JOSE MARÍA SOUVIRÓN. DIARIO I

JOSE MARÍA SOUVIRÓN. DIARIO I

«La vida es naturalmente incompleta y todo empeño en hacerla completa es vano. Siempre nos falta algo, lo que deseamos. Si lo tuviésemos, nos sería quitado lo que ya tenemos, y lo incompleto sería de otra manera, contrariamente incompleto»

DIA: Martes 23 de abril de 1957

Luis Rosales, José Coronel Urtecho, José María Souvirón, Eduardo Carranza, Leopoldo Panero, Dámaso Alonso y Luis Felipe Vivanco, años 50. 
Archivo Histórico Nacional. Madrid.

Hace unos días que mi querido hermano desde el corazón Luis Centeno, me hizo entrega de un regalo que me tenía guardado desde hace un par de meses. Se trataba del diario íntimo e inédito de mi tío José María Souvirón Huelin que se ha publicado y presentado dentro de las jornadas dedicadas a éste por el Centro Cultural Generación del 27 de la Diputación de Málaga. Un libro, DIARIO I, que así se llama, felizmente editado  por  Javier La Beira y Daniel Ramos hacia los cuales no tengo sino mi más sincero agradecimiento por los entrañables recuerdos que me han proporcionado con dicha publicación.

José María Souvirón, Diario I. / Bibl. ASR

Sabedor, mi hermano in pectore, de que yo estaba mucho más que interesado en el citado Diario, y conocedor también de las íntimas circunstancias que me impedían asistir a ese acto a cuya mesa fui invitado a intervenir (pasaron los tiempos propicios para ello) tuvo, desde el primer momento, la intención de que ese libro fuese a parar –sin dudarlo de ninguna de las maneras– a mis manos, a mis ojos y a mis más afectuosos y entrañables recuerdos familiares.

Diario I, me llamaba poderosamente la atención. La prensa y los artículos que comentaban la edición de estas memorias, insistían y coincidían en la absoluta sinceridad y franqueza de lo escrito por mi tío José María que nunca fue corto en expresar su opinión personal ni pacato en reprender la mala educación, la audacia del bobo y la falta de cortesía.

Máquina de escribir Hispano Olivetti de José María Souvirón

Pobres de aquellos mentecatos que –sin prever las consecuencias– le tocaban la paciencia y se exponían, por tener un inadecuado comportamiento, al alcance de su palabra estricta y severa pero también razonada e inapelable.  O peor aún, a su hartazgo nada fingido. Terror provocaba entre aquellos inevitables necios y botarates (productores incansables de simplezas y necedades) tan profusos en los círculos de la cultura y la pedantería de aquellos tiempos; y no pocos recelos levantó entre estos, por tener la costumbre de emitir siempre su opinión sincera, veraz y honesta despejada de cualquier tipo de lisonja gratuita.

Cogí el libro con verdadera expectación. Más que nada –seamos sinceros– para ver, en primera instancia,  qué era lo que exponía de mi familia; aunque también, cierto es, para conocer de primera mano cómo fue su vida allende los mares y más arriba de Despeñaperros rodeado de eminentes figuras de la ilustración de aquellos años.

Cuando tío Josemaría empezó a escribir su diario, yo tenía apenas un mes de vida; pero después, lo escolté cada vez que venía a Málaga (su compañía intermitente me duró dieciocho años) con toda devoción y cariño. Con toda mi admiración. Con todo el respeto que se pueda tratar nunca a ningún familiar. Deslumbrado por sus interesantísimas historias y por el afecto paciente que me dispensaba.

Me ha encantado volver con él, gracias a este diario, a La Cañada de los Ingleses a aquellas tertulias y a aquellos recitales de verdiales en el llano de tío Matías. A volver a oír los mismos villancicos que cantábamos en varios idiomas (así lo narra en el libro) junto a la chimenea con mis tíos, mis padres y mis hermanos oliendo (y oyendo) los trompitos de eucaliptos al quemarse y saboreando desde lejos el aroma de los exquisitos bizcochos que tía Lourdes preparaba y que aún no habían llegado a la mesa. He vuelto a ver –otra vez– las flores de las pitas florecidas justo encima del pozo negro. Y me he vuelto a maravillar observando ese mar de color espléndido desde el mirador único que era la casa de Tioma  y que a él –a tío Josemaría– tanta vida y serenidad le  proporcionaba.

Luis Rosales con Azorín, Leopoldo Panero, Eduardo Carranza, J.M. Souvirón y José Coronel (poeta nicaragënse) en febrero 1958.

La admiración que yo sentía –que sentíamos todos– hacia tío Josemaría, se ha acrecentado sobremanera después de leer este libro: Su inteligencia natural para el estudio. Su carácter y voluntad de anteponer la verdadera vocación por la escritura y la enseñanza a lo más provechoso (económicamente) del ejercicio de la abogacía (fue, profesor de futuros insignes abogados malagueños) que le proporcionaron una vida plena y completa. Antepuso, decía, su verdadera vocación de escritor y profesor pudiendo haber elegido ser notario o registrador de la propiedad tal y como se esperaba de tan precoz y prometedor abogado.

Tío Josemaría fue –ahora lo sé definitivamente– un hombre leal a sus principios. Un verdadero intelectual que hizo lo que debía de hacer sin plegarse a los aduladores y cobistas del régimen. Una persona con una fortaleza extraordinaria en su fe en Dios, que no le impidió criticar con dureza al clero y no lisonjear, inmerecidamente, a los poderes fácticos y reaccionarios de su época. A los pelotas, a los lameculos.

Desde muy joven, fue un hombre de salud frágil. Una mala salud propiciada por un corazón quebrado pero colmado por el amor fiel que sintió hacia Dios, por sus hijos, a su familia más cercana, a su mujer (se puede querer desde el olvido, decía) a sus amigos y, sobre muchas de estas cosas, a la poesía. Ponga el lector de estas letras el orden de prioridad que prefiera.

