LOS TOREROS MUERTOS EN CONCIERTO

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LOS TOREROS MUERTOS

EN CONCIERTO

Aparte de mis propias inquietudes musicales, siempre me he sabido rodear de inteligentes amigos melómanos que, con una enorme generosidad y sapiencia musical, supieron aconsejarme debidamente tanto en eso de educar el oído, cómo en lo engordar satisfactoriamente mi discoteca privada.

En esa discoteca, y centrándome en la España de finales de los setenta y la extraordinaria e insuperable década de los ochenta, en esa discoteca, digo, guardo cinco discos de vinilo que configuran uno de mis tesoros surrealistas mejor guardados: Muñeca Inflable de la Orquesta Mondragón (con un alucinante Javier Gurruchaga y una fantástica guitarra de Jaime Stinus; Veneno, del grupo de Kiko Veneno, Raimundo y Rafael Amador; el Mezclalina de Tabletom con mis amigos Rockberto y los Hermanos Ramírez, y por fin, el Souvenir de Moncho Alpuente y los Kwai (Oh Carolina querida). Añadanle Uds.  el 30 años de Éxitos de los Toreros Muertos, y paren Uds de contar joyas.

toreros muertos (2)(Foto Diario Sur)

Todos estos grupos tienen cosas en común: unos líderes enormemente carismáticos, con una dilatada vena creativa y una imaginación desbordante para la elaboración de letras. Todas ellas, alocadas e ingeniosas, con grandes dosis de ironía y de virulencia hacia el orden establecido; y sobre todo, un talento especial para criticar y agitar. Para provocar y poner nervioso al sistema.

He tenido la suerte y la satisfacción de poder abrazar y comunicarles, presencialmente, mi admiración a algunos de estos músicos que acabo de nombrar; fíjense que algunos son muy amigos míos. Anoche, pude hacerlo con Pablo Carbonell, líder del grupo Toreros Muertos; y puedo decir que es una persona cercana y efusiva. De esas que te confirman con la mirada esa buena sensación que siempre te inspiraron.

20150222_001605-1 (Father Gorgonzola con Pablo Carbonell)

El grupo Toreros Muertos (Pablo Carbonell, Guillermo Piccolini y Many Moure) compareció la noche del sábado en los escenarios de la Sala Cochera Cabaret (uno de mis lugares preferidos para asistir a espectáculos) ante un público fiel y entregado. Una audiencia ya entrada en años que no ha olvidado todavía a estos músicos irreverentes que nos hicieron reír y bailar allá por mediados los años ochenta.

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Mi admirado Pablo Carbonell saltó al escenario con una pinta horrible, que era lo él que pretendía; una suerte de zombie en bermudas que desde el primer segundo del primer minuto de la hora y media que duró el concierto, tuvo a un fiel y entregado público metido en su bolsillo. Volver a tararear “Manolito” “On the Desk” “Yo no me llamo Javier” o la mítica “Mi agüita amarilla” constituyó un ejercicio de rememoranza para aquellos que compramos en pesetas su primer disco llamado “30 años de éxitos” y que ahora -fíjense la ironía- pasado ese mismo tiempo vuelven a unirse para nuestro deleite.

Concierto de Toreros Muertos en la Sala Kapital 558/cordon press

Pablo Carbonell. El líder indiscutible del grupo y el más mediático sin duda, es una persona muy accesible, afable y abierta. Un artista imparablemente risueño y simpático que tuvo a bien el permitirme cambiar unas palabras con él en los camerinos y hacerse una foto conmigo para poder incluirla en este post. Un abrazo cariñoso me dio demostrándome lo lejos que está del engreimiento y de la tan vanidosa cómo efímera fama.
Toreros Muertos. Muy Toreros, nada de muertos. Estas son unas fotos del concierto; disfrutadlas; y si tenéis la oportunidad de poder acercaros a sus próximos directos, hacedlo. Lo pasaréis de putísima madre.

Las fotos del concierto y de la noche:

toreros-muertos5--575x323(Foto Diario Sur)

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javier ojeda Father Gorgonzola con Javier Ojeda; líder y cantante de Danza Invisible entre otras muchas cosas)

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toreros muertos (7)(Foto Diario Sur)

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IMG-20150222-WA0003Con Jose María Centeno y el compositor y productor Antonio Meliveo)

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20150222_002228(Waiting for the show I)

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20150222_002146(Waiting for the show II)

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entrada toreros(La Entrada al Concierto)

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LUIS DE PASAPALABRA

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LUIS DE PASAPALABRA.

Uno de mis programas favoritos de la tele (casi el único), es un concurso llamado Pasapalabra.

Pasapalabra es un programa que suelo ver y disfrutar a menudo porque me permite una interactividad amena y agradable; y también –cómo en todos los juegos– una cierta competividad y pugna con el concursante de turno. Aunque en la mayoría de los casos, la batalla la tengo perdida.

Ahora, acaba de llevarse “el rosco” un participante llamado Luis. Un tipo sonriente y simpático.

