –por eso de la mala costumbre- con un macabro sentido del humor que les distanciaba, aparentemente, de la locura y la insania que les procuraba su trabajo. Un trabajo no apto para estómagos delicados ni para conciencias impolutas.

 Esta, es una de ellas; quedan algunas en el tintero que aún estoy decidiendo si sacarlas a la luz o no. Ya se verá.

 A modo de poner en situación al lector:

 Clemente al igual que su padre, pertenecía al Real Cuerpo de Bomberos de Málaga; por esas “cualidades” que he citado anteriormente era el compañero perfecto para meterse en cualquier boca de lobo que se presentase. Y pobre lobo si se presentaba! Si un compañero lo llevaba al lado en un fuego, en un rescate, en cualquier servicio, si llevaba al lado a Clemente, se sentía afortunado y sabía que algo tenía ganado.. Los novatos…menos.

 Esta vez referiré la anécdota que he dado en llamar:

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LOS FAROS DEL DOS CABALLOS Y GILDA.

 (Quedan, ya te digo, un par de pendientes para más adelante. El Muerto que
Perseguía a los Bomberos, y Un Pulpo y su Docena de Flanes.)

 Vamos a por la de hoy:

 Ya te digo; a los veteranos les encantaban llevar a Clemente al lado, pues era tan “echao p’alante” como resolutivo. “Esostáclaro” le gustaba decir. Pero los bomberos de nueva hornada se rilaban nada más pensar en lo que les podía caer, a modo de bautizo profesional, llevando a este experto de lo más peor y lo más duro en la cuadrilla.

Sucedió que un día hubieron de acudir a una calle muy céntrica –junto a la plaza de la Merced- para entrar en un piso donde vivía una anciana a la que no se le había visto el pelo en días y que, además, para más señas y sospechas del vecindario, el piso despedía un poderoso, dulzón e inaguantable olor a podrido.

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Llegó el retén de bomberos a la citada dirección:  un “pronto socorro” que era un jeep chato de apoyo con material y escalines, y una ambulancia. Subieron por la escalera del edificio el Cabo Martos –otro cachondo apodado el Periquito- el  ex Guardia Civil y experto en recoger vísceras Ballesteros, mi amigo Clemente y un bisoño y novato recién llegado al cuerpo al que llamaremos Gabino para disimular.

 Llamaron a la puerta del domicilio de la anciana. Nadie contestaba. Insistieron. Nadie contestaba. Imperaba el más absoluto silencio de los corderos. Un insoportable y  pestilente fuky salía en vaharadas por las rendijas de la puerta. El novato, Gabino, empezaba –ante la atenta mirada de refilón de los veteranos – a contener las arcadas y la respiración. Decidieron pues, para minimizar daños, entrar por el balcón, pues era un primer piso. Pusieron el escalín, llegaron a la balconada, rompieron un cristal y entraron. Ricardo -el chófer- esperaba abajo junto a la ambulancia.

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Un insufrible pelotazo de peste les rodeó de inmediato. Una fetidez, un tufo, un hedor imposible de soportar; sobretodo, si llevabas poco tiempo en el Cuerpo, como era el caso del novato y no estabas acostumbrado a incidencias de este tipo. El rostro de Gabino pasaba del blanco roto al marfil. Y de éste, a un gris ceniza que le daba un aspecto verdaderamente enfermizo y compungido.

 Los más aguerridos: Clemente, Ballesteros y el Periquito se adentraron en la casa cómo si tal cosa seguidos de Gabino sabiendo lo primeros, con la certeza de la veteranía, lo que se iban a encontrar.  Minutos después, uno de ellos llamó en voz alta a los demás desde la salita de la casa…

 –        Venid pacá!!! Akistá!!!

 Habían encontrado a la anciana muerta sentada en una mecedora. Todavía llevaba la toquillita puesta sobre los hombros.

 –        Niño! –me contaba Clemente entre chupitos muerto de risa-“La viea, tenía toa la cara de un Dos Caballos. Con los ojos salíos y saltones como si fueran los faros de un Dos Caballos, niño!”

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Se miraron los tres ante la anciana; se pegaron un codazo, y llamaron al macilento novato que estaba aterrado y asqueado en la puerta de la habitación al borde del soponcio y con la esperanza de no tener que intervenir.

 –        Mira, Gabinillo ío, cógela tú anda,  que así aprendes! Le dijeron al incauto.