Quiero leer ya la segunda entrega de este diario para seguir emocionándome con sus lágrimas provocadas por la belleza.  Para seguir preguntándome, sin entenderlo demasiado, por ese amor desmedido a Cristo. Para seguir sintiendo el inmenso orgullo que me interviene al saber las amistades que cultivó. Para poder acompañarlo, sin que se dé cuenta, en la soledad elegida de su cuarto del patio de La Cañada. Aquel que, en sus ausencias, fue tantas veces mío y en el que, sin yo saberlo, respiré el aroma de la erudición más exuberante, fértil y próspera que yo –antes de leer este diario– no hubiese podido imaginar en toda su magnitud y transcendencia.

Bienvenido de nuevo a mi vida, tío Josemaría. Me sigues emocionando.

MUJER DE LOS OJOS TRISTES

MUJER DE LOS OJOS TRISTES

«Señora de ojos tristes de las tierras bajas,
donde el profeta de ojos tristes dice que ningún hombre llega,
mis ojos de almacén, mis tambores árabes,
¿debiera dejarlos junto a tu puerta,
o, señora de ojos tristes, debiera esperar?»

 (Sad Eyes Lady of the Lowlands / Bob Dylan)

 La veo pasar triste y despacio muy a menudo por las calles de mi barrio. Y siempre, siempre, me rompe el corazón. Me lo quiebra con su sola presencia y con esa parsimonia que le provoca la lentitud al andar. Y no es sólo ese el sentimiento de conmiseración y ternura que me produce. También me embiste otra sensación  de vergüenza hacia mi mismo. Por el comportamiento de otros que, habiéndoles caído en mala suerte como acompañantes en su vida, se la han procurado atroz y desdichada.

Va siempre escoltada por su perenne tristeza. Por una resignación obligada y, seguramente, inmerecida.  Además, a esa indeseada tristeza, le acompañan,  para más escarnio aún, sus  más viles compinches: La pena, el desconsuelo, la aflicción y el quebranto. La desesperanza y el abatimiento.

Su forma de vestir, con prendas dos grados por encima del harapo, y su pelo despeinado y descuidado, se complementan –va de serie con su agonía–  con un carrito de la compra tan desfallecido y vacío como ella misma. Demacrado tanto a la ida como a la vuelta de ese colmado de los antiguos que ella habitúa –y tan alejado de su domicilio– porque todavía hay personas que se apiadan de gente como ella y le anticipan –porque aún hay valientes– el condumio diario. «Hoy, si se fía, querida. Mañana, no te preocupes, también.»

Triste y desesperante tiene que ser la obligación del desplazarse tan lejos porque su economía y su peculio no le permiten las luces y el brillo de estos comercios modernos y plasticosos con tanta megafonía como oídos sordos. Con tanto frío en sus pasillos de alimentos refrigerados, como en su corazón cruel y monetario. Con tanta inhumanidad oscura cómo claridad artificial  y luminiscente.

Pero hoy, día de gota fría y lluvia intensa y poderosa, la he visto –desde el calor de mi ventana–  pasar de vuelta completamente empapada.  Calada y chorreante. Con el carrito mas enteco que nunca por eso de que la humedad no miente y canta las verdades de la apariencia. Con un aire resignado porque tiene que encarar el día – como todos los días de casi toda su vida– dándole gracias a un Dios sordo e inclemente por haberla librado de alguien  que la maltrataba y que le dejó, de regalo, una mala existencia sin visos de arreglo. Sin luz al final de su indeseado túnel.

Hoy, me he sentido  muy mal. Muy mal. Por no tener los suficientes arrestos de quitarme ese complejo del molestar o del herir su orgullo y bajar, taparla con un paraguas,  y ofrecerme a llevarla a un supermercado para llenarle la nevera. Y de ello, por omisión y negligencia, me arrepiento cada minuto de este día  tan triste y desabrido.

Que te vaya mejor la vida, Oh! Señora de ojos tristes de las Tierra Bajas. Mujer de día lluvioso.

 

MOLUNA

«MOLUNA»

«El Ebro guarda silencio
Al pasar por el Pilar
La Virgen está dormida
La Virgen está dormida
No la quiere despertar»

No es fácil poder ver a un nutrido grupo de hombres –curtidos y avezados en el arte de someter sus emociones– rotos y quebrados por el dolor. Todos a la vez. Todos juntos.

El culpable de esta indeseada situación ha sido nuestro querido amigo Antonio Jesús Luna Gómez; el bien llamado «Moluna». Que al final, cansado y hastiado de luchar en desventaja, ha tenido que marcharse vencido a traición por el execrable e innoble cangrejo.

Moluna siempre fue un ejemplo y referencia para sus correligionarios de la Logia del Negro Anaranjado y para sus fieles camaradas los artistas de la Costa del Sol.

Gran músico, fue maestro de maestros. Inculcando a sus amigos y compañeros el amor y el respeto a una institución –La Tuna– muchas veces denostada y menospreciada por la ignorante caterva pseudomoderna que nos tacha –a los antiguos miembros de este colectivo– de ser arcaicos, ñoños y obsoletos. Sin saber, los muy imbéciles, que ser socio de número de esta sociedad, implica lealtad, amistad imperecedera, nobleza y fidelidad inquebrantable.

Moluna ya sabía de todo esto mucho antes que sus amigos del alma; y hoy, rotos los corazones, le hemos vuelto a cantar aquella primera canción que nos enseñó cuando todavía éramos unos inexpertos pipiolos y aspirábamos –en secreto– a parecernos a él.

Se ha ido Moluna; y se ha ido, con un bagaje enorme sobre sus espaldas. Ha vivido plena y cumplidamente. Ha disfrutado su vida (junto a nosotros) proporcionándonos una existencia mucho más rica y mucho más llena de experiencias. Muchísimo más valiosa e interesante.

