«MOON RIVER»

“MOON RIVER”

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Por suerte el patito feo no soy yo, el destino quiso que fuera otro. Yo solamente soy el más torpe. Pero eso lo supe mucho tiempo después cuando la vida me enseñó sus trampas y aprendí que navegar contra corriente es difícil.

Detesto estar en este fangal rodeado de todas las especies de insectos molestos; demasiado ocupado en esconderme y encontrar la manera de evitar caer en la celada que me han tendido mis enemigos. La maraña de hojarasca que flota a mi alrededor apesta y no consigo nadar con la destreza necesaria para avanzar. No lo conseguiré…

Están cada vez mas cerca; el pie del que los dirige pisa de modo cierto y contundente; lo puedo oír con nitidez…

La oscuridad está solo rota por algunos sonidos; se percibe en la orilla el cadencioso croar de las ranas que sigue el compás de los latidos que golpean mis sienes…

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Tomo aliento en una roca azul que se me antoja protectora y sobre la que lunea un reflejo gris. Es cierto que hubo un tiempo en que fui más feliz y menos cobarde; aunque no lo recuerdo bien porque mi candidez era vivir en la absurda rutina de mi propia ignorancia. Ahora dudo de todas aquellas dichas y esperanzas en mi futuro, creo que eran solo el espejismo de proyectos que nunca llegarían a ser realidad; y la realidad está muy presente cuando le toca a cada uno de nosotros vivir un trance como este…

No se puede tener más reflexión, que la que te permite la huida, que es la prioridad.

El arma era una escopeta Beretta, modelo Xtrema2, y su capacidad de disparo 12 cartuchos en 1,73 segundos… Acertó a la primera y cinco plomos lacerantes entraron en mi cuerpo buscando insistentemente mis vísceras.

Ahora tarareo “Moon River”, aquella melodía de “Desayuno con Diamantes”; me preparo para el vuelo final de mi vida y os dedico, antes de partir al “Pataíso” mis últimas palabras, las únicas que siempre he pronunciado:”Cuá–Cuá”!

Mañana me colocarán en un féretro de porcelana serigrafiada y me adornaran con una naranja macerada con “Cointreau”… Sin epitafio. Mi esquela–menú del restaurante será:

“Pato a la Naranja”

¡Que os aproveche!

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***
Un Prólogo a Destiempo

Observarán Uds. que este post es distinto a todos los demás. Pues éste prólogo, no hace honor ni a su nombre ni a su cometido, a su intrínseca particularidad; porque en vez de anunciar lo que ha de llegar, va e –inusualmente– se desplaza hasta el final del escrito comentando lo que ya se ha leído. Tiene una explicación lógica: Lo que se acaba de leer merece una relectura por eso del ponerse en la piel (en el pellejo en este caso) del protagonista del relato; y así, poder discurrir mejor el quejumbroso y pesaroso alcance de esta narración. Eso mismo recomendé (a la relectura me refiero) en otro relato –aquel si que era mío– que también subí a este cuaderno de bitácora y que se llamaba “Una noche inquieta”. Sigo…

La atribulada historia que acabáis de leer ahora, la ha escrito un muy apreciado amigo: Juan Antonio O’Donnell.

Y sobre él, apunto esto:

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“Juan Antonio O‘Donnell podría parecer un atildado chef francés
o quizá jefe de pista de un circo clásico, pero es un madero en toda regla”
(Teodoro León Gross)

Conozco a Juan Antonio desde que el uso de razón y la coherencia luchaban denodadamente por hacerse inquilinos fijos en mi carácter. Yo era un rapaz –por aquella época– tímido y apocado; con esa pusilanimidad que sólo la adolescencia, con muy mala leche, te regala. Juan Antonio –con ese mostachón de Mosquetero de la Reina o de duelista de OK Corral– ya pululaba por mis alrededores con sus amigos coetáneos que eran mis hermanos mayores. Yo, ya lo he dicho antes, era un zascandil mozalbete que pensaba en cosas muy distintas de las que pensaban los que me llevaban, y separaban, un trecho (muy corto) de años.

Transcurrido el tiempo –cuando la edad adulta nos pone a todos en su sitio y desaparece física e intelectualmente la distancia que marcan los años cumplidos– Juan Antonio ya me mira y considera, como un mayor crecido, y maduro; y así, de esa manera, va y me honra y me brinda –con amplia generosidad– su amistad y confianza para siempre.

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Yo, sin embargo –ya se sabe que a los que padecemos retazos del Síndrome de Peter Pan, no les pasa el tiempo por encima a la misma velocidad que al resto de los mortales– sigo mirándolo y tratándolo con un soplo de admiración y de enorme respeto; todo ello tamizado por el cariño que desde siempre, las familias O’Donnell y Souvirón (estamos emparentados) nos hemos dispensado.

Por eso, cuando me lo encuentro –pongamos de ejemplo el último caso– en Casa Mira con un cucurucho de turrón por testigo. Y le atraco sorpresivamente, y le echo el brazo por encima, y beso a su mujer, y charlo animadamente con él, y nos vamos al Lounge del Chinitas (para ver cómo se maquilla de luz la Torre de la Catedral), cuando todo eso pasa… cuando todo eso pasa, no sé si él lo notará, pero todo eso lo hago con un orgullo indisimulado del que se sabe distinguido por la consideración de un amigo noble y honesto, deferente y honrado.

Con Juan Antonio, también suelo encontrarme cada año en las recepciones consulares de la “Fiesta de los Fuegos Artificiales” de principios de la Feria de Agosto, y cada vez que nos vemos, hacemos nuestra la leyenda de Fray Luis de León con un remedo del “Decíamos Ayer” y seguimos charlando.

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El privilegio de tener de tu parte a un Inspector Jefe del Cuerpo Nacional de Policía, a un Jefe de Prensa y Protocolo, a un reputado tertuliano televisivo y a un notable y distinguido malagueño, todo en uno, no es nada comparado con el apego, la amistad y la camaradería que, espléndida y generosamente, me dispensa cada vez que nos vemos; y que yo, le agradezco de una manera afectuosa y entrañable. Apreciada y satisfecha.

Relean “Moon River” lo leerán con otros ojos. Con otras alas. Empapados y embriagados resignadamente de “Cointreau”. Esperemos que la saga continúe, porque aquí siempre tendrá, en la mesa de mi blog, un sitio reservado. Con el permiso, esta última frase, de nuestro común Jose María Alonso.

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Nota: Excepto la fotografía, las imágenes restantes que ilustran esta entrada han sido realizadas por Robert Steiner

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LA MÁLAGA DE LOS BARES PERDIDOS

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Muy raramente suelo insertar en este mi blog, artículos copiados –literal o parcialmente– de otros autores. Así que siempre que publico algo de otro – ya os digo, muy de vez en cuando– lo hago con su consentimiento o tras su propia petición.

Esta vez me voy a dejar llevar por la pasión y por la vehemencia; por la nostalgia más irrefrenable; y voy a asaltar impunemente al Diario La Opinión de Málaga que en la edición de hoy, inserta un reportaje tremendamente melancólico y apesadumbrado por la Málaga que fue y que ya nunca volverá a ser.