 Éste, intentando sobreponerse a la situación, sacando fuerzas de las pocas flaquezas que le quedaban, se acercó a la anciana. Los otros miraban atentos al percal. Le dijeron el modo y manera del cómo cogerla y así, con esas indicaciones,  se dispuso el novato a  intentar levantar el cadáver. Se acercó a ella tratando de evitar las arcadas, y cogiéndola de los brazos a la altura de los codos, tiró con fuerza para arriba, con tan mala fortuna, que la despellejó tal si fuese Rita Hayworth en la escena del baile de Gilda quitándose los guantes. Los dos a la vez.

 El Novato lanzó un alarido. Hiiiiiiii!!!! Y se pego una culada. Pegó tres arcadas y se fue corriendo a vomitar a la cocina, mientras los otros tres se miraban con gesto de resignación y empezaron a hacer el trabajo que les había llevado allí.

 Ay! ezú por Dioss se dijeron entre risas; y llamaron a Ricardo para que les ayudara..

 Nota aclaratoria:

 Durante mi niñez, y no tan niñez, por el cargo que ocupaba mi padre, tenía que oír a menudo chistes y chanzas acerca de que los bomberos estaban todo el día jugando al parchís, que si cuando llegaban a un siniestro lo rompían todo… y demás imbecilidades.

 Nadie sabe – si no se pertenece al Cuerpo o se es allegado- a las terribles situaciones que se tienen que enfrentar estos hombres y mujeres en su trabajo y lo que tienen que hacer para sobreponerse en determinadas circunstancias y a sus propios sentimientos.

 Dignos son todos ellos de mi más admirado respeto y consideración.

***…***

VUELVE LA NAVIDAD A CASA GORGONZOLA. 2013

VUELVE LA NAVIDAD

A CASA GORGONZOLA.

 2013

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LOS CUATRO, LOS CUATRO…

SIEMPRE LOS CUATRO

 Lo reconozco; soy muy tradicionalista, mucho. Pero no se confunda esa condición con la de ser conservador; háganme Uds. el favor.

 Digo tradicionalista, porque a pesar de que tengo la capacidad -de la cual me satisfago- de fusionar y hacer convivir costumbres nuevas con las adquiridas y asumidas en todo mi periplo vital, no sólo no reniego de estos hábitos, sino que además trato de imbuirlos y traspasarlos a mis hijos para que sigan dando la tabarra, con mis manía y mis querencias, a los que hayan de venir detrás de mí.

No se me confundan Uds. háganme el favor, y crean que les estoy hablando de clasicismo trasnochado o folklore casposo; de prácticas anticuadas o de pasado nostálgico. Estoy hablando de conservar las raíces, y los usos y los modos, en los que fui criado y educado y que -orgullosamente- aún trato de mantener.

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Adoro algunas prácticas que me resultan absolutamente gratificantes: La costumbre de mis cuñados de que me regalen un jamón ibérico en Navidades (habrá cosa más bonita?) o la de los otros, que desplazados a mi domicilio, me cocinan una inimitable orza de lomo en manteca para que nos acompañen y acaricien el paladar las frías tardes de Invierno (habrá otra cosa más bonita?) También me encanta esa tradición de asistir a la Fiesta de los Villancicos cada año a Casa de los Gaviño-Spinner, para que una vez acabando con las viandas y los licores, Margarita nos haga entrega a los Gorgonzola (en petit comité y ocultos de miradas envidiosas y suspicaces) de una caja llena de galletitas hechas por ella misma a la suiza manera; cómo no podía ser de otra forma.

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Me fascina que vengan Titi y Ana a visitarnos cargadas de ellas mismas, que ya es bastante. Porque bailaremos y reiremos hasta desfallecer. Desfallecer de puro contento, que es cómo a nosotros nos mola. Comprar dulce de los conventos con Maxi y Pepa; y que vengan Jóse y Silvia a abrirnos el jamón y a beberse mi reserva de Ron. Que venga. por fin, mi hermano Fernando y su manada, para hacerlo llorar; tanto de risa cómo de ternura y emoción. Cómo a él le gusta.

Me encantan también esas costumbres -que a fuerza de ejercer cómo tal, se transforman en tradiciones- como es la de mi querido amigo Fernando Damas que, cada vez que nos reunimos con la Logia del Negro Anaranjado, tiene a bien el obsequiarme con botella de ron de la más alta excelencia.