Hoy, sin duda, el Ebro guardará bastante más silencio de lo habitual. Y Noni, estará encantado de recibirlo para enseñarle los mejores sitios para parchear. Las mejores hamburguesas con la cebolla «pasaíta» por la plancha.

Ya estaba también el pobre, harto de esperarlo.

No es fácil, ya os digo, poder ver a un nutrido grupo de hombres –curtidos y avezados en el arte de someter sus emociones– rotos y quebrados por el dolor. No es fácil. Pero es que estamos todos verdaderamente jodidos.

Adiós, querido amigo! Nos veremos por allí.

INCONFESIONES

 

INCONFESIONES

«…se hallaba tendido en una chaisse–longue, y tenía en
su blanca mano una rosa sin perfume.»
O. Mirebau

 

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(© de la fotografía y posado: Maripili ¡Qué barbaridad!)

Conozco a Maripili ¡Qué barbaridad! desde los tiempos postreros del señor Don Eulalio Caballero de Verdaguer. Jefe de Protocolo que fue en, tiempos, de la Muy Noble Casa Castilolamancha. Líder y jerarca de aquel templo de la música y de la imagen que también lo fue La Cueva del Cerrado de Calderón donde tantas buenas producciones se fraguaron y tanto, tanto, sus amigos disfrutamos.

Siempre me gustó ese aspecto desenfadado y libérrimo que destilaba la moza en las fotos que yo veía de aquel domicilio que frecuentábamos a tiempo desfasado – cuando la salud del amigo común corría por los cauces debidos– pues los ambos dos, que somos ella y yo, nunca coincidimos en dicho templo en el mismo punto temporal. Lástima fuese.

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(© de la fotografía y posado: Maripili ¡Qué barbaridad!)

Sin embargo, y a las fotos me remito, me encantaba su estilo fresco y lozano. Me atraía mucho, ese su pelo que caía –como desmadejado– cubriéndole media cara; aportando a su semblante, ese aura de misterio y ocultación de actriz de los cincuenta que tanto gustaba a Caballero de Verdaguer.

Dispone Maripili ¡Qué barbaridad! de una risa contagiosa y descarada; produciendo en el que la mira, una mezcla de arrebato y de deseo difícil de evitar. Imposible de soslayar.

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(© de la fotografía y posado: Maripili ¡Qué barbaridad!)

Viste Maripili ¡Qué barbaridad!  un cuerpo concupiscente y lascivo. Una figura tan atrayente y libidinosa como erótica e impúdica… Así qué, sabiendo esto, tímidamente, sacando fuerzas de flaqueza –y venciendo mis temores al rechazo y a su arrebato–  le pedí con voz bajita y cómo no quiere la cosa, el que si se prestaría a ilustrar una nueva entrega de esta serie de poesía erótica que inserto en este blog y que ahora estáis leyendo.

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(© de la fotografía y posado: Maripili ¡Qué barbaridad!)

De manera inesperada (o no tanto, no se vayan a creer ustedes) Maripili ¡Qué barbaridad! se entusiasmó con la idea; y sorpresivamente, se prestó a ser la protagonista de esta performance virtual y dejar que pudierais imaginar –saliendo de su boca preñada de lujuria–  este poema  de Ana Rosetti.

Una perfecta combinación de la palabra y de la más deseable –y casi tangible– carnalidad que ahora, vais a poder disfrutar.

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Este es el poema de la Rosetti. A Maripili, ¡Qué barbaridad! … Ya lleváis un rato gozándola.

 

INCONFESIONES

Es tan adorable introducirme
en su lecho, y que mi mano viajera
descanse, entre sus piernas, descuidada,
y al desenvainar la columna tersa
–su cimera encarnada y jugosa
tendrá el sabor de las fresas, picante–
presenciar la inesperada expresión
de su anatomía que no sabe usar,
mostrarle el sonrosado engarce
al indeciso dedo, mientras en pérfidas
y precisas dosis se le administra audacia.
Es adorable pervertir
a un muchacho, extraerle del vientre
virginal esa rugiente ternura
tan parecida al estertor final
de un agonizante, que es imposible
no irlo matando mientras eyacula.

Autora del poema: Ana Rossetti

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(© de la fotografía y posado: Maripili ¡Qué barbaridad!)

***

 

EL LARGO JUAN

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EL LARGO JUAN.

«Y vida para vivirla junto a ti; y vida para
vivirla (siempre)… junto a ti.»

Conozco a mi querido amigo Juan «El Largo» desde aquellos tiempos inmemoriales del vestir el negro.

Desde el primero de los principios -cuando yo llegué al muro- Juan ya llevaba años haciendo guardias y rondas para preparar la venida de los pueblos invasores de más al norte; y también, y ahí me incluyo, para proteger y amparar  a los recién llegados acogiéndolos bajo la capa protectora de su más -ahora lo sé- imperecedera amistad.

Juanito, más que largo, es grande, enorme. Un coloso bonachón, sencillo y apacible   erigido a base cualidades que extrañamente se dan conjuntamente en una sola persona: Juan es humilde, como raramente suelen ser las personas que poseen el absoluto dominio sobre ese instrumento de más de seis cuerdas dobles afinadas al unísono. Juan es tierno y afectuoso, a pesar de ese aspecto de rudo vikingo con luengas barbas y tamaño imponente. Juanito, sigue siendo, un dechado de bondad, amabilidad y generosa entrega a sus amigos. Es comprensivo e indulgente. Juro por los dioses nuevos y por los antiguos, que aún está por darse la primera vez que yo lo oiga despotricar o enjuiciar a alguien arbitraria o injustamente.