Una Málaga –la de los bares perdidos– donde los platos que se servían están hoy, o ridículamente proscritos ( los pajaritos fritos) o caídos en el desuso. Muchas de esas tapas y raciones, están hoy ridículamente «reinventadas» o » deconstruidas» (dos palabras que me fastidian soberanamente) por chefs de nueva hornada o propietarios que son de esa proliferación cansina de taperías, tan uniformes y coincidentes en sus contenidos, como llenas de ineficaces platos cuadrados de pizarra donde el sopón está vedado por las propias leyes de la física.

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Este es pues el paseo, que por los bares de ayer, nos proporciona –y ahora vais a poder leer íntegramente– Guillermo Jiménez Smerdou.
Lo recomiendo a todos los malagueños que ya han flanqueado el medio siglo de edad; no hace falta que vistan calva o las disfracen de blanco. A mí, que ya supero esa edad, y a algunos de estos esteblecimientos los veo con una cierta lejanía temporal, sinceramente, que queréis que os diga, me ha emocionado verdaderamente.

Este es:

Ruta de la tapa por los bares de ayer

Guillermo Jiménez Smerdou, ex redactor de Radio Nacional de España en Málaga y premio Ondas, hace un repaso a los bares y restaurantes tradicionales del Centro y los barrios hace décadas, la gran mayoría ya desaparecidos

De los bares que poblaban Málaga hace cincuenta años no queda ninguno. El único superviviente era Orellana, que cerró hace poco. Se salva también el restaurante El Chinitas.
Sin circunscribirme al centro de la ciudad, o Centro Histórico como gusta denominarlo ahora, y sin orden ni concierto, y recurriendo a la memoria porque pasé por casi todos en distintas etapas de mi vida, voy a recordar los siguientes. No hay preferencia alguna. Cada uno tenía su personalidad, su clientela, sus especialidades…

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La Alegría, bar y restaurante, tenía una larga barra donde las bebidas más solicitadas eran los vinos de Montilla y Jerez, aparte la cerveza. Tenía la particularidad de ofrecer una larguísima lista de tapas que se iban sirviendo a medida que se consumían las bebidas. Los camareros reclamaban de la cocina ¡una primera!, para la primera copa. Si se repetía, el camarero cantaba ¡una segunda!… y así hasta que los clientes dejaban de trasegar. Eran tapas pequeñas que iban incluidas en el precio de las bebidas. Fue famosa la ensaladilla rusa.

Enfrente estaba La Hostería, con un mostrador diseñado para los jugadores de baloncesto porque el ciudadano medio tenía que sentarse en el taburete para ponerse a la altura del mostrador. ¿Tapas? Muchas. Pero la más apreciada eran los búsanos.

En la otra esquina de La Alegría estaba la Vinícola Cordobesa, con vinos de aquella tierra y bien surtido de tapas. No lejos, ya en la calle Mesón de Vélez, estaba Guerola, con vinos de la Mancha y con calamares fritos de platos estrella. Toda la calle olía a calamares.
Si uno se desplazaba hacia el sur encontraba la oferta de la Cafetería Granada, con personalidad propia. Era cafetería o bar de copas pero preferido para meriendas al aire libre en la calle Antonio Baena. Pero si se le apetecían gambas sobre otras viandas a dos pasos estaba El Boquerón de Plata, con generosas tapas de gambas para acompañar la cerveza. No lejos estaba Casa Antón, con una oferta distinta a la de los establecimientos citados. Ofrecía huevos de codorniz, croquetas, pajaritos fritos…

En el mismo sector, hacia la calle Marín García, uno podía buscar otras ofertas diferentes, como La Valdepeñense…
Más bares desaparecidos
Exceptuando Lo Güeno, que sigue en la brecha, todos los citados han desaparecido. En la calle Larios, en el mismo sector que iniciamos la ruta de la tapa y bares que solo están en la memoria de los que los frecuentamos, nos tropezamos con La Cosmopolita, más cafetería que bar, y enfrente La Chavalita, solo para matrimonios de cierta edad y por los general acomodados. El primer director que el Banco Santander tuvo en Málaga, que como buen bancario tenía ojo para captar potenciales clientes de sólida economía, comentaba que en La Cosmopolita se daban cita gente de todas clases…, pero los que tenían dinero de verdad frecuentaban La Chavalita. Ninguno de los dos existen.

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Como tampoco está el primer Refectorium, sito en la calle Liborio García, donde salvo los albondigones y las perdices servían el jamón y queso –todo de calidad exquisita– en papel de estraza. El nombre no se ha perdido porque la marca fue adquirida después por un nuevo empresario. Antes de instalarse en La Malagueta estuvo en calle Granados.
Strachan

En la calle Strachan se instalaron dos bares–restaurantes que alcanzaron gran prestigio con una clientela numerosísima. Estaba a tope todos los días. Cada uno tenía características propias. Estoy aludiendo a Los Faroles y Los Camarotes, el primero regido por Federico Torres Cuesta, que después se encaminó hacia el camino de la fotografía, cine amateur y vídeos, y el segundo por Eugenio Aichman, de origen alemán y que antes regentó o estuvo en Gambrinus en la calle Denis Belgrano.

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El alemán, aparte de las especialidades de su país como el Mettwurst, Lewerwurst, Bratwurst y otros embutidos de origen germano, ofrecía a su variopinta clientela boqueroncitos victorianos, rape, ensaladilla rusa… Él atendía al público y su esposa se cuidaba de la caja, aquellas mastodónticas cajas registradoras con campanillas que sonaban cuando se accionaba la apertura del cajón en el que se depositaba el dinero. Era un negocio familiar, y al desaparecer la pareja, el establecimiento cerró. Auf wiedersehen (adiós).

Los Faroles no era su competidor sino su complemento, o al revés: los dos se apoyaban mutuamente porque ofrecían tapas y platos diferentes. Gambas, merluza, las indispensables empanadillas, gazpacho que llegó a envasar para su venta en el mismo local, otros mariscos… eran los más populares. Y para completar la oferta, una bolera, la primera que se instaló en Málaga que se sumaba a la oferta de ocio.

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A la entrada de Strachan, haciendo esquina con la calle Salinas, estaba El Gallo, primero café a secas, y después rebautizado como Granja El Gallo. Cuando era solo café era el más popular de Málaga con los precios más bajos. Recuerdo que un empresario bastante rácano, de vez en cuando, premiaba a uno de los empleados más fieles con un café de pie en El Gallo. Le decía, «toma, Enriquito, para que te tomes un café de pie en El Gallo». Desprendido que era el gachó.

La ruta de las tapas

Sin salir del Centro se podía seguir la ruta de las tapas, por ejemplo, por el pasaje Marmolejo, donde estaba Las Baleares, cervecería y oferta del marisquero con sus búsanos y conchas finas crudas con limón o calientes con un aliño propio; muy cerca, en la calle Santa Lucía, estaba el Bar Pombo, cervecería decorada con elementos arábigos. Era uno de los lugares donde mejor se tiraba la cerveza. Y a dos pasos, el Bar Campos, famoso por sus pajaritos fritos.
Y no lejos, en la plaza Mitjana, El Rincón, donde la cazoletita de angulas con su salsa picante era el plato estrella.

No había que alejarse mucho porque la oferta seguía en la Cafetería Viena, en la calle Granada, donde el surtido de canapés invitaba a no abandonar el local hasta agotar la gama de la oferta. En la calle Ángel estaba el Bar Regio, con sus típicos soldaditos de Pavía, o bacalao rebozado. Y si uno quería degustar pulpos fritos, a tiro piedra como dicen en los pueblos, en la calle Capitán, se encontraba La Pilarica, con la particularidad de servir los pulpos con vino Málaga.
Pero había más, de los que no queda más que el recuerdo de los que los frecuentábamos. En la plaza de Uncibay, donde sigue Doña Mariquita con sus meriendas, se encontraba La Reja, con un plato muy solicitado porque era el típico del establecimiento: gambas fritas.