Una persona que no se corta en nada y con nada; con un inexistente sentido del ridículo; principalmente, porque le precede y avala una profunda capacidad cultural y formativa. Luis tiene cara de ser buena persona. También tiene aspecto de ser muy cabezota y recalcitrante; es Inspector Jefe de la Comisaría de la Policía Nacional de Manacor. Un tipo –este maño– que, a fuerza de verlo reír franca y abiertamente, de cantar –aparcando el pudor– con decisión y, sobre todo, de contestar –súper concentrado– eficaz e impecablemente, te llega a caer muy bien.

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Como Paz, una mujer sencilla, discreta y campechana que se llevó el penúltimo Bote. O cómo Laura, una chica de preciosos ojos que aparte de ser “un coco” hablaba élfico; Todos ellos, se adivinan personas amables y condescendientes ; cómo suelen ser los grandes; sin ínfulas y aires de engreimiento.

Y volviendo con Luis –y aclarando, que no es la finalidad de este post el hablar ni del concurso, ni de sus concursantes– Luis, también escribe. Libros; bueno, por ahora sólo uno publicado y otro que está preparando. Una novela: “El Inspector que ordeñaba vacas” se llama su primera obra, y aunque, llevando apenas un 20% de lectura (cosas de la tecnología eso del tanto por ciento) y que con semejante porcentaje nunca me atrevo a recomendar ningún libro, este, pinta muy bien y me está dando muy buenas sensaciones. Así que ya está al caer la recomendación. Una historia bicefálica ésta, en la que se combina una trama policial con una serie de reflexiones muy convenientes y oportunas cómo la que ahora, más adelante, podréis leer.

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Luis Jesús Esteban Lezáun (Zaragoza 1972) que así se llama el concursante, escritor, abogado y policía, dice esto que, al fin y al cabo, es el motivo principal de este post.

“Trato de concentrarme en el presente, disfrutando de la belleza y la dicha que el día de hoy pueda ofrecerme. Durante el transcurso de las peripecias que os estoy relatando, aprendí que la felicidad reside en el ahora. El pasado sólo trae melancolía y el futuro ansiedad. El concepto «tiempo» es una trampa que la mente nos tiende para distraernos del presente y así poder jugar a su antojo viajando por un pasado que ya no existe y por un futuro que, tal vez, jamás llegue a concretarse. Sólo existe, con certeza, el presente. Y aquel que logre centrar su cuerpo, su mente y su espíritu en el momento actual, aquel que consiga escapar del juego insidioso de la mente, podrá disfrutar de la vida, porque vivir es estar aquí y ahora.”

Verán Uds… Siendo dialécticamente cierto el párrafo anterior y no discutiendo que sería magnífico actuar así cómo lo indica el autor, no estoy de acuerdo en todo lo que dice… Yo, no es que trate de concentrarme exclusivamente en el presente –gravísimo error, el que tengo que reconocerme– sino que también apoyo mi existencia, en cierta medida, en el pasado; porque ese pasado configuró este presente que a su vez, me prepara para el futuro.

El pasado. El pasado no sólo trae melancolía (que tampoco es malo); trae rememoración afectiva y recuerdos entrañables. Trae cariños y amores que se fueron y que merecen permanecer en nuestra memoria para que, lo que se fue, perdure. El pasado es el maestro que te dicta las lecciones que tú deberás de impartir a los que vienen detrás de ti. El pasado –en su fase de evocación nostálgica– es uno de los sentimientos más placenteros –por lo que tiene de agridulce– que se puedan sentir.

El futuro. Lo que tiene que venir. También trato, equivocadamente supongo, de prever de alguna manera ese futuro inmediato que me imagino cómo me ha de llegar; cosa ésta bastante difícil. Aunque no se crean, que hay maneras. Que te digo yo…pagándote un buen plan de jubilación (en mi caso es casi anecdótico) que te cubra esas espaldas que apenas te tapan la Seguridad Social o teniendo un trato cordial con los amigos y con la familia (esto sí que lo hago) para procurarme una vejez rodeada de gente que me quiera y aprecie. Que me proporcione compañía, solaz y divertimento.

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Pero si quiero decir que estoy muy acuerdo con Luis en una cosa: en que hay que saber vivir el presente; pero ignorando, añado yo, a determinados miserables (siempre, los hay) que te tocan en el injusto sorteo de la vida. Porque estas indeseables y abyectas personas –dignas de olvidar y de recluir en el departamento del desprecio y del olvido– tratan de jodértela continuamente; porque ellos, amargados de sí mismos, son víctimas de su propia maldad e intransigencia; de su propia podredumbre existencial. Y la vida, de la misma manera, así les paga. No tengan ellos, la menor duda, de que la vida es tan roñosa y cicatera, cómo agradecida y generosa. Que todo lo paga y todo lo cobra. Afortunadamente.

Por cierto, ya les puedo recomendar que se lean «El inspector que ordeñaba vacas».

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D’ARTA (GNAN)

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D’ARTA (GNAN)

Comparto a menudo con mi amigo D´Arta (gnan) mesa, mantel y cuchillo. Lo de mesa y mantel, pase; eso lo puedo soportar estoicamente porque es un meridiano placer eso del comer en buena compaña y tal; y porque ahí –sobre todo a la hora del café, de la copa y del puro– le puedo y le gano.