Me gusta esa nueva costumbre que tiene mi hija Cristina -desde que se emancipó- que es esa que nos traiga churros para desayunar cada domingo por la mañana. Para aliviar indeseadas, pero gloriosas, resacas sabatinas. Los cuatro otra vez juntos.

Me gusta adornar la casa por Navidad. Cada Puente de la Inmaculada y de La Constitución.Me gusta.

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Adoro que los Gorgonzola nos reunamos los cuatro -siempre los cuatro- y que Cris, nos haga más galletitas de mantequilla que dispondremos en bandejitas ad-hoc junto a otra bandeja de porcelana centenaria de mi abuela Matilde, sobre la que reposan algunas botellas de espirituosos que darán su vida en martirio por atender a mis invitados cómo ellos se merecen.

Me gusta preparar la fondue de queso que la familia nos zamparemos en el intervalo del almuerzo; mientras descansamos de instalar las luces de las ventanas que adornan e iluminan la calle desde nuestro salón. De colgar guirnaldas y flores de Pascueros. De llenar la casa de villancicos. Una música que cada año se debate en una lucha  feroz y sin cuartel entre Frank Sinatra y Manolo Escobar; según sea Father o Santa quien disponga el ambiente. Cris en mi bando; Cigalowsky en el bando contrario con su madre.

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Este año estoy contento, y mucho. Pues hemos decidido recuperar una tradición que teníamos ciertamente abandonada desde hace ya algunos bastantes años. Montar el Belén. Con permiso, claro está, de Paco Martínez Soria.

P1190337(Nótese algún intruso en el Belén; los encontráis?)

Desde que los tiernos infantes crecieron, se abandonó dicha costumbre que éste año, ya te digo, vamos a recuperar. Pero no sólo esa; sino también la de desplazarnos -tijera podadora en mano- a nuestro Monte de San Antón y traernos para casa un abundante acopio de ramas de algarrobo, de pinos y de lentiscos. Enormes manojos de tomillo y de romero; de naranjas cachorreñas y de piñas de abetos. Musgo verde y húmedo; piedras llenas de manchas blancas y amarillas de líquenes. Todo un botín botánico natural que compondrá un escenario, fresco y perfumado a campo, donde se situarán las figuras de barro que en su día el Father Gorgonzola compró – hace ya la friolera de medio siglo- en una ya irretornable Plaza de la Merced abarrotada de puestecillos de Navidad, Circa 1963. Todo un botín botánico natural, ya os digo, que coronará también los muebles que desde hace mucho más de un siglo, acompañan la vida de la familia Souvirón y que cada año, al realizar este rito, saben que han cumplido un año más de vida vivida. Yo me entiendo.

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Así que este año, la Casa Gorgonzola -cómo cada mes de Diciembre- otra vez se vuelve a vestir de luz y de Navidad. Y esperará, impaciente y nerviosa, a que los regalos vayan apareciendo -de manera encubierta, pausada y misteriosa- a los pies de nuestro Árbol. Para que el día de Reyes (Santa Claus Go Home!) comiéndonos unos trozos de roscón de la Confitería La Exquisita, (todo es tradición) los abramos en un mar de ilusión, de sorpresa y fascinación. De amor. Los cuatro, los cuatro; siempre los cuatro.

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 Porque ya es Navidad en Casa de los Gorgonzola. Ya es Navidad!

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MAPAS Y COMPAÑIA

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MAPAS Y COMPAÑÍA

 Por fuera, tiene la solemnidad de un pub británico. Por dentro, lo acogedor y  hospitalario de cualquier posada de Burford  o de Cotswolds  en la campiña inglesa. Una de esas, que en el camino, te acoge cómoda y afablemente -para que sentado con un buen Scotch Loch Lomond en la mano y junto a la chimenea- releas por enésima vez El Asunto Tornasol, Los Cigarros del Faraón o El Cetro de Ottokar.

 En la Librería “Mapas y Compañia” puedes viajar desde Borduria hasta Sildavia sin moverte tan siquiera de tu sitio. Puedes subir a bordo del Karaboudjan o El Unicornio aún a riesgo de marearte en tu sillón preferido. Pero, no bajéis la guardia!  tened precaución! porque si os coge Serafín Latón os tratara de vender, seguramente, una póliza de seguros; tened cuidado también con el General Alcázar, que tiene muy malísimas pulgas. Y si por una de esas casualidades de la vida, -los azares que le llaman- me encontráis de frente, no lo dudéis ni un solo momento –Mil millones de rayos!!– por que estaréis de frente ante el mismísimo Marqués de Gorgonzola.