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Digo todo esto de Juanito, de Juan el Largo, para señalar que es un hombre intrínsecamente bueno. Connaturalmente amable y pródigo con los halagos. Es por eso, que me duele sobremanera verlo compungido y roto por el dolor. Sobrepasado -el ánimo- por las circunstancias

Juan tenía (sigue teniendo en el alma, en el corazón y en la vida que le resta) una compañera de viaje fiel, comprensiva y perpetuamente enamorada de él, que era Trini. Su querida y amada mujer.

Ahora Trini -cumpliendo esa obligación del tributo que la vida ha de pagar a la muerte entregándole la salud- se ha mudado al palacio de la memoria, que no es sino el espacio de los recuerdos imperecederos y de la evocación del amor más perdurable y eterno. Se ha mudado, sin desearlo, porque las cosas son así de arbitrarias e irrazonables.

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Antes de irse, quiso Juan entregarle a Trini algo que se llevase para siempre con su final atisbo de energía. Un último regalo. Un último regalo realizado por todos los amigos que vestimos el negro. A petición de este -y acompañados de un par de instrumentos musicales- todos sus leales, todos, rodeamos el féretro de Trini y le cantamos su canción favorita: «Alma Corazón y Vida». Y la cantamos, con el corazón encogido como un puño. Con un nudo en la garganta y una tristeza apenas contenida; con el ánimo roto viendo cómo un coloso, cómo un titán barbón y coletudo, se rompía en incontrolados suspiros -junto a sus hijos- intentando no quebrarse al decirle a su amada aquello de que un día (y ya para siempre) se enamoró de sus lindos ojos y de sus labios rojos; y que nunca olvidará la promesa que le hizo de ofrecerle Alma para conquistarla, Corazón para quererla, y Vida… Vida para vivirla junto a ella…

(In memoriam)

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Las imágenes que ilustran esta entrada son obras de Lesley Oldaker.

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TIENE MARÍA…

 

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© Fotografía y posado: María Aguilar Montoya

TIENE MARIA…

Tiene María, cómo invitado permanente y duradero, el mar alojado en sus ojos. Lo sé, porque observándola atentamente –y dependiendo de la hora que sea del día– son azules índigo por la mañana temprano cuando el sol es aún tímido y vergonzoso. Al mediodía –y a causa de ese Terral sofocante que enfría el agua hasta impedir el baño– los ojos de María, se tornan verdes aceitunados o esmeraldas según le dé el capricho al cielo.

Llegada la tarde, no puede evitarlo y el gris ceniciento invade sus pupilas; hasta que al atardecer, su mirada se viste de un dorado resplandeciente y fulgurante y las aberturas de sus ojos derraman ríos de lava y lanzan partículas  piroclásticas de deseo, apetito y pasión, a aquellos incautos que están a tiro de esa mirada tan lasciva cómo inconsciente. Tan sensual como instintiva.

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© Fotografía y posado: María Aguilar Montoya

Tiene María la espuma del mar viviendo en su cuerpo. Fresca, apetitosa, deliciosa. Una espuma que apagaría la sed, si se tuviese la fortuna de que te permitiera beberla a tragos quedos y espaciados. Tiene María, continúo, un cuerpo que yo supongo moldeable porque eso, sin tocarlo, se nota. Dúctil y elástico; proclive a la caricia, al abrazo y al beso. Un cuerpo arrebolado por un sinfín de vistazos incontrolables de aquellos que pululan por los alrededores de su presencia física.

Tiene María, sigo diciendo, el color en su piel de la arena fina y húmeda de Cádiz. El sabor salino y fresco del agua atlántica en sus labios; el rosa mojado de esa lengua ansiada, anhelada y codiciada. Se sospecha que tiene María esa lengua viva y traviesa por la que perderías todos tus cartuchos de convicción sólo por invitarla a bailar en tu boca.

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© Fotografía y posado: María Aguilar Montoya

María (gracias preciosa!) ha sido tan gentil y benévola de remitirme esta serie de fotos para ilustrar este poema erótico de Juan Ramón Jiménez (habitual que es de esta sección) y que ahora os invito a leer:

 

LAS ROSAS PALPITABAN ENCIMA DE TUS SENOS

Las rosas palpitaban encima de tus senos
duros. Como una flora de las blancas batistas
que tus brazos rosaban cálidamente llenos,
los encajes tentaban con carnes entrevistas

¡Qué cándida lujuria en tus bucles con lazos
rojos! ¡Oh, tus mejillas, mates como jazmines,
bajo la llama negra de los hondos ojazos
sobre la pasión cálida de las rosas carmines!

Ibas hacia la vida con todo tu tesoro
intacto… Me mandaste tus pájaros de amores…
¡y te besé, temblando, tu alegría de oro
con un miedo doliente de poner tristes tus flores!

Autor del poema: Juan Ramón Jiménez

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© Fotografía y posado: María Aguilar Montoya

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LÁNGUIDOS.

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LÁNGUIDOS.

» La languidez es un estado de ánimo situado entre el ombligo y la lágrima»

(Juan Echánove. Rev.)

El lánguido no nace, se hace. No existen lánguidos de nacimiento, pero cuando deciden serlo resultan ser una ocupación de sol a sol en la que no existe el descanso ni cabe relajarse.

Para parecer una persona sin sangre en las venas, hastiada de todo, en permanente choque vital frente al resto del mundo, resulta fundamental ensayar la pose.

Los verdaderos cansados de vivir y sin ganas de nada están hechos un cuadro. Por contra, un lánguido mantiene pose de elegancia decadente, como sacada de una película de Visconti.

No dan pena, dan grima. Son afectados; cada gesto y cada movimiento está perfectamente estudiado, son capaces de visualizar cómo son percibidos, incluso por quien tienen a su espalda o en los ángulos muertos.

Sostienen una extraña relación amor-odio con la ironía, pues la consideran casi siempre demasiado zafia, pero son conscientes de que entenderla les hace sentirse más inteligentes.