En esas ocasiones gastronómicas, D´Arta (gnan) siempre se pone a mi lado –cual pajarillo aterido de frío– buscando el calor de la molla y de la chicha; y siempre nos procuramos -el uno al otro- el otro calor intangible pero igualmente agradecido de la conversación amena y agradable. De los chascarrillos y de las anécdotas, que haberlas haylas y muchas.

Pero en lo de compartir cuchillo, y sigo, en lo de compartir cuchillo miren Uds. eso ya es otra cosa; D´Arta (gnan) –por eso le llamamos así– disfruta en su casa de la vista y la posesión de unas vitrinas repletas de primeros premios ganados en diferentes torneos de esgrima. Tanto nacionales como internacionales. Así que Uds. comprenderán que jugar con armas blancas o de cualquier otro tono (aunque sea un cuchillo de pescado) con este amigo, cómo que está de más para mí. Eso sí! Me encantaría pasear en la noche oscura por cualquier barrio de mala fama para (1) -ante el ataque del navajero de turno en la zona- ver a este hombre ponerse ágilmente delante de mí para (2) dando un rápido culebreo, largarse corriendo y dejarme sólo e indefenso para (3), mientras el caco me desvalija, él ponerse a salvo con la impagable ilusión de poder contarle a la mañana siguiente a todos nuestros colegas comunes, la putada que me hizo y las risas que me pegué. Cómo lo oyes, charlesboyes.

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Bueno, es una broma. Él nunca lo haría, (¿?) pero sirva el ejemplo para indicar que es un hombre con un inagotable y especialísimo sentido del humor. Un hombre perspicaz y agudo (como no podía ser de otra forma); sagaz e ingenioso. Aparte de eso, que no es poco, D´Arta (gnan), también es generoso; muy generoso. Porque cuando nos reunimos de vez en cuando la Logia del Negro Anaranjado, tiene el detalle (él no quiere que yo le diga costumbre por lo que conlleva la palabreja de obligación) tiene el detalle digo, de traerse una botella Ron de edad medianamente provecta y –con la excusa de que es para mi Santa– regalármela.

Yo me siento, absolutamente ufano y feliz de poder asestar semejante sablazo a tan egregio y fino esgrimista. Aunque esa chalauríta de que no es para mí, no me gusta absolutamente nada; porque mi Santa hace suyo el comentario y me esconde la botella para que yo no me la beba del tirón con mis secuaces habituales y me la guarda para las ocasiones especiales que son cuando a ella le da la gana.

D´Arta (gnan) es una persona culta y letrada; de hecho le tengo nombrado mi esporádico corrector in absentia, porque me hace puntuales correcciones desde Madrid. En su día, le proporcioné mis relatos de humor (que aún guardo en la faltriquera de la futura publicación) para que me los corrigiera gramaticalmente –que no ortográficamente como insiste el muy ladino para cabrearme– y así, diligente y rápidamente lo hizo. D´Arta (gnan) es buen amigo; su alter ego Juan Fernando Damas Flores, también. Pero él, el espadachín Darta, lo es muchísimo más!

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LA ANTIPATÍA

LA ANTIPATÍA

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La antipática –me refiero a la persona en general, pues no distingo géneros– es que no lo puede evitar el alma mía!

Lleva la animadversión y el desagrado implementado en el cromosoma LA4E (Labio Alzado for Everybody) y eso le obliga – a veces contra su voluntad– a ser desagradable, estúpida e irritable para con todo quisqui.

El antipático es fácilmente distinguible entre el resto de sus congéneres, pues su rostro está marcado por dos hendiduras a los lados del boquino que le procuran –esos profundos cañones de piel– una especie de coraza a la risa, un blindaje contra la amabilidad o, en el mejor de los casos, un particular paréntesis, preceptivo y regulado por su propio carácter seco, adusto y grosero.

Me acusará el lector de este blog de una muy mucha recurrencia en cuanto a despotricar de esta subespecie humana; ya lo he hecho en varias ocasiones con mis desvaríos sobre las impertinentes, las malapipas, y los siesomaníos. Pero son algo, estas singularidades, que me enervan y me sacan de quicio.

El ser antipático, demuestra falta de ingenio, de gracia y ocurrencia. Manifiesta, casi siempre, ignorancia, ineptitud y torpeza. Oculta la maldad, la vileza y la fealdad del alma tras el improperio y el denuesto. ¿No es más fácil decir algo amable –o por lo menos, algo que no sea insultante– a soltar por la boca algo pernicioso, insolente y vejatorio?

No aguanto a los antipáticos. Ni a sus miradas displicentes y desabridas. Me pueden. No los soporto! Prefiero tener a mi lado un vegano antitaurino, dándome por el culo con sus teorías aciagas y catastróficas de un mundo carente de bondad vegetal –y lleno de apocalípticas barbacoas sangrantes y cancerígenas– prefiero sufrir a un político en pre campaña electoral, o a un Policia Local tirando de bolígrafo con cara de suficiencia, antes que soportar la invectiva oral de semejantes individuos.