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Mientras, observad, entre libros de viajes y aviones colgados del techo, que Haddock se pelea con Hernández y con mi sobrino Juanjo, que es Fernández; y Tornasol pierde la cabeza porque su péndulo se vuelve loco con tantos globos terráqueos -qué como en Las Siete Bolas de Cristal– giran alrededor de su cabeza. Y Rastapopoulos… donde se habrá metido el maldito Rastapopoulos?

 La Librería Mapas y Compañia es una mágica y entrañable sucursal del Universo Tintiniano. Un precioso rincón de madera y papel a las ordenes de mi querida sobrina Cuqui (¡Por qué poco no se llama galleta!) que a poco que se lo proponga -y tú te distraigas- te invitará a un té caliente -para que te repongas de tu viaje al Tibet o al País del Oro Negro- en un ambiente cálido y amable.

 La libreria, lo recomiendo encarecidamente, merece una visita lenta y pausada. Un recorrido por ella atento y sosegado; porque es una referencia en Málaga del buen gusto, de la mejor atención y de un inmejorable surtido de la mejor literatura, del regalo original (Oh Dioses!!! Esas figuras de Haddock o del Fusée…) de guías de ciudades y de mapas de viajes y Compañia.

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Tengan cuidado los pillos y los cacos, los rateros y los chorizos; pues por alli pululan Wallander, Chamorro y Bevilacqua; y tambien vigilan Marlowe y Poirot; Charlie Parker y Pepe Carvalho. Leo Caldas y, como invitado de piedra, el denostado Harry Quebert ,enamorado de una adolescente, por mor y culpa de la tentación irresistible de Nabokov.

 Entrad en el reino de la fantasía y de la ficción. De la narrativa y la información. Entrad en el mundo de los viajes y de los deseos realizados. Aspirad ese perfumado olor a libro nuevo -nada mejor para el espiritu- del que carece el triste e imperturbable ebook. Tan inhumano cómo sin alma que es.

 Mapas y Compañia…Os apetece un te?

  Dirección: Calle de la Compañía, 33, 29008 Málaga

Teléfono:952 60 88 15

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TÍO JOSEMARÍA

«Allá lejos, donde estaba,
nunca me sentí lejano
porque existía la palabra»
«¡Que lástima que no estés  aquí, para verme ahora tan firme sobre mis pies!»

 


Tío Josemaría

Cuando Tío Josemaría entraba por la puerta, todo el mundo guardaba un expectante y respetuoso silencio; hasta que él, imponentemente y con una sonrisa en la boca, saludaba. Todos menos yo -todo hay que decirlo- porque al disponer de la mas corta edad entre todos sus sobrinos, él, me lo permitía casi todo. Así que yo echaba a correr, me apretaba a sus elegantes pantalones de Tweed que siempre llevaba con una raya tan perfecta que podría cortar como una navaja; le pisaba sus rutilantes zapatos de piel picoteados y él, a su vez, me ponía la mano en la cabeza, entendiendo, que yo era el mas zascandil, revoltoso, y joven de la familia. El benjamín que se dice. Tío Josemaría Souvirón Huelin era hermano de mi padre; y yo, además, detentaba el honor de ser su ahijado. De hecho, me pusieron mi nombre por mor de su hijo Álvaro. El apellidado Souvirón Price.

(Álvaro Souvirón Price)

Que Tío Josemaría estuviese presente en cualquier conclave familiar – pongo por ejemplo la reuniones familiares navideñas en mi casa- aseguraba una velada de risas y comentarios jocosos; celebrábamos que estaba de nuevo entre nosotros. Además de ser interesantísima. Porque Tío Josemaría, cuando hablaba, cuando contaba anécdotas, nos dejaba a todos y en especial a los más jóvenes -que no nos atrevíamos a participar en la conversación, y maldita la falta que hacía- absolutamente absortos, pasmados y distraídos. Boquiabiertos, para que negarlo. Sus anécdotas de Chile…. Sus entretenidas e ingeniosas charlas, sus historias de miedo, cualquiera que fuese el tema, siempre resultaban extraordinariamente ilustrativas y enormemente amenas.