Sin abandonar la zona, el Bar Luna con sus biberones –vino de Jerez en botellas de 333 decilitros– el lugar de encuentro de personajes de la vida cultural de Málaga. La puerta de acceso era de cristal esmerilado que impedía ver desde la calle los clientes que saboreaban buen vino y tapas de jamón y queso. También estaba la Cafetería Santander, muy frecuentada por los futbolistas del Málaga.

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Y curiosamente, la tienda de ultramarinos El Aeroplano, en la esquina de Méndez Núñez con Granada, cuando echaba el cierre metálico a las siete de la tarde, dejaba entornada la pequeña puerta de salida para que accedieran unos asiduos amigos del propietario que convertía el mostrador de la barra y servía vino y toda clase de embutidos de los que vendía al público. En un rincón frecuentado por algunos periodistas, dibujantes y pintores. En la Buena Sombra, en la calle Sánchez Pastor, se citaban a diario muchos artistas que acompañaban la cerveza o el vino con guarritos, curiosa denominación de un bollito de pan con carne de cerdo.
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En otros puntos de la ciudad existían igualmente bares y restaurantes frecuentados por los residentes en la zona; pero la fama sobrepasó las fronteras o límites de los barrios hasta el punto de incorporarse a la nómina del Centro, como los casos de El Trompi, en la plaza Montaño, que se hizo muy popular con sus gambas al pil–pil que se servían al diez, veinte, treinta y hasta el cien por ciento, que eran las dosis de picante que solicitaban al cliente. Al diez eran las menos picantes y las del cien eran el no va más. En los primeros tiempos había que hacer cola para acceder al pequeño establecimiento donde las ristras de ajos y guindillas decoraban el local.
Para tomar caracoles el lugar recomendado era el bar de la plaza Montes, en el barrio de la Trinidad. Era una taberna más entre las muchas que se repartían por la ciudad. Pero los caracoles con su salsa picante eran únicos. Para secarse las manos después de saborear el rico molusco de la tierra se colocaban en el mostrador rollos de papel higiénico.

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En la calle Monserrat, en el sector de Capuchinos, una calle terriza, con una gran variedad de baches y desniveles, empezó un bar dedicado a mariscos que respondía al nombre de Los Delfines. Pese a la odisea que suponía llegar en coche hasta el lugar elegido por el promotor del establecimiento, durante algunos años fue lugar de cita para consumir y deleitarse con gambas, cigalas, conchas finas, almejas… a precios mucho más bajos que en el resto de los del Centro. El local era frecuentado por personas del Centro de Málaga a través del boca a boca, que es la publicidad más efectiva y directa.

Poco tiempo después cambió de ubicación. Eligió una esquina de la Alameda de Barceló, mejoró la instalación con nuevos refrigeradores, mejor servicio y los mismos precios. Al fallecer el industrial en un accidente automovilístico en una curva del Paseo de Sancha (creo que fue atropellado) el negocio ya no funcionó igual. Creo que se estableció en El Palo.
Y más lejos todavía, en la rotonda Suárez, estaba Los Peroles, con sus discos de flamenco a todo trapo y almejas salteadas como nadie preparaba en Málaga en aquellos años. Siempre había tertulias discutiendo si el Príncipe Gitano cantaba mejor que Manolo Caracol. Pero la máxima figura del cante era, para aquella tertulia, Farina.

Después de este paseo por los bares malagueños algún lector pensará que el autor del reportaje se pasaba el día de taberna en taberna. Nada más lejos de la realidad. Es que sesenta y tantos años de ir de acá para allá frecuentaba los establecimientos citados y otros que recuerdo y no recojo para no cansar a mis posibles lectores. Pero echo de menos los pinchitos de Yudi en La Marina por poner punto final a este paseo gastronómico cultural que tengo en el baúl de los recuerdos de Málaga.

Autor: Guillermo Jiménez Smerdou–
Fuente: Diario La Opinión de Málaga

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VUELVE LA NAVIDAD A CASA GORGONZOLA. 2013

VUELVE LA NAVIDAD

A CASA GORGONZOLA.

 2013

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LOS CUATRO, LOS CUATRO…

SIEMPRE LOS CUATRO

 Lo reconozco; soy muy tradicionalista, mucho. Pero no se confunda esa condición con la de ser conservador; háganme Uds. el favor.

 Digo tradicionalista, porque a pesar de que tengo la capacidad -de la cual me satisfago- de fusionar y hacer convivir costumbres nuevas con las adquiridas y asumidas en todo mi periplo vital, no sólo no reniego de estos hábitos, sino que además trato de imbuirlos y traspasarlos a mis hijos para que sigan dando la tabarra, con mis manía y mis querencias, a los que hayan de venir detrás de mí.

No se me confundan Uds. háganme el favor, y crean que les estoy hablando de clasicismo trasnochado o folklore casposo; de prácticas anticuadas o de pasado nostálgico. Estoy hablando de conservar las raíces, y los usos y los modos, en los que fui criado y educado y que -orgullosamente- aún trato de mantener.

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Adoro algunas prácticas que me resultan absolutamente gratificantes: La costumbre de mis cuñados de que me regalen un jamón ibérico en Navidades (habrá cosa más bonita?) o la de los otros, que desplazados a mi domicilio, me cocinan una inimitable orza de lomo en manteca para que nos acompañen y acaricien el paladar las frías tardes de Invierno (habrá otra cosa más bonita?) También me encanta esa tradición de asistir a la Fiesta de los Villancicos cada año a Casa de los Gaviño-Spinner, para que una vez acabando con las viandas y los licores, Margarita nos haga entrega a los Gorgonzola (en petit comité y ocultos de miradas envidiosas y suspicaces) de una caja llena de galletitas hechas por ella misma a la suiza manera; cómo no podía ser de otra forma.

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Me fascina que vengan Titi y Ana a visitarnos cargadas de ellas mismas, que ya es bastante. Porque bailaremos y reiremos hasta desfallecer. Desfallecer de puro contento, que es cómo a nosotros nos mola. Comprar dulce de los conventos con Maxi y Pepa; y que vengan Jóse y Silvia a abrirnos el jamón y a beberse mi reserva de Ron. Que venga. por fin, mi hermano Fernando y su manada, para hacerlo llorar; tanto de risa cómo de ternura y emoción. Cómo a él le gusta.

Me encantan también esas costumbres -que a fuerza de ejercer cómo tal, se transforman en tradiciones- como es la de mi querido amigo Fernando Damas que, cada vez que nos reunimos con la Logia del Negro Anaranjado, tiene a bien el obsequiarme con botella de ron de la más alta excelencia.

Me gusta esa nueva costumbre que tiene mi hija Cristina -desde que se emancipó- que es esa que nos traiga churros para desayunar cada domingo por la mañana. Para aliviar indeseadas, pero gloriosas, resacas sabatinas. Los cuatro otra vez juntos.

Me gusta adornar la casa por Navidad. Cada Puente de la Inmaculada y de La Constitución.Me gusta.