Quelesdén!! Quelesdén muchísimo, aunque no sea por el culo!!

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TRES

TRES

¡Qué extrañas criaturas son los hermanos!
Jane Austen.

-Dulce es la voz de una hermana en la temporada de la tristeza.
Benjamin Disraeli.

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Muchos son –a mi modo de ver– los arrestos que necesitan los actores para exponerse a las miradas de un público atento e interesado, aunque embutido también en el sentido crítico y escrupuloso (a veces cicatero en el juicio y poco generoso en el dictamen) que le proporciona el imprescindible detalle de haber pagado una entrada para asistir a una representación teatral.

Muchos son los arrestos que necesitan, los profesionales de la escena, para dedicarse hoy día a una profesión en la que sus honorarios representan un porcentaje de taquilla y al que, en muchos casos, sólo le conforman el reconocimiento y el calor de la concurrencia.

Cómo se da la circunstancia de que comparto sangre imaginaria con un actor de la talla de Luis Centeno – compadre, amigo fiel y perdurable– resulta que sé de lo que hablo; de una profesión dura y muchas veces desencantada por los resultados de público y por los escasos apoyos institucionales; por la inseguridad y la discontinuidad laboral. Una profesión que siempre lleva como impedimenta un enorme esfuerzo mental y físico para salir airoso de cada una de las aventuras emprendidas. Mil horas de preparación y ensayo. Tres y tres veces más de estudio y memorización. El jugárselo todo a una sola carta cada noche.

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Tres por dos seis son los ovarios –como pude comprobar el viernes– los que se necesitan para salir a escena y exponerse –con esa desnudez a la que obliga el personaje– delante de un público entregado y al que puedes tocar con la mano, para transmitirle un pasaje de disputas y desavenencias familiares, de reconciliación y solidaridad. De ternuras escondidas entre los pliegues del rencor y del resentimiento; de la aflicción y el desconsuelo.

Seis son los ovarios que le echan (a razón de dos, caben a dos) Elena de Cara, Anita Iglesias Cumpián, y Olga Salut para llevarnos a los asistentes a la reflexión sobre tu propia condición familiar; sobre tu propia situación como hermano y cómo hijo. Acerca de las familias que corren el enorme peligro de desmembrarse cuando falta el efecto (y el afecto) «adhesivo» y conciliador de los padres.

Seis son los ovarios que le echan (a razón de dos, caben a dos) Elena de Cara, Anita Iglesias Cumpián, y Olga Salut para llevarnos a los asistentes a la risa y a la alegría reparadora y reconfortante. Esa es la magia de esta obra: La capacidad de llevarte en un instante desde el dolor a la alegría; desde la desolación al júbilo y al contento.

TRES es un espectáculo escénico carente de aparatosidad, en el que una simple olla de conejo con tomate y una botella de coñac de color incierto suplen cualquier aparato ostentoso e innecesario . TRES. Muy recomendable; no se lo pierdan. Todos los jueves y viernes de febrero a las 20:00 en la Sala B del Teatro Cánovas en El Ejido.

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ELOGIO AL MIEDO

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ELOGIO AL MIEDO

Porque va de serie con eso del tener carnet de socio numerario de esta raza cuasi humana, penamos y padecemos –indeseadamente y a lo largo de nuestra existencia– un enorme e inabarcable repertorio de temores y desasosiegos. Miedos y sobresaltos que nos cohíben y coartan y que nos hacen más débiles y pusilánimes ante las eventualidades que acompañan a eso del respirar medianamente tranquilo que se llama vida.

Y eso, cómo se comprenderá, no está bien; porque a lo largo de esa vida, y en ocasiones puntuales…

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Tenemos miedo al desprecio y a la desconsideración; miedo a la apatía, a la displicencia y a la impertinente repulsa de los demás. Tenemos miedo de otras personas que –sin tan siquiera fijarse en nosotros– nos parecen amenazadores y desafiantes; miedo de nosotros mismos que –intransigentemente– nos subestimamos de forma inaceptable.

Miedo a que te descubran las flaquezas y fragilidades. Mucho, mucho, mucho miedo, al inexorable paso de los días. Miedo a una vejez obligadamente inactiva y a la decrepitud que ésta conlleva; miedo al desamor y al desengaño y, muchas veces también, ¡Pásmense Uds.! al amor y la ternura; al cariño y al afecto. Tenemos miedo – en ocasiones– a todo y de todo; siempre miedo. Miedo desaforado a padecer penas y aflicciones.

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Sufrimos el miedo a la pobreza, y el miedo a la pérdida irreparable; al extravío y a la desorientación. Miedo a lo nuevo y a lo desconocido. Miedo a la franqueza de la palabra amiga y miedo a la crítica; sea o no sea razonable. Miedo al despiste y a la confusión; al desmayo y al lapsus. A la enfermedad, al dolor y al sufrimiento. Miedo a decepcionar a los que creen en ti; a defraudar a los que te quieren. Miedo al fracaso. Aunque también sufrimos el miedo del éxito, no se vayan Uds. a creer; miren si no los últimos «Pastorasoler» y los «Joaquinsabinas» tan comentados estos días. Enfermamos por tener miedo al descontrol, al desorden y a la desorganización. Miedo a la soledad y a la ausencia; al abandono, al destierro y a la melancolía. A la nostalgia; a la añoranza, a la aflicción y a la amargura.