(Tía Pila, Tio Josemaría, Fernando- mi padre- y Tío Matías Huelin)

Podría hacer una glosa de la vida literaria de Tío Josemaría -fue premio Nacional de literatura- pero para eso esta la Red y la Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Mar%C3%ADa_Souvir%C3%B3n Podría relatar aquí una somera biografía que abarcara sus años en Chile donde era Doctor Honoris Causa por la Universidad de Santiago. Podría también hablar más profusamente de sus años como catedrático de Literatura Contemporánea en Madrid. Pero no voy a hacer eso, por el motivo antes expuesto. El que quiera ilustrarse que busque en la Generación del 36: esa del Panero, de Miguel Hernández o de Dionisio Ridruejo. Aunque no puedo dejar de referenciar que por edad -dice la Wiki- podría encajársele en la Generación del 27. Tampoco su amistad con Neruda o con José María Hinojosa, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados; con estos últimos amigos, fundó la revista » Ambos», precursora de «Litoral.» http://www.diariosur.es/20070627/malaga/tiempo-pasado-jose-maria-20070627.html A lo que vamos: de Tío Josemaría, guardo recuerdos grabados indeleblemente en mi memoria. El camión de juguete que me trajo en una visita inesperada –como el título de un poema que conservo y que está escrito en un cuadro con una pintura de un autor cuyo nombre desconozco- allá por los mediados sesenta cuando aún vivíamos en la Calle de los Mártires, 17. En pleno centro de la ciudad. Recuerdo como me enseñaba una tarde de verano en la Cañada de los Ingleses- vestía unas elegantísimas bermudas que después yo heredé- a merendar galletas María Fontaneda levemente mojadas en agua fría. Si, parece repugnante, pero probadlas. También recuerdo las reuniones literarias en el mismo llano de la Cañada con el barbiblanco Bernabé Fernández Canivell, con Pérez Estrada o con Alfonso Canales (Tío por cierto de mi querido amigo Eduardo Guille). En estas reuniones, yo permanecía callado pero atento, sentado en el suelo escuchando hablar a los tertulianos mientras jugaba con las semillas de “Llagas de Cristo” que Tío Matías después me hacía esparcir en la falda del monte de Gibralfaro para que más tarde se vistiese este de colores. Disponía Tío Josemaría de una especie de casita-apartamento en la casa de Tía Lourdes y de Tío Matías; con una biblioteca circunstancial -la suya principal la tenía en Madrid- encima de la cual tenía su colección de copitas robadas en las más distinguidas coctelerías de España, de Paris o de Latinoamérica. (Yo conservo todavía una preciosa). Un retrato de su preciosa hija Jacqueline, complementaba la somera decoración.

(Tío Josemaría con Jacqueline en La Cañada)

Ya he dicho en alguna ocasión, de que yo -cuando no estaba Tío Josemaría- disfrutaba de ese apartamentito en las frecuentes estancias que pasaba en la Cañada de los Ingleses. Puede que el dormir rodeado de libros, me sirviera para apreciar la lectura en mi edad más adulta. Tenía Tío Josemaría un encanto especial que le hacía enormemente atractivo para las mujeres. Mi madre decía que tenía una voz preciosa. Y un talento innato para la conversación interesante. Aquí le podéis ver con la actriz Ava Gadner y con una amiga común.

(Tío Josemaría conversando con Ava Gardner y una amiga común)

De él guardo con enorme cariño, algunos libros, algún trabajo de Lara (el mismo autor del dibujo que encabeza esta entrada) y -entre otras cosas- un dibujo realizado por el pintor Escassi, que me regaló mi tío cuando nací y que guardo con un enorme orgullo y cariño. También tengo felizmente su precioso bastón de raiz. Murió mi tío y padrino en el mes de Agosto de 1973 en Málaga. Contaba yo los diecisiete años y fue a esa edad que me pasó la cosa que mas me ha avergonzado en toda mi vida. Sépase que -como decía el poeta amigo JMGdP- era yo por aquella época, displicente y retraído, y que ahora, amparado por la semi presencia que te procura el teclado y la pantalla, me atrevo a contar públicamente… Tío Josemaría fue enterrado en una tumba del Cementerio de El Palo. Junto al mar, tal y como él deseaba. En su lápida reza -también por deseo expreso suyo- un lacónico epitafio:

JOSE MARIA SOUVIRON. POETA. “Hizo todo por amar a Dios, Y todo lo que pudo para amar a los hombres”

Ahora, la anécdota: El telediario había notificado su fallecimiento en su emisión de la tres de la tarde. El ABC hacía una glosa de su vida literaria, y la familia, compungida, se preparaba para -después del sepelio -hacerle un romántico, sentido y poético homenaje de despedida en el puerto de Málaga. Allí, reunida la familia con una nutrida representación del mundo intelectual madrileño -desplazado a Málaga por tan aciago y luctuoso acontecimiento- nos disponíamos a realizar el acto fúnebre. Tía Lourdes y Tía Pilar Souvirón Huelin -hermanas del interfecto- habían preparado un paquetito que contenía un libro de sus poemas, unas piedras del llano donde solía sentarse a la sombra del chambao de enredaderas (ese mismo donde tenían lugar las tertulias literarias) y unas ramitas de pinos del Monte de Gibralfaro. Todo bien atado con una cinta muy mona. Todo muy emotivo, puedo asegurarlo. Nos desplazamos toda la comitiva a la zona de la Farola. Junto a la Casa de Botes del Club Mediterráneo. La aflicción y la pesadumbre flotaban en el ambiente. Yo -recuérdese que manejaba unos insolentes y adolescentes diecisiete años- contemplaba la escena dolorido. Llega el momento de echar al agua el paquete recordatorio esperando que este -flotando plácidamente- se alejase parsimoniosamente, poco a poco y para siempre, en el horizonte cercano que suponía el morro de poniente. Se delibera entre los próceres más ilustres y la familia más cercana quien debe de ser el elegido para que el paquetito funerario sea lanzado al agua. Cuando una inoportuna voz se oye que dice: ¡Qué sea el más joven el que lo haga! ¡Zuputamadre! Pienso yo temblicón. ¡Zuputamadre! Todas la miradas se dirigen al zangolotino y chisgarabís jovencito que está atribulado y semi escondido detrás de su padre. ¡Eso! ¡Que sea Alvarito quien lo haga! ¡Que sea el niño! ¡Eso, el niño! ¡Zuputamadre! Yo, que me aturullo y horrorizo. Los colores suben y bajan y se afianzan en mis mejillas ya para unos cuantos años; y al cariñoso empujón de mi padre, acudo al filo del muelle donde Tía Lourdes contrita y emocionada me hace entrega del dichoso paquete (Que Alá confunda). Yo lo cojo, lo sopeso y haciendo acopio de todas fuerzas, trato de lanzarlo inconsciente y violentamente lo más lejos posible. Tal es la fuerza desplegada, que el paquete a escaso medio metro de mis narices, empieza a deshacerse en un rapidísimo remolino en el aire. Flaaash! Salen las piedras, como balas, disparadas directamente al fondo del mar. El libro se despliega en abanico resignado a su fatal destino, pega en el filo del muelle y cae a treinta centímetros de mis pies. En el agua. Flota desangelada y dramáticamente. Las ramas de pino, aún las está buscando Paco Lobatón. Yo, me quedo absolutamente horrorizado. ¡¡¡Ayyy… Maremía!!! Quiero ser el muerto en vez de Tío Josemaría. Me vuelvo despacio y contemplo a todos –excepto a Tía Lourdes, que esta a punto del soponcio- mirándome fijamente; con las bocas apretadas como culos de pollos. Los mofletes hinchados a causa de la risa contenida y los ojos de cada uno de los dolientes a punto de salirse de sus orbitas. Todos con un temblor apenas contenido. Pffffff… Se oye un espurreo. Otro más. Varios más. Una risa. Dos. Tres. Yo, mientras, estoy a punto de morirme de vergüenza. Las risas dan paso a un incontenible rosario de carcajadas. Mi tío Ignacio -hermano del finado- y que vivía con nosotros en casa, exclama: El jodido cabrón del niño… A Josemaría le hubiese encantado este final. Y todos, dando rienda suelta al alivio, volvieron a estallar en carcajadas, mientras yo, daba mil duros por un boquete donde esconderme. Nos metimos en el coche de papá con mi madre, mi tío Ignacio y no recuerdo quien más. Todos llorando de risa y yo colorado como un tomate. La familia Souvirón es, afortunadamente, así. Así fue y así lo cuento. Sí puedo asegurar que Tío Josemaría desde su última morada en el Palo, junto al mar que tanto amaba, se estaría descojonando. Eso, repito, lo puedo asegurar absolutamente. Esto que viene ahora, es una selección de poemas que he transcrito de algún libro suyo que tengo en casa; -incluso un poema que en su día musiqué dedicado a mi Tío Matías- y algún otro que he encontrado buceando en la red. Adorno y separo cada uno de ellos, con fotos de mi colección privada de postales malagueñas de los años sesenta-setenta que datan de esa época en la que Tío Josemaría y yo, merendábamos a la sombra del chambao, galletas María Fontaneda mojadas en agua fresca, allá en la Cañada de los Ingleses; mientras él, me contaba historias de miedo. N.B. Las fotos están sacadas de la portada de la revista literaria Ínsula y de mi propio álbum de fotos familiares.