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Adoro que los Gorgonzola nos reunamos los cuatro -siempre los cuatro- y que Cris, nos haga más galletitas de mantequilla que dispondremos en bandejitas ad-hoc junto a otra bandeja de porcelana centenaria de mi abuela Matilde, sobre la que reposan algunas botellas de espirituosos que darán su vida en martirio por atender a mis invitados cómo ellos se merecen.

Me gusta preparar la fondue de queso que la familia nos zamparemos en el intervalo del almuerzo; mientras descansamos de instalar las luces de las ventanas que adornan e iluminan la calle desde nuestro salón. De colgar guirnaldas y flores de Pascueros. De llenar la casa de villancicos. Una música que cada año se debate en una lucha  feroz y sin cuartel entre Frank Sinatra y Manolo Escobar; según sea Father o Santa quien disponga el ambiente. Cris en mi bando; Cigalowsky en el bando contrario con su madre.

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Este año estoy contento, y mucho. Pues hemos decidido recuperar una tradición que teníamos ciertamente abandonada desde hace ya algunos bastantes años. Montar el Belén. Con permiso, claro está, de Paco Martínez Soria.

P1190337(Nótese algún intruso en el Belén; los encontráis?)

Desde que los tiernos infantes crecieron, se abandonó dicha costumbre que éste año, ya te digo, vamos a recuperar. Pero no sólo esa; sino también la de desplazarnos -tijera podadora en mano- a nuestro Monte de San Antón y traernos para casa un abundante acopio de ramas de algarrobo, de pinos y de lentiscos. Enormes manojos de tomillo y de romero; de naranjas cachorreñas y de piñas de abetos. Musgo verde y húmedo; piedras llenas de manchas blancas y amarillas de líquenes. Todo un botín botánico natural que compondrá un escenario, fresco y perfumado a campo, donde se situarán las figuras de barro que en su día el Father Gorgonzola compró – hace ya la friolera de medio siglo- en una ya irretornable Plaza de la Merced abarrotada de puestecillos de Navidad, Circa 1963. Todo un botín botánico natural, ya os digo, que coronará también los muebles que desde hace mucho más de un siglo, acompañan la vida de la familia Souvirón y que cada año, al realizar este rito, saben que han cumplido un año más de vida vivida. Yo me entiendo.

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Así que este año, la Casa Gorgonzola -cómo cada mes de Diciembre- otra vez se vuelve a vestir de luz y de Navidad. Y esperará, impaciente y nerviosa, a que los regalos vayan apareciendo -de manera encubierta, pausada y misteriosa- a los pies de nuestro Árbol. Para que el día de Reyes (Santa Claus Go Home!) comiéndonos unos trozos de roscón de la Confitería La Exquisita, (todo es tradición) los abramos en un mar de ilusión, de sorpresa y fascinación. De amor. Los cuatro, los cuatro; siempre los cuatro.

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 Porque ya es Navidad en Casa de los Gorgonzola. Ya es Navidad!

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POR EL REINO DE CONDE UREÑA

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POR EL REINO DE CONDE UREÑA

 Sólo si eras muy avezado en la exploración y permanecías atento a los vericuetos del recorrido, podías observar que antes de la gran curva, nacía y subía un sendero urbano con vocación de final llamado Juan Such.

 En ese universo de casas palaciegas y preciosas villas que conformaban la vía principal del Reino llamado Conde de Ureña -que también moría como toda calle noble abrazando un pinar- en medio de ese zona sin ocupar por bloques feos y antiestéticos, había un reducto poco mas o menos íntimo y reservado, personal e intransferible, que no era otro que esa cuasi pedanía que ocupaban tres o cuatro casas familiares.

 En ese espacio verde y en cuesta, viví ¡Que afortunado fui! una de las etapas más felices y divertidas de mi vida: La Pandilla de El Escalón. En la calle Juan Such, vuelvo a indicarlo.

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Siempre he sido volatera en cuanto a la pertenencia y permanencia a cuadrillas de amigos. Pero, juro por mi honor de caballero fijosdalgo, que guardo como un tesoro en mi cabeza, lo mejor de cada una de aquellas pandas; si no la amistad tangible de muchos de aquellos amigos, si el recuerdo más satisfecho y rememorante.

 De entre las escasísimas Casas dominantes en la pedanía urbana de Juan Such, La Casa Guille y La Casa Troya eran las principales y más notables. Al contrario que los Lannister y los Stark ambas Casas compartían en paz y sosiego la administración y el gobierno. Aunque no les quepa la menor duda de que poco había administrar y nada que gobernar. Se los juro por las Lluvias de Castamere.

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A la Casa Guille ya me he referido aquí muchas veces. Son amigos tan queridos como duraderos y vigentes. Ya dije en una ocasión que su casa  -y la figura de sus padres- se me antojaban como un reducto de libertad y del “dejavivir” que ni en aquellos tiempos, ni en los de ahora, eran norma de conducta habitual. Una especie de perfecto, apreciado y cordial guirigay para los afectos.

 De la Casa Troya, recuerdo también con verdadero cariño a los progenitores; Don José María y Doña Isabel. Recuerdo esas reuniones a la hora del aperitivo en la terraza charlando todos animadamente -y me incluyo- entre muchas risas. Era ahí donde yo usaba la segunda vajilla de diario de la familia que tanto gusta usar, aún hoy, al articulista Don Curro-Pancho.

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 La familia Troya, era muy numerosa; quizás por eso  -por lo arduo y largo que podía resultar la tarea de llamar a cada uno por su nombre completo- todos tenían un alias, un mote. Lo que ahora los afectados y lechuguinos llamarían “Nick”. Componían el clan: Momo…  Toto… Nenapaz… Puchucha…Joselete… Cuca… Pancho (Curro) y la última -no sé si me olvido a alguien-  Margarita; que esa era la única que no tenía Nick por ser quizás, la mas chica de la manada  o por tener nombre de combinado. Ramón, ahora!!! Sabía que había uno que se me olvidaba!!!

Los Guille sin embargo, extrañamente, detentaban nombre original y completo. Con todas sus letras: Ana Rosa…Mariajosé…Eduardo…mi querida Luisa (el culito más respingón de la pandi)…Jorge…la deliciosa Curry y, por fin y cerrando el círculo: Carmencita. Otra delicia.

Observará el lector que eran dos familias, repito, muy bastante y asaz numerosas. Se me perdone la reiteración a propósito.

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En la Pandilla de El Escalón -llamada así porque solíamos reunirnos y sentarnos en una escalerilla de apenas cuatro escalones- viví ese paso de la pubertad a la adolescencia, en un escenario de juegos por los pinares del Monte de las Tres Letras, acompañado por los primeros guateques y fiestas hippies y los primeros acordes de guitarra. Días de piscina en la Casa Troya en la que -por no faltar-  no faltaba en el jardín ni siquiera un enorme “How Long”  (Jaulón en botelliano) lleno de pájaros.

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Días de Moonshadow y de American Pie. De sangrías y bailes atropellados. De ensayos en el garaje de la Casa Guille. Primer beso largo con lengua regalado por una francesa preciosa llamada Sophie y que me produjo de inmediato el vergonzante “Efecto Alcayata” . De contactos con la música mas avanzada de la época de la mano de mi más mejor de entre todos los Troya: Toto. Toto, amigo que fue y que ahora duerme en el rincón del desuso y el abandono. No olvido a Julia Araújo la más guapa entre las guapas. La más lista entre las listas. La chica que mejor cantaba. La que con mejores piernas andaba.