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Son resbaladizos. Dan frío.

Resulta imposible imaginarlos comiendo cochinillo. De hecho, resulta imposible imaginarlos comiendo nada apetecible.

En verano, suelen vestir de blanco. Inmaculadas prendas que a menudo combinan con botas camperas, pues tienen a gala la incongruencia indumentaria cual sello de identidad. En invierno llevan gorro de estibador de Laponia.

Un lánguido suele tener el pelo lacio y se peina con raya al medio. Es feliz con su pelo simétrico a ambos lados del rostro, porque el look cortinaje retirado de la cara es lo más del languidismo.

Si prepara su boda, dirá que quiere algo distinto y personal con
un toque campestre. Si tiene un hijo, lo llevará con pelo rollo querubín, ¿es niño o niña?.

Los lánguidos de este mundo se sientan como si estuvieran posando para un catálogo de moda, cuelgan en las redes sociales fotos en blanco y negro acompañadas de sesudas frases filosóficas, hacen el amor como si les filmasen para una película de cine intimista francés.

Ser lánguido debe resultar agotador, a la par que un inefable aburrimiento.

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Autora del texto: Blanca Abón Lebrato.

Acerca de la autora:

Puedo asegurarles que la autora de este texto que acabáis de leer, es lo más opuesto y contrario a la fantástica descripción que ha realizado de esa gente abatida, desalentada e indolente que de vez en cuando –sólo de vez en cuando, afortunadamente– se nos cruza en nuestro camino y nos produce indeseadas dosis de grima, repelús y animadversión.

Blanca Abón, sé lo que digo, siempre ríe; demostrando, con un finísimo humor y con un don de la oportunidad indiscutible, que le saca a la vida tres metros de ventaja y, además, tiene la finura y el gesto de transmitirlo. Blanca, siempre me sorprende; y no es fácil hacerlo porque suelo ser muy exigente en eso del humor. Siempre me impresiona con comentarios propios llenos de ingenio, de chispa y de listeza.

Debe de tener –estoy convencido de ello– un radar implementado en su cacumen especializado en detectar el Tweet magistral de unos y los chascarrillos más desternillantes y  delirantes de otros.

Una chica perspicaz esta. Un bella persona y alguien de cuya amistad, me siento muy orgulloso por el inmenso disfrute del compartir  palabras y de participar en sus comentarios.

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DAVID PADILLA. IN MEMORIAM

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DAVID PADILLA IN MEMORIAM.

Me escribe mi querida amiga Marisa Alonso y me cuenta, apenada, la triste noticia del fallecimiento del común amigo el pintor jienense David Padilla.

Verán ustedes, nunca pude darle un abrazo a David (ya me hubiese gustado) ni tan siquiera estrecharle la mano. Es lo que tiene lo de las amistades virtuales. Pero no se confundan: Los sentimientos de proximidad y cercanía; de afecto de admiración y cariño, suplen –muchas veces– lo presencial. Y David y yo –los dos lo sabíamos– estábamos unidos por una fuerte y común corriente de simpatía y de consideración mutua. Ahora, ese malnacido vecino que vive entre las calles Géminis y Leo, se lo ha llevado para siempre con unas prisas innecesarias.

David Padilla, siempre fue generoso conmigo y colaboró en este blog con dos imágenes: Una de ellas figura, porque así lo merece, en la página de inicio de este blog que es donde habitan los grandes. La otra aportación fue para un relato humorístico de un Miércoles Santo.

Estas dos son. Lástima no tener los originales para que cuelguen –para siempre– en las paredes de mi casa.

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***

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David Padilla, el amigo no presencial; el amigo dadivoso y alegre; el eterno enamorado, se ha ido para siempre. Todo el mundo lo llorará, y si me apuran, hasta su querida bicicleta, no tendrá fuerzas ni ánimo para dar una última pedalada.

David Padilla In Memoriam. Descansa en paz, amigo mío.

Esta es una presentación que hice en su día con su trabajo. Disfrutadla.

David Padilla. Pinturas


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RITA LA BAILAORA…

RITA LA BAILAORA…

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Sólo en muy contadas ocasiones –e impresionado por la belleza o el interés que me provocan– suelo publicar en este blog, trabajos de otros autores.  Este es uno de esos casos: Un artículo de mi admirado Antonio Fernández Laporte sobre un personaje malagueño Rita La Bailora –que nada tiene que ver, sólo la coincidencia en el nombre con «Rita La Cantaora» granadina ella, aunque coetánea de nuestra «Rita La Bailaora».

Este es el artículo. Os recomiendo encarecidamente que os lo leáis. Una delicia, como todas a las que nos tiene acostumbrado mi amigo Antonio. «Cateto Honoris Causa» por El Blog de Father Gorgonzola. No se me mosqueen por el apelativo; es cariñoso; él y yo sabemos de lo que se trata)

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4 de julio de 1882 Málaga se viste de luto, muere la Rita, gitana de singular belleza hermana de la señá Gabriela, la madre de los Gayos.. que tenía una carnicería por calle San Juan, cuando salía con su mantilla blanca del brazo de Paco el Guarrirro, para ir a la Plaza de la Malagueta era todo un espectáculo.. para los malagueños.

La mozas durante mucho tiempo, cantaron en las fuentes y mercados, la copla que inmortalizó a Rita.

Ya se murió mi Rita bonita..
Ya se murió mi tesoro de Oro..
Ya no tengo quien me diga..
Paco..! llévame a los Toros..

Cuadro de Martínez de la Vega
Gitana del Chinitas..Morena no rubia..