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Miedo a los optimistas ascensores que nos suben a los loores. Miedo a los miserables montacargas que nos bajan a los sótanos del desánimo y de la angustia. Miedo los conductos de ventilación de nuestra frágil memoria. Miedo a la entrega, a la devoción, a la piedad y al sentimiento de lástima. Sufrimos con ello. Miedo nos da el revés y miedo nos da la decepción. Tenemos miedo al sudor frío y al sudor húmedo y caliente. Miedo a padecer hambre; miedo a sufrir sed. Miedo.

Miedo al beso. Miedo al abrazo, miedo a la mirada y miedo al guiño; miedo al tacto. Miedo a la obligación y al compromiso. Miedo…miedo…miedo…Mucho miedo para tan corto plazo.

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¿Pero saben Uds. lo que pasa? Que cuando por fin, el miedo se va; nos abandona –que suele ser en la antesala del término de nuestra vida– porque ya nada nos importa lo suficiente, y nos encontramos –sorpresivamente– con el coraje, con el arresto y con la valentía que siempre nos faltó va y pasa que en ese momento, al no notarlo (el miedo) nos sentimos desamparados. Porque no nos sentimos protegidos –en ese último viaje– por el fiel compañero, por el compadre reparador y precavido que al final, resultó ser ese sentimiento de temor; y lo echamos de menos; y lo añoramos cuando nos adentramos en las infinitas y eternas sombras que nos empiezan a rodear.

Y es entonces –cuando no lo encontramos a nuestro lado– el momento en que nos damos cuenta de que el miedo –amigo obligado y forzoso– aunque mortal y perecedero, resultó ser un amigo; aliado incondicional que nos libró de batallas que podríamos haber perdido y que ahora, para siempre, nos ha dejado en la estacada.

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* (Las ilustraciones que adornan est entrada son de El Bosco, Giotto y Francken)

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EL NIÑO AQUEL QUE FUÍ ME LLEVA AHORA.

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EL NIÑO AQUEL QUE FUÍ ME LLEVA AHORA.

“Las niñas, que son hadas y princesas,
los niños que son magos,
las gotas, que son perlas, de la lluvia,
las llamas que son pájaros.”

Juan Miguel González.

Por eso de su aversión a las temperaturas gélidas, el Poeta Juan Miguel González, cuando sale, va siempre cubierto con un elegante sombrero. Tiene muchos. El ir siempre con la azotea techada, no sé si tendrá como fin el calentarse la cabeza o el impedir (yo creo que es eso) que se le escapen volando al exterior esas preciosas y recapacitadas piezas poéticas que él tiene a bien componer y –en casos muy puntuales– regalar.

Juan Miguel adorna su apariencia con un dandismo evidente. La última vez que estuve con él vestía un precioso sombrero, unos confortables pantalones y una chaqueta, ambos de punto, que le aportaban calidez y prestancia. Distinción y elegancia. También despedía un agradable olor; una mezcla –quise suponer y me lo invento– de lavanda inglesa y Vicks VapoRub. Una mixtura del centenario jabón Lifebuoy y hojas maceradas del falso árbol de la pimienta.

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Habíamos quedado en el sitio acostumbrado para intercambiar regalos. Él me había pedido –con esa humildad que le caracteriza y haciendo caso omiso a mi advertencia de que siempre le estoy dispuesto– una copia del álbum “Sigamos en las Nubes” del grupo Tabletom para regalárselo a unas amigas holandesas que querían oír alguno de sus poemas musicados por los hermano Ramírez… Yo, «motu proprio» le llevé también las letras impresas de sus poemas con la banda. Estas para él.

Por su parte, Juan Miguel, «Quid Pro Quo» me iba a entregar el original del romance “El Monte de las Tres Letras” del cual me hizo protagonista. Pero ya lo he dicho, y lo repito sin sonrojo, el Poeta es enormemente espléndido y regala lo más valioso de él; así que para dejarme desarmado, me llevó un poema dedicado. Un poema en el que habla de ese niño que todos llevamos dentro; a pesar de estar ya pagando con muchos años vividos, el tributo de la existencia.

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Afortunadamente, todavía mantengo ese niño dentro de mí. Algunos lo llamarán inmadurez y yo lo asumo encantado. Asumo esa inmadurez preciosa que me hace recordar los tiempos felices de mi niñez y de los que aún guardo retazos con esa costumbre que mantengo del comprarme figuritas de cómics y de tebeos; y libros de dibujos; y –lo último, y que estoy esperando– un precioso recortable de cartón del Edificio Chrysler de Nueva York. Mi favorito.

Que el Empire State vaya poniendo sus barbas a remojar.

Este es el poema que me ha regalado Juan Miguel González del Pino. Inconmensurable poeta; mejor persona y gran amigo.