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Hubo, porque la vida entiende de muerte, algunos amigos entrañables que se fueron para siempre: el muy querido Fernando Espinosa y el ampuloso Valentín que todo lo sabía; insufrible y repelente niño Vicente.

 Otras Casas compartían territorio: La Casa Villodres a la entrada, la de mi muy querido amigo Yeyo ( ¿donde andará? ) en la gran curva: Los Atienza. Los Márquez frente a los Troya y, por fin, que yo recuerde, la Casa de los Verdes, donde habitaba la más preciosa mujer que pudiera haber en toda la Comarca Ureñiana: Chelo. La del hoyuelo en la barbilla, la del color de ojos que, a modo de denominación de origen, daba -tirando a los azules- nombre a su apellido.

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Una gran peña de amigos. Una divertida y gran peña de amigos. Aún hoy, tengo relación con muchos de ellos; con los de la Fonda Troya, casualmente con los más pequeños, con Pancho -el llamado Curro- y con Cuca. Con los Guille, con casi todos mantengo relación o epistolar o presencial.

 No he vuelto a subir a Juan Such desde aquella época, porque -tal y como me pasó con mi querida Cañada de los Ingleses- no quiero que mi feliz recuerdo sea trastocado y corrompido por lo que el paso de los años haya podido perpetrar en uno de los lugares más mágicos y apreciados que viví en mi juventud.

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Fue una preciosa época. Unos preciosos y entrañables tiempos que aún hoy, recuerdo con enorme cariño y predilección; y saben Uds. una cosa? casa día de verano que entro en mi casa, ya caída la tarde y huelo las damas de noche, no puedo evitar retrotraerme a esa época de mis días felices en Conde Ureña. En Juan Such. Y solo me faltaría para ser completamente dichoso, saben Uds. el que? Comerme a bocados  un membrillo recién arrancado del árbol, para una vez limpio y abrillantado, saborearlo lentamente sentado en cualquiera de aquellos cuatro escalones.

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Y entonces, subo a casa, y me pongo a Cat Stevens en el equipo de música y sonrío con esa alegría triste que te proporciona la nostalgia; para poder, cerrando los ojos, volver a pasear por el Reino de Conde Ureña.

ENTRE CADA TRAMONTANA Y LA SIGUIENTE

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ENTRE CADA TRAMONTANA

Y LA SIGUIENTE

Cuando no hace mucho, al President de la Generalitat de Catalunya, le dio por distraer malamente al país con sus ínfulas soberanistas -en el momento mas inoportuno y difícil, todo hay que decirlo- el señor Más, Don Arturo, no sé si pretendiéndolo o no, puso a buena parte del Estado en contra de los catalanes (de todos injustamente) por lo que significaba eso de no querer vivir bajo el mismo techo y hacer vida no marital con el resto de la nación. ¡¡¡Visca Catalunya Lliure!!! Nos gritaban y siguen gritando.

Mucha gente -en el resto de España- se propuso y utilizó la estrategia de atacar la base de su economía dejando de adquirir productos catalanes (sobretodo el cava) en las fiestas navideñas que se aproximaban. Tengo que reconocer que -a veces- me dieron ganas de boicotear algunos de sus productos, pero lo miserable y lo irracional de la acción me pusieron las ideas en su sitio y, afortunadamente, ni lo hice ni lo recomendé.

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Sin embargo, sigo pensando que esa inquina especial que los nacionalistas catalanes regalan gratuitamente (no voy a caer en el tópico) al resto de España es igualmente irracional. Y desproporcionada.

Tengo una muy querida amiga la mar de soberanista y secesionista. Tan buena amiga que hemos recorrido Brooklyn a pie; y todo Manhattan, Queens y el Bronx en coche. Hemos compartido partido de la NBA y Circo del Sol en el Madison Square Garden y  -por si fuera poco- nos hemos comido un hamburguesón en el Jackson’s Hole de la calle 53. Vivido en los Radio City Apartments de la 48.

Y aunque de vez en cuando me cabreaba  -y me sigue cabreando- cuando se pone farruca, nunca se me ha pasado por la cabeza ni pelearme, ni el acabar con nuestra amistad; ni separarme, ni por supuesto, olvidar que  compartimos un día, un chupito en un bar de Brooklyn frente al Skyline del Downtown de Nueva York. ¡Petons Kliva!

Peeeeroooo….

Comentarios cómo : Sres del @PPopular no tengo npi de como se llama #LaMujerDeRajoy, pueden decirme x donde paso a devolverles la nacionalidad española ?? thks

Me parecen sumamente inapropiados. Destilan un desprecio absoluto hacia todo lo español (y mira que yo no soy nada chauvinista) que la mayoría de los ciudadanos no nos merecemos.

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Se me ocurrió -durante esos episodios de cabreo- la idea de realizar una entrada en mi blog desfogándome con el Tió y  la mara qui lo pariú. O como se escriba. Por la falta de acuerdo y la sinrazón de unos y de otros, por las diatribas irrazonadas y esos menosprecios y desaires desde ambos lados que solo llevan a enfrentamientos y vayan Uds. a saber hasta donde más. Don Arturo.

Quería averiguar y después argumentar, utilizando la verdadera Historia, de donde provenía esa inquina entre ambas partes (dejando a un lado esas Historias subtituladas, particulares y acatetadas, que coexisten en este país 17 veces. Una por cada autonomía) para demostrar que los deseos soberanistas que ahora se pretenden en España, ni son ajustados al derecho histórico en muchos casos, ni a la lógica ni a la necesitada y perentoria prudencia más actual.

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Porque el momento por el que pasamos ahora mismo, indica y exige que los esfuerzos se agrupen, y se dediquen estos, a salir del agujero económico y anímico en que los ERES, Gúrteles, Pujoles, Undargarines y demás sinvergüenzas, malandrines y malos gobernantes, nos han metido. ¡Malditos sean!

Así que acudí a mi letrado y culto amigo el escritor Jotapunto Rebuscá (es alias) y le conminé a que, usando su fantástico verbo y su exhaustivo conocimiento de Cataluña, elaborase una entrada aclaratoria (sobre todo para mí) sobre el segregacionismo y las ansias de soberanía de muchos catalanes en general, de mi querida amiga Kliva en particular, para que les diera un poco de caña. Todo hay que decirlo y reconocerlo.

España, I República “federal-unitaria” [1870]

Menos vehemente y bastante más razonable que yo, Jotapunto, no me hizo ni puñetero caso. Y de eso me alegro; porque me habría proporcionado -si me hubiese hecho caso y la hubiese dirigido en el sentido que yo pretendía- muchos quebraderos de cabeza.

De ese modo, no realizó una entrada. Hizo algo así como 27 entradas sobre Cataluña. Cortas, directas, didácticas y amenas. Cataluñya llamó al estudio. Y las elaboró con un absoluto respeto (yo nunca le pedí lo contrario) y diligencia. Y así, de esa manera -tal y como él termina su prólogo (es coincidencia)- fuimos pasando por la Barretina y por el Caganer. Oímos -deleitándonos- a Joan Manuel Serrat hablando del Barça de Messi y del criadero de estrellas mediáticas de la Masía. Visitamos la Sagrada Familia y nos  tomamos un Pá amb Tomaquet por el Barrio Gótico de Barcelona.