La fama de “El Café de Chinitas” no escapó a los viajeros extranjeros que nos visitaban como Havelock Ellis que lo describe, en 1907, con un aire romántico, y Walter Starkie que lo frecuentó en su última época. Las historias y anécdotas sucedidas en él son muchas como el legendario reto de baile entre La Mejorana y su rival La Rita, durante toda la noche. La Rita que se había quitado los zapatos, bailó hasta caer desmayada, muriendo dos días después. Su marido Paco el Guarrirro pasó desconsolado el resto de su vida. Más tarde, esta romántica historia la grabaría, en 1957, el malagueño Miguel de Molina, con el nombre de una copla inolvidable “Mi Rita bonita”.

Este es:

Mi Rita Bonita

Leamos lo que escribió Walter Starkie en «Histoire Universelle de la
Musique. Espagne. Voyage musical dans le temps et l’espace»
. Vale la pena reproducir algunos párrafos.

Yo había frecuentado mucho el Café de Chinitas, el “sancta sanctorum” del flamenco entre 1924 y 1928, cuando se escuchaba allí al célebre Cojo de Málaga, donde nos detuvimos algunos aficionados y yo, antes de ir a comer a Granada con el inigualable cantaor de “medias granadinas”, Frasquito Yerbabuena, el plato tradicional de los gitanos, el “baliché ta bobí” (jamón con habas).

El Café de Chinitas, desgraciadamente, fue cerrado para siempre en 1941. Cuando volví a Málaga, hace algunos años, yo estaba inconsolable por esta desaparición. Vagaba sin
rumbo bajo la luna, en la noche de noviembre. Me parecía escuchar todavía traída por el viento la malagueña:

 

“Ya se murió mi Rita bonita,
Ya se murió mi tesoro de oro;
Ya no tengo quien me diga:
“Paco, llévame a los toros”.

Esta canción me evocaba a dos viejecitas bailando en la sombra de un tablado. De vez en cuando, un rayo de luna las iluminaba, y se veía que estaban descalzas. Bailaban de frente, lanzándose gritos de desafío. La más bajita terminó por derrotarse, mientras que la otra continuaba con su danza frenética, desesperada. Me acordaba de la historia que me había contado Fernando el de Triana, del famoso concurso en el Café de Chinitas, entre la Mejorana, la madre de Pastora Imperio, y su rival, la Rita. Las dos gitanas bailaron durante toda una noche. La Rita, que se había quitado los zapatos, bailó hasta caer desmayada. Dos días más tarde murió. Su marido Paco el Guarrirro, un rico gitano que poseía carnicerías y cafés en Málaga, y que se vestía como un genteman (sic), quedó tan inconsolable que visitaba la sepultura de Rita a diario. Cuando no podía ir, enviaba a uno de sus amigos, y a su vuelta le preguntaba: «¿Y bien, te ha pedido algo?» Paco no volvió más a ir a las corridas de toros, pero continuó reservando los dos sitios que ocupaba habitualmente con Rita, y que quedaron vacíos cubiertos con un mantón bordado en blanco y negro.

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El Café de Chinitas ha sido celebrado por un poeta andaluz, Carlos de Luna, que ha merecido el título de gitano de honor por su estudio «De Cante Grande y Cante Chico», y su reciente libro, «Gitanos de la Bética». Pero sobre todo es poeta. Sus poemas son diálogos, con exclamaciones intercaladas, llenas de onomatopeyas que resucitan la atmósfera del cuarto del Café de Chinitas donde los aficionados se encerraban con los
cantaores y los guitarristas (pp. 113-114).
Eusebio Rioja y David González “Zafra”

 

La conmovedora historia de Rita y Paco el Guarrirro ha dado mucho de sí en la literatura. Tanto José Carlos de Luna, como Francisco Bejarano la recogieron en Gitanos de la Bética (pp. 108 y 117) y en Las calles de Málaga (pp. 61-62), respectivamente. Bejarano hace al matrimonio vecino de la calle de San Juan Bautista, y a Rita como hermana de Gabriela Ortega, buena bailaora y madre de los toreros Los Gallos. Y pinta así la belleza de Rita:

Aquí vivió la famosa Rita, verdadera reina de la gracia gitana y una de las mujeres de más salero que han existido en Málaga, al decir de los que la conocieron. Era hermana de la «señá Gabriela», la madre de los «Gallos» y tenía una carnicería cerca de la calleja que sirve de ingreso a la sacristía de San  Juan. Era alta, de cuerpo cimbreante y majestuoso con garbo, de cara fina y bonita, con grandes ojos sombreados por magníficas pestañas, y muy cuidadosa de su peinado. Con sus botas altas, que tenía buen cuidado de lucir al recogerse la falda con gracia y coquetería, sus vestidos lujosos y su empaque de real moza, era, sin duda, la que mejor sabía llevar el mantón de alfombra, a diario, y el de manila o de China en los días en que repicaban gordo. Del brazo del señor Paco el «Guarrirro», prototipo del carnicero de rumbo, iba aquella mujer causando la admiración de la gente que, para verla salir para los toros, en los días de corrida, se estacionaba a las puertas de su casa. De las mujeres de más salero que han existido en Málaga, al decir de los que la conocieron.

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Murió muy joven aquella prenda de mujer, y la amortajaron con un vestido de morilla, mantilla y flores a la cabeza, y botas de raso granate. Su muerte fue un acontecimiento y cientos de personas acudieron a ver a la Rita por última vez, llorándola la musa popular en sus cantares.