JOSE MARIA SOUVIRÓN.

POETA.

# 01. No sé

Amor, no sé qué calidos rumores tienen esta mañana las colmenas. Amor, no sé qué pálidos colores hay en las cumbres altas y serenas. No sé, amor, de qué trémulos dulzores están las flores y las frutas llenas, ni por qué son más dulces los olores que vienen al abrir las alacenas. No sé qué tienen, amor, esta mañana que suenan como un ángelus lejano cuando sale el rebaño, las esquilas; y que al abrir de pronto la ventana, alondras al alcance de mi mano se quedaron mirándome tranquilas.

# 02. He Soñado que estabas a mi vera

He soñado que estabas a mi vera y que tenías tus manos en las mías; ya no recuerdo lo que me decías, pero era dulce oírte, compañera. Me mirabas de amor, con la sincera clara mirada de los bellos días y se iban enredando mis poesías en el perfume de tu cabellera. Era tan dulce oírte, y era tanta la maravilla de tu voz serena, que, al sentir mi soñar desvanecido, me desperté con llanto en la garganta, y las carnes doliéndome de pena, y el corazón doliéndome de olvido.

# 03. Cuando la aurora

Cuando la aurora ponga en los caminos flores de nieve y témpanos de aromas, cuando el rumor de un vuelo de palomas en la invernal caricia de los pinos; y cuando los redondos remolinos se lancen por lo alto de las lomas buscando calentarse en las redomas de los profundos pozos cristalinos. Cuando el viento esté solo en el sendero dando saltos de escarcha y luna fría, o patinando en vértigo campero; cuando la noche luche con el día… ¡Entonces te querré como te quiero, como quiero quererte, vida mía!

# 04. Madrigal

Si al sol llamo sol, no es a él, sino a ti que sol te llamo. Si llamo luna a la luna, es que a ti te estoy llamando. Si llamo a la rosa rosa, es que en la rosa te hallo. Si llamo amor al amor, es sólo porque te amo.

# 05 .En medio de esta noche tan oscura

En medio de esta noche tan oscura se anuncia el dulce brote de la espiga y arde la flor que el temporal castiga con una oculta luz, serena y pura. Ya sé que la luz vive y que perdura, ahora, qué más quieres que te diga? Abierto está mi corazón, amiga, por la herida de olvido y amargura. Mira la sangre que la herida vierte: cómo te dice “adiós hasta la muerte” desde la sola y triste lontananza. Y cómo, en esta ardiente despedida, guarda lo que quizás para esta vida no puede mantener a la esperanza.

# 06. Mis ojos muy abiertos para verte

Mis ojos muy abiertos para verte, mis oídos atentos para oírte, mis ásperas mejillas para herirte, mis brazos para alzarte y sostenerte. Mis dientes duros, no para morderte, sino para rozarte y sonreírte, mis largas piernas para perseguirte, y mi gran corazón para quererte. Mi corazón que hace sonar las horas, con un compás que el tuyo ya conoce, con un latir de luz de sol y luna. Silencio y campanadas vibradoras, desde la una, amor, hasta las doce, desde las doce, amor, hasta la una.

#07. Eh la guitarra!

¡Eh, la guitarra!
Bajo la luna llena
olor de malvarrosa y mejorana.
 
mi juventud renace,
prodigio de las cuerdas bien pulsadas.
La noche lenta y grande,
el silencio entre las ramas…
 
¿Que haces ahí Matías,
con las manos cruzadas?
Aunque no cante nadie,
¡eh, la guitarra!
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