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Me llevó Rebuscá a contemplar los Castellers para poder entender (él) más y mejor la Llengua Catalana. Fuimos de excursión por los Monasterios y por los Condados de Aragón; y ya, de paso, dio unos toque superficiales –porque no se puede huir de la realidad ni del tema propuesto- al Segregacionismo y a su principio con la Renaixença. Bebimos cava hasta ponernos púos y bailamos -con la mona premeditada- la Sardana  en cualquier plaza que se nos presentara hasta desmayarnos.

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Jotapunto Rebuscá (sólo yo sé porqué es ese su apelativo, sólo yo) me dio una lección que  -aunque me cueste- procuraré llevar a cabo. Que es la de no lanzarme del trampolín, envalentonado por el subidón de adrenalina que proporciona el instante eterno -y se me perdone el oxímoron- que te entra cuando no estás de acuerdo, y te mosqueas, con algo o con alguien.

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Jotapunto además, me dedica un precioso -aunque inmerecido-prologo, que ahora pongo a modo de aperitivo, a vuestra disposición. No sin antes advertirle al escritor y amigo, que para esas fantásticas reuniones que solemos tener en su casa, al abrigo de su piano de cola, mi Ovation Legend LX y mi estuche repleto de armónicas, vaya preparándose algún blues del delta o, si lo prefiere, cualquier tema de Dylan de esos que tanto nos gustan. Porque haberlos, haylos y muy muchos.

Antes del prólogo, voy a poner un enlace al excelente documento -fantásticamente elaborado y escrito y con una estupenda presentación- que recomiendo muy encarecidamente, descarguéis y guardéis. Imprimáis y leáis. Una mirada esclarecedora y explicativa de Cataluña. O de Cataluñya, como a él le gusta decir.

Este es:

CATALUÑYA

Un abrazo y un millón de gracias  mi querido amigo. Tócaremos canciones del Mississippi. Tú, en la escala de Mi mayor. Yo, con la armónica en La; que es como debe de ser.

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EL PRÓLOGO:

Una pequeña historia sobre cómo esto empezó …

Alvaro Souvirón y Garcia-Huelin es un malacitano de los de pura cepa; de una cepa que plantaron sus antepasados, unos gabachos que recalaron en la decimonónica burguesía de la Málaga industrial y del vino, donde decidieron echar raíces como tanto adelantado que se quedaron tras constatar eso de que «el sur no es un país sino un concepto».

Los «souviron» son una familia de ilustrados que comparten con la ciudad el arte, la política, la cultura, las ciencias y las leyes, ambientes en los que por norma aparece alguno con algo que decir. Álvaro no iba a ser menos, así que a bombo y platillo anunció que se proponía construir su “blog” («hoy no se es nadie si no se tiene un “blog”- repetía»), y sin dejar de rasguear su Ovation, soplar en sus siete armónicas, escuchar hasta el agotamiento a su Bob Dylan, o releer y releer la Aventuras de Tintín y su admirado capitán Haddock, construyó su “alter ego ciberespacial” con el nombre de http://fathergorgonzola.com

Describirlo es tarea compleja. Mejor visitarlo. Nueva York, Tintín y la música -sus obsesiones- desvelan su personalidad, pero sobretodo la desvela su afán por recopilar aquello que esté vinculado al arte, con especial cariño al que bulle por su ciudad.

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El «Souvi» también es un erudito del humor, una saludable alteración genética que afecta a los «souviron» ; y además, en ocasiones se desmarca de lo artístico y la guasa para hurgar por donde le va en gana, que por lo común  es un intento ofrecer a sus lectores temas de actualidad.

Cuando lo estima conveniente recurre a sus colaboradores; así que con cierta zozobra, y algo de ingenuidad, quiso poner al tanto a tales lectores sobre los episodios secesionistas que acaecen por Cataluña, episodios complejos de entender en un mundo de monedas únicas y globalizaciones y sobre el que «mariquilla y toda la villa» se atreve a ‘tertuliar’, aportando un granito de arena para hacerlo incomprensible del todo. Y acudió a j.rebuscá con el fin de que le elaborara una crónica sobre la cuestión.

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Desatinada elección; Jotapunto, como a él le gusta decir, se toma poco en serio eso de las banderas y exaltaciones patrióticas y presto le confesó su incapacidad para confeccionar un reportaje objetivo « ¿Y por qué no presentar a Cataluña como es? – contraofertó – el nacionalismo es sólo una parte de Cataluña, y no precisamente la más interesante»

La negociación duró poco; se aceptaba la inclusión del nacionalismo pero como un “cliché” más y el reportaje se centraría en  descubrir al leyente la Cataluña real a través de un recorrido por sus iconos más emblemáticos.

Iconos que en breves relatos fueron remitidos al rebautizado como Alvar Souviró i García-Huelín. Debidamente manipulados se compendian en este texto refundido, un todo pensado para aquellos que en su momento asimilaron el mensaje de aquel magnífico ’spot’, auspiciado por el Gobierno vasco, y en el que se pulverizaban tantas cosas: «cuando viajas aprendes que los madrileños no son unos chulos, ni los catalanes unos tacaños, ni los andaluces unos vagos…»

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Del total de los temas propuestos al inicio, dos han quedado fuera: la peseta y los santos. Pese a ello, ambos hubieran encajado en el contexto ¿Alguien ha contado cuantas poblaciones catalanas reciben el nombre de un santo? Pues sólo en la provincia de Barcelona ¡cincuenta y cuatro santos y dieciocho santas, incluidas las siete en la que se repite Santa María! Y por si  no bastara, el símbolo histórico por excelencia, la Creu de Sant Jordi, lleva el nombre de otro. Por comparar: en todo el Antiguo Reino de Granada (Málaga, Granada, Almería) se cuentan con los dedos de una mano. Puestos calibrar, si los santos y santas viven en el Paraíso … ¿tan cerca está Cataluña de Dios?

Con lo de la peseta se ponía a huevo del autor el recrearse en la fama de tacaños de los catalanes, ya que la elegida como moneda nacional era, en origen, catalana; pero  renunció tras averiguar que poco tuvo que ver su catalanidad, sino el hecho de ser la única moneda de curso legal que regía por el sistema decimal. Eso sí, ¡faltaría más! fue un catalán, el Ministro Laureano Figuerola quien lo decidió. (Tras el último capítulo un apéndice está dedicado a este catalán semidesconocido, dedicatoria basada en razones muy especiales para el autor). Lo indudable es, que para animar la lectura, hubiera venido al pelo una remesa de las docenas de chistes que circulan sobre catalanes, y ofrecer un homenaje a Eugenio –¿saben aquel que diu?- pasando la capa sobre un peculiar sentido del humor.

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El resto ha resistido el guión original. Poco que añadir a esta historia que guionó Alvaro Souvirón y Garcia-Huelin; animarle a que continúe dándole a la pluma y que siga animando a los demás. Ambos compartimos la creencia de que el saber, como no ocupa lugar, deja demasiados huecos a la ignorancia.

Y para acabar, o para empezar, una congruente sugerencia a los lectores: colóquense una barretina, pinchen Mediterráneo de Serrat, descórchense un buen cava, prepárense un pa amb tomaquet, y disfruten intimando con ese casteller de montañas y mar edificado con ráfagas de condes, obispos, payeses, bandolers, masías, caganer, butifarras, revueltas, monasterios y almogavers; vendavales que han curtido a los catalanes en ese pragmático seny que les lleva a medir el tiempo entre cada tramontana y la siguiente.