 

(Todas las ilustraciones son de Carl Offterdinger y corresponden a portadas de publicaciones infantiles y juveniles)

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PALABREJAS

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«PALABREJAS»

«El que me baya quitáo la tobaya…
baya sío porque le baya hesho farta»

En mi familia, el adjetivo «palabrejas» se usaba para designar a determinadas personas que usaban términos incorrectos y equivocados en las conversaciones. Ese es un «palabrejas» decíamos cuando oíamos cualquier barbaridad.

Tres son los tipos de errores que solemos cometer en la representación del idioma: el error escrito (o lapsus calami) el error oral (lapsus linguae.) Y también está –no se crean que no he hecho los deberes– otro tipo de error que yo ignoraba: el lapsus mentis; (el olvido ocasional). Lapsus viene del latín y viene a significar «resbalón», aunque yo creo que es más apropiado expresarlo cómo «patinazo».

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Verán Uds. en mi rama familiar –puedo asegurarles, que era algo muy cruel para nosotros mismos– teníamos la costumbre de que si estábamos hablando con alguien, y ese alguien cometía un «patinazo», mi madre, que era un portento en detectarlos, doblaba los labios exageradamente para hacernos caer (a los que no lo hubiéramos hecho) en el tropiezo del interlocutor. El disimular la risa, era un verdadero acto de coraje y contención. Uno de los suplicio más placenteros que se puedan sufrir.

Establezcamos también una diferencia bien notable y necesaria: nuestra risa (o no risa) dependía de que, si el autor de la barbaridad dialéctica era una persona modesta y de pocos estudios que trataba de usar palabras que carecían del suficiente significado para ella, entonces, en ese caso, siempre era tratada con todo cariño, tolerancia y respeto. Pero, si por el contrario, era una persona suficientemente preparada la que – tratando de impresionar y sorprender, con un deje de pedantería– cometía el gazapo, entonces, el cachondeo estaba asegurado y esa palabra pasaba a usarse formando parte del argot particular de la familia con el consabido peligro de que la palabra se «normalizase» y corriésemos el riesgo de deslizarlas en las propias conversaciones involuntariamente. «Tito Pepe» al vino de Jerez por ejemplo, más de una vez lo hemos dicho para nuestro sonrojo y fatiguita.

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Voy a ponerles algunos ejemplos de palabrejas tan reales como la vida misma. Todas son aportadas por mi propia experiencia y por las de un montón de amigos que han tenido el detalle de ayudarme.

Ahí van:

Teníamos un portero en casa, que cada día saludaba a mi padre comentándole el tiempo.
– Buenos días, Don Fernando…
– Buenos día Felipe.
– Hoy parece que vamos a tener una buena «churrasca».
– Erm… Psí! Me temo que psí, Felipe.

Otro día un amigo familiar, estando con nosotros en la playa hablando de los tiburones, de los marrajos y de las tintoreras, éste, el amigo –tratando de entrar en la conversación con una aportación docta y entendida– exclamó, en voz más que alta, indicando la especie a la que pertenecían estos bichos: «los escuálidos!!!» y se quedó tan pancho. Debería de referirse a los que estaban muy delgados y enclenques.

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Después viene otro gran amigo; éste, era el rey de las palabrejas y de las frases malheridas: Era partidario siempre de seguir los «protocólogos». Cuando algo no podía ser, siempre echaba mano al «Eso es pedirle peras al horno» y muchas otras veces, se sentía «Contra la espalda y la pared». Una señora que venía a limpiarnos las oficinas nos comentaba que su hija recién casada había puesto una cocina con unos muebles de una «Fornica» linda. Y otra, un día, le comunicó a mi madre –con mi medio dólar de plata en la mano– que se había encontrado un «duro del Príncipe Kennyde».

La rama sanitaria es un verdadero e inextinguible filón: Que decir de las «tortículis» y del hueso «kuky». Un buen amigo responsable de una afamada y conocida Mutua Médica, me indica que muchas veces le preguntan ¿Cuanto «degrada» el seguro médico? Y unas amigas enfermeras, me hablan de las hernias «fiscales» de algunas pacientes a las que atienden. Los «análises» solicitados y la masiva ingesta de Aspirinas «flourescentes». Los «gitanales» en vez de los genitales; los «vestíbulos» en vez de los testículos y de, asombrense!! «tener hígado» y un poco de «diabetis».

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¿Y el «esparatrapo» y el «Espidifrén» y otras «medecinas»? Una sobrina, directora de una entidad bancaria, me cuenta que de vez en cuando, tiene que contener la risa porque se ve obligada a hacer «transfusiones» entre cuentas a petición de algún cliente con haberes pero poco ilustrado.

Hay gente que habla con mucho «Rintintín» que por cierto no es un perro y se queda en lo «anedóctico». Y alguna decoradora (sic) que yo me conozco, la caga con eso del «sinfonier» de marras y el uso inadecuado de la palabra dicotomía. No me puedo olvidar de las inefables «cocletas» y de sus inefables amigas las «armóndigas». Del sempiterno «Lejonario» ni de mi queridísima amiga que está harta de que la llamen «Grabiela».