En efecto. Rita Ortega Feria era hija de Enrique Ortega Díaz: El Gordo Viejo (Cádiz, 1830-¿?), de familia muy relacionada con el toreo, y cantaor famoso por sus Seguiriyas. La madre fue Carlota Feria, cuya familia gaditana también, sería célebre en el cante. Ángel Álvarez Caballero en Arte Flamenco dice:

Rita Ortega “la Rubia”, apodada así por su “hermosa cabellera de oro”, nació en Cádiz en las últimas décadas del siglo XIX, y fue considerada también rival de la Mejorana. Incluso hay una historia que hace a Rita protagonista de aquel episodio en que su hermana Gabriela tuvo un mal parto después de competir con Rosario la Mejorana; en esta otra versión Rita se hallaría también embarazada, y sería ella la que murió tras el baile agotador. He aquí como lo cuenta José Luis Pantoja Antúnez:

“Una y otra bailaora, picadas en su amor propio, se desafiaron profesionalmente ante un grupo de aficionados, entendidos y exigentes, que se reunieron, partidos en diferencias, para apostar por su favorita. Bailó primero la Mejorana de un modo impresionante. Y después bailó Rita, que estaba embarazada, a punto casi de dar a luz; con un aire de enfado se quitó los zapatos. Y bailó. ¡Cómo bailó! Que ganó la pugna y, después, inmediatamente después, se murió…”

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(…) Lo que sí es cierto es que Rita murió joven, y que vivió una conmovedora historia de amor con su marido, un rico carnicero malagueño llamado Francisco Monje y conocido como Paco el Guarrirro. Se conocieron cuando ella bailaba en el Café de Chinitas. Él la idolatraba, y al casarse ella se retiró del baile.

(…) No sabemos que Rita dejara descendencia. De ella decía su sobrino, el bailaor Rafael Ortega, que bailaba “todo lo que quería”: “Ya la podían echar a ella! Porque bailaba de un modo… contraprodusente. ¡Sí, señor; de un modo contraprodusente, ésa era la palabra!” (vol. II, pág. 61).

Y así despieza José Carlos de Luna el curioso atuendo de Paco el Guarrirro. Vale la pena leerlo:

Contrapuesto al traje de «El Planeta», que al fin y al cabo no es sino el popular andaluz de su época ultrarrecargado de adornos, fue el que siempre usó Paco «el Guarrirro» (de «guirrar» o «guairrar», reir).

Este gitano, que a fines del pasado siglo era dueño, en Málaga, de dos carnicerías, vivió con cierta lujosa holgura muy originalmente alardeada y más raramente concebida. Empresario, también, de cafés cantantes y protector de cuantos gitanos con facultades para el cante y el baile acudían a su puerta en demanda de ayuda y consejos, ofrece en su excéntrico humorismo material para una biografía con mucho que reír y bastante que pensar. Lo vestía el mejor sastre de Málaga, siempre con paño inglés, y se encargaba los trajes por docenas, pero…, ¡sin chaqueta! Calzón abotinado de alto talle y chaleco de corselillo forrado con la mejor seda.

Nunca usó camisa, ni botillos, ni botinas a la moda de entonces, sino camiseta y calcetines de seda de rabiosos colores, que le tejían en Valencia a su capricho, y chancletas de cabritilla avellana. Siempre al aire o bajo techo -dicen que era calvo como un membrillo- gorra de alpaca negra y pañuelo blanco de seda anudado al pescuezo con garboso descuido.

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A todas partes iba y venía en mangas de camiseta si el frío -¡malagueño!- no le echaba sobre los hombros la bordadísima capa con vueltas de terciopelo grana y golpes de diamantes. El chaleco, sin abotonar, trabado por la cadena de oro del reloj, gruesa como la barbada, y colgando de ella en ruidoso tintineo dos onzas peluconas, una enorme herradura de brillantes y zafiros, la «Mano de Fátima» en coral rosa, un elefantillo de marfil y un jorobadito primorosamente tallado en ágata.

Jamás le vio nadie una mancha ni una arruga; se afeitaba y mudaba de calcetines y camiseta dos veces al día y casi todos los domingos estrenaba traje. Por su tiempo, la mayor parte de los vecinos «calé» del Altozano, la calle de la Cruz Verde y la de los Negros vestían de medio luto a cuenta de los semanales desechos de Paco el «Guarrirro».

Aseguraban los que le conocieron que con su mujer, «la Rita», formó la pareja más original y simpática de cuantas se imaginen. (pp. 108 y 117).

Poco importa que la historia de Rita y Paco el Guarrirro fuese lo veraz que estas narraciones cuentan. Poco importa que Rita muriese realmente en el Café de Chinitas y en una competición de baile con La Mejorana. Se trata de una historia tan lírica y romántica, que si no hubiese sido real, merecería que lo fuera. Una historia en la que la exaltación del amor llega al paroxismo de la demencia ilusionada. Una historia que por su sentimentalismo, podría prestarse como argumento de cualquier obra literaria, dramática o cinematográfica. Una historia de amor que toca con las puntas de los dedos a la de Romeo y Julieta, la de Calixto y Melibea, a la de don Juan Tenorio y doña Inés, a la de Los amantes de Teruel o a la de Juana la Loca, cuyo amor desesperado se volvió demencia.

Con ciertas modificaciones en el argumento, la música del maestro Juan Solano, la letra de Olivareros y la genial interpretación del tonadillero malagueño Miguel de Molina, hicieron de la historia de Rita una célebre canción: Mi Rita bonita. Canción que grabaría Miguel de Molina en 1957 para EMI-ODEON.

LOS CAFÉS CANTANTES DE MÁLAGA
Y LAS VENTAS DE LA CALETA
UNA APROXIMACIÓN A SU HISTORIA Y AMBIENTE
Eusebio Rioja y David González “Zafra»

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Y este es un documento en pdf que cuenta la historia del afamado «Café de Chinitas» Realizado por el Doctor en Historia del Arte Jose Antonio Ramos Rubio.

El Café de Chinitas. pdf

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RAFAEL. EL ÚLTIMO SABIO

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RAFAEL. EL ÚLTIMO SABIO

Tiene mi querido amigo Rafael la apariencia que se merece: la de un hombre honesto; la de una persona entera, valiente y cabal. Amigo de sus amigos, Rafael atesora en su forma de ser, un antiguo código de amistad y compañerismo nada habitual y ya casi perdido hoy día en los procelosos mares de los intereses y la tibieza de estos tiempos proclives a la desafección y a la displicencia. No es hombre, para nada, de sumergirse en las medias tintas ni en las impuestas tolerancias del buenismo que imperan actualmente; llama a las cosas por sus nombres; y a los hombres, los clasifica por sus actos. Sin piedad ni vuelta atrás. El que se la juega, lo pierde para siempre. Y eso es lo que hay. Sanseacabó!