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TÍO JOSEMARÍA

«Allá lejos, donde estaba,
nunca me sentí lejano
porque existía la palabra»
«¡Que lástima que no estés  aquí, para verme ahora tan firme sobre mis pies!»

 


Tío Josemaría

Cuando Tío Josemaría entraba por la puerta, todo el mundo guardaba un expectante y respetuoso silencio; hasta que él, imponentemente y con una sonrisa en la boca, saludaba. Todos menos yo -todo hay que decirlo- porque al disponer de la mas corta edad entre todos sus sobrinos, él, me lo permitía casi todo. Así que yo echaba a correr, me apretaba a sus elegantes pantalones de Tweed que siempre llevaba con una raya tan perfecta que podría cortar como una navaja; le pisaba sus rutilantes zapatos de piel picoteados y él, a su vez, me ponía la mano en la cabeza, entendiendo, que yo era el mas zascandil, revoltoso, y joven de la familia. El benjamín que se dice. Tío Josemaría Souvirón Huelin era hermano de mi padre; y yo, además, detentaba el honor de ser su ahijado. De hecho, me pusieron mi nombre por mor de su hijo Álvaro. El apellidado Souvirón Price.

(Álvaro Souvirón Price)

Que Tío Josemaría estuviese presente en cualquier conclave familiar – pongo por ejemplo la reuniones familiares navideñas en mi casa- aseguraba una velada de risas y comentarios jocosos; celebrábamos que estaba de nuevo entre nosotros. Además de ser interesantísima. Porque Tío Josemaría, cuando hablaba, cuando contaba anécdotas, nos dejaba a todos y en especial a los más jóvenes -que no nos atrevíamos a participar en la conversación, y maldita la falta que hacía- absolutamente absortos, pasmados y distraídos. Boquiabiertos, para que negarlo. Sus anécdotas de Chile…. Sus entretenidas e ingeniosas charlas, sus historias de miedo, cualquiera que fuese el tema, siempre resultaban extraordinariamente ilustrativas y enormemente amenas.

(Tía Pila, Tio Josemaría, Fernando- mi padre- y Tío Matías Huelin)

Podría hacer una glosa de la vida literaria de Tío Josemaría -fue premio Nacional de literatura- pero para eso esta la Red y la Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Mar%C3%ADa_Souvir%C3%B3n Podría relatar aquí una somera biografía que abarcara sus años en Chile donde era Doctor Honoris Causa por la Universidad de Santiago. Podría también hablar más profusamente de sus años como catedrático de Literatura Contemporánea en Madrid. Pero no voy a hacer eso, por el motivo antes expuesto. El que quiera ilustrarse que busque en la Generación del 36: esa del Panero, de Miguel Hernández o de Dionisio Ridruejo. Aunque no puedo dejar de referenciar que por edad -dice la Wiki- podría encajársele en la Generación del 27. Tampoco su amistad con Neruda o con José María Hinojosa, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados; con estos últimos amigos, fundó la revista » Ambos», precursora de «Litoral.» http://www.diariosur.es/20070627/malaga/tiempo-pasado-jose-maria-20070627.html A lo que vamos: de Tío Josemaría, guardo recuerdos grabados indeleblemente en mi memoria. El camión de juguete que me trajo en una visita inesperada –como el título de un poema que conservo y que está escrito en un cuadro con una pintura de un autor cuyo nombre desconozco- allá por los mediados sesenta cuando aún vivíamos en la Calle de los Mártires, 17. En pleno centro de la ciudad. Recuerdo como me enseñaba una tarde de verano en la Cañada de los Ingleses- vestía unas elegantísimas bermudas que después yo heredé- a merendar galletas María Fontaneda levemente mojadas en agua fría. Si, parece repugnante, pero probadlas. También recuerdo las reuniones literarias en el mismo llano de la Cañada con el barbiblanco Bernabé Fernández Canivell, con Pérez Estrada o con Alfonso Canales (Tío por cierto de mi querido amigo Eduardo Guille). En estas reuniones, yo permanecía callado pero atento, sentado en el suelo escuchando hablar a los tertulianos mientras jugaba con las semillas de “Llagas de Cristo” que Tío Matías después me hacía esparcir en la falda del monte de Gibralfaro para que más tarde se vistiese este de colores. Disponía Tío Josemaría de una especie de casita-apartamento en la casa de Tía Lourdes y de Tío Matías; con una biblioteca circunstancial -la suya principal la tenía en Madrid- encima de la cual tenía su colección de copitas robadas en las más distinguidas coctelerías de España, de Paris o de Latinoamérica. (Yo conservo todavía una preciosa). Un retrato de su preciosa hija Jacqueline, complementaba la somera decoración.

(Tío Josemaría con Jacqueline en La Cañada)

Ya he dicho en alguna ocasión, de que yo -cuando no estaba Tío Josemaría- disfrutaba de ese apartamentito en las frecuentes estancias que pasaba en la Cañada de los Ingleses. Puede que el dormir rodeado de libros, me sirviera para apreciar la lectura en mi edad más adulta. Tenía Tío Josemaría un encanto especial que le hacía enormemente atractivo para las mujeres. Mi madre decía que tenía una voz preciosa. Y un talento innato para la conversación interesante. Aquí le podéis ver con la actriz Ava Gadner y con una amiga común.

(Tío Josemaría conversando con Ava Gardner y una amiga común)

De él guardo con enorme cariño, algunos libros, algún trabajo de Lara (el mismo autor del dibujo que encabeza esta entrada) y -entre otras cosas- un dibujo realizado por el pintor Escassi, que me regaló mi tío cuando nací y que guardo con un enorme orgullo y cariño. También tengo felizmente su precioso bastón de raiz. Murió mi tío y padrino en el mes de Agosto de 1973 en Málaga. Contaba yo los diecisiete años y fue a esa edad que me pasó la cosa que mas me ha avergonzado en toda mi vida. Sépase que -como decía el poeta amigo JMGdP- era yo por aquella época, displicente y retraído, y que ahora, amparado por la semi presencia que te procura el teclado y la pantalla, me atrevo a contar públicamente… Tío Josemaría fue enterrado en una tumba del Cementerio de El Palo. Junto al mar, tal y como él deseaba. En su lápida reza -también por deseo expreso suyo- un lacónico epitafio:

JOSE MARIA SOUVIRON. POETA. “Hizo todo por amar a Dios, Y todo lo que pudo para amar a los hombres”