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El año de las inundaciones de 1989 en Málaga –y para evitar una mayor catástrofe– me indica el amigo ecónomo, hubieron de abrirse las «compresas» del Pantano del Limonero para desalojar volumen debido a la «trompa» de agua. Un problema añadido para esas pobres mujeres de vida fácil que se buscaban la vida en las «redondas» de los «polígamos». Tan altas y «esterilizadas». Pero ya se sabe «No todo es lo que reluce». Ah, perdona, «No todo el oro es lo que reluce».

Hay que ver cómo ha subido el barril de «pretóleo», dicen las noticias; y comentaban otros dos, que ayer «juguemos» un partido y «empatéremos». En fin vamos a terminar esta interminable retahíla con otros dos clásicos las «mondarinas» y los «caramales» porque para entender todas estas palabras hay que tener, como los motores «Wobagen», mucha «comprensión» y no estar demasiado «arquerotipado».

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MERODEADORES DE REDES SOCIALES

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MERODEADORES DE REDES SOCIALES

Se esconden tras los parapetos de la impunidad y del secretismo mas ineficaz. Ignorando, que eso del anonimato en las redes sociales, tiene las patas tan cortas cómo su propia generosidad en la respuesta. Hablo de los merodeadores de las redes sociales.

Suelen pasearse por ellas vestidos con un traje de silencio; de un indisimulado secretismo que les permite no involucrarse en nada. No existen para ellos ni el compromiso ni la obligación; ni la responsabilidad ni la necesaria implicación. Tampoco son generosos con su opinión personal. Muchas veces, las más, hacen caso omiso a las mínimas reglas de cortesía y sólo se limitan a escudriñar impertinentemente –desde el ángulo oscuro (como el arpa de Bécquer) en su aburrido salón– tomando buena nota de las conversaciones de los demás para así sacar, como mínimo, el beneficio de la información y el rédito del complaciente fisgoneo. Desde la pesquisa, el acecho y el bicheo.

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Actúan con total descargo de culpabilidad, deslizándose –con los ojos brillantes– por los muros de Facebook donde tienen, más o menos asegurado, el sigilo y la reserva; por los grupos de Whatsapp, ignorando –en muchos casos– que su presencia, ahora sí, siempre es detectada y advertida por el autor, dueño y señor del comentario.

El ego –cuando se alía con el compromiso– ciega la razón que aconseja borrar a esos desconocidos que jamás intervienen en tus chácharas; el salirte de aquellos grupos en los que tus comentarios son sistemáticamente no contestados por ese personal, que tu sabes desde la triquiñuela, han sido leídos por el mudo (o la muda) de turno.

Merodeadores de redes sociales que saben tanto o más que tú de tu propia vida; sin tan siquiera tener la necesidad de comunicarse ni de cruzar una sola palabra contigo.

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EL MONTE DE LAS TRES LETRAS

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EL MONTE DE LAS TRES LETRAS

«Ganas dan de correr y abrazarte, de llenar de castañas y almencinas tus enormes zapatones de tela peatonal, de auparme hasta tu frente y ungirla de sonetos bien mojados en vino de los Montes.»

Juan Miguel González

Cuando a la temprana edad de ocho años me mudé de la céntrica Plaza de los Mártires, para vivir en una descampada Barcenillas despojada de bloques, lo único que me consoló fue que estaba destinado a vivir en una zona de «entremontes». Una zona despoblada, en aquellos tiempos, situada entre el Monte de Gibralfaro al sureste y el Monte Victoria al noroeste. No se me tenga muy en cuenta mi capacidad orientativa que no es muy mucho de fiar.

Debido a esa apacible y bucólica situación cuasi rústica, el terreno me obligó gratamente a vivir en un ambiente saludable y enormemente divertido. Un terreno proclive a gozar de aventuras y juegos, que de ninguna manera, podría haber vivido de haber seguido residiendo en el centro de la ciudad. Otro tanto me pasaba cuando, en mis largas temporadas en La Cañada de los Ingleses, podía zascandilear libremente por el monte entre algarrobos y Llagas de Cristo. Esta circunstancia, hizo de mi un experto en subir y bajar entornos sombríos por pinares inacabables o por zonas absolutamente soleadas, y que me procuraban vistas únicas de la ciudad, cuando –cómo solíamos hacer de chavales– subíamos a las cimas de los citados Montes de Gibralfaro y Victoria. Este último también conocido como Monte de la Tres Letras.

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Viviendo en Los Pinos (Barcenillas) no eran pocas las veces que atravesando el Reino de Conde Ureña, llegábamos hasta el Mirador que se encontraba en todo lo alto y en el comienzo del camino de tierra que llevaba al Seminario. Una vez allí, la pandilla, las más veces, hacíamos largas marchas de montañismo para alcanzar la cima del Monte de las Tres Letras. Una vez allí, en unas inclinadas y enormes lajas de piedra (La Barca grande y la Barca chica) nos tendíamos a todo lo largo y pasábamos horas contemplando cómo la ciudad – aparentemente quieta– respiraba a nuestros pies y jugábamos a situar edificios y monumentos.