BESUGO

No es persona Rafael, sigo diciendo, de entregar su cariño y confianza gratuitamente a cualquiera que se le ponga a ese tiro de plomo que supone una lanzada de caña desde la playa de la Piedra de La Virgen, pasada la Caleta de Vélez, donde se pesca el robálo.

Rafael tiene la apariencia que se merece, ya te lo digo yo. La de un verdadero hombre de la mar. De piel curtida y rota por los vientos levantes y ponientes de las costas de su Málaga querida; agrietada, esta piel, por mor de los umbrosos teroles y por los sofocantes aires terrales. Tiene las manos duras y rugosas; acostumbradas a sacarle provecho a tirones a un mar –a veces generoso y a veces no– en un momento en que el Mediterráneo, debido a los abusos, está perdiendo su profusión y su plétora pesquera. Sólo nos van quedando marejadas puntuales que maltratan playas y chiringuitos y eternos atardeceres por entre los picos de la Cañada de los Cardos.

BOGA

Rafael es también, uno de los últimos carpinteros de ribera, unos de los mejores que quedaban en estas costas ya demasiado enladrilladas por cebos turísticos de césped y de cemento, que olvidan la historia que nos precede y que desvisten de arena y algas las costas de la provincia de Málaga.

Rafael Serrano Estudillo –ese es su nombre completo–  es un magnífico cocinero. Está doctorado en caldillo de pintarroja. Y nadie como él ablanda el pulpo –no se sabe bien si a golpes de hervor y de sustos o a base de convencimiento y persuasión pura y dura– antes de vestirlo con sal gorda, aceite de oliva y su parte generosa de pimentón picante

PULPO

Maestro de espeteros. Nadie sabe como él elegir el material; nadie mejor que él los atraviesa en la caña; nadie más destacado que él en conocer el punto exacto en que la sardina alegra la vista del que la contempla cuando adquiere el color tostado que requiere la obra maestra y esa textura mantecosa y fresca que perfuma la boca y cautiva el paladar.

Manda Rafael –con autoridad y poderío– sobre una legión completa de fideos del número 4. Acompañada, tal y cómo debe de ser ésta, por dos cohortes: una de Gambas y otra de Pulpo. Ni una más. A su orden, en la fideuá –y 20 minutos después desde el comienzo de la tortura– los mil de la legión se ponen en pie, firmes, implorando el fin del suplicio e ignorando también que tras este, viene el otro de la ingesta.

BOQUERON

Rafael, mi amigo, domina a Jureles y a Boquerones; a Caballas y Estorninos; Doradas y Lubinas; Pescadas y Merluzas; somete a las Pescadillas y a las Pijotas; a Bacalaíllas y Salmonetes; Besugos de la pinta, Voraces, Goraces, Pachánes y Alijotes. Rinde a la Boga y la Urta; a la Herrera y al Sargo, al Pargo, a la Dorada y a la Breca.  También al Robálo y a la Lubina que, según parece, son los mismos.

Distingue como nadie entre Pintarroja, Cazón y Tintorera. Rayas, Pastinacas y Torpedos; y llama por su nombre de pila a Sardinas, Alachas, Boquerones y Sábalos. Rafael platica con total confianza con los Congrios, las Morenas y con sus primas hermanas las Anguilas. Tutea al Rape, a la Bacalaílla y a la Brótola. Y juega al mus con la Pescaílla, el Abadejo y la Faneca. Les echa el pulso – y les gana siempre– al Dentón y a la Lisa y a la Mojarra.

BRÓTOLASi no se portan bien y no le entran, Rafael se las lía parda, y les da ahogadillas, al Pez Limón y a la Jurela; al Lirio, al Chicharro y a la Palometa. Al Mero y a la Corvina. A la Vaca, a la Vaquilla, al Serrano y a la Cabrilla. Reprende al Salmonete y al Dorado; y si se enfada mucho, mucho, llama Japuta a la Pinta, al Mujol y a la Galúa; al Tordo –y si se me apura, miren ustedes– también a la Doncella.

No le teme ni a la Araña, ni a la Rata, ni a la Víbora, ni al Escorpión; todos peces –cómo el Espada y el Martillo– que se dejan torear por el diestro, por la cuenta que les tiene y por la cuenta que les trae.

CABRILLA

Termina el día Rafael, sorteando al Chanquete y al Rascacio; al Cabracho, a la Gallineta y al Emperador. Al Rubio y al Garneo; al Bejel, a la Chicharra y al Rubio volador. Al Gallo y a la Pelúa. Al Rodaballo y al Remol. Al Lenguado, a la Sortija, a la Platija y al Tambor. Al Soldado y a la Acedía; al Chucleto y al Mochón.

Rafael el último sabio. Si quieren conocer, alguno de estos días de solana, a un hombre cabal y bueno, ilustrado y entendido en cosas estas de la mar, pásense por el balneario del Carmen, acérquense al espetero que allí labora y ofrézcanle un cigarrillo que él siempre negará. Es el primer paso –de quien no le conoce– para acceder a una lección magistral sobre la vida, que ya saben ustedes –porque así lo contaba el poeta– son los ríos que van a parar al mar.

CONGRIO CORVINA DIENTON DORADA ESPADA GALLO HERRERA JUREL LENGUADO

ABADEJO

VIEJA LISA LUBINA MERO MORENA PARGO RASCACIO RAYA Salema-Sarpa-salpa_large SALMONETE SARDINA SARGO TAMBORIL

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