Ahora, la anécdota: El telediario había notificado su fallecimiento en su emisión de la tres de la tarde. El ABC hacía una glosa de su vida literaria, y la familia, compungida, se preparaba para -después del sepelio -hacerle un romántico, sentido y poético homenaje de despedida en el puerto de Málaga. Allí, reunida la familia con una nutrida representación del mundo intelectual madrileño -desplazado a Málaga por tan aciago y luctuoso acontecimiento- nos disponíamos a realizar el acto fúnebre. Tía Lourdes y Tía Pilar Souvirón Huelin -hermanas del interfecto- habían preparado un paquetito que contenía un libro de sus poemas, unas piedras del llano donde solía sentarse a la sombra del chambao de enredaderas (ese mismo donde tenían lugar las tertulias literarias) y unas ramitas de pinos del Monte de Gibralfaro. Todo bien atado con una cinta muy mona. Todo muy emotivo, puedo asegurarlo. Nos desplazamos toda la comitiva a la zona de la Farola. Junto a la Casa de Botes del Club Mediterráneo. La aflicción y la pesadumbre flotaban en el ambiente. Yo -recuérdese que manejaba unos insolentes y adolescentes diecisiete años- contemplaba la escena dolorido. Llega el momento de echar al agua el paquete recordatorio esperando que este -flotando plácidamente- se alejase parsimoniosamente, poco a poco y para siempre, en el horizonte cercano que suponía el morro de poniente. Se delibera entre los próceres más ilustres y la familia más cercana quien debe de ser el elegido para que el paquetito funerario sea lanzado al agua. Cuando una inoportuna voz se oye que dice: ¡Qué sea el más joven el que lo haga! ¡Zuputamadre! Pienso yo temblicón. ¡Zuputamadre! Todas la miradas se dirigen al zangolotino y chisgarabís jovencito que está atribulado y semi escondido detrás de su padre. ¡Eso! ¡Que sea Alvarito quien lo haga! ¡Que sea el niño! ¡Eso, el niño! ¡Zuputamadre! Yo, que me aturullo y horrorizo. Los colores suben y bajan y se afianzan en mis mejillas ya para unos cuantos años; y al cariñoso empujón de mi padre, acudo al filo del muelle donde Tía Lourdes contrita y emocionada me hace entrega del dichoso paquete (Que Alá confunda). Yo lo cojo, lo sopeso y haciendo acopio de todas fuerzas, trato de lanzarlo inconsciente y violentamente lo más lejos posible. Tal es la fuerza desplegada, que el paquete a escaso medio metro de mis narices, empieza a deshacerse en un rapidísimo remolino en el aire. Flaaash! Salen las piedras, como balas, disparadas directamente al fondo del mar. El libro se despliega en abanico resignado a su fatal destino, pega en el filo del muelle y cae a treinta centímetros de mis pies. En el agua. Flota desangelada y dramáticamente. Las ramas de pino, aún las está buscando Paco Lobatón. Yo, me quedo absolutamente horrorizado. ¡¡¡Ayyy… Maremía!!! Quiero ser el muerto en vez de Tío Josemaría. Me vuelvo despacio y contemplo a todos –excepto a Tía Lourdes, que esta a punto del soponcio- mirándome fijamente; con las bocas apretadas como culos de pollos. Los mofletes hinchados a causa de la risa contenida y los ojos de cada uno de los dolientes a punto de salirse de sus orbitas. Todos con un temblor apenas contenido. Pffffff… Se oye un espurreo. Otro más. Varios más. Una risa. Dos. Tres. Yo, mientras, estoy a punto de morirme de vergüenza. Las risas dan paso a un incontenible rosario de carcajadas. Mi tío Ignacio -hermano del finado- y que vivía con nosotros en casa, exclama: El jodido cabrón del niño… A Josemaría le hubiese encantado este final. Y todos, dando rienda suelta al alivio, volvieron a estallar en carcajadas, mientras yo, daba mil duros por un boquete donde esconderme. Nos metimos en el coche de papá con mi madre, mi tío Ignacio y no recuerdo quien más. Todos llorando de risa y yo colorado como un tomate. La familia Souvirón es, afortunadamente, así. Así fue y así lo cuento. Sí puedo asegurar que Tío Josemaría desde su última morada en el Palo, junto al mar que tanto amaba, se estaría descojonando. Eso, repito, lo puedo asegurar absolutamente. Esto que viene ahora, es una selección de poemas que he transcrito de algún libro suyo que tengo en casa; -incluso un poema que en su día musiqué dedicado a mi Tío Matías- y algún otro que he encontrado buceando en la red. Adorno y separo cada uno de ellos, con fotos de mi colección privada de postales malagueñas de los años sesenta-setenta que datan de esa época en la que Tío Josemaría y yo, merendábamos a la sombra del chambao, galletas María Fontaneda mojadas en agua fresca, allá en la Cañada de los Ingleses; mientras él, me contaba historias de miedo. N.B. Las fotos están sacadas de la portada de la revista literaria Ínsula y de mi propio álbum de fotos familiares.

JOSE MARIA SOUVIRÓN.

POETA.

# 01. No sé

Amor, no sé qué calidos rumores tienen esta mañana las colmenas. Amor, no sé qué pálidos colores hay en las cumbres altas y serenas. No sé, amor, de qué trémulos dulzores están las flores y las frutas llenas, ni por qué son más dulces los olores que vienen al abrir las alacenas. No sé qué tienen, amor, esta mañana que suenan como un ángelus lejano cuando sale el rebaño, las esquilas; y que al abrir de pronto la ventana, alondras al alcance de mi mano se quedaron mirándome tranquilas.

# 02. He Soñado que estabas a mi vera

He soñado que estabas a mi vera y que tenías tus manos en las mías; ya no recuerdo lo que me decías, pero era dulce oírte, compañera. Me mirabas de amor, con la sincera clara mirada de los bellos días y se iban enredando mis poesías en el perfume de tu cabellera. Era tan dulce oírte, y era tanta la maravilla de tu voz serena, que, al sentir mi soñar desvanecido, me desperté con llanto en la garganta, y las carnes doliéndome de pena, y el corazón doliéndome de olvido.

# 03. Cuando la aurora

Cuando la aurora ponga en los caminos flores de nieve y témpanos de aromas, cuando el rumor de un vuelo de palomas en la invernal caricia de los pinos; y cuando los redondos remolinos se lancen por lo alto de las lomas buscando calentarse en las redomas de los profundos pozos cristalinos. Cuando el viento esté solo en el sendero dando saltos de escarcha y luna fría, o patinando en vértigo campero; cuando la noche luche con el día… ¡Entonces te querré como te quiero, como quiero quererte, vida mía!

# 04. Madrigal

Si al sol llamo sol, no es a él, sino a ti que sol te llamo. Si llamo luna a la luna, es que a ti te estoy llamando. Si llamo a la rosa rosa, es que en la rosa te hallo. Si llamo amor al amor, es sólo porque te amo.

# 05 .En medio de esta noche tan oscura

En medio de esta noche tan oscura se anuncia el dulce brote de la espiga y arde la flor que el temporal castiga con una oculta luz, serena y pura. Ya sé que la luz vive y que perdura, ahora, qué más quieres que te diga? Abierto está mi corazón, amiga, por la herida de olvido y amargura. Mira la sangre que la herida vierte: cómo te dice “adiós hasta la muerte” desde la sola y triste lontananza. Y cómo, en esta ardiente despedida, guarda lo que quizás para esta vida no puede mantener a la esperanza.

# 06. Mis ojos muy abiertos para verte

Mis ojos muy abiertos para verte, mis oídos atentos para oírte, mis ásperas mejillas para herirte, mis brazos para alzarte y sostenerte. Mis dientes duros, no para morderte, sino para rozarte y sonreírte, mis largas piernas para perseguirte, y mi gran corazón para quererte. Mi corazón que hace sonar las horas, con un compás que el tuyo ya conoce, con un latir de luz de sol y luna. Silencio y campanadas vibradoras, desde la una, amor, hasta las doce, desde las doce, amor, hasta la una.

#07. Eh la guitarra!

¡Eh, la guitarra!
Bajo la luna llena
olor de malvarrosa y mejorana.
 
mi juventud renace,
prodigio de las cuerdas bien pulsadas.
La noche lenta y grande,
el silencio entre las ramas…
 
¿Que haces ahí Matías,
con las manos cruzadas?
Aunque no cante nadie,
¡eh, la guitarra!
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