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El Poeta Juan Miguel González, me llamó hace unos días para agradecerme (no hay de qué) el tratamiento que le había dado en este blog a su inspirada felicitación navideña.

Como suele pasar, la conversación con mi amigo se prolongó más de lo que permiten los horarios laborales, debido a su amenísimo e interesante palique. Salió a colación mi absoluta admiración y pasión hacia su producción costumbrista y localista. Ya se lo he dicho muchas veces, que cualquier referencia versificada sobre la Málaga que ocupó nuestra niñez, y sus bellísimos alegatos sobre negocios, paisajes o personas desaparecidas, conforman uno de las temas preferidos por este que ahora os escribe.

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Juan Miguel González tuvo a bien (Qué honor!) el proponerme ser el personaje, el actor principal, de un romance que escribiría sobre algún lugar preferido de mi niñez. Para hacerme un regalo imborrable para mi ego (no puedo negar mi parcela de vanidad) y para afinzar mi devoción inquebrantable hacia su obra. Hacia su persona. Me preguntó qué lugar estaba grabado de manera indeleble en mi memoria para situar el romance. Entre otros muchos sitios, le indiqué el Monte de las Tres Letras, y eso es lo que ahora viene. Un texto poético de una espléndida hermosura que desde ahora, formará parte del lugar más entrañable y principal de mi Muro de los Afectos.

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Para adornar esta entrada de una manera perfecta, qué mejor que hacerlo con los dibujos de otra persona –que al igual que yo– subió y disfrutó ese monte en su niñez: mi querido amigo el arquitecto Luis Ruiz Padrón. Luis, con esa generosidad inacabable que dispone hacia mí, ha tenido la deferencia de remitirme una serie de dibujos que –junto a la palabra de Juan Miguel– conforman una de las entradas más placenteras que yo haya escrito últimamente.

Este es el texto de Juan Miguel González. Estos son los dibujos de Luis Ruiz Padrón; disfrutadlos. Son una verdadera muestra de delicadeza y de elegancia. Una demostración de cariño, aprecio y amistad tan agradecido cómo inmerecido.

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EL MONTE DE LAS TRES LETRAS

Para Álvaro Souvirón

En lo alto se subía
del Monte de las Tres Letras,
Alvarito Souvirón,
con unos cuantos chaveas.

Deshojaban margaritas,
masticaban vinagretas,
cogerían almencinas
y partirían las almendras.

Caballitos del diablo
volando sobre la alberca,
y cigarrones saltando
y algún lagarto en las peñas,
iban mirando asombrados,
en su escaladora gesta,
por el agreste condado
matinal de Conde Ureña.

A contemplar se sentaban,
felices en una piedra:
la Catedral, el Castillo,
el Seminario, las huertas,
las hileras de eucaliptos,
el Camino de las Pencas,
el Puerto y el Melillero
y el mar de la Malagueta.

En su pecho de gigante,
emocionado conserva
el niño aquel que subía
al Monte de las Tres Letras,
para abrazar con los ojos
y en el alma retenerlas
la luz, la mar y los cielos
de aquella Málaga nuestra.

Juan Miguel González
Málaga. Enero 2015

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ANEXO DE ÚLTIMA HORA

Mi estimado amigo Manolo Alonso Aragón –hermano de mi íntimo amigo (Q.E.P.D.) José María Alonso– tiene a bien el proporcionarme una información que él, cómo testigo directo (era vecino en aquellos días de Conde Ureña) vivió y presenció el bautizo del Monte Victoria cómo Monte de las Tres Letras.

Esta es la información que me proporciona:

Testigo del bautizo del monte.

Hasta finales de los 50 desconocíamos el nombre original del monte. La chiquillería de la zona le llamábamos el monte de las almencinas, el de las chorraeras o simplemente el monte. Pero una buena mañana de aquellas fechas, vimos asombrados las siglas PCE (Partido Comunista de España) pintadas con cal en las grandes rocas que culminan su cima en su cara más occidental y visible desde buena parte de Málaga.

La reacción de las autoridades del régimen no se hace esperar. Apenas 48 horas después, veo desfilar por la puerta de mi casa, decenas de presos políticos; en fila de a uno a ambos lados de la calle y flanqueados por numerosos guardias civiles fuertemente armados. Todos llevaban la misma indumentaria, un mono gris plomizo y transportaban cubos, cañas, brochas, cal, cuerdas, escaleras de mano etc.
En pocas horas aquellas tres letras del monte fueron sustituidas por las de JAC (Juventud de Acción Católica) Cada dos años aproximadamente, las letras eran repintadas con la misma mano de obra.

Con el paso de los años, contemplé varias veces, cada vez con más indignación, la silenciosa y humillante procesión. Esas siglas permanecieron durante el franquismo, la transición y los primeros años de la democracia. Yo era apenas un crío, pero aquel recuerdo quedó grabado en mi mente a hierro; me acuerdo, como si fuese ayer, con todo lujo de detalles.

ALONSO05campo(Jose María Alonso en lo alto del Monte de las Tres Letras)

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